Anexo 3o - El euro: la reapropiación estatal de la dinámica de los mercados

La Unión Europea frente a la “Santa Trinidad”

A diferencia del bloque asiático, Europa ha optado por la ruptura de su subordinación monetaria frente al dólar. Podemos argumentar que el bloque europeo se vio forzado a reaccionar frente a las nuevas reglas del juego impuestas por EUA y frente a las que se encontró inicialmente en desventaja. Si las libres fuerzas del mercado tendían a favorecer el estado imperialista que manejaba los hilos ocultos y no tan ocultos de las finanzas internacionales, y no sólo eso sino que amenazaban con debilitar la consistencia del bloque comercial logrado por Europa, entonces la agenda imperialista de Alemania y su complicado socio, la acomplejada y veleidosa Francia, tendrían que vérselas con la necesidad de recapturar las libres fuerzas del mercado también a su favor, a través de una agenda de trabajo más compleja y tortuosa pues implica la difícil tarea de imponerse logrando un consenso entre diferentes naciones. La perspectiva de los economistas nos puede ayudar a entender algunas claves de este proceso.

Visto desde la perspectiva del dilema de la “Santa Trinidad” formulada por Robert Mundell, la moneda común fue más necesaria como una manera de recuperar cierto grado de control sobre la política monetaria en un contexto de plena movilidad de capitales. Según el dilema contenido en el “problema de la asignación”, (1) conocido comúnmente como la “Santa Trinidad”, las autoridades monetarias de un país se ven forzadas a elegir entre dos de tres opciones: libre movilidad de capital, tipo de cambio fijo y autonomía en política monetaria. La libre movilidad del capital es compatible con un régimen de tipo de cambio fijo, siempre y cuando los gobiernos subordinen el objetivo de la política monetaria a propósitos externos, esto es, la estabilidad en el tipo de cambio y no a otros fines internos (crecimiento y empleo). Por el contrario, con flujos financieros internacionales reprimidos, es posible un mayor margen para utilizar la política monetaria para propósitos internos no relacionados con el tipo de cambio.

Durante la mayor parte de la posguerra, el objetivo prioritario de la política monetaria fue la gestión de la demanda macroeconómica acorde con la orientación keynesiana y el ordenamiento de Bretton Woods que hizo posible este tipo de política. Las políticas keynesianas estaban diseñadas para responder a preocupaciones políticas internas a través de la gestión de la demanda, utilizando una política monetaria contractiva o expansiva para acelerar o reducir el crecimiento económico y para reducir el desempleo o controlar la inflación. Esta política monetaria “activista” formaba parte del amplio arsenal de instrumentos keynesianos utilizados por los gobiernos en la década de los sesenta y no estaba, por tanto, sometida exclusivamente a la exigencia de un objetivo de tipo de cambio externo. En contraste, una política monetaria orientada al exterior está dirigida hacia el sostenimiento del valor de la moneda nacional en los mercados internacionales y, para tal efecto, las intervenciones del banco central (compra y venta en los mercados internacionales de divisas) son emprendidas para apoyar al tipo de cambio, o las tasas de interés son implementadas para estabilizar una moneda depreciada (o apreciada). En este caso, la política monetaria no es autónoma sino que está subordinada a consideraciones del tipo de cambio dentro de las cuales el control de la inflación juega un rol central debido al impacto de ésta en la determinación del tipo de cambio.

El sistema de Bretton Woods permitió mantener altos niveles de autonomía en la política monetaria al mismo tiempo que el mantenimiento de los tipos de cambio fijos, porque se basó en una represión financiera sobre los flujos internacionales de capital que aislaba a las políticas internas de cada país. Bretton Woods hizo posible así dos opciones de la “Santa Trinidad” (autonomía de política monetaria y tipos de cambio fijos) porque canceló una tercera (movilidad de capitales). Los controles de capital fueron instaurados durante el período de posguerra con el objetivo expreso de reinstalar cierto grado de autonomía en política económica de cada país, evitando o reduciendo los ajustes inevitables cuando las transacciones financieras se salen de control. El sistema Bretton Woods representó un compromiso entre el deseo de estabilizar los tipos de cambio con objeto de evitar la inestabilidad financiera y las depreciaciones competitivas de la década de los treinta, y el rechazo de los países a volver a las reglas del juego del patrón oro, bajo las cuales la defensa de los tipos de cambio se sobreponía a la búsqueda de las políticas de pleno empleo. Para lograr esto la condición básica consistía en la limitación de los movimientos internacionales de capital, además del auxilio del FMI, institución pivote dentro del sistema en tanto que foro institucional para la coordinación monetaria internacional y fondo de los recursos financieros con los que los países podían enfrentar dificultades temporales en la balanza de pagos (a condición de que dichos países quedaban obligados a emprender cambios en la política interna para arreglar su balanza de pagos). El sistema de Bretton Woods ha sido caracterizado por esta razón como un liberalismo atemperado, en el sentido de que impulsaba las transacciones económicas internacionales y, al mismo tiempo, permitía que los gobiernos no renunciaran a su autonomía en política monetaria enfocada hacia la intervención estatal en la economía siguiendo las directrices keynesianas.

