Acerca de la manipulación y del control ideológico

1999-06 - Acerca de la manipulación y del control ideológico

Aunque la sociedad burguesa ha reposado siempre en el monopolio de los medios de producción por la burguesía y en la exclusión de los trabajadores, a los cuales han estado unidos el autocratismo y el despotismo capitalista, la desaparición del viejo mundo social y cultural provinciano ha traído consigo también la extinción de la ficción de una sociedad de individuos burgueses privados independientes equivalentes entre sí, debidamente legitimados en sus derechos y atribuciones civiles y políticas por el cambio libre de mercancías. El desarrollo de las grandes concentraciones industriales y financieras a lo largo del siglo XX, significó no sólo la emergencia de los nuevos sujetos del Poder, con el correspondiente reemplazo de los "capitanes de industria" individualistas del pasado, sino el brutal y aplastante avance de la centralización del poder económico y político que barrían con las ilusiones liberales, individualistas y democráticas fomentadas por la Ilustración y el liberalismo decimonónico; en conjunto, ello privó de sustancia económica las viejas ilusiones de un democracia política pura. En su lugar, surgió una "sociedad" de trabajadores dependientes y una nueva "clase media" de administradores, ingenieros, intelectuales y organizadores, en cuyo cuadro general las relaciones personales y directas entre los individuos, a los que no cabía ya ningún rol activo ni iniciativa, fueron sustituidas por los vínculos formales e impersonales de las gigantescas maquinarias productivas, burocráticas y organizativas del siglo XX. Constituida de cuerpos socializados de trabajadores productivos o de funcionarios vertebrados por la gran empresa moderna y la maquinaria del Estado, la sociedad se convirtió, entonces, en un organismo más o menos controlable desde el cerebro de las sedes ejecutivas monopolistas y del aparato estatal, susceptible de ser sometido a formas más o menos eficaces de programación. Por medio de los oligopolios y las grandes asociaciones monopolistas de la industria y del mercado, se impuso un rígido control de las acciones y la conducta de las personas y aún la posibilidad de "diseñar" el comportamiento y la conciencia gracias a la intervención de la ingeniería social amplia ofrecida tanto por las condiciones de organización, masificación y mecanización operadas por la gran empresa y el urbanismo modernos, como por los progresos científicos del siglo. Al capital le quedaba abierta la puerta para ingerir provechosamente tanto sobre el entorno en que se desenvuelve el sujeto como sobre su psique.

Totalmente tecnificada, la administración del "capitalismo organizado" abraza las dimensiones del trabajo y del descanso, del ocio y del disfrute, del consumo y del placer, de la actividad y del pensamiento, no hay prácticamente una sola esfera que escape a su influjo. Asimismo, al determinar las motivaciones y satisfacciones, traza la dirección de los actos, imprime un significado a los intereses y confiere un sentido a los deseos del sujeto. Por una causa idéntica, obra lo mismo sobre el instinto que sobre la consciencia. Equipada con medios técnicos capaces de prestarle ubicuidad, ejerce, tanto sobre los grandes grupos como sobre los individuos aislados, una impronta constante, impresionante y sugestionadora. Tiene incluso la facultad de penetrar las regiones más ocultas y profundas de la subjetividad, hurtándole al individuo los restos de espontaneidad y autonomía que todavía le concedía la Ilustración y el pensamiento liberal clásico para elaborar su propio pensamiento. Uno de los problemas fundamentales del capitalismo, el relativo al control y al dominio de los hombres para conducirlos según sus propios fines, estaba, pues, resuelto: su solución consistía esencialmente en controlarlos desde dentro, a través de sus necesidades, frustraciones, minusvalías y miedos básicos, tejiendo un ligamen vital e interior entre el individuo común y el sistema de dominio, del cual ha dependido el surgimiento de una psique y una ideología sociales capaces de reaccionar dúctil y adecuadamente a los imperativos de dicho sistema.

