Globalización y imperialismo

VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)

En la tesis Crisis y Imperialismo, presentada y aprobada por nuestro último congreso (1983), a propósito de las posibles salidas que habría podido tener la crisis económica detonada en los primeros años de la década del 70, se lee:

La línea de tendencia es clara: no estamos ante una crisis coyuntural que pueda resolverse en un arco de tiempo más o menos largo, sino en presencia de una crisis económica permanente cuyo epílogo no podrá ser otro que un nuevo conflicto mundial.

Ahora, si asumimos la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods como el punto de inflexión que signa el fin de la fase ascendente del ciclo de acumulación capitalista puesto en marcha tras la culminación de la segunda guerra mundial, suman conjuntamente veintiséis años durante los cuales se arrastra la crisis sin que el tercer conflicto mundial haya explotado.: VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)

En la tesis Crisis y Imperialismo, presentada y aprobada por nuestro último congreso (1983), a propósito de las posibles salidas que habría podido tener la crisis económica detonada en los primeros años de la década del 70, se lee:

La línea de tendencia es clara: no estamos ante una crisis coyuntural que pueda resolverse en un arco de tiempo más o menos largo, sino en presencia de una crisis económica permanente cuyo epílogo no podrá ser otro que un nuevo conflicto mundial.

Ahora, si asumimos la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods como el punto de inflexión que signa el fin de la fase ascendente del ciclo de acumulación capitalista puesto en marcha tras la culminación de la segunda guerra mundial, suman conjuntamente veintiséis años durante los cuales se arrastra la crisis sin que el tercer conflicto mundial haya explotado. Es evidente que habiendo dado a la crisis, en cuanto crisis de ciclo, una dimensión de fase y no una temporalidad definida, la previsión continuará siendo válida a lo largo de toda la duración de la crisis; pero esto no excluye que pueda verificarse también un cierto apartamiento entre la previsión original y los eventos esperados ni debe constituir una coartada para vendarse los ojos y esperar que la misma se confirme casi como si fuese una profecía. Sería una renuncia al materialismo dialéctico para arribar a la más banal dialéctica formal: un método que no nos pertenece y que dejamos gustosamente a la densa formación de mecanicistas que por desgracia se agolpa también en el área de la izquierda comunista.

La destrucción de los capitales en exceso, considerando que la crisis tiene origen en su sobreacumulación, subsiste con toda evidencia como la única solución burguesa de la crisis, la única que puede permitir el tránsito de un ciclo de acumulación a otro; sobre esto no nos quedan dudas visto que la entera teoría marxista de las crisis, como hemos tenido otras ocasiones de demostrarlo, ha encontrado precisamente en los acaecimientos de estos últimos años amplia confirmación. No hay, por tanto, nada que inventar o descubrir; pero es necesario detenerse a reflexionar alrededor de todos aquellos procesos que han permitido hasta aquí un decurso de la crisis imprevisto en muchos aspectos. En algunos aspectos, se trata de fenómenos ya descritos por la crítica marxista del capitalismo, pero que jamás se habían manifestado de manera tan pura ni alcanzado la centralidad que hoy tienen.

Omitiremos en este lugar el análisis de la implosión del ex-imperio soviético, pese a que constituye una de las causas esenciales de que no se haya registrado la explosión del tercer conflicto mundial, por cuanto ha sido, para nuestro partido, en el curso de estos últimos años, una experiencia ya ampliamente sometida al examen de la crítica marxista. Aquí nos detendremos, en cambio, en los fenómenos emergidos con fuerza en los últimos años (y más estrictamente inherentes a la gestión económica y financiera de la crisis) en cuanto anuncian mutaciones relevantes en el conjunto de las relaciones entre el capital y el trabajo, así como interesantes perspectivas para la continuación de la lucha de clases.

Como es sabido, Marx al examinar las leyes de la caída tendencial de la tasa media de ganancia había ya comprendido y puesto en evidencia el fuerte impulso que tal tendencia imprime a la internacionalización del capital; pero sólo la moderna revolución tecnológica ha permitido a esta tendencia desarrollarse del modo más cumplido dando un fuerte impulso al proceso de globalización de la economía que la propaganda de la burguesía presenta como la futura panacea para todos los males del mundo, el nuevo El dorado por el cual no hay sacrificios que no valgan la pena ser realizados.

