Respuesta a Luis Bilbao y a la revista “Critica de nuestro tiempo”

No hay dudas, en cambio, sobre la necesidad de afrontar ya mismo y con la mayor energía de que seamos capaces el imperativo de dar cuerpo y existencia - una existencia visible y palpable para millones- a una organización política a la altura de nuestro tiempo y sus perentorias demandas.

Luis Bilbao

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Consideramos - y, aunque esto ya ha sido dicho, lo repetimos - que la historia de la lucha de clases, las antiguas y recientes derrotas del proletariado internacional han mostrado suficientemente errores y debilidades, pero también conquistas políticas y puntos firmes e inamovibles. Dos guerras mundiales, tres internacionales comunistas y setenta años de contrarrevolución stalinista han proporcionado material suficiente para que en el campo teórico, táctico y estratégico no haya nada para inventar, componer o mediar. Para quien, con sumo asombro, descubre sólo hoy el agua caliente, que sea bienvenido. Para quien ya ha descubierto el agua caliente y se cree en el deber de aumentarla con más frescas fuentes, que lo haga, pero a la debida distancia.

Fabio Damen - Battaglia comunista

Mientras leíamos la "Carta Abierta" hecha circular por la revista Crítica de Nuestro Tiempo no pudimos evitar recordar una y otra vez las palabras de Marx que nos advertían cómo "en todas las revoluciones, al lado de sus verdaderos representantes, figuran hombres de otra naturaleza". En vosotros vimos a los supervivientes y devotos de revoluciones pasadas de los que habla el viejo Karl, aquellos hombres que "sin una visión del movimiento actual", son "dueños todavía de su influencia" sobre el proletariado. Aunque a vuestro favor juegan los prejuicios, dogmas y creencias todavía reinantes entre la izquierda latinoamericana, así como la alta dosis de autoridad eminentemente jerárquica de que suelen gozar los jefes de unas organizaciones que históricamente han sumido a sus bases en una postración supina, no consideramos completamente inútil responder a vuestra propuesta con la confianza de que ello contribuirá en algo a despertar la crítica y la facultad de juicio de los miles de militantes del proletariado argentino y latinoamericano que por décadas han corrido esperanzados detrás de las ofertas que inescrupulosamente les ha hecho el oportunismo con el único propósito de fortalecer proyectos que militaban en contra de la clase trabajadora y del socialismo. Ha llegado, pues, la hora de que el proletariado os quite de en medio, de que se denuncie y combata a aquellos que:

en la medida que su poder se lo ha permitido, han entorpecido la verdadera acción de la clase obrera, lo mismo que otros de su misma especie entorpecieron el desarrollo de todas las revoluciones anteriores.

A los miles de hombres y mujeres desviados del camino revolucionario por largos años de predominio stalinista y reformista, a aquellos que, enmudecidos por una falaz disciplina partidaria destinada a crear una subordinación automática o sobrecogidos de estupor, por tanto tiempo han debido pasar el amargo trago de la frustración y de la traición, nos dirigimos como militantes de una tendencia que no sólo durante la última década, sino por más de 70 años de actividad política y teórica incesante ha llevado adelante una ardua tarea de propaganda en defensa de la continuidad del pensamiento y de la praxis revolucionaria marxista en Europa y otros lugares del mundo, hoy también, por fortuna, en Latinoamérica. Para nuestra tendencia la necesidad de recuperar y afirmar el contenido del programa comunista y de la lucha revolucionaria anticapitalista no ha surgido por efecto de los desastres de la última década; desde hace más de 70 años, en perfecta continuidad con la izquierda revolucionaria de Zimmerwald y Kienthal, siguiendo el hilo rojo que desde Rosa Luxemburg y Lenin conduce a la Izquierda Comunista y a la lucha contra la victoria de la contrarevolución en el seno de la Tercera Internacional y la URSS, nuestra tendencia ha constituido un punto de referencia constante para aquellos militantes obreros que no renunciaron jamás al programa comunista y su afirmación en la praxis revolucionaria. Sosteniendo un duro combate contra poderosos enemigos en todos los frentes, a través de diferentes formas organizativas y muy difíciles condiciones de acción, la labor de la tendencia se remonta primero a la denuncia del proceso degenerativo de la Tercera Internacional sometida a la dirección del PC ruso y luego a la demarcación de posiciones y a la lucha contra el régimen instaurado en Rusia bajo Stalin, caracterizado por nosotros como capitalismo de Estado. A lo largo del camino recorrido nos hemos opuesto no sólo a una simple noción desdibujada, impuesta por el triunfo de la contrarevolución stalinista, sino a las formas políticas e ideológicas concretas que ha revestido esta contrarevolución en todas partes y a las estructuras económico-sociales en que se apoya. Convenimos con los firmantes de la carta abierta difundida por Critica de Nuestro Tiempo en que la crisis que viene acentuándose desde comienzos de la década de los setenta no es la crisis del socialismo, sino la crisis del capitalismo, incluyendo el capitalismo de Estado existente por entonces en la Unión Soviética. El hundimiento de la URSS y su bloque imperialista es un capítulo más de la crisis en desarrollo del capitalismo mundial. Así, pues, admitimos con vosotros - a los que por el hecho puramente fortuito de tomar la vocería del oportunismo pseudo-socialista latinoamericano nos seguiremos dirigiendo en primera persona - que "la crisis de nuestro tiempo es la crisis del sistema capitalista", pero también de los regímenes que so pretexto del socialismo construyeron una cárcel para encerrar al proletariado y someterlo a las más oprobiosas formas de dominio y explotación.

Quizá esa es la razón por la cual nuestra tendencia no se ha abocado al estado de perplejidad, confusión y desmoralización que parece reinar en las filas de la izquierda latinoamericana, las cuales fueron alimentadas por muchas décadas con una mitología que sustentaba un régimen totalitario anti-proletario y los movimientos burgueses y pequeñoburgueses de liberación nacional en vez del socialismo y la emancipación proletaria. Mencionáis los presuntos "progresos" que la adversidad y la debacle han introducido en vuestro pensamiento y acción, admitís el atolladero en que se encuentra la izquierda latinoamericana, su incapacidad para dar respuestas certeras y válidas a los problemas que le plantea el haber perdido todos sus antiguos puntos de referencia teóricos, culturales y políticos; no obstante, al rehusar un análisis de los fenómenos y sucesos que todos tenemos a la vista a luz de la teoría de Marx y del programa comunista, evitáis extraer las debidas consecuencias del cuadro que vosotros mismos bosquejáis.

Aun si considerarais que ese programa no existe o está todavía por formularse, cabría preguntaros: si en verdad sois comunistas, como tantas veces lo habéis reiterado en vuestra carta, ¿sobre qué bases delimitáis políticamente los puntos de referencia y de orientación de las masas si éstos no son expresión nítida del programa por el comunismo? Ahora bien, os reclamáis del comunismo; sin embargo, no hay comunismo sin movimiento comunista y sin programa comunista. Este programa corresponde a una clase de dimensión histórico-universal - el proletariado - y, tanto en sus premisas como en sus consecuencias, se encuentra íntimamente unido al movimiento real que tiende a la abolición del estado de cosas actual: expresa, pues, tanto las condiciones materiales de este movimiento como sus objetivos y metas. Puede, a la sazón, afirmarse que el programa comunista es la consciencia de un movimiento histórico realmente operante que hunde sus raíces en la estructura social clasista y las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista, no una vulgar lucubración teorética de cualquier visionario intelectual o de creadores de nuevas fantasías sociales. La forma científica más acabada de este programa es el marxismo, el cual encuentra en la sociedad misma las condiciones materiales de su transformación y en la clase obrera la fuerza organizada y la consciencia del movimiento. El programa abarca la teoría y los principios de tal movimiento, los cuales constituyen en su conjunto, como decía Engels:

la expresión teórica del proletariado en su lucha contra la burguesía y el compendio teórico de sus condiciones de liberación.

¿Cómo puede, pues, representar el comunismo una organización que no juzga y evalúa los acontecimientos históricos desde su perspectiva? ¿Cómo puede convertirse en jefe de un movimiento histórico real un partido que no extrae su propia fuerza y razón de ser de aquella teoría y aquellos principios que precisamente le dan una dimensión autoconsciente al movimiento del proletariado?

Pero si el programa es el más alto nivel de la consciencia del proletariado, el partido que lo defiende es su voluntad concreta, medible en términos de fuerza y acción reales. ¿Puede, a la sazón, hacer vivir en la clase el programa por el comunismo una organización que parte de negar un análisis científico de los regímenes stalinistas o exterioriza su apoyo a uno de sus remanentes más degenerados, el castrismo, y a la que si bien le está dado excusarse por carecer de este análisis no utiliza el programa y el amplio acervo de la teoría marxiana como el contexto teórico y el "canon" para emprenderlo? Mientras la organización que se pretende nucleadora del partido de clase no esté en situación de ser "concretamente un centro de análisis, de crítica, de indicaciones comprensibles y cumplidas" no puede "convertirse en un operante polo de agregación contra la persistente fragmentación, el aislamiento y la dispersión". Quizá sólo os preocupa poneros a salvo, pero si, en realidad, pretendéis estar al altura de los acontecimientos, o, dicho de otro modo, si aspiráis a ser eventualmente una organización política de vanguardia, debéis empezar por tener una teoría de vanguardia que enfrente el examen y la interpretación de los fenómenos en cuestión desde la perspectiva de su transformación. Aunque no estamos, ciertamente, ante "hechos" estáticos y definitivos, sino ante elementos de un proceso en continua mutación, cuya dinámica tiene su génesis en las relaciones fluidas entre la revolución y la contrarevolución, entre las fuerzas del proletariado y las de la burguesía, no es eludiendo emitir un juicio objetivo y orgánico sobre los temas centrales de nuestro tiempo y de nuestro inmediato pasado como vamos a aportar a la clarificación de la conciencia de clase, a la cual, dadas las circunstancias objetivas de catastrófica crisis capitalista, le cabe desempeñar la misión de principal factor dinamizador en el actual periodo de la historia.