Como se ha dicho, las grandes ventajas con que cuentan los dispositivos de control y manipulación de la clase dominante para influenciar a la gran masa estriban precisamente en que incluyen medios técnicos virtualmente ilimitados detentados por los capitalistas y accionados por agentes sociales que les sirven en el papel de funcionarios del consenso e instrumento de hegemonía ideológica. Tales medios operan en un contexto en el que, en primer lugar, se ha hecho imposible un dominio directo o personal de las masas por parte del aparato dirigente y, en segundo lugar, la industria ya no trabajaba para una clientela fija sino para un mercado anónimo cada vez más extenso y complejo geográfica, demográfica y culturalmente; desde este momento, la propaganda y la publicidad se convirtieron en el vehículo más eficaz para incidir sobre la voluntad y la consciencia de las masas. Los técnicos de la manipulación psíquica y de la fabricación del consentimiento popular tomaron el lugar de las viejas castas privilegiadas a las que correspondía conseguir la cohesión ideológica en las sociedades precapitalistas. Uno de los grandes ejemplos a este respecto - y que, por cierto, podría ser postulado como paradigma de la misión que le incumbe a la tecnología en la sociedad capitalista - nos lo ofrecen la radio y la televisión. Tales instrumentos le han permitido al aparato de control extender la empresa de dominación hasta lugares a los que, con antelación a la burguesía, ninguna clase dirigente siquiera soñó llegar. La invención de la radio y la televisión, en efecto, brindó por primera vez al Poder la ocasión de enfilar todos los recursos de indoctrinamiento y sugestión, aportados por la enorme ampliación de los conocimientos psicológicos y científicos del siglo, sobre millones de personas. Provisto de medios para invadir con su ascendiente la privacidad de sus moradas o adentrarse en lo más recóndito de sus cerebros, el Poder, como lo sugiere cierto film italiano, "está en situación de agredir a los individuos cuando menos se lo esperan: en la intimidad de la estancia, de la cocina, del dormitorio...". Ante él se abre la posibilidad de llenar el universo mental del sujeto con un contenido previamente determinado por las ideologías irradiadas por sus instituciones y aparatos, de someter la vida consciente y semiconsciente de aquél a sus propias representaciones. Dicho de otro modo: la burguesía monopolista cuenta hoy con la capacidad de expropiar masivamente las principales facultades psíquicas de las personas; está en condiciones de anular en un grado considerable su conciencia reflexiva y de colmar sus emociones, fantasías y deseos, para entregar su vida mental a un sistema de manipulación psíquica e ideológica centralizado. Este sistema ha despojado a los hombres del sentido de su autonomía y de su creatividad libre; ha infundido su espíritu a los pensamientos y acciones de aquellos hasta el punto de que ya no piensan ni sienten por sí mismos. Al dejarse envolver con sus imágenes y mensajes, el individuo pierde la conciencia de su realidad esencial y la del mundo. Por consiguiente, se ha puesto fin a la autonomía de atributos que hasta ahora habían sido considerados de la exclusiva potestad del sujeto.

Los técnicos del dominio no tienen ningún escrúpulo en confesar que una buena parte de su eficacia reside en los desórdenes y desequilibrios de un psiquismo colectivo presa de una emotividad desbordante, aun no actualizada de manera consciente y, por ello mismo, caótica. Este hecho ha sido captado con mayor agudeza especialmente por los métodos propagandísticos y publicitarios. Considerando que el caudal de emoción acumulada destaca por encima de las demás vulnerabilidades del sujeto, toman los aspectos más descuidados y descontrolados de la psique colectiva como materia prima de la manipulación. Así, gracias a los medios científicos y técnicos que tiene a su disposición la sociedad actual, la cantidad de emoción generada por la inmensa miseria psíquica y económica conectada con la alienación del trabajo revierte en poder de manipulación.

En la inmensa mayoría de los casos, el comportamiento de los individuos es gobernado por fuerzas cuya profunda naturaleza desconocen y sobre cuyos mecanismos y formas de actuación muy pocas veces tienen la suficiente claridad ni se toman, además, el trabajo de elucidar. En el terreno psicológico se escenifica un conflicto semejante al que mantiene el hombre con la naturaleza. Si la comprensión y el dominio práctico de la necesidad constituyen la libertad, entonces aquí reina la irracionalidad y la noche de la ignorancia cae sobre la consciencia. La no comprensión de la necesidad implica que existen fuerzas fuera de nuestro alcance, fuerzas a cuyo influjo terminamos plegándonos ominosamente. Precisamente una de las tesis fundadoras de la psicoanálisis - una de las técnicas y teorías más influyentes sobre el control social - subrayaba el hecho de que cuando el enfermo reconoce que los síntomas psicopatológicos expresan en forma simbólica determinados procesos mentales su significado oculto sale a luz y se produce la desaparición del síntoma. A fin de proyectar sobre ellas el sol de la razón y domeñarlas, los hombres deben sacar a la luz los demonios de su vida inconsciente y semiconsciente; deben tomar el Hilo de Ariadna del método científico para marchar sin perderse por los vericuetos del laberinto mental hasta descifrar el camino que conduce a descifrar sus mecanismos más profundos. Ninguna sociedad puede llegar a ser verdaderamente libre mientras la vida psíquica de sus miembros permanezca en un estado de incomprensión y extrañamiento, al margen de sus controles racionales. La falta de esta condición significa que somos vulnerables a ser manipulados por quienes, al interior del dispositivo capitalista de control social, son capaces de identificar algunos de los más importantes mecanismos de nuestra conducta, convirtiéndolos en objeto de instrumentación técnica con fines económicos o políticos. De esta manera, el Poder administra fuerzas que ponen a su alcance una porción considerable de la conducta del sujeto; en efecto, moviliza elementos irracionales como mediadores de los fines y valores cosificados de un orden presidido por la racionalidad del beneficio: la irracionalidad de estas fuerzas pone al sujeto a merced del Poder en la misma medida en que es capaz de manipular sus reacciones.