Régimen monetario Movilidad de capital Política monetaria autónoma Tipos de cambio fijos / cooperación
Bretton Woods NO (bajo nivel) SI SI
Serpiente Monetaria Europea SI (en ascenso) SI NO (se intentó, sin éxito)
Sistema Monetario Europeo SI (alta) NO SI
Opciones de política económica - Nota: sólo son posible dos de tres opciones de política económica - Fuente: McNamara, Kathleen R. The Currency of Ideas. Monetary Politics in the European Union. Ithaca, New York, Cornell University Press, 1998, p. 53

En el caso europeo, el interés por los tipos de cambio fijos ha sido aún más pronunciado en comparación con EE.UU. y Japón debido a que se trata de economías que, por separado, han estado más abiertas al comercio exterior, esto es, en las que el comercio exterior representa un porcentaje más elevado del PIB. Sin embargo, el primer intento de coordinación monetaria experimentado por los países europeos en los setenta (la Serpiente monetaria) fracasó porque los gobiernos europeos, o al menos algunos de ellos, no mostraron la suficiente disposición a subordinar su autonomía en política monetaria en un contexto de creciente movilidad de capitales. La autonomía nacional en términos de política monetaria profesada por el keynesianismo albergaba la discordancia frecuente entre naciones que reflacionaban en el momento en que sus vecinos reducían el crecimiento para atacar la inflación. La convergencia en políticas económicas acordes con el nuevo consenso monetarista y neoliberal en Europa tuvo que esperar hasta la reconducción de Francia e Italia a mediados de los setenta y, finalmente, hasta el crucial año de 1983 cuando el fracaso de la política del gobierno de Mitterrand dio al traste con las últimas aspiraciones keynesianas. Fue solamente hasta logrado este consenso que quedó pavimentado el camino para el éxito del Sistema Monetario Europeo (SME) y del subsecuente renacimiento del proyecto de la Unión Europea Monetaria (UEM).

Por otro lado, la adopción del paradigma monetarista y del ejemplo de la política alemana antiinflacionario, no fue una emanación de la creciente movilidad del capital, sino del convencimiento que llevó a los líderes políticos por dicha opción en contraste, por ejemplo, de los casos de EE.UU. y Japón cuyos gobiernos optaron, tras la defunción de Bretton Woods, por tipos de cambio flotantes y políticas monetarias menos astringentes. En el caso europeo, el nuevo consenso neoliberal difirió del liberalismo atemperado de Bretton Woods en dos sentidos clave:

  1. supuso un nivel más elevado de conformidad entre los distintos gobiernos sobre los objetivos e instrumentos de la política monetaria, y
  2. estuvo basado en principios liberales más ortodoxos o conservadores que el régimen predecesor. (2)

Fue esta disposición de los gobiernos europeos a ceder en términos de autonomía de política monetaria lo que estuvo a la base del éxito del SME y la propuesta de la UEM. Al mismo tiempo, fueron las insuficiencias, o mejor dicho la asimetría, de la cooperación monetaria basada en una moneda ancla (el DM) lo que planteó la necesidad de la UEM. La lógica de la unión monetaria responde, por tanto, a la necesidad de superar la incompatibilidad de los tipos de cambio fijos, las políticas monetarias independientes y el libre flujo de capitales; una contradicción que ya había sido reconocida por los líderes europeos antes del Reporte Delors de 1989, con el Acta Única que creó el “cuarteto inconsistente” a partir de la inclusión al mercado único de mercancías, servicios y personas un cuarto elemento, la libre movilidad de capitales. (3)