Todo cuanto se afirme o se niegue en el contexto totalizante del proceso social tiene una repercusión practica real sobre la conducta de las clases en pugna y sobre las posibilidades de cada una de ellas de intervenir exitosamente sobre la marcha general de la sociedad y, por lo tanto, juega un papel definitivo en la decisión del rumbo ulterior del conjunto del proceso histórico mismo. Unida a este proceso como consciencia de la praxis de cada uno de los grupos sociales y de sus relaciones mutuas, la esfera de las ideas, en cuanto fuente de indicaciones y directrices prácticas para la acción, adquiere una función política tangible en el devenir de la sociedad. Al interior de los vínculos complejos entre estructura-sobrestructura y su acción recíproca, dicha función aparece mediatizada durante los periodos de normalidad o evolución pacífica de la sociedad capitalista, en los cuales la división del trabajo le confiere al conocimiento una apariencia de sustantividad y neutralidad, pero se torna particularmente patente y aguda en los períodos de crisis - en el curso de los cuales se pasa a una fase de abierta confrontación entre las clases - en vista de la repercusión directa del conocimiento y de la propia visión del mundo tanto sobre el comportamiento real de los hombres como sobre sus relaciones; sin términos medios de conciliación que sirvan para "remediar" transitoriamente o diferir los conflictos de clase, pierden también su efectividad los velos de la mediatización ideológica: todo cuanto se afirme o niegue, se establezca o rechace en este terreno, es un factor que se mezcla inmediatamente a las fuerzas reales de conservación o transformación de las cosas, de las instituciones o de las relaciones sociales. Del mismo modo, la aptitud interpretativa y de previsión del pensamiento de los hombres en esta etapa, dado el sentido político que adquiere el ámbito del conocimiento social, guarda una conexión estrecha con la perspectiva desde la cual éstos operan efectivamente en el acontecer social y, por la misma causa, depende, en el fondo, del punto de vista de clase a partir del cual se mira y cuestiona la historia. Vale decir, en la medida que la lucha de clases hace imposible una consideración imparcial de los fenómenos de la sociedad, el conocimiento social, tanto por lo que descubre como por lo que encubre, se incorpora en la perspectiva de las clases, capacitándolas o inhabilitándolas para intervenir eficazmente sobre la marcha de la historia.

No es, pues, de la crisis del marxismo de lo que habláis, puesto que el marxismo - es decir, la crítica de la economía política, el materialismo dialéctico y la teoría de la revolución proletaria - ya habían ajustado oportunamente cuentas con las categorías burguesas desarrolladas por los procesos complementarios de contrarrevolución en Rusia, de regresión del movimiento obrero occidental, incoados desde 1925, y de integración primero de los PS y después de los PC en la estructura de poder del capitalismo, con su correspondiente transfiguración en partidos obreros burgueses o nacional-capitalistas, sino de la crisis del stalinismo y del trotskysmo que durante más de 70 años han sostenido incondicionalmente una de las formas más opresivas de dominio sobre el proletariado, extendiendo un manto de obscuridad sobre su naturaleza y sembrando esperanzas con relación a su presunto rol redentor. En efecto, el derrumbe de la URSS ha sido experimentado como un desastre sólo por aquellos que inscribieron su horizonte y su acción en el marco de la confrontación imperialista USA-URSS. La crisis de quienes no utilizaron el marxismo, sino sus intereses particulares en la sociedad burguesa, especialmente los que guardan relación con el mantenimiento de las formas estado-capitalistas de dominio, para delinear su estrategia y su táctica política y se amoldaron al status quo configurado por los anteriores equilibrios imperialistas. Ahora, los mitificadores de ayer, los que se rehusaron a desarrollar la crítica marxista consecuente de la explotación capitalista y de la opresión política en una vasta región del mundo, se esfuerzan por adaptarse, por mantener una imagen de revolucionarios de pura cepa que les permita continuar jugando su papel oportunista en las nuevas circunstancias. Vosotros fuisteis, en efecto, los que por años levantasteis un mito, los que estigmatizasteis a quienes desde el comienzo supieron identificar la verdadera naturaleza de los regímenes stalinistas; vuestra desmoralización y confusión es, pues, la de quienes nutrieron y cultivaron un mito para su propio beneficio y por años convocaron a la defensa de un régimen que era la negación encarnada de las metas proletarias. Vosotros que apenas ayer erais todo en el movimiento obrero mundial, hoy no sois más que un templo en ruinas, cuyos dioses y objetos de culto ya no existen. Nosotros, en cambio, no éramos nada, pero ahora podemos serlo todo. No sólo nuestros análisis y previsiones se confirman con una precisión impecable, sino que nuestra bandera, después de 70 años de marchar contra la corriente, se mantiene en pie limpia e incólume, lista para ser agitada por el proletariado tan pronto retome su ánimo revolucionario y se encuentre dispuesto a librarse de la herencia morbosa del stalinismo.

Es muy fácil hacer el papel de apóstatas a fide de una Iglesia cuando ella misma, junto con su autoridad, su prestigio y sus pontífices, ha caído; ayer no fuisteis siquiera herejes, hoy ostentáis el título de relapsos cuando ya no es posible a nadie incurrir en una anatema. Ahora que pretendéis el papel de "teóricos del partido revolucionario" y os ponéis el disfraz de adalides del comunismo latinoamericano, cuando por años vosotros y vuestras posiciones no han tenido otro efecto que fomentar la contrarevolución, la dispersión y la confusión, alguien debe desenmascararos. Vuestro objetivo es muy claro: sacar provecho del estado de desesperación en que la crisis económica y las medidas de "choque" y austeridad de Menem y Cavallo han puesto a las masas argentinas, las cuales (no obstante ser consideradas como las de "mejor nivel de vida" y standing en América Latina según el PNUD) a diario realizan motines y saqueos en sectores comerciales y plazas de las ciudades. Estamos ante lo que se conoce como una "operación de cambio de camisa", de la que los viejos miembros de los fracasados y desprestigiados aparatos reformistas, nacional-comunistas y trotsko-castristas esperan salir "renovados".

Nos causa como mínimo curiosidad vuestra confesión de que apenas ahora os percatáis del "desplome del socialismo". En realidad nunca hubo socialismo, sino una grandiosa e importante tentativa de construcción del socialismo frustrada muy pronto por la tenebrosa contrarrevolución stalinista. No es sólo el momento verdaderamente tardío que habéis escogido para cuestionar tanto a estos regímenes como a vuestra propia experiencia histórica condicionada por la ideología y la praxis en que aquellos se sustentaban, sino vuestra absoluta incapacidad y cobardía para llevar a cabo una ruptura resuelta - en el método, la concepción y la dirección estratégica - con el stalinismo, sus supervivencias y sus complementos ideológicos, lo que decididamente os reprochamos. Por eso, cuando decís que os proponéis recomponer las fuerzas marxistas para construir el partido, sólo queréis echar tierra en nuestros ojos para que no descubramos vuestro sucio juego.

Aseveráis que, tras el derrumbe del régimen ruso, "las masas trabajadoras fueron ganadas por la propaganda imperialista", lo cual no sólo es inexacto, sino que encierra una confesión velada con una parodia convulsiva de autocrítica. En primer lugar, el mito del "socialismo real" proporcionó la base para la formación de una ideología que justificaba a un bloque imperialista (el ruso) contra el otro (los USA) durante la guerra fría. En segundo lugar, las praxis políticas que descansaban en este mito no eran las de la vanguardia proletaria, sino las de un sector de la burguesía, sus intereses y su ideología en el seno del movimiento obrero. Las masas obreras no fueron ganadas a la ideología imperialista después del derrumbe del capitalismo de Estado en Rusia, sino mucho antes, al ser instrumentalizadas por la política de un Estado imperialista y sus distintas secciones nacionales, los partidos obreros reformistas de todo tipo y el trotskysmo, sus quintacolumnas de derecha e izquierda respectivamente. No os quejéis, pues, de que con la caída de ese régimen y la agonía mortal que atraviesan sus sobrevivientes (Castro y su grupo, por ejemplo), os veáis afectados también vosotros; sobre todo, no exclaméis compungidos: "¡Cuántos espíritus generosos e inteligencias con brillo fueron arrastrados por este reflujo histórico que los convirtió en lo contrario!", porque en gran parte en vosotros reside la causa. Peor aún si se verifica lo que sospechamos: ahora que todos los dioses en que creíais han caído, tan sólo pretendéis mantener en pie los templos en que se les rendía culto. Qué ironías nos presenta la historia: vosotros contribuisteis a levantar el monstruo, os beneficiasteis cuanto pudisteis de su poder, os ufanasteis del brillo que os comunicaba, jurasteis, engañasteis y amenazasteis en su nombre; ¡pero ahora que su caída ha terminado por arrastraros y aplastaros, os ponéis, patéticamente, en el papel de víctimas!

Queréis servir de vigas para la reconstrucción de vuestro movimiento en ruinas, pero estáis destinados, según parece, a no ser más que tablas podridas que tarde o temprano quedarán bajo los escombros. No se puede, en efecto, simplemente esperar a que el tiempo eche tierra sobre el pasado, aguardando a que la gran masa con su amnesia habitual olvide la anterior experiencia histórica, como si el mundo de ayer y los elementos culturales, psicológicos y sociales que de él sobreviven en todos los planos, de modo latente o manifiesto, no tuvieran repercusión alguna sobre vuestra práctica de hoy. Solamente a aquellos que les es vital seguir jugando un papel oportunista les conviene declarar que esa etapa de la historia ha quedado atrás. Por desgracia, sin autocrítica, sin la experiencia histórica de las masas, sin la actualización consciente de la misma entre miles y eventualmente millones de proletarios en el mundo, sin el desarrollo de su capacidad política, es una mentira, acaso la más nefasta de todas, afirmar que "esa etapa de la historia ha quedado atrás". Olvidáis no sólo la inercia de la historia, sino el efecto retroactivo que la tradición tiene sobre el presente: ambos tienden a incorporar los elementos del pasado en la acción actual. El obscurecimiento del pasado no tendrá, por tanto, otro efecto que contribuir al nacimiento de nuevos mitos y a la reproducción de las viejas estructuras y métodos. Para un marxista el acto primario y fundamental es reconocer la base material del oportunismo y entender que el peligro que el mismo entraña no se supera haciéndose a una consciencia diferente de la realidad o mediante un nuevo enfoque del movimiento obrero ya existente, con buena voluntad o con llamados a una ortodoxia marxista desprovista de praxis y de una situación revolucionaria objetiva: hay que empezar a subvertir, en efecto, la practica y las relaciones establecidas en el movimiento obrero, lo cual no puede conseguirse más que encontrando el punto de unión entre las condiciones objetivas y subjetivas de la sociedad y de las masas con el programa comunista revolucionario.