Pero los límites que afronta el desarrollo de una plena racionalidad social entre las clases subalternas bajo el capitalismo no sólo están conectados con la imposibilidad de realizar la libertad - y, por tanto, de la capacidad humana - en el seno de un sistema sediento de plustrabajo, sino con la cosificación de la consciencia del proletariado. La cosificación de la conciencia del proletariado significa que la clase sobre la que descansa la totalidad del sistema de producción y reproducción social, sobre la que se erigen las maravillas de la industria y sin la que la opulencia y las galas exhibidas por la sociedad moderna no existirían, no ha actualizado aún su real condición en el modo de producción existente ni es consciente de su poder histórico-creador. Cosificación de la consciencia de clase quiere decir, por tanto, que los pensamientos y conductas del proletariado se mantienen todavía prisioneros de las formas económicas, ideológicas, jurídicas, políticas y morales de la sociedad burguesa e incluso se representa sus intereses sociales en términos de las relaciones de intercambio fetichistas del capitalismo.

Dondequiera que el proletariado no ha sido capaz de soñar en un Nuevo Mundo ni ha librado una dura guerra de clase contra sus cancerberos; allí donde tradicionalmente la gran masa de la población permanece postrada y aterrada, sufriendo impasiblemente los embates de sus explotadores y verdugos; donde nadie se detiene nunca a pensar en la historia de la sociedad, en sus fuerzas motrices, en sus creadores ni en sus intereses de clase, donde las miradas no acostumbran a elevarse por encima de la esfera del comercio o del oficio que se ejerce, donde su voluntad carece de objetos hacia los cuales dirigirse ni cuenta con la organización y la fuerza para pensarse a sí misma y producir una realidad nueva, al Poder le es muy fácil sugestionar a las masas. No existe ningún contrapunto a la ideología burguesa ni resistencia alguna a sus designios. La mente de la gente aparece llena del discurso institucional, sin metas propias y sin conciencia de sus fuerzas y posibilidades. En estas circunstancias, la gente no piensa mucho, sólo siente. Experimenta una mezcla confusa de sentimientos: miedo, rabia, angustia, odio, desesperanza; pero, al dedicar tan pocos momentos a la reflexión y ser arrancada abruptamente de sus pensamientos por la frenética competencia o por la necesidad material, las emociones fortísimas que la embargan hacen que su estado anímico y sus disposiciones internas se pleguen pasivamente a los estímulos externos. De manera análoga al animal, su ánimo y disposición interior dependen exclusivamente de los estímulos que recibe; la ausencia de un control activo y racional de su propia situación la pone a merced de sus reacciones. Ahora bien, si se conocen sus frustraciones, sus resentimientos, sus miedos y deseos, y si, además, se han identificado estas reacciones y los estímulos a los que responden, se puede controlar también su conducta.

La única manera de que los individuos no fueran inducidos a hacer cosas que están contra su integridad y desarrollo ni fueran presa fácil de las ciegas reacciones a los estímulos con que los manipuladores tratan de dirigir su conducta, es que los factores responsables de la misma no yacieran ignorados en la obscuridad del inconsciente. La dilucidación racional de estos factores contribuiría enormemente a hacer de los hombres - individual y colectivamente - dueños de su vida y, por consiguiente aptos para construirse libremente, al sustraerlos a la presión que hasta ahora ha ejercido tan eficazmente el dispositivo de control sobre sus emociones. La cuestión de fondo radica, entonces, en lo siguiente: ¿por qué el hombre de la sociedad burguesa - suponiendo que los problemas y características de este tipo "humano" sean específicos, originales y únicos sin antecedentes en el hombre primitivo, antiguo y medieval - en lugar de formarse por sí mismo sus propias concepciones y representaciones ha sometido su vida moral y psicológica, dejándola en manos de otros? ¿es que, acaso, en esta sociedad le faltan las condiciones y recursos para alcanzar su autonomía?

La degradacion cultural del capitalismo y la emocionalización del sujeto

Una de las mayores paradojas de la sociedad burguesa consiste en que, no obstante haber logrado una incomparable perfección técnica en la ejecución, ha despojado de espíritu la actividad humana, privándola no sólo de un concepto prestado por el espíritu, sino de toda participación seria de la sensibilidad y de toda verdadera emoción elevada. Desligada in stricto sensu de la cultura, de la creación del hombre como totalidad - y, por ende, de la expresión consciente de la emotividad - la producción burguesa solamente puede encontrar cauce como negación de la posibilidad de sublimar culturalmente la energía psíquica, como represión, sin contrapesos ni resarcimientos, de los instintos y emociones del sujeto, discurriendo aparte de las actividades y movimientos conducentes al múltiple afirmarse del haz de potencialidades humanas. Sectores fundamentales del universo psíquico y físico, pero con especial énfasis las zonas de la emotividad y de la sensibilidad, son, por ausencia de integralidad en el desarrollo, arrojadas fuera de la esfera de los intereses preeminentes de la sociedad, desalojadas de la producción y la reproducción. A tal extremo se ha llevado esta ruptura que el ámbito de comunicabilidad moral y emocional del sujeto se sitúa casi exclusivamente en la órbita de la vida privada. De esta manera, permanece desmaterializado y, por así decirlo, proscrito en el fuero interno del sujeto.