La globalización industrial

La introducción de la microelectrónica en los procesos productivos, a diferencia de cuanto ha acontecido en el pasado con otras tecnologías, no ha determinado el nacimiento de nuevos sectores productivos, sino la destrucción tanto absoluta como relativa de un gran número de puestos de trabajo. Por primera vez en la historia del capitalismo moderno, a un nuevo estadio tecnológico no ha correspondido, si bien después de una crisis más o menos larga, una ampliación de la base productiva que permitiese, junto al crecimiento de la productividad del trabajo, un crecimiento cuantitativo de la fuerza de trabajo empleada en los procesos productivos. Las tecnologías basadas en la microelectrónica son resultado, en efecto, de tecnologías esencialmente sustitutivas de mano de obra y, contrariamente a lo esperado, no han dado vida a nuevos sectores productivos. No pudiendo aumentar, por esta razón, la masa del plusvalor mediante el incremento del número de los trabajadores ocupados, el mecanismo de compensación de la tasa media de ganancia ha resultado de algún modo paticojo y ha debido hacer leva sobre el incremento del plusvalor absoluto y relativo producido por una cantidad de fuerza de trabajo en permanente contracción. De ello ha seguido una carrera alocada por el aumento del plusvalor absoluto mediante el alargamiento de la jornada laboral y del relativo mediante el incremento del grado de explotación de la fuerza de trabajo sin precedentes en este siglo. La resultante es un empuje permanente hacia la desvalorización del valor de la fuerza de trabajo, hacia una profunda modificación del mercado de trabajo y a una nueva división del trabajo a escala planetaria.

La revolución de los medios de telecomunicación y la simplificación del trabajo, consiguiente a la automatización cada vez más avanzada, han hecho posible la transferencia de importantes segmentos productivos hacia áreas con un costo del trabajo extremadamente bajo y la utilización de una mano de obra cada ve menos cualificada y menos costosa incluso en los procesos productivos más complejos. De ello ha resultado, además de la desvalorización de la fuerza de trabajo, la generalización de una estructura salarial extremadamente flexible que permite a las empresas modular el empleo de la mano de obra y su remuneración según la marcha alterna del mercado.

La misma contratación colectiva, fuertemente deseada al día siguiente de la segunda guerra mundial por la burguesía internacional (con la estadounidense a la cabeza) para garantizar estabilidad y continuidad a la programación monopolista, ahora ha sido superada y, en su lugar, está tomando pie una suerte de contratación individual que se propone remover todo vínculo que impida al precio de la fuerza de trabajo ascender en relación a una demanda en gran medida inferior a la oferta. El fenómeno es tan fuerte que ahora concierne también al salario indirecto, el cual es objeto de un ataque que apunta al desmantelamiento de instituciones tales como la aseguración social de la vejez (pensiones) ahora comúnmente considerados derechos adquiridos para siempre.

Pero si, por un lado, el proceso de devaluación permanente del valor de la fuerza de trabajo ha suplido egregiamente la faltante compensación de la disminución de la tasa media de ganancia mediante el crecimiento numérico de los obreros empleados en la producción, por otro, ha acentuado la contradicción misma puesto que ha favorecido cada vez más precisamente a las inversiones sustitutivas de mano de obra. La reestructuración y la reorganización capitalista han asumido, por consiguiente, una dimensión todavía más amplia. La reducción relativa y absoluta de la mano de obra ha determinado una merma de la demanda mundial en muchos sectores estratégicos y ha planteado un enorme problema de mercado a todos los más grandes productores. Deviniendo cada vez más estrechos los singulares mercados nacionales, ha asumido una importancia creciente el mercado internacional, dentro de cual se ha desencadenado una alocada lucha por el acaparamiento que todavía no da señal de aplacarse. El incremento alocado de la competitividad es, por tanto, el imperativo que orienta las elecciones estratégicas de todos los mayores países industrializados. Pero más competitividad significa siempre más automatización; más automatización, ulterior crecimiento del capital constante y reducción absoluta y relativa del variable, por lo cual la contradicción que alimenta la caída de la tasa media de ganancia tiende a reproponerse sobre una escala ampliada y los impulsos a la mundialización se hacen más potentes. Pero, igualmente, más grande resulta ser la masa de capital que no encuentra suficiente remuneración en los normales procesos productivos y se dirige hacia la especulación financiera.