Hay que insistir, por tanto, categóricamente en un punto: sin un cabal balance histórico de lo realizado hasta hoy no se hará más que añadir confusión a la confusión. A juzgar por el hecho de que del contexto suministrado por tal síntesis histórica depende el acierto o desacierto con que efectuéis vuestros ulteriores raciocinios políticos y es ella la que, por lo tanto, determinará las características y el sentido de vuestra estrategia y táctica en el futuro, su importancia en el proceso de elaboración de una línea política fundada en la neta separación de la concepción y la práctica del partido revolucionario con el pensamiento y la praxis burguesa es crucial. Pero no es sólo crucial sino urgente desde el punto de vista de las tareas planteadas en una fase de la historia en que las condiciones que hicieron posible al viejo movimiento obrero (el capitalismo de Estado, el keynessianismo, la etapa de animación del capital) han desaparecido y en la que, por tanto, la subversión de las viejas influencias tradeunionistas y stalinistas, pertenecientes al período de adaptación del movimiento obrero al capitalismo, se presenta como la primera exigencia para el progreso de la consciencia del proletariado hacia su programa histórico. No obstante, hay que subrayar algo. Pese a que planteáis la necesidad de realizar un balance "de más de un siglo de teoría, organización y combate del proletariado moderno" - lo cual es, sin duda, una condición necesaria, pero no suficiente para avanzar en la construcción de un verdadero partido comunista - en nuestros días y en el estado actual de progreso de la ciencia marxista, no es esta síntesis lo que falta para hallar un cauce de realización exitosa de la lucha de clase. Bajo diferentes ópticas, esta síntesis ya ha sido hecha. El problema real es, por tanto, desde qué prisma y bajo qué intereses y objetivos ha sido realizada. No tenéis, pues, otro camino: debéis optar por una de ellas. Por otra parte, debéis recordar que desde Spinoza "la ignorancia no es un argumento": el que vosotros desconozcáis este balance tan sólo entrañaría vuestro compromiso de "estudiar y debatir esa historia como una condición para afrontar el presente y el futuro", compromiso que, por otra parte, en vuestra propia carta ya contrajisteis. Subsiste, empero, la cuestión medular: la óptica de clase bajo cuyo enfoque se desenvuelve el pensamiento y la acción del partido es la que estipula las directrices metodológicas que presiden la interpretación y la acción, la que determina los problemas que elejís, las preguntas que os formulais, el tratamiento que unos y otras reciben, así como las conclusiones a que llegáis en el esfuerzo por delinear un cuadro histórico completo de la teoría y la praxis del movimiento obrero y comunista a lo largo del último siglo.

No podemos seguir vuestro camino que, al parecer, consiste en usar la rabia proletaria y la eventual euforia causada por una nueva esperanza como mecanismos para reprimir toda profunda retrospectiva crítica, para diferir, de hecho, todo balance y darle un nuevo aire a la vieja práctica e ideología de la izquierda latinoamericana. Es preciso, por tanto, denunciar y combatir estos comportamientos en función de la reconstitución comunista del futuro movimiento revolucionario. En este campo, lo hemos dicho una y otra vez:

El papel de una fuerza genuinamente revolucionaria es afrontar y criticar abierta y seriamente los comportamientos y todas aquellas posiciones ideológicamente desviantes y políticamente aproximativas... comprendiendo las estériles tentativas de un activismo superficial y sin fin, capaz sólo de dispersar en miles de nonadas a aquellos compañeros que con esfuerzo y buena voluntad están en la búsqueda de orientaciones y puntos de referencia creíbles.

Crítica del Tardo Bordiguismo

Sin crítica, sin consciencia de clase y sin una organización política autónoma que pueda traducir estos dos factores en una fuerza revolucionaria material efectiva, tales elementos no podrán ser superados, reaparecerán bajo nuevos ropajes, desempeñando nuevamente su papel reaccionario. En efecto, en una época en que solamente nos queda como herencia del pasado la confusión y la traición, el arma de la crítica debe anteceder a la acción práctica inmediata a fin de depurar la voluntad que la guía y lograr, a través de la lucha contra el oportunismo de todo tipo, que el programa de la próxima revolución proletaria exprese, en realidad, su contenido comunista, su alma. En la medida que se dispone de las fuerzas productivas materiales y sociales para dar paso a un modo de producción capaz de resolver las contradicciones más lacerantes y detener la marcha capitalista a la destrucción, a medida que el mismo modo de producción existente se convulsiona a causa del choque de sus propios elementos constitutivos, a medida que el desajuste entre las fuerzas productivas adquiridas y las relaciones de producción capitalistas conduce a grados más elevados de barbarie, la posibilidad de alcanzar una sociedad libre y racionalmente regulada por los mismos trabajadores depende de la toma de consciencia comunista por parte de las fuerzas sociales que objetivamente necesitan una transformación semejante: sólo si estas fuerzas actualizan subjetivamente esta necesidad y obran por sí mismas, conscientemente, el tránsito a una sociedad directamente administrada por los hombres libremente asociados será posible.

Para que sea victoriosa, esta lucha no puede adelantarse solamente como una contienda teórica, circunscrita en la alta "esfera del espíritu", sino como una lucha política en la clase y en medio de sus problemas cotidianos. Ya no se trata, en efecto, de refutar una concepción, sino de destruir a los enemigos reales del proletariado. No obstante, aunque, como lo ha advertido Marx:

el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder material [...] la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas.

Según la conocida fórmula de Marx:

No basta con que el pensamiento acucie a su realización; es necesario que la misma realidad acucie hacia el pensamiento.

En una clase, la teoría sólo se realiza en la medida en que es la realización de sus necesidades. Así, pues, una revolución radical no puede ser posible más que como fruto de las necesidades radicales del proletariado. ¿Están presentes sus premisas y sus lugares de nacimiento? La condición material pasiva de esta revolución ya está dada, falta aún su complemento subjetivo: la consciencia de clase revolucionaria. Y esta última no podrá cumplirse sin destruir a los enemigos políticos que actúan en el seno del movimiento obrero.

En efecto, impedida para extirpar el movimiento proletario, la burguesía considera necesario tomar parte en él para seguir dirigiéndolo. Ahí están la burocracia, los sindicatos, los partidos obreros reformistas, los salvadores sociales de todos los signos que proponen su acceso al poder político como condición previa de la redención de la humanidad sufriente. He aquí por qué estimamos que únicamente subvirtiendo todas las viejas estructuras y superestructuras que han servido por décadas a la contrarevolución y, especialmente, el movimiento obrero y de oposición actual, podrá surgir una organización política revolucionaria a la altura de nuestro tiempo y sus perentorias demandas, capaz de lanzar la contraofensiva de la clase contra el capital bajo todas sus formas. Para que las ideas que expresan las necesidades radicales del proletariado se traduzcan en una fuerza material efectiva, se necesitan el programa y el partido que trabajen en perspectiva histórica por ellos. Sólo si el arma de la crítica ha tomado por la raíz las necesidades y aspiraciones de la clase, la crítica de las armas podrá extirpar de raíz los fundamentos en que reposa el capitalismo y abrir una nueva era para la humanidad. Sin embargo, ante la ausencia de la condición político-subjetiva ya indicada, no queda más que un formulismo vacío, que se limita a hacer llamados y declaraciones meramente protocolarios. Efectivamente, sin esa subversión extendida a todos los campos, las hondas heridas morales producidas en los militantes por el engaño político se podrán "curar" sólo por un efecto amnésico o por una absorción puramente emocional en los conflictos que suscite la crisis económica y social en marcha, pero, a la larga, seguirán viendo "defraudadas sus esperanzas, malversados sus esfuerzos, conmovidas sus convicciones" por una praxis que a diario desmiente sus objetivos sedicentes.

Tal cosa es tanto más cierta cuanto que algunas de las causas de la dispersión de las fuerzas proletarias y las principales dificultades para conquistar la organización política de clase, es decir:

las causas que han obstaculizado la continuación del programa del comunismo al interior de la clase obrera y, por tanto, la ruptura con el dominio absoluto del Capital, deben buscarse todavía en el rol desempeñado por el stalinismo y por los partidos nacional-comunistas modelados a su imagen y semejanza. Las vicisitudes históricas ligadas a esta trágica experiencia - con todos sus giros, desde el fracaso del “socialismo real” al transformismo democraticista de la izquierda burguesa - han tenido consecuencias nefastas sobre la clase obrera, obstaculizando la agregación de los elementos de vanguardia alrededor del programa de emancipación del proletariado. Y no obstante el derrumbe del stalinismo, que ha dominado por más de medio siglo las consciencias obreras, estamos todavía lejos del conocimiento de un primer balance crítico de cuanto ha acaecido en la ex-URSS... La perduración de este equívoco, bien alimentado por el poder burgués y sus sostenedores, ha generado confusiones y frustraciones, reforzando el dominio ideológico y político del capitalismo sobre el proletariado. Poco han podido hacer las débiles fuerzas revolucionarias en un contexto tan difícil. El ataque burgués y las derrotas sufridas, el estancamiento de la lucha de clases, no han permitido a la casi totalidad de los trabajadores siquiera el saber de la existencia de una “Izquierda Comunista” con sólidas tradiciones proletarias.

Crítica del Tardo bordiguismo

Vuestra actitud de eludir con sofismas y subterfugios la demanda de analizar desde el punto de vista del proletariado, esto es, del marxismo, la situación en desarrollo desde la conformación de la URSS y el fracaso del movimiento obrero occidental para transformar sustancialmente a la sociedad revela un comportamiento coincidente con el del oportunismo de todo color para el cual es vital encerrar el marxismo en puras abstracciones y teorías alejadas de la práctica dentro del mundillo intelectual del partido, envolviendo con un velo la verdadera naturaleza y fines de su política e imponiendo una restricción exegética destinada a inhibir la crítica y romper la relación unitaria entre teoría y praxis revolucionaria características del marxismo dialéctico. Si no hay un contexto programático, histórico y teórico que sea patrimonio común de la clase no existe tampoco la posibilidad de examinar los fenómenos de la sociedad ni de juzgar y cuestionar críticamente la praxis política, sólo hay subordinación ciega y mecánica de la base a la dirección. Os negáis a admitir los núcleos originales a partir de los cuales el marxismo es una teoría científica susceptible de creciente desarrollo con base en el nuevo material empírico proporcionado por la evolución socio-histórica. En efecto, si no existe un análisis científico fundamental desde la óptica marxista acerca del verdadero sistema socio-económico prevaleciente en la URSS a lo largo de 75 años - el capitalismo de Estado - y de la degeneración reformista del MO y su práctica transformista, entonces el marxismo no es una teoría viva que se desarrolla como fruto "natural" del proceso histórico y de los movimientos sociales, en relación con sus necesidades y problemas, sino un esquema acartonado de principios, leyes y sistemas "científicos" sin conexión con el movimiento viviente del proletariado y las masas y que, por la misma razón, es pasible de ser usado como un arma de automistificación y justificación por parte de una oligocracia reaccionaria soseida en sus propios intereses y que tiene metas inconfesables. A la sazón, dada su presunta incapacidad para expresar sin reticencias las exigencias, dilemas y dificultades del movimiento real, el pensamiento y la reflexión vienen a morir en un corpus de doctrina, mientras el movimiento real sigue irremediablemente por otros cauces (los del reformismo y el tradeunionismo). Nuestro marxismo significa, por el contrario, la confrontación incesante con el proceso real para responder a sus problemas y desafíos desde la perspectiva de la destrucción de las relaciones de producción capitalistas y la construcción de la comunidad humana; dicho marxismo no se limita, en efecto, a contemplar y registrar pasivamente lo que sucede en la sociedad o las vicisitudes de este movimiento, sino que intenta imprimirle una dirección que lo ponga a la altura de los principios esbozados en el programa del comunismo revolucionario.