Mientras las mejores y más altas energías y facultades del hombre son absorbidas por el trabajo, todo su "mundo interior" se acumula como basura en descomposición en su inconsciente atormentado y permanece allí represado por los llamados 'controles culturales' interiorizados en la etapa formativa previa de la adolescencia; luego, cuando consigue emerger a la consciencia, revierte en las producciones escatológicas del "arte moderno", en la publicidad y en la inmundicia de las relaciones interpersonales en la vida privada. He aquí por qué las necesidades de expresión humana se mantienen a un nivel muy bajo con respecto a los productos del trabajo y a la actividad productiva propiamente dicha. Nada de esto es, sin embargo, extraño en una sociedad donde el rigor formal, aunque pobre en contenido humano, del trabajo, contrasta manifiestamente con la anarquía, la inorganicidad e inconsciencia que reinan fuera de él. La hipóstasis de las relaciones sociales capitalistas, explica esta "extraña" coexistencia entre la rigurosa lógica que gobierna la organización del trabajo y de los negocios y la irracionalidad casi atávica en que se precipitan los individuos. Por una ocasión más, el sistema capitalista celebra, en el terreno práctico, la nada rara, aunque confusa para muchos, unión heracliteana de los contrarios.

Si el trabajo no es ya el proceso de objetivación y de realización de las fuerzas y facultades sociales de los hombres, sino su negación, no puede satisfacer tampoco el interés de producir objetos culturalmente elevados ni dar cabida a las grandes concepciones del espíritu. Es, en cambio, un proceso condicionado por la necesidad de transformar el producto en mercancía, sin que importe su valor de uso concreto ni estimar la necesidad social real más que como simple vehículo material del valor de cambio. Aquí, la capacidad humana no es desplegada con miras a realizar las potencialidades de los productores ni a cubrir sus necesidades; ella es, igualmente, transformada en una mercancía más, la mercancía FT, usada exclusivamente para producir la plusvalía que nutre a la acumulación de capital. Una vez dispuestas todas las relaciones y reglas sociales de conformidad a estos dos imperativos - de un lado, convertir el producto del trabajo en mercancía, y, del otro, recabar un excedente de valor del consumo de FT - queda excluida la posibilidad de realizar al hombre como entidad total; los intereses y móviles sociales marchan en una dirección opuesta, consagran la entera vida de los individuos al culto de los dioses seculares del rendimiento y el beneficio. La enorme cantidad de energía y de preocupación humana absorbida por la economía es, en consecuencia, la responsable de la tosquedad y brutalidad de la faceta emocional del hombre burgués.

La tosquedad espiritual y la gradual descualificación cultural - efectos de una civilización avara del tiempo y hambrienta de la energía humana - intensificadas por la aglomeración, la concurrencia antropofágica, la rutinización de las vidas cosificadas y los acelerados comportamientos de la parafernalia tecnológica, han resucitado y permitido aprovechar el enorme poder de los factores primitivos - pertenecientes al dominio del instinto y no de la inteligencia - sobre la conducta, ofreciendo al dispositivo de control social un área vastísima de explotación. En lugar de observar el pleno dominio de la razón autoconsciente, los procesos psíquicos del hombre enajenado de las sociedades modernas tienden a desarrollarse mayormente al margen de la conciencia reflexiva, sin perjuicio de la racionalidad social operante que, hipostasiada, se desenvuelve independientemente de la conciencia humana. El carácter económico-fetichista de dicha racionalidad no opera con base en el requerimiento de que los hombres se eleven hasta el grado de alcanzarla por la razón. Como simples portadores de necesidades objetivas, éstos son impulsados a actuar sin que medie su comprensión racional. Tal cosa está en relación con el hecho de que la economía capitalista descansa en fuerzas y necesidades ciegas y sobrehumanas que se sirven de los hombres no en su calidad de personas, sino de instrumentos. Pero esto no tiene nada de extraño, es una consecuencia de un modo de producción que excluye el pleno desarrollo de la asociación, la cooperación, la planificación, el compromiso social, etc., y, por lo tanto, niega el ascenso de los hombres a la condición de seres responsables de sí mismos y autónomos, para dejarle el lugar a una ratio social impersonal y coercitiva que decide por ellos cuál es la dirección correcta de su voluntad y de sus acciones. La conformación de un aparato de Poder autosuficiente - con ramificaciones en la industria, la tecnología, la ciencia, la economía, las sociedades civil y política - y que domina la esfera de las representaciones y de la producción ideológica tiene como condición primaria la existencia de una sociedad atomística de individuos privados que viven enquistados en sus propios intereses. Basada en el dinero y la posición social - a los que se concede la condición de máximas metas y realizaciones, así como de medios para obtener todo cuanto la sociedad puede ofrecer, aun por encima del enriquecimiento humano del sujeto - la sociedad moderna deja al individuo librado a su propia suerte y le hace vivir a la manera de una ostra o como una mónada a merced de un omnímodo poder exterior. Viviendo sólo para sí mismo y en contra de todos, como si supusiera que su desarrollo particular no mantiene ningún nexo endógeno y orgánico con el desarrollo general, el individuo se convierte en una criatura demasiado débil e incapaz de controlar las condiciones y eventos que determinan su propia vida.