Globalización financiera

Mil trescientos millones de dólares circulan cada día a la velocidad de la luz de un lugar a otro del mundo en la búsqueda de beneficio. Para tener una idea de la magnitud de esta masa de capital basta pensar que los bancos centrales de los países de la OCSE mueven conjuntamente no menos de 350 millones. En la clasificación de las diez principales empresas del mundo, en los primeros cinco puestos figuran ahora establemente sólo empresas financieras y, de modo especial, los grandes Fondos de pensión estadounidenses y japoneses. Hace solamente diez años, en cambio, el puesto era sólidamente ocupado por grandes empresas industriales.

Desde el abandono de los acuerdos de Bretton Woods, la dilatación del mercado financiero ha sido incesante y ahora hay incluso más innovación en los productos financieros que en los industriales. De modo particular, el mercado de valores, con la creación del mercado de las opciones sobre las monedas nacido en 1982 en los USA gracias a una expresa ley (la ley sobre las transiciones de los contratos a término, Il Future Trading Act), ha sufrido un trastorno total. Con la creación de estos nuevos productos, los grandes grupos financieros, de hecho, están en situación de intervenir en la determinación de las dimensiones de la masa monetaria, de ejercer sobre ella el control que en un tiempo había sido atribución exclusiva de los Estados y de las relativas bancas centrales. Gracias al control que ellos pueden ejercer sobre la masa monetaria, todo el proceso de formación de los precios en el plano internacional está en sus manos, o sea, en las manos de un restringido número de sociedades mobiliarias, bancos y fondos de pensiones. Por fuerza de esto, la llamada economía real está supeditada a la renta financiera y es continuamente objeto de presión para incrementar la cuota de plusvalor con destino a la especulación.

La especulación financiera, que durante toda la década de los ochenta había tenido por objeto sobre todo las oscilaciones de los precios de las mercancías, ahora es ejercida sobre los vaivenes de las monedas. La merma de la tasa de inflación registrada en los últimos años en los mayores países industrializados, contrariamente a lo que afirman los gobiernos reivindicando este mérito, es, por ejemplo, el resultado de orientar la especulación desde las bolsas de mercancías a las de las monedas.

Las monedas son símbolos y pueden ser dirigidas con extrema velocidad de una parte a otra del mundo, determinando el derrumbe o el escalamiento hacia arriba de las cotizaciones de una moneda antes que de otra en el giro de pocos segundos; en consecuencia, es más fácil, para quien controla masas consistentes de capital financiero, intervenir sobre las cotizaciones de los cambios y lucrarse con tangibles ganancias extras. Pero en cualquier caso se trata siempre sólo de dirigir plusvalor de un capital a otro y no de la producción de un plusvalor añadido (nuevo), por lo cual la brecha entre los valores monetarios y los reales de las mercancías producidas permanece y la inflación, que esta brecha expresa, antes que menguar se traslada desde los precios de las mercancías a los de las monedas y, específicamente, desde las monedas fuertes a las más débiles. De hecho, con este movimiento las monedas más fuertes, o bien, los capitales más grandes, se apropian de cuotas de plusvalor sin combatir y sin ensuciarse las manos en la producción de mercancías. En general, todo el proceso de distribución de la riqueza es dictado por este movimiento, de modo que cuotas siempre más grandes de plusvalor son fagocitadas por el rédito financiero y el proletariado internacional es llamado con frecuencia cotidiana a apretarse los cinturones para salvar a la economía nacional de los ataques de la especulación y tranquilizar a los llamados Mercados, cuyas valoraciones son ahora como las del papa: infalibles e inapelables. En realidad, la apropiación parasitaria se ha convertido en la forma predominante de apropiación del plusvalor y el dominio del rentista, descrito por Lenin, nunca ha sido tan completo y articulado como en nuestros días.