No hay, por tanto, otra manera de afrontar las exigencias de la nueva fase de la historia que encarando y asumiendo resueltamente la subversión de la ideología y la praxis del movimiento obrero (partidos, asociaciones y sindicatos) que hemos conocido hasta hoy. Basado en la división entre dirigentes y dirigidos y en la promoción y subordinación de liderazgos verticales, este movimiento reproducía la división burguesa del trabajo, creaba un aparato de funcionarios políticos y sindicales por encima de las masas y superior a sus intereses. He aquí por qué su consecuencia final más desastrosa ha sido la neta separación y contraposición entre los intereses de la organización, supuestamente llamada a emancipar al proletariado mediante la realización del socialismo y que fomentaba esa vana ilusión para justificarse, y los intereses histórico-racionales de la clase. La organización y sus instrumentos, creados originalmente por los trabajadores para resistir y combatir en todos los planos a la explotación capitalista, se han vuelto, finalmente, contra ellos, convirtiéndose en un engranaje más de la gran maquinaria de opresión y domino del capitalismo. En algunos casos, este movimiento constituyó lo que alguien justamente llamó "la reacción dentro de la revolución"; mientras que en otros fue abierta y decididamente un rodaje del mecanismo institucional del dominio. Hablando en términos marxistas, este movimiento obrero llegó a ser al proletariado lo que las relaciones de producción eran a las fuerzas productivas: una camisa de fuerza que impide su desarrollo. Aquella cualidad que este movimiento consideraba como su fuerza, la concentración de todo el poder en manos de una burocracia especializada superimpuesta a la clase, debe ser execrada como su principal defecto por el movimiento obrero revolucionario del futuro.

Crisis y recomposición del partido marxista

A. Crisis y Partido

Comprender las dinámicas reales del capitalismo, dentro de las cuales se encuadran los mayores problemas del mundo, es la condición de fundamental importancia para toda clarificación. El mismo proceso político abierto por la fase de crisis del ciclo de acumulación del capital, puede objetivamente contribuir a la superación de las principales divergencias. A condición de que sea clara la sustancia de los problemas puestos sobre el tapete (métodos y estrategia revolucionaria), la concreción de las respuestas y el compromiso de los militantes. El común reconocimiento de estos objetivos sería otro paso adelante hacia la posibilidad de una empresa de ponderadas iniciativas. [...]
Quien se sitúe seriamente en la perspectiva revolucionaria del comunismo, y consecuentemente examine la actual situación de las relaciones entre las clases con respecto a las condiciones de la economía capitalista, no puede ser sordo a las urgencias políticas que una vanguardia de clase está constreñida a afrontar. El ciclo de acumulación del Capital, consiguiente a la Segunda Guerra mundial, ha entrado en una crisis cada vez más grave desde hace más de dos decenios. Esto significa que en la dinámica del sistema se han abierto no sólo las tendencias hacia la guerra imperialista, como única solución burguesa a la crisis, sino contemporáneamente se hace practicable la posibilidad de una alternativa de clase anticapitalista.
Crítica del tardo-bordiguismo

El tema tiene una pertinencia indiscutible: la crisis capitalista en curso ha hecho de nuevo actual la cuestión de la organización revolucionaria del proletariado. Junto a la crisis capitalista están, en efecto, la revolución y la guerra imperialista. La disyuntiva "comunismo o barbarie", planteada por Rosa Luxemburg a comienzos de siglo, vuelve a estar al orden del día. En efecto, el hecho de que la crisis de valorización del capital haya llegado a ser crónica, trae consigo la intensificación del carácter represivo-destructivo de las fuerzas productivas y de los medios técnicos empleados por el capitalismo. Recordemos que de las dificultades de la acumulación, dadas por esa insuficiente valorización, deriva necesariamente la tentativa del capital de ampliar la base de extorsión de plusvalía en que reposa el sistema de manera continua e ininterrumpida. Dado que la capacidad de los capitales nacionales para aportar esta base se encuentra limitada por la elevación excesiva de la composición orgánica del capital en las metrópolis, el capital es forzado a expandirse a escala mundial. En ello reside el origen del imperialismo y la guerra.

Los factores que impulsan la expansión del capital no son, sin embargo, físicos, sino económicos. El capital no tiene, en efecto, límites físicos, sino límites económicos residentes en la imposibilidad de producir, sobre un nivel dado del capital total, un monto de plusvalía suficiente para financiar la acumulación subsiguiente; no intenta, pues, rebasar los primeros, sino ampliar, por cualquier medio a su alcance, la masa de trabajo excedente que subviene a las necesidades de valorización del capital social en funciones. La acumulación de capital (reproducción ampliada), esto es, el sistema como tal, en la medida que se desarrolla gracias a la creciente concentración y centralización de la economía que absorbe la plusvalía disponible, ha entrado en una fase de crisis mucho antes de que el capital alcanzara en términos físicos una presencia superabundante en todas partes, es más, ha entrado en crisis en una situación en la cual el mundo se halla evidentemente subcapitalizado. Cuando hablamos de "sobreproducción del capital" nos referimos, por tanto, a un capital a valorizar que deviene excesivo con respecto a la masa de plusvalía susceptible de ser extraída de la población que sirve de base a la producción capitalista. Como sabéis, la tensión por vencer este límite implica tanto la exportación de capitales hacia aquellos lugares donde la composición orgánica es menor y, por lo tanto, la inversión en capital constante y fuerza de trabajo permite obtener una tasa de ganancia superior a la de las metrópolis, como también el desarrollo de formas parasitarias del capital-dinero y, con una urgencia extrema, la necesidad de garantizar un aprovisionamiento seguro y un consumo barato de las materias primas y fuentes de energía masivamente solicitadas por la producción industrial y el funcionamiento del gigantesco aparato mecanizado de las sociedades modernas.

Si convenís con esto, también entenderéis por qué cada grupo capitalista (y, por lo tanto, imperialista) necesita de esferas de influencia, zonas de interés, etc. que entran en sus respectivos campos geo-estratégicos. Pero puesto que, tarde o temprano, como subrayó Luxemburg, se va a dar una situación en la que todas las colonias y esferas de interés serán propiedad de ciertos grupos imperial-capitalistas, el estallido de una batalla vital entre estos grupos es inevitable: la guerra mundial. En este sentido, los Estados y aparatos creados para la guerra, aunque aparentan obedecer a otra lógica u otros motivos, son funcionales a los dilemas de la reproducción capitalista, responden, en realidad, al imperativo de fondo de la valorización, desarrollando la lucha comercial y financiera de los capitales por otros medios. Tal cosa explica por qué la economía industrial-civil se ha transmutado rápidamente en el curso del siglo XX (y así será mientras perdure el capitalismo) en economía militar. La causa final de la guerra se halla, pues, en el hecho de que todo grupo imperialista-capitalista quiere evitar la crisis definitiva descargándola en otro lado, pues para la acumulación capitalista en su conjunto no hay una plusvalía suficientemente grande. La lucha por ampliar los mercados, por nuevas esferas redituables de inversión, por obtener áreas o sectores de aplicación del capital que garanticen ganancias extras, el intercambio desigual en el comercio exterior, el parasitismo económico del gran capital financiero, la explotación de los países atrasados, etc. forman parte de las salidas provisionales a la crisis, obran como contratendencias de la misma. Al final, sin embargo, tales medidas, unidas al esfuerzo por detener la caída de la tasa de ganancia e incrementar la explotación del proletariado - la cual, a su vez, encuentra su tope en el mínimum histórico para la reproducción de la FT - se tornan ineficaces: los equilibrios que mantienen las relaciones entre las potencias y las compañías se rompen al hacerse demasiado estrechas las fronteras económicas en un mundo ya repartido y explotado al límite. La suma de conflictos que lleva consigo el capitalismo - el dominio de clase, la rivalidad interburguesa, la hegemonía de unas naciones sobre otras, las luchas "nacionales" e internacionales intercapitalistas, etc. - se agudizan y entrelazan a niveles extremos, se mezclan entre sí para formar una situación explosiva. Puesto que, como ya lo había advertido Rosa Luxemburg:

la guerra mundial no puede ser sino una tentativa para evitar la crisis final y puesto también que no resuelve la crisis en sí misma, sino que siembra los gérmenes para nuevas guerras mundiales.

La guerra y el empeño metódico en la sujeción-explotación-destrucción del hombre y de la naturaleza aportarían la única "solución" a los problemas de supervivencia de este sistema económico-social.

Sin embargo, frente al hundimiento de la humanidad en la barbarie - recrudecimiento de la explotación y la miseria, embrutecimiento generalizado, degradación progresiva del ambiente, emergencia de formas extremas de dominio del hombre sobre el hombre, etc. - se yergue la alternativa comunista del proletariado. Pero esta alternativa no surge mecánicamente de la situación objetivamente dada por la crisis capitalista, sino que requiere del desarrollo histórico de una subjetividad de clase capaz de constituirse en partido político frente al capital. Solamente la intervención revolucionaria consciente del proletariado puede transformar la crisis en marcha del capitalismo en su crisis final. Esto exige la creación de un arma necesaria para la lucha del proletariado contra el capitalismo mundial: la formación de un partido de clase opuesto a todos los Estados nacionales existentes y a la burguesía mundial. El desarrollo mundial del capitalismo imperialista, la imposibilidad de que las burguesías nacionales existan sin el imperialismo (recordemos, a propósito, el rol jugado por el capital financiero), hacen que las tareas del proletariado frente a su propia misión no le permitan, por una parte, alinearse con los movimientos nacionales de liberación (los cuales, en razón de la estructura de la sociedad actual, no son formas autónomas del sistema capitalista-imperialista, sino expresión de las confrontaciones que ocurren en su interior) ni tampoco ser cumplidas por ninguna burocracia ni por los aparatos reformistas y stalinistas que hoy dominan al movimiento obrero.