Cuando la movilidad del capital es elevada, los límites sobre la independencia monetaria son de dos tipos: ningún país puede reducir las tasas de interés por debajo de las prevalecientes en otras partes sin arriesgarse a una salida de grandes flujos de capital, o bien, ningún país puede contemplar una modificación en el tipo de cambio sin correr el mismo riesgo. Esta doble limitación ejerció cada vez mayor presión sobre los países europeos en la década de los ochenta conforme los países del SME abolieron sus controles de capital. A finales de esa década, el ritmo de los flujos de capital tanto a escala global como de la UE se incrementó dramáticamente (4) y la autonomía monetaria, en los hechos, quedó acotada. Esto se evidenció plenamente en la crisis monetaria de 1992-1993, coyuntura en que la UE quedó a merced de los violentos flujos de capital. Por esta razón, en condiciones de libre movilidad de capitales, la unión monetaria plena representa la posibilidad de recuperar parcialmente la pérdida de la autonomía de política monetaria sin crear inestabilidad cambiaria dentro del mercado único europeo.

En conclusión, la virtud económica más importante representada por el euro es la consistencia financiera. Frente al argumento de que Alemania tenía todo lo que necesitaba con el SME y que el resto de países integrantes de la UEM se han atado de manos al perder su autonomía monetaria, la respuesta es que, en presencia de flujos de financieros, el SME ya no era viable y las opciones eran o el retorno a los tipos de cambio flotantes o una unión monetaria plena. La primera de estas opciones implicaba la balcanización monetaria dejando a la deriva la integración comercial y económica europea, además de preservar la vulnerabilidad de las relaciones monetarias intraeuropeas ante el impacto de los vaivenes del dólar en naciones cuyo grado de exposición al intercambio con el exterior es mucho mayor que el de EE.UU. (5) La segunda opción implica la pérdida de la política monetaria nacional, una herramienta que de cualquier forma se encontraba maniatada a las exigencias del tipo de cambio fijo y el temor a los flujos de capital; en su lugar, la integración financiera propiciada por la unión monetaria abre la posibilidad de mejores condiciones para el financiamiento de las empresas y gobiernos europeos, además de que coloca a la UE en condiciones de competir con EE.UU. por los flujos financieros del mundo.

(1) Mundell, Robert. “The Monetary Dynamics of International Adjustment under Fixed and Flexible Exchange Rates”, Quarterly Journal of Economics, no. 74, 1960, pp. 227-257.

(2) McNamara, K. R. _The Currency of Ideas..., op. cit., _pp. 6 y 63.

(3) Padoa-Schioppa, Tommaso, “The European Monetary System: A Long Term View”, en Giavazzi, F., S. Micossi y M. Miller (eds.) The European Monetary System. MIT Press, 1988, pp. 373-376. Según McNamara, tanto el “cuarteto” de Padoa-Schioppa como la “Santa Trinidad” de Mundell fueron recogidas por los círculos de Bruselas como una justificación para la UEM, particularmente después de la crisis de 1992-1993 (McNamara, K. R. _The Currency of Ideas..., op. cit., _p. 170).

(4) Los mercados de divisas crecieron exponencialmente en Europa y en todo el mundo. El intercambio global de divisas en 1995 alcanzó aproximadamente 130 billones de dólares, más del doble de la cifra de 620 mmdd de 1989.

(5) En una Europa sin euro las dos alternativas creíbles serían: 1) tipos de cambio flotantes y 2) estrecha cooperación monetaria basada en tipos de cambio fijos. Austria, Dinamarca, Holanda, Bélgica y la República Checa gravitarían en torno a Alemania, estableciendo tipos de cambio fijos con la moneda alemana de manera similar a lo ocurrido antes del euro. Este sería el caso también de países candidatos como Estonia, Letonia, Bulgaria y varios países balcánicos, adoptando acuerdos del tipo consejos monetarios. Los países grandes adoptarían tipos de cambio flotantes, probablemente con metas de inflación (programas de estabilización de precios). La UE quedaría dividida en un área monetaria germana compartiendo el espacio con las monedas de Italia, Francia, España y Gran Bretaña (Jonung, Lars. “EMU and the euro - the first 10 years. Challenges to the sustainability and price stability of the euro area - what does history tell us”, Economic Papers, European Commission, Directorate-General For Economic And Financial Affairs, no. 165, febrero, 2002, pp. 32-33 europa.eu.int ).