El pensamiento único dominante

Los economistas, los intelectuales y los políticos burgueses, salvo raras excepciones, prospectan con la globalización la definitiva afirmación en el mercado mundial de la libre concurrencia. Se sostiene, con ensordecedora insistencia, que pudiéndose realizar con la globalización un mercado único sobre la escala planetaria, la libre concurrencia no tendrá de ninguna suerte más límites de capital y será, finalmente, perfecta como en los manuales escolares, de acuerdo con los cuales, completado el proceso, el equilibrio económico será determinado naturalmente por el libre juego de la demanda y de la oferta. Y puesto que la lucha por alcanzar tal equilibrio excluye a las empresas menos competitivas, la globalización de la economía será también el triunfo de la racionalidad y de la eficiencia, de la democracia y del bienestar.

Con ella se tendrá la mejor utilización de los recursos y la mejor distribución de la renta, incluyendo obviamente también los salarios. Domina, incontrastado, el pensamiento del laissez-faire y se invoca continuamente la liberalización de este o aquel sector, la privatización de esta o aquella empresa, la abolición de todo obstáculo que pueda limitar el movimiento de los capitales, de toda protección social (Welfare Reform-Reforma del Bienestar) y de toda regla que limite la explotación de la fuerza de trabajo. El editorialista de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, ha definido esto como el pensamiento único dominante, y no se ha equivocado; a este pensamiento, en efecto, es imposible oponer cualquier objeción; no es necesario ser marxistas para ser proscritos o desterrados y ser tratados como viejos arneses de un pasado ahora sepultado: basta hacer referencia a Keynes y la furia neoliberal se desencadena. Pero sólo en apariencia el neoliberalismo es la ideología del laissez-faire: el mundo ha cambiado demasiado para que halla alguien que en serio pueda equiparar a Manchester con Silicon Valley (Valle del Silicon, concentración de la industria microelectrónica y del software en California, USA) y a un telar a vapor con uno a control numérico.

La ideología hoy dominante es, en realidad, la ideología del capitalismo monopolista llegado a su estadio más elevado.

La liberalización de los mercados, así como la abolición de toda regla y la remoción de todo obstáculo al movimiento de los capitales, ha llegado a ser vital para la sobrevivencia del sistema porque sin ella no serían posibles los gigantescos procesos de concentración y centralización de los capitales que la globalización implica. Para estar en el mercado global son necesarias dimensiones al menos continentales; de otra manera no se es competitivo. No se está, por ejemplo, en el mercado de las Telecomunicaciones, donde operan los grandes colosos estadounidenses con dimensiones transcontinentales, con las dimensiones de una Stet o de una Telecom; es necesario que se pongan conjuntamente al menos tres del tamaño de Stet y de Telecom. Y he aquí, por tanto, la necesidad de su privatización para favorecer la formación de una corporación con otras empresas, de manera que nazca un grupo de dimensiones al menos continentales. Y lo mismo vale para los bancos, para las industrias y para los Estados.