La organización capitalista del trabajo y las prerrogativas empresariales y estatales en la dirección de los hombres, crecientes en todas las facetas de la administración social, son las encargadas de destruir el dominio consciente de las fuerzas productivas y de la naturaleza - base de la libertad - en aras de una racionalidad hipostasiada. Tanto la práctica de un trabajo abstracto-formal que desmembra al hombre-uno en un sinfín de fragmentos y le convierte en un mero apéndice-accesorio de un sistema mecánico y organizativo que se lleva toda la inteligencia del proceso social y laboral, como la drástica regimentación de la vida cotidiana de las personas y la predestinación de sus roles y comportamientos por parte de los centros monopolísticos de la administración social, encierran dos consecuencias asaz cruciales para el mundo moderno: de una parte, la declaración de la inutilidad de la razón humana y, de otra, la rendición del hombre ante la superioridad brutal del mundo material exterior. Bajo un estado en el que los términos de las cosas que involucra la relación hombre-naturaleza están invertidos, el hombre depone su razón, se torna en un fetichista y animista impenitente. En una sociedad, en efecto, en la que el "espíritu" se traslada a las cosas, para morar fuera de nosotros, se registra ineluctablemente la recaída en un arcaico hilozoísmo y el hombre desestima su propia capacidad para regir el mundo.

No es que el sistema capitalista decrete la muerte de la capacidad autónoma de cada hombre concreto (particularmente del proletario) para interpretar y concebir el mundo según su propio ser social: sus condiciones sociales imponen objetivamente su muerte. La consciencia de clase no se mata acudiendo al látigo de la policía, a la censura judicial o a la pena capital, sino imponiéndole a los proletarios, por medio de la tensión tendiente a la productividad y el arreglo a las normas sociales, las fronteras "lógicas" de sus desplazamientos y voliciones. Por lo demás, la disciplina laboral y la codificación social llevada a cabo por el capital monopolista determinan una inversión tan grande de energía mental en la inhibición de sus facultades, sentimientos y emociones que las fuerzas que le restan para ejercer su razón son extremadamente exiguas. La preocupación por reprimir la emoción y la imaginación, así como el interés de encausarlas conforme a los patrones de producción, envuelve un gasto de energía psíquica superior al que normalmente requeriría su razón para poder operar libremente. De un lado, el sujeto está tan ocupado en reprimir instintos y emociones elementales y, del otro, se halla tan metódica y sistemáticamente ocupado en arreglar sus propios movimientos y facultades a la cadencia isócrona de una actividad seccionada, que su mente se hace incapaz de hilvanar los pensamientos que denotarían el ejercicio de la razón crítica. Así, pues, la extraña quietud e inmovilidad cultural y moral que esa disciplina impone al hombre aparece como la fuente del movimiento hacia la bestialización. Cae, en efecto, el telón para la cultura, pero sólo para que, acto seguido, pasemos a presenciar el espectáculo tenebroso y sombrío en el que el hombre social concreto pierde su estatuto humano.

La supresión de su facultad racional para entender y representarse la realidad implica también la ausencia de un dominio consciente sobre los instintos, emociones y sentimientos en el sujeto. Sin razón que la ilustre, su experiencia "interior", obviamente, no es objeto de reflexión. Esto no sólo impone su incomprensión, sino que hace evidente el alto grado de descuido e incuria en que permanecen. Eventualmente, en una fase de deterioro más avanzada, estas fuerzas se vuelven incontrolables y el sujeto podría quedar inconscientemente a merced de ellas. De aquí proviene, precisamente, su alarmante vulnerabilidad a la sugestión y a la manipulación. La negligencia e incuria respecto a todo lo que se refiere al desarrollo de la interioridad humana, ha contribuido, junto a otros factores, a impedir la cabal fructificación del sujeto y conducido a la construcción de personalidades defectuosas y extremadamente débiles. Efectivamente, cuanto más mina la capacidad de autocomprensión del sujeto (y avanza en esta dirección cada vez que suprime una nueva aptitud o invade una nueva porción de terreno antes perteneciente a su autonomía, absorbiéndolas en sí mismo y utilizándolas para controlar la vida de los individuos y los grupos sociales), con tanto mayor fuerza el sistema actual inspira y ayuda a crecer su susceptibilidad al control exterior y, a su vez, cuanto más poder confiere a las fuerzas primarias y más rústicas sobre su conducta, tanto más seguro puede estar de conseguir obnubilar su razón. En medio de un cuadro de frustración básica, estas fuerzas adquieren una amplia influencia sobre el comportamiento; antes que sufrir una inevitable solución de continuidad en virtud del avance de la racionalización tecnocrática y organizativa del capitalismo, quedan por completo fuera del alcance de los controles conscientes del individuo e inclusive tienden a emerger como el factor principal de su conducta ante el acrecentamiento de la amputación psíquica y cultural que trae consigo la implementación de dicha racionalidad. En efecto, al tiempo que despoja a los productores directos y a los individuos concretos de sus capacidades y disposiciones sociales y culturales, asume, en su reemplazo, las atribuciones y funciones de las que los ha privado. En vista de este incesante y despiadado proceso de expropiación-absorción de facultades, del que se deriva su creciente disminución, resulta poco asombroso que el "hombre de la época actual" haya llegado a ser un objeto tan particularmente fértil en manos de los manipuladores de las emociones y de las debilidades ligadas a la creciente enajenación y la orfandad cultural introducidas por el "progreso" capitalista.