Consideráis que uno de los aspectos más importantes de la última década es el hecho de que:

si miramos con objetividad veremos que la agudización de la crisis capitalista ha trabajado más que nadie durante esta década para poner a millones de víctimas en condiciones de comprender y asumir una propuesta de lucha anticapitalista.

No obstante, señores, no existe, por desgracia, una suerte de mística fuerza objetiva y anónima de la historia que, independientemente de las masas, de su experiencia combativa y de su consciencia, actúe a favor nuestro y que providencialmente guíe al proletariado por el buen sendero del comunismo. En vuestra carta abierta declaráis:

En un determinado punto - al cual se arriba con prescindencia de la voluntad de las clases y sus partidos - aquellas contradicciones estallan y rompen las cadenas visibles e invisibles del control social. Es la hora de la sublevación de las masas.

¿Necesitáis que se os recuerde que la historia no es un ser, algo teleológicamente determinado, sino un suceder en el tiempo, un proceso de continua formación y destrucción, donde la consciencia y la experiencia de los hombres desempeña un papel activo y creativo, aunque condicionado, en la conformación de los acontecimientos y cristalizaciones sociales? Así, por ejemplo, el hecho de que el juicio sobre la objetiva situación actual y la vía indicada para la acción que de él deriva sea correcta no significa que las grandes masas del proletariado puedan comprenderlo súbitamente y reaccionen en la dirección indicada. Los oportunistas, al privilegiar sus propios intereses mezquinos y tramposos, han envilecido siempre los sentimientos y reflexiones de la clase obrera. La habituaron a no observar los acontecimientos desde el punto de vista de los intereses generales del proletariado, sino a que cada uno se preocupe in stricto sensu y ante todo de sus intereses personales, es decir, los referidos al oficio, a la fábrica o al limitado círculo profesional o partidario en que se desenvuelve. Al hacerlo, lograron obscurecer la conciencia del proletariado, encausar a la clase obrera en una dirección oportunista y pequeñoburguesa y educarla en ese sentido. Encontramos aquí el motivo por el cual, no obstante el denso registro de notables luchas sociales y políticas revolucionarias del siglo XX, la ideología y la mentalidad desarrolladas en el periodo no revolucionario siguieron cumpliendo su rol reaccionario al evolucionar el cuadro general de la sociedad hacia una fase crítica de abierta confrontación entre las clases, frenando el surgimiento de las concepciones y la organización revolucionarias apropiadas a ella. Es aquí donde la vanguardia teórica y política revolucionaria puede y debe jugar el papel que le asigna el Manifiesto Comunista: representar y salvaguardar en todo momento, tanto durante los duros períodos de reacción como durante los momentos de mayor euforia revolucionaria, el futuro del movimiento proletario. Se necesita, pues, todavía de una organización política que:

  1. sintetice la memoria y el acumulado histórico de la clase;
  2. combata la degeneración teórica y política que sustenta y representa el oportunismo en todas sus formas.

En suma, el avance del proletariado hacia su plena consciencia de clase requiere de un partido que, apoyándose en la crisis del capitalismo y la precariedad de la capacidad mistificatoria de sus ideologías, le ayude a la clase a desaprender lo aprendido durante el periodo reaccionario y a retomar su verdadera vía: la de la lucha de clases y el programa comunista. Dicho partido debe darle continuidad en el tiempo, en el pensamiento y en la acción al programa comunista y a la crítica del oportunismo a fin de abrirle posibilidad de desarrollo al movimiento de clase tan pronto como la condición objetiva de la sociedad reclame la intervención revolucionaria consciente de las masas.

Poco remedia, pues, vuestro exabrupto el hecho de que en seguida digáis:

Y (la sublevación de las masas) no necesariamente culminará en revolución victoriosa. Entre los numerosos factores que definirán esa confrontación están justamente la existencia de una instancia de cohesión social y política del conjunto de los explotados; y de una formación de cuadros capaces de asumir el comando del combate con todo lo que esto implica.

Como de costumbre, tomáis las cosas sólo por el lado de la mecánica política y del control del movimiento, donde el juego oportunista es posible. Únicamente os importa el aspecto formal y mecánico de la cuestión del partido, al que, dentro de la tradición jacobina de las revoluciones político-sociales burguesas, sólo conferís una dimensión aparatista: la de servir de cerebro director y coordinador del movimiento social, con funciones de comando sobre una clase que es utilizada como masa de choque para alcanzar los objetivos del aparato del partido. Análogamente a lo que sucede, en general, con el oportunismo de todo tipo, hacéis de las debilidades y deformaciones impuestas por la división capitalista del trabajo, así como de la estructura de subordinación y dominio creada por la burguesía y el Estado para someter a las masas, la fuente de la fuerza de vuestro partido. Es absolutamente anti-marxista y anticomunista pretender suplir la debilidad de la clase obrera, su persistente estado de víctima de la contrarrevolución, con la voluntad de un partido, de un aparato o, de cualquier modo, de una parcial organización de hombres y mujeres. Aunque en este momento, en el que la clase en sí no ha llegado a ser todavía una clase para sí, la construcción del partido revolucionario sólo puede adelantarse en condiciones de estricta separación de la clase, la inescamoteable tarea de éste es preparar, en las circunstancias de relativo aislamiento, en las condiciones de minoría no dirigente, las condiciones de la dirección futura, impulsando, en cuanto sea posible, a la clase a levantar la cabeza como sujeto autónomo sobre la base de sus intereses históricos independientes y revolucionarios, cuando son afirmados en la acción colectiva inmediata contra el capital. Inevitablemente, bajo la situación actual, la organización que pretenda dirigir a la clase debe necesariamente adecuarse a los niveles de sujeción burguesa que la clase expresa. En efecto, no se dirige a la revolución una clase que aún no consigue manifestar siquiera su defensa. A la clarificación de este problema viene muy a propósito la declaración del Manifiesto Comunista:

Los comunistas no son un partido particular frente a los otros partidos obreros... no tienen intereses distintos de los intereses de todo el proletariado... no plantean principios especiales sobre los cuales desearían modelar el movimiento proletario. Se distinguen de los otros partidos proletarios sólo por el hecho de que, de una parte, ellos ponen de relieve y hacen valer los intereses comunes, independientemente de la nacionalidad, del entero proletariado, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios; y, de la otra, por el hecho de que sostienen constantemente el interés del movimiento en su conjunto, a través de los diversos estadios de desarrollo recorridos por la lucha entre el proletariado y la burguesía. Por tanto, en la práctica, los comunistas son la parte más progresiva, más resuelta, de los partidos obreros de todos los países, y en cuanto a la teoría ellos tienen la ventaja sobre la restante masa del proletariado de comprender las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario. La mira inmediata de los comunistas es la misma de los otros partidos proletarios: la constitución del proletariado en clase, el abatimiento de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado.

Mientras vosotros privilegiáis el vínculo puramente oportunista que le permite al aparato constituirse ex professo en un poder sobre y contra la clase, mientras dejáis - cosa que es suficientemente evidente en vuestra carta abierta - la teoría, las definiciones, el programa, es decir, lo que sustenta y da su razón de ser al partido, para el final, como una cuestión última que debe ser abordada por una conferencia babélica y acordada sólo más tarde por sus adherentes, para nosotros el centro de gravedad está en el desarrollo de la capacidad política de la clase para constituirse independientemente en el sujeto de la revolución total a través de la defensa de sus propios objetivos y de sus intereses autónomos de clase. Pero, ¿qué resta "al final" de vuestro planteamiento? No queda, por el contrario, más que el aparato del partido, el cual deviene de medio de lucha y organización del proletariado en un fin en sí mismo, encerrado en sus propios problemas y necesidades: en este punto, el partido sustituye y absorbe las funciones que la teoría marxista clásica atribuye exclusivamente a la clase. En nuestra visión, en cambio, el partido es la expresión, en la acción y en la organización del proletariado, de la lucha por los principios, los métodos y el programa del comunismo, por la emancipación respecto del capital y de toda forma de explotación y dominio. Este no puede ser, por tanto, sino la consecuencia del proceso de construcción del instrumento político de la lucha de clases, a lo largo de los períodos de calma y de continuación de una lucha que de cualquier modo nunca termina, cuya primera condición es la expresión de la minoría revolucionaria como corriente política organizada de vanguardia.

No habéis, pues, encarado la dificultad mayor que os permitiría realmente aprender de/y superar vuestro pasado inmediato. En efecto, no habéis reconocido el defecto de fondo de la izquierda latinoamericana, que es también el de la izquierda mundial después del tránsito de la Tercera Internacional al campo contrarevolucionario: ver la organización política, el partido, no como el instrumento de la política revolucionaria en la clase, sino, al contrario, como el objetivo al cual plegar la política. No es entonces - para Stalin, los stalinistas, los socialdemócratas y, por lo que parece, también para un considerable número de trotskystas - la política del partido la que se plega al programa revolucionario, sino el programa (las posiciones políticas, los objetivos, los instrumentos organizativos) el que se plega al partido, a su misma existencia y fuerza. Su punto de referencia no es la clase, sus problemas, su condición; sino el partido. Y, en las situaciones no revolucionarias, la fuerza - es decir, la existencia de una organización fuerte - es proporcional a la compatibilidad entre la política de tal partido y los equilibrios sociales y políticos existentes, o bien es proporcional a la integración de dicho partido en los mecanismos específicamente políticos de la formación social dada. De aquí deriva, naturalmente, la práctica político-organizativa de tales partidos, en los cuales se vuelve a proponer exactamente el esquema y las jerarquías de la empresa capitalista: una dirección ligada sólo "al éxito de la empresa" misma y una base que debe ejecutar ciegamente (con el viejo sistema explicitado - tan sólo explicitado - por los fascistas del "creer, obedecer y combatir") las órdenes y seguir los giros de los negocios, es decir, de los equilibrios con y en el cuadro político (por esto mismo burgués) en el cual se mueve.

Al anteponer los intereses y la sobrevivencia política de la organización y, particularmente, de su equipo dirigente, a la clase, el partido político, pese a seguir llamándose "obrero" o "comunista", procurará mantenerse siempre sobre el terreno del juego político institucional que le proporciona la posibilidad de cogestionar, como un rodaje más de los mecanismos político-ideológicos de reproducción burguesa en sus funciones de control social y de fabricación del consenso, una sociedad dominada absolutamente por el capital; en este proceso, los partidos Socialdemócratas primero y, poco después, los partidos comunistas ligados a la Tercera Internacional, terminaron adecuándose al capitalismo y renunciando a sus originales intenciones revolucionarias. Efectivamente, de manera gradual, el programa histórico, los principios y metas del proletariado, fueron abandonados por el tradeunionismo, el corporativismo, el economicismo y la adaptación democraticista. La misión y la naturaleza del partido se transmutaron en su contrario: sus esfuerzos, intereses, preocupaciones y medios ya no fueron orientados a la revolucionarización del proletariado, sino a ganar un espacio en la sociedad burguesa y a sacar provecho de su fuerza e influencia social y política para obtener una posición respetable en el Estado, gestando un movimiento social que alentaba la utopía reaccionaria acerca de la posibilidad de resolver los problemas y contradicciones intrínsecos a las relaciones de clase dentro de la sociedad de clases. Por su parte, la organización existía sólo en función del aparato, el cual, a su vez, era controlado por una casta de funcionarios profesionales, entre cuyos miembros surge de modo natural el interés de acomodarse y conservar el capitalismo.