El Estado en Dos Dimensiones

Junto a la liberalización del mercado, el pensamiento dominante reclama con una insistencia semejante el aligeramiento del Estado nacional. Se habla del Lean-State (del Estado-Magro, escaso) y se describe un Estado discreto, con poco poder y pocas funciones: guardián de la libre-concurrencia y garante de que todos tengan asegurada la igualdad de oportunidades. Pero también aquí la ideología dominante, como en los procesos de concentración de las empresas, reclama la desarticulación del estado nacional no porque, como imaginan algunos teóricos del localismo, se desee un mundo de estados libres en libre mercado, sino porque, dados los niveles de concentración y centralización de los capitales, el estado nacional no está más en grado de solventar coherentemente algunos de sus papeles fundamentales. A fin de que los grandes grupos monopolísticos puedan ser competitivos en el mercado mundial deben poder participar en la repartición del rendimiento financiero, en virtud de lo cual el Estado de referencia debe ser capaz de asegurar una gestión eficiente y diestra de las grandes variables macro-económicas y, en particular, de la masa monetaria. Un Estado con una masa monetaria de pequeñas dimensiones no está en situación de afrontar las hondas de choque de la especulación internacional, a las cuales se expone su entera economía. En 1987, el financista estadounidense Andy Krieger, sirviéndose de las opciones sobre las monedas, vendió al descubierto la entera masa monetaria de la Nueva Zelanda, realizando a expensas del Banco Central espléndidas ganancias. Ahora, si se tiene en cuenta que Krieger podía mover sólo 700 millones de dólares sobre los mil trescientos millones de dólares que cotidianamente se mueven en los mercados financieros internacionales, es fácil darse cuenta que en una economía globalizada, dominada por el gran capital financiero, no es el Estado en cuanto tal el que no tiene ya razón de existir, sino el Estado de pequeñas dimensiones que no puede sobrevivir. El proceso de desarticulación de los Estados nacionales, al cual estamos asistiendo, no preludia, por lo tanto, un debilitamiento del Estado, sino su diferente articulación en razón de la constitución de áreas monetarias de dimensiones al menos continentales.

El Estado que se delinea es un Estado ligero y descentralizado a nivel nacional; pero potente y fuertemente centralizado a nivel continental: es el Estado de los grandes grupos monopolistas transnacionales.

Los nuevos equilibrios imperialistas

Al día siguiente del derrumbe del muro de Berlín y luego del de todo el ex-imperio soviético, la propaganda burguesa en sus cantos de victoria anunciaba el alba de una nueva era. No habrían más guerras puesto que la última guerra había sido ganada; ni más miseria porque, liberado el mundo del mal del comunismo, la flor del bienestar se habría abierto en todos los lugares; ni más dictaduras porque el capitalismo es sinónimo de libertad. Alguno en los Estados Unidos (el señor Francis Fukuyama) habló directamente del fin de la historia.

Como era fácil prever, estas expectativas han sido todas defraudadas: persisten las guerras, la miseria y la libertad nunca como ahora pertenece exclusivamente a la burguesía y lo que más cuenta es que no han cesado los conflictos interimperialistas.

Pero incluso ante un desmentido tan clamoroso, la propaganda de la burguesía es impenitente. Hoy, sus cantores sostienen que será la Globalización económica la sepultura de la guerra y, siempre desde los USA, hay alguno que afirma que si aun habrá guerras en el próximo futuro, éstas no podrán más que ser guerras entre civilizaciones y culturas distintas; pero nunca confrontaciones de intereses materiales. Según este punto de vista - que es también el dominante - la transformación en acto que ve a los grandes monopolistas asumir una configuración transnacional, una vez que sea desplegada en toda su plenitud, hará imposible identificar una gran multinacional sobre la base de la nacionalidad. Los negocios se expandirán en todos los lugares, de una dirección a otra, constituyendo una única gran red en la cual toda conexión es presupuesto de otra y, por tanto, será interés de todos evitar que se produzcan rupturas.

La imagen, además fascinante, contrasta netamente con la realidad. La realidad, como hemos visto, dice, en cambio, que el éxito de un grupo monopolista presupone al menos los siguientes requisitos:

  1. la dimensión, que debe ser al menos continental;
  2. la capacidad de implantar en diferentes partes del mundo sus actividades de modo óptimo respecto a la relación productividad/costo del trabajo;
  3. la capacidad de compensar las bajas tasas de ganancia con la realización de congruos beneficios extras;
  4. un área seguramente hegemonizada capaz de absorber una cuota cierta de la producción.