Desde esta perspectiva podemos contemplar también otros fenómenos relativos a la miseria psicológica de las masas modernas arraigados en las condiciones estructurales del capitalismo. Uno de los más conspicuos es el efecto que tiene el refinamiento registrado en el ámbito del trabajo sobre el contenido y significación de la vida social de las personas y su papel asaz considerable en la degradación cultural. El leitmotiv de este refinamiento es sincronizar al trabajador con las necesidades de la producción. Puesto que inmola el tiempo para el desarrollo de los hombres a la succión de trabajo impago, la responsabilidad que le cabe en la degradación psíquica a nivel de masas nunca podrá ser sobrestimada. Dicho refinamiento, en efecto, contrasta notablemente con la tosquedad y cualidad pedestre en que han caído las relaciones interpersonales y, en general, la vida cotidiana en su acepción más inmediata y personal. Aunque el refinamiento productivo y la rusticidad cultural parecen opuestos, son, en esencia, dos momentos de una misma realidad en el sistema social capitalista. Por su causa, el hombre queda desainado e inmediatamente después es reducido a un plano unidimensional. La visión de contraste que este fenómeno nos ofrece realza la condición por la cual el sujeto perfecciona denodadamente sus atributos económicos y sociales productivos a despecho del conjunto de su ser humano, generando un desarrollo inarmónico y defectuoso de su personalidad. Desarrolla hasta la hipertrofia las cualidades ligadas a la eficiencia productiva, dejando inculta su parte personal y humana; ésta aparece, según lo ha declarado Rousseau, como "la parte más pequeña e insignificante de sí mismo". Mientras el trabajo se adueña de las facultades de raciocinio formal del sujeto, en tanto extrae todas sus energías, concentra todos sus intereses e imprime sobre todo lo que le resta de vida el sello de lo utilitario y proficuo, la esfera personal extraeconómica queda constreñida a sentimientos y emociones incultos, es, a la sazón, presa de la bestialidad, dado que no es objeto de la autocomprensión del espíritu. La racionalidad formal técnica y burocrática, junto a la excesiva tensión que resulta de las demandas de precisión y rendimiento en el área laboral, tiene, así, su otra cara en el sesgo brutal que toman las relaciones y experiencias en las esferas personal e interpersonal.

Los caminos y los procedimientos del control

Aunque no compartamos los presupuestos del método psicoanalítico, podemos apreciar que algunas de sus observaciones sobre la conducta, particularmente las relativas a las derivaciones de la "economía sexual" fundada por W. Reich, arrojan luz sobre algunos de los mecanismos profundos de la conducta. A.S. Neill, uno de los seguidores de esta escuela en Inglaterra, investigó varios de los fenómenos considerados atrás durante un buen tramo del siglo XX. Según él, por negligencia hacia el desarrollo emocional y el cultivo de la sensibilidad se forman seres cuyas emociones y sentimientos son tan rústicos y pedestres que sólo pueden ser enlazados con las trivialidades producidas en masa por los magnates del periodismo, la farándula, el deporte o la política. No hay nada que capte las emociones e inquietudes mentales antes de que el cine, la iglesia, la pista de carreras o el fútbol se las ganen para siempre. Como la mayor parte de su transición de la infancia a la adultez no transcurre en actividades emocional e intelectualmente creativas, el triunfo del primitivismo emocional y mental es inexorable: los elementos con que cuenta la psique humana para operar son demasiado pobres. He aquí la causa de que los artífices de la manipulación no se ocupen mucho de ideas abstractas. El protuberante empobrecimiento mental ofrece certeza acerca de la supremacía de la componente instintiva y emocional sobre el comportamiento. Así, pues, es lógico que las técnicas de manipulación procuren trabajar sobre esta materia para fabricar sus mitos y producir un cuerpo de sugestiones y símbolos vinculantes. Descartando la razón por ser casi inoperante, hacen del insconsciente del hombre su mejor aliado.

Hoy en día, con base en algunas de las adquisiciones científicas posteriores a Neill, estaríamos tentados a representarnos el problema anterior en términos neurofisiológicos. Diríamos, en efecto, que los dispositivos de manipulación y de control se apoyan en el cerebro de lagarto ("complejo R") y de mamífero (región límbica) - los cuales controlan los procesos neurovegetativos, la agresividad, los instintos de supervivencia, la reproducción, imprimen el sentido gregario y de jerarquía, etc. - seguros de su victoria sobre la parte racional de nuestro cerebro, la cual nos hace libres a partir de la comprensión de la necesidad y el sometimiento de la naturaleza a la conciencia. El gran éxito alcanzado por estos dispositivos reside en el hecho de que, en tanto explotan controladamente o dirigen factores irracionales, cuentan, para este propósito, con el formidable apoyo prestado por los factores "racionales" de un sistema social que, preocupado exclusivamente en la apropiación del trabajo humano, ha debido aniquilar la razón y la libertad para poner al hombre a su merced.