Mientras no se registre una forma orgánica comunista radicada no en el pensamiento de unos pocos electos, sino en la acción y la experiencia de la clase, capaz de operar efectivamente en la promoción de un movimiento que constituya al proletariado como sujeto político-social revolucionario, el campo quedará exclusivamente en manos de la burguesía. Sin disputa, sin resistencia, sin contrapunto ni competencia alguna, sin una participación constante y metódica en las luchas obreras, no sólo la ideología burguesa y sus agentes mantendrán su hegemonía sobre el pensamiento y la acción del movimiento obrero, sino que nunca podrán nacer, nuclearse, cualificarse, educarse y crecer los elementos potencialmente revolucionarios de la clase. He aquí por qué una organización semejante no puede surgir de un congreso, de un pacto o de un conjunto de acuerdos y componendas efectuadas entre los viejos cuadros en medio de los escombros causados por el abrumador colapso del movimiento anterior, sino solamente de la fragua de la lucha, del largo proceso de creación y cualificación del movimiento de clase en torno a una nítida demarcación de los métodos y el programa revolucionario.

No es compatible, por tanto, con la cosmovisión comunista la esperanza mesiánica de que la organización proletaria surja como consecuencia de un decreto o de un dictado cualquiera promulgado por un congreso o un concilio "marxista" iluminado. Por el contrario, ésta emana de un complejo proceso histórico de convergencia en torno al qué hacer revolucionario, en el que, en función de los límites y las posibilidades de acción ofrecidos por los movimientos y las circunstancias concretas del proletariado en cada periodo de la evolución social, tienen lugar necesariamente avances y retrocesos y donde la clase y su vanguardia interactúan y se interrelacionan a diferentes niveles produciendo múltiples efectos. De cualquier modo, no se puede fijar el nacimiento de la organización revolucionaria adecuada como una cristalización ideal del programa en la mente de un grupo iluminado cualquiera, sino como un aspecto de la prolongada y compleja lucha a muerte, real y cotidiana contra la burguesía y el oportunismo realizada por diferentes vertientes que operan inspiradas por un mismo programa, aunque divergiendo momentáneamente en cuestiones menores de táctica; lucha que, a juzgar por la experiencia histórica, va suscitando tendencias y disposiciones favorables tanto en la psique colectiva como en la cultura del proletariado susceptibles de desempeñar una función modificadora sobre la percepción y la conducta de la clase, con repercusiones enormemente importante en el transcurso de los saltos revolucionarios.

La larga experiencia de la revolución y la contrarevolución, acumulada a lo largo del último siglo, confirma también que sin experiencia combativa y sin lucha tampoco tendrá lugar la escisión indispensable entre el proletariado y la burguesía para que se realice de manera global la toma de consciencia comunista. En ningún otro de los temas abordados por la discusión comunista actual resulta tan plausible el retorno al marxismo clásico. Al gravitar esencialmente alrededor de los temas de las relaciones dialécticas entre consciencia y ser social, entre condicionamiento material objetivo y praxis revolucionaria, entre estructuras objetivamente dadas y subjetividad de clase, entre crisis y ruptura social y entre reacción y revolución, su problemática cobra una inusitada actualidad. Ello aconseja volver a examinar algunas de las tesis centrales del marxismo clásico en las cuales pueden encontrarse las claves para entender las condiciones y características fundamentales que asume la ruptura objetivo-subjetiva efectuada por el proletariado y las clases subalternas en los periodos de crisis capitalista mediante la acción revolucionaria.

La teoría marxiana de la "inversión de la praxis" o "praxis que se subvierte a sí misma", formulada por primera vez en las Tesis sobre Feuerbach y en la Ideología Alemana, arroja mucha luz en la dilucidación de este problema. El agrupamiento y potenciación de los gérmenes revolucionarios, el desarrollo de la capacidad eversiva y de la subjetividad subversiva de la clase se consiguen generando nuevas exigencias y circunstancias por medio de la acción y la política revolucionaria en la lucha de clases. Al generar nuevas demandas y relaciones humanas en, por y a través de la lucha, se generarán simultáneamente nuevas condiciones para la militancia y la consciencia revolucionaria. Precisamente en su crítica al naturalismo feuerbachiano, Marx consideró que el proletariado carece de educadores externos y debe formar su conciencia a través de una praxis revolucionaria que cambia tanto las cosas y el mundo exterior como a sus propios actores. Así, la revolución es el proceso de autoaprendizaje y de autoemancipación del proletariado por medio de la acción revolucionaria, a través de la subversión de las relaciones sociales y políticas que configuran el ambiente social en que los hombres viven. No sólo porque únicamente mediante la práctica revolucionaria puede manifestarse la fuerza y la capacidad de organización y dirección del proletariado, sino, más aún, porque la propia práctica es, a su vez, el principal factor de crecimiento o de disminución de la fuerza y de la capacidad del proletariado. Al mismo tiempo, la praxis revolucionaria incita y prepara las condiciones para la ruptura espiritual y cultural de las masas con la civilización capitalista y las sustrae a la influencia ideológica burguesa: al socavar las relaciones sociales, los vínculos de jerarquía y autoridad, socava también las inhibiciones psíquicas y las creencias de la sociedad; al cuestionar las cosas teóricamente y derrocarlas prácticamente hace dudar de todo, minando las condiciones de la adhesión que se tenía a unas ideas que, según lo expresaba el burgués republicano Lamartine, vacilan y caen. Solamente en la lucha directa de clase, siguiendo la pedagogía de la acción, puede el proletariado conquistar su autonomía, identificar sus verdaderos intereses históricos universales de clase y adquirir la fuerza y la aptitud para reordenar y gobernar a la sociedad.

Contra las preocupaciones oportunistas según las cuales la revolución proletaria llega demasiado pronto y no encuentra “maduros” ni las condiciones económicas ni el proletariado - escribió Lukács en la introducción húngara al folleto Huelga de Masas, Partido y Sindicatos - Rosa Luxemburgo demuestra desde la década del 90 del siglo XIX (Ver Reforma social o Revolución) que la revolución no puede llegar demasiado pronto porque la simple existencia de las fuerzas revolucionarias del proletariado ya es una consecuencia de la madurez de las condiciones económicas. Desde el punto de vista del mantenimiento del poder, por el contrario, la revolución llega y debe llegar demasiado pronto. Porque la madurez revolucionaria sólo puede ser adquirida por el proletariado mediante la acción revolucionaria, en la revolución misma.

Conviene, pues, no caer precisamente en el extremo opuesto al mesiánico-iluminista, aunque igualmente contemplativo y paralizante, es decir, el de considerar que el proletariado es en sí mismo una clase revolucionaria portadora de un principio subversivo siempre activo que se realiza, al modo de una entelequia metafísica, independientemente de las circunstancias económico-concretas de existencia de la clase en cada fase del proceso social capitalista. En realidad, el proletariado no es en y por sí mismo una clase predestinada, investida de la misión de abatir a la burguesía y al modo de producción que la sustenta, sino tan sólo una clase potencialmente revolucionaria. Su movimiento no sigue una dirección predeterminada, según un modelo de ascenso lineal. Antes bien, su desarrollo y su victoria requieren de la presencia de todos los factores del proceso histórico. Tanto los factores objetivos - los límites económico-materiales de la acumulación capitalista - como subjetivos (la consciencia de clase y la cohesión de la voluntad colectiva en la acción) deben tender a unificarse, conduciendo, independientemente de los deseos de los miembros singulares de la clase, a un cuestionamiento general del sistema. De este modo, la revolucionarización del proletariado aparece como el aspecto subjetivo y político de la crisis del sistema capitalista y está necesaria e indisolublemente ligado a ella. La crisis opera, pues, como el momentum de la masiva constitución del proletariado, por y para sí mismo. como clase frente al capital, accediéndose, entonces, a una etapa de revolución que deberá servir de antesala a un orden social superior.

Sin embargo, como lo demuestra la historia, la generalización del cuestionamiento proletario al capitalismo no sólo no es posible en todo momento y requiere de un substrato material, sino que presupone continuidad política y experiencia en la lucha de clases a lo largo de decenios para realizarse. Aun si se admite que el desarrollo de la conciencia revolucionaria en la clase está ligado a la emergencia de ciertas condiciones materiales, la clase en su conjunto no deviene consciente de manera espontánea con base en la directa situación objetiva, prescindiendo de la mediación del momento activo-subjetivo en su rol de acelerador-catalizador del movimiento de clase y del proceso histórico mismo. El partido político con una visión amplia del movimiento histórico y de su devenir, no es una superposición arbitraria del pensamiento marxista al proletariado ni es su sucedáneo como sujeto revolucionario; es tan sólo un momento fundamental en su proceso constitutivo como clase.

La verdadera razón de ser del partido político es la constatación del dato factual de que no media un nexo mecánico-determinista entre la conciencia social y el proceso objetivo real; este nexo se confirma, por el contrario, como asincrónico, contradictorio y fluido. Dada la enorme dificultad para que se produzca una cabal adecuación entre el ser y la conciencia social, la mediación unificadora del partido comunista ha sido hasta nuestros días una conditio sine quanom tanto para el desarrollo de la consciencia de clase como para la intervención revolucionaria exitosa del proletariado: el partido constituye, por tanto, un eslabón elevado del proceso político-subjetivo de la constitución del proletariado como clase en la medida que se adelanta al estado de la mera consciencia psicológica de masa y abarca en su horizonte tanto las condiciones de la marcha como del desarrollo del movimiento proletario. Dentro del cuadro total del proceso histórico, representa, pues, la concreción de la voluntad revolucionaria. En su dominio recaen tanto el conjunto de la situación presente, en la que se desenvuelven concretamente las acciones y reacciones sociales, como el porvenir de dicho movimiento. No obstante, el partido no agota en sí mismo el proceso histórico - como, en general, tampoco es posible que la consciencia contenga la totalidad del desarrollo social y de su devenir - ni, en la lucha por la realización de su programa histórico, le está dado reemplazar a la clase con su propia organización formal sin destruir al mismo tiempo la dinámica que conduce a la emancipación y al comunismo; sólo puede operar en el sentido indicado por el programa para coadyuvar a hacer revolucionario al proletariado. Por otra parte, el momento político-activo del movimiento proletario (el partido de clase) no se desenvuelve con la absoluta autonomía - por lo demás, tan sólo aparente - de la consciencia de clase adecuada o racionalmente adjudicable, esto es, en cuanto expresión organizada del puro esfuerzo crítico-subjetivo de los elementos más avanzados de la clase. Cuenta, igualmente, para desarrollarse con las condiciones propiciadas por la acción de fuerzas económicas ciegas que obran fuera de su voluntad y conducen al sistema capitalista a la crisis por el desenvolvimiento lógico de sus propias contradicciones.