Ahora, si se reflexiona atentamente en esto se repara que cada uno de estos requisitos implica una sólida base de referencia. De manera particular, la realización de ganancias extras impone la referencia a una moneda capaz de luchar en el mercado internacional por la repartición de la rentabilidad financiera, tanto más por el hecho de que la indefectible caída de la tasa media de ganancia, como hemos visto, continuará haciendo crecer la dimensión y el número de los capitales que no encontrarán remuneración adecuada en la inversión directamente productiva. El choque por la apropiación parasitaria de plusvalor se hará, por tanto, siempre más duro y la aldea global será cada vez más pequeña por el número creciente de vampiros que la habitan. Y ya hoy, a pesar de que en la escena queda tan sólo una superpotencia, la lucha por la conquista de posiciones hegemónicas siembra muerte y terror en todas las esquinas del mundo. Desde el Cáucaso a Afganistán; desde los Urales a los Balcanes; en Medio Oriente, por todo el continente africano, en la América Latina no hay una sola franja de tierra que no sea martirizada por la guerra generada por los conflictos de intereses entre las diversas facciones imperialistas. Cierto, estamos lejos de la constitución de bloques imperialistas equivalentes al estadounidense o, para ser más exactos, de un super poder que ocupe el lugar de jefe que ostenta hoy el área monetaria del dólar. ¿Pero qué mira tiene la construcción de la moneda única europea? ¿Y las grandes inversiones alemanas en Rusia? ¿Y la expansión japonesa en el sudeste asiático? Europa y, de manera particular, Alemania por una parte y el Japón por la otra, están frente a una disyuntiva: o agregan fuerzas capaces de contrastar el bloque del dólar, que ahora comprende prácticamente al entero continente americano, o están condenados a sufrir la supremacía americana que, en última instancia, quiere decir ceder al área del dólar cuotas crecientes de plusvalor, corriendo el riesgo de asistir antes a la declinación y luego al propio colapso económico y financiero.

En este camino, Alemania está a mitad de la obra: prácticamente ha extendido la influencia del marco sobre toda la Europa del este y, si bien en condominio con los USA, en buena parte de los Balcanes. Están, de hecho, en el área del marco también Holanda, Bélgica, Dinamarca, Austria y Suecia. Ha crecido su influencia sobre el Irán y en algunas zonas de África, pero todo esto no basta. Tiene en contra un mercado, un ejército y un Estado que por sí solo es ya todo esto desde hace un siglo. Para emparejar las fuerza necesitaría que la totalidad de la comunidad europea se constituyese en una única área continental con una única moneda de referencia y, quizá también entonces, las cuentas no le saldrían. Los destinos del mundo dependen también de los desarrollos de la crisis rusa: si lo que salga de ella estará en situación de jugar un rol propio o será una cosa de tal modo redimensionada que no podrá hacer más que aliarse con alguno más fuerte que ella; de lo que haga el Japón en Asia y de lo que haga la China. Solamente las estadísticas tan generales cuanto falsas del Fondo Monetario Internacional pueden, en efecto, hacer pasar lo que sucede en China como un gigantesco proceso de desarrollo económico en contradicción con las tendencias de la economía mundial. En realidad, la China es, en ciertos aspectos, el equivalente de Rusia en Asia: una maraña enorme de contradicciones prontas a explotar al primer movimiento de frondas.

Es difícil anticipar si el complicado puzzle (embrollo) conseguirá componerse; pero los estímulos que provienen del mundo de la economía presionan por la constitución de al menos otras dos grandes áreas monetarias, además de la del dólar y, en torno a ellas, de al menos otros tantos estados-continentales o sistemas de alianzas también transcontinentales en lucha entre sí por el control de los mecanismos de extorsión de la renta financiera. Quien continúe siendo pequeño o no crezca suficientemente está destinado a quedar aplastado.

Sólo abstrayéndose de estas presiones, es decir, abstrayéndose de las contradicciones inmanentes al proceso de acumulación capitalista, y de manera totalmente hipotética, se puede imaginar un mundo sin conflictos. La misma tendencia a la constitución de nuevas áreas monetarias lleva consigo fortísimos impulsos a la separación de las áreas económicas más fuertes de aquellas más débiles. Ellas cortan transversalmente a los mismos Estados nacionales y, en algunos casos, alimentan tensiones que pueden conducir incluso a su ruptura (véase el caso de la ex-Yugoslavia) y/o a guerras interimperialistas tan lacerantes y devastadoras como para hacer vanas e irrelevantes las mismas presiones a la integración continental.