Neill ha demostrado también cómo el dispositivo de manipulación nunca tendría éxito a menos que su propaganda estuviese dirigida a emociones que pueden ser manifestadas o a impulsos inconscientes frustrados acumulados. Según él, con base en las técnicas psicoanalíticas freudianas y los "reflejos condicionados" pavlovianos el dispositivo de control social podía construir un poderoso arsenal de recursos psico-biológicos para ejercer lo que Vance Packard llamaría más tarde el sistema de la "persuasión invisible". La "persuasión invisible" o clandestina no sólo ha llegado a formar parte de los medios ordinarios de la publicidad - con cuyos fundamentos está confundida - sino que con el tiempo empezó a ser utilizada con fines de dominio, para suscitar ciertas actitudes u opiniones "aparentemente cívicas que pueden llevar a otras de sumisión" (Véase "La Sociedad de Consumo", Salvat editores, p. 54). Su implementación es justificada por la necesidad de limitar al máximo el campo de acción de la consciencia reflexiva y crítica del sujeto, venciendo su resistencia o sus mecanismos de defensa conscientes, con el fin de ampliar las posibilidades de maniobra de la manipulación psicológica. El objetivo es obtener la ejecución de determinadas acciones por parte de las personas o grupos a los cuales se dirige. Pese a que Neill no lo consideró suficientemente, el campo de acción propicio de la propaganda y la publicidad es, pues, una sociedad de ciudadanos - simples "idiotes", en la definición de la Polis en la Grecia clásica - que, al transferir la salvaguarda de sus derechos a un Estado político y trabajar para los grupos que monopolizan los medios de producción, limitan su propia organización y actividades sociales a la esfera del consumo y de los intereses particulares, permaneciendo totalmente al margen de las cuestiones fundamentales de la organización de la producción, de la sociedad y del poder.

En el interior de estas relaciones sociales y políticas y contando con las predisposiciones psíquicas, los grupos patronales y las instituciones encargadas de organizar y normalizar el dominio - entre cuyas prioridades se cuenta la manufacturación del consenso - están inclinados a utilizar todo método, medio y técnica que tienda a crear motivaciones inconscientes que, privando al individuo de su libre arbitrio, le impidan ser responsable de sus actos. En otras palabras, se impone a las personas que caen bajo el radio de acción del Poder una serie de encausamientos conductuales que escapan totalmente a la voluntad. El contenido y el material del que se sirve la "conciencia" individual y colectiva le llega condicionado por la intencionalidad de los medios (Al respecto, puede consultarse con provecho el libro "Las Noticias y la Información", de la colección Grandes Temas, editado por Salvat). Así, la propaganda no sólo tiende a volver pasiva a la población, con el fin de que acepte los actos o designios de los sectores dirigentes, sino que presupone una sociedad que haga constitutivamente pasiva a la población. Su método consiste en instrumentalizar las fuerzas y tendencias psicológicas, ligándose a instintos y necesidades inconscientes, como recurso para inducir la aceptación maquinal de los contenidos y mensajes ideológicos emanados de la estrategia de dominio. Pero las tácticas de la persuasión clandestina...

no sólo pueden considerarse como una acción agresiva para apoderarse del (sujeto) reduciendo sus defensas, sino también como una condición defensiva... (dado que) el riesgo de que la cantidad de publicidad deje de hacer efecto es muy considerable. Los sistemas de defensa se desarrollan cada vez más, con la sensación de que “en el fondo, todo es igual”.

La Sociedad de Consumo, GT, p. 54

A medida que el mercado y la búsqueda del beneficio económico como tales barrían los restos ideológicos del viejo mundo y pasaban sobre el cadáver de todos los "valores eternos" profesados por las anteriores sociedades, convirtiéndose en el único fin y la única ideología, la propaganda y la publicidad perdieron los contornos especiales que permitían trazar una línea de demarcación entre ellas. Al borrarse toda distinción entre los "mundos" de la ideología, de la cultura y de la política con respecto al mundo de los negocios, la tradicional separación entre publicidad y propaganda se hizo anacrónica. Tal situación tiene origen en el hecho de que al estar todo destinado a la venta, todos los planos de la vida son organizados como un mercado. Y, como se sabe, allí donde hay un mercado la publicidad y la propaganda son el medio apropiado para que la promoción de las mercancías alcance una difusión ubicua. Efectivamente, como parte de la estructura de poder de una sociedad laicizada y secularizada, la propaganda fue progresivamente subordinada a los imperativos del mundo de los negocios, del cual los medios de comunicación no son más que un apéndice. Aunque podrían ser usadas con vistas a crear una supremacía etnográfica, racial o estatal específicas, la publicidad y la propaganda se asimilan cada vez más al espíritu general de la economía de mercado; tienden a ver mucho más a las personas como "clientes" y "consumidores", que desde el punto de vista de sus concretos atributos étnicos, religiosos, culturales o ideológicos. Se dirigen cada vez más al "hombre" homogéneo creado por la economía de mercado y el Estado de derecho moderno que al miembro de una raza, de una nación, de un sexo o de una corriente ideológica. Y ello es perfectamente explicable en una sociedad en la que, en parte como consecuencia de la secularización y la laicización y en parte como expresión de la generalización de las relaciones capitalistas de producción, las ideologías políticas, religiosas, morales, etc., han perdido las condiciones que les permitían ejercer su primitiva potestad sobre la consciencia como si se tratase de su patrimonio moral exclusivo - una sociedad patriarcal cerrada, organizada en castas y geográficamente limitada - y se han disuelto, en la práctica, en una única gran ideología: la ideología del provecho y del mercado, dentro de la cual, por encima de sus diferencias tradicionales, los individuos actuales conforman una sociedad de mercaderes, de gentes cuya vida gravita esencialmente alrededor de acumular, comprar, vender, producir y consumir mercancías. Las viejas discrepancias político-ideológicas también se han desvanecido: ya no hay, en efecto, "derecha" ni "izquierda", sino sólo una identidad completa con los imperativos de la acumulación capitalista y con el Estado en cuanto tales. Es comprensible entonces que la propaganda y la publicidad empleadas por ambos - vale decir, por las fuerzas que gobiernan a la economía y al Estado - se dirijan cada vez más a los únicos factores generales subsistentes en el "hombre" reducido unívocamente y en todas partes a mera fuerza de trabajo o a consumidor y se expresan cada vez más en el lenguaje de una sociedad cuyos problemas se manifiestan exclusivamente en términos de los valores y precios del mercado.