Volvamos, a propósito, al ejemplo anterior, el de la función del oportunismo y de la inercia del capitalismo (asociada, obviamente, al período no revolucionario) en el movimiento obrero al registrarse el tránsito a una situación objetivamente pro-revolucionaria. El fin de la impronta de estos dos factores, unidos, como se ha visto, al periodo no revolucionario de reformismo y adecuación al capitalismo, no puede atribuirse al reformismo mismo, sino al trabajo de impugnación y subversión llevado a cabo por el partido en la clase a lo largo de decenios de actividad constante. Tal cosa significa que su superación es indivorciable de las tendencias y fenómenos sociales, culturales y políticos experimentados vívidamente por la clase y, en ese sentido, puede eventualmente beneficiarse de los movimientos cualificadores de la subjetividad proletaria en gran medida estimulados por el influjo del partido en un momento determinado de la historia mundial.

B. Recomposición del Partido

Ninguno de los problemas en los que basáis la agregación de los elementos de clase, ahora dispersos, ha sido clarificado ni podrá serlo si prevalece una mezcla abigarrada y ecléctica de "marxistas" y tendencias de todos los tipos. A este respecto hay dos cosas que para cualquier marxista coherente están claras: por un lado, el partido no puede nacer de la confusión política de experiencias parciales y fragmentarias; por el otro, al margen de una firme determinación de la línea de continuidad histórica y de clase de la que desciende el partido, toda tentativa de construirlo no pasa de ser una quimérica esperanza. De lo contrario, no constituiría más que una suma de oportunismos cuyo denominador común residiría en la mera ambición política. He aquí por qué:

1. sin una clara y precisa línea política general en neta contraposición a la burguesa - como resultado del cuerpo de tesis y de indicaciones del único programa posible para la emancipación del proletariado - ninguna lucha política clasista es practicable, así como tampoco es posible el crecimiento de los militantes en calidad y cantidad;
2. la línea política en su conjunto no es el producto de síntesis aproximativas de experiencias particulares: ella es la síntesis teórica y política de las experiencias históricas de la clase, de la confrontación entre las clases en los diversos períodos, y de los consiguientes problemas generales y particulares que se presentan en la definición del programa revolucionario.

Tesis sobre el tardobordiguismo

Otro de los defectos fundamentales de vuestro socialismo es que sólo sois "marxistas" mientras el marxismo no toca las cuestiones prácticas del capitalismo de Estado, de la burocratización, de la degeneración burguesa del MO, mientras permanece circunscrito tan sólo en algunas consideraciones generales y podéis permanecer al abrigo de amenazas en una posición segura; no le conferís, pues al marxismo una función esclarecedora en el proceso de transformación práctica del mundo, sino que lo degradáis al nivel de una ideología apologética y mistificadora. Vuestro "marxismo" sólo reconoce "hechos" y datos objetivos que no os obligan a nada. Fungis como guardianes de una presunta "ortodoxia" revolucionaria sólo mientras podéis mantener la doctrina separada de la "acción", de vuestros intereses y de la práctica concretos que debían verificarla y vivificarla. Nuestro marxismo y nuestra militancia, por el contrario, al igual que los de todos aquellos que se sitúan a la "izquierda" del actual movimiento socialista y comunista en el mundo, consiste en cumplir en el movimiento obrero de nuestros respectivos países la misma función que en el movimiento socialista desempeñaron a comienzos de siglo con mayor resonancia Rosa Luxemburg, Lenin, Bórdiga y otros: la de hacer que el programa y la teoría revolucionarios sean parte inseparable de un proceso emancipatorio práctico que tiene lugar en las luchas actuales de las masas, no en un más allá inalcanzable al estilo de los doctrinarios metafísicos de todos los tipos.

Examinemos en seguida vuestro procedimiento. En primer lugar, os ahorráis toda retrospectiva, toda indagación de los orígenes y raíces del estado de cosas actual, de modo que vuestro "marxismo", como insistís en llamarlo, cojea por carecer de un análisis de clase en torno a los temas centrales de nuestro tiempo y haber renunciado a los ejes del comunismo científico: la crítica de la economía política, la teoría política de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. En segundo lugar, al absteneros de formular cualquier opinión seria y profunda sobre las causas de la debacle de la URSS y del Movimiento obrero y "comunista", es como si confesarais que para vosotros el punto de vista de clase y la teoría marxiana no existen cuando su aplicación rigurosa y metódica puede conducir a conclusiones incómodas. En cambio, os limitáis al señalamiento de un hecho que puede ser constatado por todos y no os compromete a nada - la agudización de la crisis capitalista - presumiendo que ese hecho por sí solo - sin acumulado histórico-político y teórico previo - puede aportar una base suficiente para propiciar las mutaciones político-organizativas y subjetivas exigidas por el avance de la consciencia comunista. Cuando decís que reconocéis que la crisis "ha trabajado más que nadie durante esta década para poner a millones de víctimas en condiciones de comprender y asumir una propuesta de lucha anticapitalista", lo que, en realidad, queréis decir es que sólo os interesa el marxismo cuando está en vuestras conveniencias, del mismo modo que los ladrones usan la moral para camuflarse cuando se convierten en blanco de ataques; en otras palabras, sois marxistas sólo como Tartufo era moralista, esto es, cuando podéis instrumentalizar algunos aspectos de su análisis para manipular al proletariado. Pretendéis no proyectar luz y contribuir con un planteamiento coherente que obre como medio de articulación de los elementos susceptibles de conformar el partido de clase, sino sacar provecho del caos de la confusión, usando las actuales circunstancias de dispersión, pero, al mismo tiempo, de necesidad organizativa para la acción, a fin de captar adeptos a vuestra propuesta entre los elementos confusos o meramente eufóricos de la clase. Os encamináis, pues, a la conformación de un nuevo aparato oportunista.

A pesar de toda la alharaca democraterista de vuestra convocatoria a la recomposición del partido, os reserváis, naturalmente, la prerrogativa de crear las ficciones detrás de las cuales deberá correr el rebaño humano generado por la enajenación ideológica y cultural capitalista: en la crisis, en efecto, encontráis una masa que os sirve de medio y una situación que os sirve de teatro, ahora, entonces, os aprestáis a hacer el papel de oportunistas que tan bien conocéis. Para empezar a hacer visible y consciente la fuerza de los elementos de clase y darle organicidad no basta declarar el objetivo hacia el que se apunta - "la abolición del capitalismo" decís - sino aclarar en términos programáticos, organizativos y de acción qué significa esa expresión. Cada corriente "marxista" tiene o bien una respuesta distinta a esta cuestión crucial o, aún coincidiendo en la definición, difiere en lo que respecta a la estrategia para alcanzarla. No obstante, al sumar vuestro apoyo incondicional al régimen de Castro en Cuba como parte de los principios de adhesión al encuentro por la formación del "partido revolucionario marxista", no sólo habéis declarado lo que entendéis por "socialismo" sino que, por añadidura, habéis pronunciado vuestra propia sentencia de muerte histórica al unir vuestra suerte a un régimen de capitalismo de Estado ya condenado desde su propio nacimiento a ensimismarse dentro de sus fronteras nacionales, rompiendo todo nexo con el proceso revolucionario del proletariado mundial, y su precipitación en el más abismal marasmo económico por obra de su lógica interna. La "unión de los marxistas", basada en la negación del análisis de los regímenes del Este de Europa y de los movimientos de liberación nacional triunfantes en China, Corea, Cuba, Vietnam, etc. desde el punto de vista del materialismo dialéctico, de la crítica de la economía política y de la dictadura del proletariado para la creación de una comunidad humana mundial, unión de la que tanto habláis y que textualmente constituye el motivo de vuestro documento, no puede ser, por tanto, más que la unión de todos los oportunistas que se han quedado sin trabajo en los últimos años.

Habéis subrayado el hecho de que durante el último decenio se ha arrastrado una multiplicidad de factores de dispersión y confusión y aunque aseveráis que es posible la resolución teórica de muchos de los problemas causantes de atomización no extraéis los elementos de base para un análisis capaz de abarcarlos y tomarlos por la raíz. Se trata de llegar a un juicio propiamente teórico-político más que simplemente polémico, que le permita al futuro organismo político operar como una condición superadora de los factores degenerativos del movimiento obrero y de las respuestas dispersas e inefectivas al mismo. Es, por tanto, el momento de extender con coraje un balance de cuanto ha sido realizado hasta aquí y trace directrices para avanzar una corriente marxista. Tal cosa...

confirma que hoy no sólo se debe reconquistar el ABC del marxismo, sino que al mismo tiempo esto no se puede alcanzar si no al interior de un proyecto político complejo, constituido por el programa revolucionario y comunista de la clase obrera.

Crítica del tardo-bordiguismo, PCInt

Prestar caso omiso, pese a ciertas aproximaciones en el aparato conceptual y de lenguaje, a divergencias radicales entre líneas teóricas y estratégicas que han caracterizado y caracterizan grupos y corrientes diversas e históricamente divididas, le quita toda base firme al proceso de construcción del partido. Más específicamente: todos aquellos que se reclaman de la izquierda radical y se consideran calificados para concurrir en el proceso de constitución del nuevo partido no se reclaman, en realidad, de una experiencia siempre coherente; expresan, en efecto, no una simple diversidad de visiones, sino verdaderas y profundas contraposiciones de líneas políticas y de perspectiva, cuando no directamente de método. En un documento publicado por una de las organizaciones participantes en el Buró Internacional por el Partido Revolucionario se declara sin ambages:

Estas divergencias, que una profundización analítica amplificaría mucho más que restringiría, no se borran ni se superan con actos de buena voluntad. Encuentros, discusiones y confrontaciones en el pasado han fracasado porque el terreno y las perspectivas dentro de las cuales se mueven algunos grupos son sólo aparente y superficialmente los mismos. Todo esto ha dejado su impronta, y a su vez ha sufrido la influencia, en la definición sucesiva de un cumplido balance histórico. O bien, en el examen crítico del pasado, a la luz de:
1. de la crítica de la economía política;
2. del materialismo histórico e dialéctico;
3. del programa estratégico por el comunismo.
Ni se puede considerar como un balance histórico aquel que no sepa extraer de él también las indicaciones para el inmediato futuro, o bien las conclusiones sobre el plano estratégico y táctico.