Del examen llevado a cabo hasta aquí nos parece que emerge con suficiente claridad que la previsión de la guerra como única solución burguesa de la crisis, al ser sometida a la prueba de los hechos, no puede considerarse ni equivocada ni superada. Los procesos de reestructuración capitalista todavía en curso si, de un lado, han hecho posible el gigantesco proceso de desvalorización del valor de la fuerza de trabajo, con el cual ha sido atenuada la disminución de la tasa de ganancia y alimentada la renta financiera; del otro, sin remover las contradicciones que la originan, han dado a la crisis una dimensión unitaria sobre la escala planetaria y un espesor que hacen cada vez más problemática su gestión haciendo acopio sólo de los instrumentos de la economía y de las finanzas, por lo cual el recurso de la violencia destructora se hará cada vez más frecuente e insustituible.

La perspectiva de la guerra no cesa, por tanto, ni siquiera en ausencia de bloques equivalentes en lucha entre sí. Se tratará del tipo de guerras denominado de baja intensidad, de conflictos locales, de religión o tribales, pero siempre de guerras interimperialistas. Una suerte de guerra permanente, un inmenso hueco negro en el cual, destruyéndose, caen en número creciente hombres, cosas y pedazos de civilización hasta la total barbarie.

Conclusiones

Un proletariado enjaulado por el sindicato en la lógica de las compatibilidades, deshecho por la corrupción stalinista y permeado por la presencia en su seno de una consistente aristocracia obrera, por los modelos de vida de la pequeña burguesía, ha resultado incapaz de oponer a la reestructuración capitalista la más mínima oposición.

Pero los signos de una profunda modificación de las relaciones entre las clases se hacen cada día más nítidos.

Si en la fase de expansión de este ciclo de acumulación las elevadas tasas de ganancia han favorecido en las metrópolis capitalistas la formación de la aristocracia obrera y la ampliación de las clases medias, tanto que, al menos en los países metropolitanos, los modelos de vida de la pequeña burguesía han sido tomados como propios también por la gran mayoría del proletariado, asegurando estabilidad y equilibrio al sistema; ahora las mismas razones que impulsan a la desvalorización permanente del valor de la fuerza de trabajo y al crecimiento de la apropiación parasitaria, imponen una constante reducción de las cuotas de plusvalor antes destinadas a las actividades desarrolladas por la pequeña burguesía y la aristocracia obrera. La informatización, además, ha abarcado también el trabajo de oficina y profesional y ha hecho superfluas numerosas actividades ligadas a la distribución. En la actividad comercial son directamente la pequeña y la mediana empresa en cuanto tales las que han resultado obsoletas, de modo que, en el proceso de descomposición y recomposición de las clases, es ahora prevaleciente, a escala planetaria, la tendencia a la proletarización de la sociedad. Son tan fuertes estos impulsos que, en la vana tentativa de frenarlos, vemos, siempre con mayor frecuencia, vastos sectores de la pequeña burguesía adherir también a los reclamos más radicales provenientes de la conservación social (regionalismo, secesionismo, leghismo, etc.) tanto que, sobre todo si la crisis económica debiese precipitarse, no se puede excluir su utilización en clave abiertamente reaccionaria. Pero los procesos de proletarización junto a los de unificación de las formas de explotación representan también las condiciones objetivas más favorables para que una gran fuerza comunista internacionalista pueda ver la luz y postularse como seguro punto de referencia clasista, favoreciendo al menos para una parte de las nuevas masas el arribo al polo proletario. El problema que está delante de nosotros es definir cómo y cuál contribución puede dar una flaca vanguardia como la nuestra a fin de que el proceso de reconstrucción del partido revolucionario internacional salga de las arenas movedizas en las cuales está empantanado. Bajo el peso de la acrecentada explotación el proletariado antes o después se movilizará.

Milán, 25-27 abril 1997

Tesis del VI Congreso del PCInt

VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)

Milán, 25-27 abril 1997: VI Congreso del Partito Comunista Internazionalista (Battaglia Comunista)
Milán, 25-27 abril 1997