Ibidem

A propósito, el conocimiento de las tesis que formulais en vuestra "Carta Abierta" nos hace ver hasta qué punto ha influido y sigue vivo el pasado aún en vosotros. Nos damos perfecta cuenta de ello porque frecuentemente os encontráis hablando en un lenguaje ya muerto. El lenguaje podrido que habéis empleado en vuestra carta: "pueblos", "direcciones revolucionarias", "derechos civiles", "democracia", etc., testimonia no sólo la influencia de la última ola democraticista de la burguesía y el alto grado en que los lastres y vestigios del pasado contrarevolucionario subsisten en vosotros, dificultándoos ascender hasta una posición política y teórica superior, sino un enfoque que oculta la realidad subyacente a los fenómenos que describe. Este lenguaje representa una forma sin vida, corresponde incluso a la reacción stalinista y trotskysta, cuyas formas ideológicas, al ser comparadas con las adquisiciones del marxismo, pueden considerarse también como una contrarrevolución en el campo del pensamiento. Adoptáis un lenguaje "revolucionario" en la superficie para ocultar una intención reaccionaria de fondo. Pero vuestro lenguaje, particularmente cuando os referís a los sucesos de la URSS y del bloque oriental, lleva consigo el terrible defecto de que circunscribe el "análisis" a la descripción de las puras apariencias de algunas circunstancias históricas y sociales, pero no penetra en los mecanismos internos que las causan y las regulan. Así, pues, asumís sólo el porte del cristiano contrito, en un momento en que sólo un planteamiento y una actitud que se propongan ir más allá de la contrición y de los simples autos de fe y expiación para llegar a la comprensión, puede ayudar realmente al proletariado argentino y latinoamericano a avanzar por el camino correcto.

El verdadero punto de partida de este camino es muy sencillo: reconocer la antinomia en que está envuelta vuestra práctica, la cual afirma no la emancipación sic et nunc, sino los viejos y desvencijados aparatos burocráticos que han servido antes y en el curso de la crisis capitalista a la profundización de la contrarevolución. Pero una cosa es admitir algunos de los límites y errores del pasado y otra muy distinta es intentar superarlos de modo radical. La elección de la última opción implicaría ir hacia atrás para examinar a fondo las cosas aunque sólo sea para percatarse de que todo cuanto se ha absorbido y respirado en la atmósfera en que se ha desarrollado la "izquierda radical" latinoamericana y mundial sobrevive todavía e impone una tenaz lucha consigo mismos a aquellos que realmente quieren superar la influencia reaccionaria de su viejo y reciente pasado. En efecto, para asimilar profunda y adecuadamente un punto de vista superior hay que ponerse primero en posición de comprender y después de criticar el punto de vista anterior. ¿Podréis desembarazaros, finalmente, sin crítica teórica profunda y sin subversión práctica radical, sin un balance preciso, sin pagar el precio político que esto conlleva, de los lastres del pasado y superarlos realmente? Permitidnos, cuando menos, la duda. Habría que hacer muchos esfuerzos de imaginación para daros crédito. Sabéis que la evolución histórica, al dar al traste con la totalidad de vuestros puntos de referencia y mitos anteriores, os ha puesto ante una encrucijada en la cual podéis perecer políticamente, pero parece que sólo deseáis salvar vuestra propia posición como personas sin dar nada a la clase y a su avance real. Quizá sólo estáis deseosos de poner vuestra reputación al abrigo de ataques.

Probablemente sería útil hacer una breve referencia al origen de algunos de los nuevos militantes de nuestra corriente, muchos de los cuales vienen de un proceso de autocrítica, tratando de romper los moldes restrictores y castrantes en que habían sido formados. En los sucesos de Colombia, Cuba y Centroamérica vieron caer todos los dioses en los que antes creían, pero los templos, según lo dijo en una ocasión el dramaturgo rumano Ionesco, todavía resisten. Para estos camaradas, que partían de una experiencia histórica muy pobre y retardada, así como del escaso bagaje teórico y cultural del llamado "marxismo latinoamericano", los sucesos de esos países y el desastre mundial de los movimientos de liberación nacional en los últimos treinta años, constituyeron, guardadas las proporciones, lo que para la Izquierda Comunista europea de los años Veinte significaron la contrarevolución stalinista en la URSS y el retroceso de la Revolución Mundial. Esta circunstancia los obligó a pensar y a revisar muchas cosas. Ya lo dijo Balzac hace más de un siglo: "el fracaso es más creador que el éxito". Algunos de sus contemporáneos se movieron hacia la derecha, otros, la minoría, es decir, aquellos que siempre habían pensado en términos de clase y procuraban poner por encima de todo la defensa de los intereses del proletariado, preservando la perspectiva histórica del comunismo, se movimos más hacia la izquierda y, en ese proceso, rompieron con todo el movimiento tradicional. Pero aún no se puede decir que hayan saldado por completo las cuentas con él, todavía les falta profundizar en las raíces históricas y metodológicas de sus errores. Al reconocerse como producto de la llamada "izquierda" latinoamericana, admiten, al mismo tiempo, que llevan impresa la marca de sus defectos. En efecto, esta izquierda formó a sus miembros no como militantes capaces de investigar, de reflexionar y de examinar críticamente las cosas para obrar según un método, sino como meros soldados que, ante todo, debían creer, obedecer y pelear, sirviendo sólo como ejecutores ciegos de una política. Se trata, sin embargo, de una consecuencia comprensible si se admite el hecho de que esta izquierda no actuaba a la luz de una metodología que la obligara a ajustar sus perspectivas y acciones políticas al análisis científico de la realidad y a trabajar de conformidad con los intereses generales del proletariado; por el contrario, subordinaba el análisis, la línea política y la perspectiva estratégica a las necesidades de su equipo dirigente dentro de sus ambiciones nacional-capitalistas, anteponía los intereses de un partido o una organización formal a los intereses generales del proletariado. El desastre de esta política no podía tardar en evidenciarse y ahora está a la vista de todos: la conciliación de clases y la promoción de las peores formas de la dominación capitalista. Esta izquierda pudo haber tenido éxitos militares y políticos, pero los obtuvo desde el punto de vista burgués y en el terreno de la praxis burguesa, abandonando, en nombre de una realpolitik limitada a los problemas y necesidades del capitalismo, el terreno de la emancipación, el terreno de la lucha de clases y del programa comunista, el único que puede permitirle realmente al proletariado ganar aptitud revolucionaria para ponerse en situación de transformar el mundo y transformarse a sí mismo para salir del cieno en que está hundido. Es precisamente aquí donde, parafraseando a Voltaire, podríamos decir, "si el Partido (como programa histórico del proletariado y fuerza actuante en la realidad) no existiera, habría que inventarlo".

Conclusion

Para el marxismo revolucionario la constatación de la actualidad de la revolución proletaria en virtud del imperialismo y de las crisis, conlleva, al mismo tiempo, la depuración del socialismo mediante la reconquista de sus núcleos y principios revolucionarios. He aquí también el primero y principal resultado que reclama la reconstitución del MO y el progreso del partido marxista de la actividad de la "izquierda comunista" durante esta fase de la historia en la que se asiste a los prolegómenos de una nueva Guerra Mundial imperialista.

Nuestra tarea es mostrar la vía que une las acciones cotidianas de resistencia y de rebelión del proletariado con los objetivos más altos del programa comunista. La actitud de la izquierda comunista en el momento de registrarse el tránsito del capitalismo hacia el imperialismo y la guerra, junto con la radicalización social y política que muy probablemente habrá de seguirla, no sólo debe evidenciar perfectamente la forma concreta que ha de revestir este punto de contacto en el movimiento obrero y socialista nacional e internacional - la fusión entre la lucha proletaria como reacción espontánea a la intensificación de la barbarie burguesa y del partido político revolucionario que encarna conscientemente su programa histórico - sino que debe dar un ejemplo relevante a los elementos vacilantes que todavía se debaten entre dudas y ambigüedades acerca de lo que significa la verdadera solución marxista de la relación entre la teoría y la práctica, señalando, al mismo tiempo, lo que no es: una adaptación servil a la situación específica.

Si en medio del periodo no revolucionario el papel del partido había sido tanto el de la crítica del capitalismo - es decir, el de señalar sus contradicciones, sus factores de descomposición y las fuerzas autodestructivas que lleva consigo - como el de conducir sin vacilaciones el combate frontal contra las tendencias degenerativas del movimiento obrero, que expresan su adaptación oportunista al status quo, en la época de gran agitación revolucionaria, suscitada por la crisis y la guerra imperialista, bajo el supuesto de que se haga presente un movimiento obrero radicalizado y levantisco, la tendencia unitaria entre la teoría y la práctica significa la elevación del movimiento práctico de masa al nivel del programa revolucionario del comunismo. La guerra imperialista y el consiguiente rechazo de las masas al sistema debe permitir no sólo que entre aquellos militantes se forme un pensamiento revolucionario como expresión directa del espontáneo desbordamiento proletario de los marcos burgueses, sino que prospere un marxismo vivo, opuesto al formalismo tan extendido entre los socialistas y comunistas puramente protocolarios y más sensible al estudio de las condiciones reales de la emancipación del proletariado. En términos políticos esto debe traducirse en la ruptura con todas las direcciones reformistas y claudicantes del movimiento obrero y social y en la tentativa de estructurar y reorganizar el movimiento sobre bases marxistas coherentes. Se debe evitar, ante todo, la tendencia a convertir el marxismo en una doctrina cerrada, heredada del período contrarevolucionario en el que éste había perdido transitoriamente su función práctico-revolucionaria inmediata. Pero tal demanda, que es, al mismo tiempo, la exigencia de la restitución de su contenido liberador y subversivo, no puede reducirse a una simple tentativa voluntarista; debe contar como substrato basilar con una lucha política real y de masas que le permita obrar como una efectiva estrategia directiva de la acción. En medio de una lucha decidida por hacer revolucionario al proletariado, la consecuencia inmediata de la ruptura con el oportunismo debe ser la formación de una fuerza autoconsciente del proletariado combatiente contra el capitalismo y las categorías degeneradas del movimiento obrero que lo defienden.

Núcleo de Comunistas Internacionalistas - Colombia - Sur América. Jueves 29 de abril de 1999