Al mismo tiempo, los planos de la información y de la educación, al desvanecerse su antigua independencia, se integraron en el horizonte de la publicidad. Al igual que las instituciones hegemónicas de las religiones positivas del pasado, la publicidad y la propaganda engloban y asimilan los procesos educativos e informativos de las sociedades y condicionan o predisponen una orientación interpretativa precisa entre el público. Su ventaja sobre ellas es que (la publicidad y la propaganda) reconocen un campo de acción mucho más amplio y disponen de medios más poderosos, aunque tienen un mismo fin: la reorganización del campo cognoscitivo, de tal modo que sean los centros de poder los que piensen y tomen las decisiones por la gran masa, sin que ésta tenga la sensación ni aún la más leve sospecha de que esos pensamientos y decisiones no son suyos y se mantenga, así, en la falsa convicción de que es ella la que piensa y decide.

Apoyándose en un concepto bien claro en torno a la miseria psicológica de las masas, el dispositivo de control busca las motivaciones de la manipulación en el inconsciente del sujeto, le hace 'llamadas profundas' a su sexualidad, a sus frustraciones y sus miedos. La astucia de la manipulación estriba, en efecto, en apuntar a emociones susceptibles de ser enlazadas con la estrategia de los monopolizadores de los medios de producción y de los instrumentos de comunicación y coerción. Se esfuerza en inducir estados de ánimo o provocar reacciones favorables a sus fines para vencer sin dificultad alguna la resistencia de ideas adversas fundadas en una consideración racional de la acción de los hombres. De este modo, moviliza las emociones y sentimientos de la gente en dirección de sus propósitos o en contra de las objeciones que le oponen desde concepciones críticas o agrupaciones disidentes.

Sus métodos se basan en el conocimiento positivo de que el carácter y la imaginación pueden ser moldeados en forma masiva como la elaboración de un producto cualquiera. La conducta puede ser elaborada si se provocan en el ambiente ciertas condiciones que determinen en el individuo y el colectivo la adopción de un comportamiento. Excitando los correspondientes mecanismos de respuesta nerviosos y fisiológicos del organismo, se puede propiciar artificialmente una asociación de reacciones en el sujeto. Así, los "reflejos condicionados" se basan en una asociación mental entre dos estímulos que originalmente no tenían ninguna relación. Consisten, generalmente, en una inducción de las reacciones mediante la unión de un estímulo externo deliberadamente provocado y una experiencia sensorial o perceptiva natural originalmente neutra impresa en la memoria, que operan coincidentemente en términos de tiempo y circunstancia, suscitando sensaciones o imágenes asociadas a esta experiencia, las cuales inicialmente no existían. Si media un entrenamiento previo, consistente, por lo regular, en presentar ante el sujeto los dos estímulos juntos varias veces hasta que éste acabe por reaccionar según se espera de él, la adecuada combinación de estímulos permitirá generar reacciones "condicionadas" a ellos.

Pese a que estas reacciones parezcan ser tan reflejas e impensadas como las relacionadas con los reflejos instintivos automáticos, tienen la naturaleza de una reflexividad adaptativa. Se adquieren, en efecto, en el curso de la vida y no es raro que su aparición suponga un adecuamiento sumamente elaborado a condiciones socio-ambientales dentro de parámetros controlados artificialmente. Si bien es posible encontrar analogías con los simples reflejos, una profundización en los mismos pone en claro que proceden de una educación y una forma de civilización concretas. No pertenecen, por ejemplo, a nuestro patrimonio genético ni son transmitidas por medio de la herencia. Tampoco existe una relación innata entre ellas y la fisiología del sistema nervioso. Pero hay algo mucho más revelador: no surgen de modo involuntario; no son atemporales y absolutamente inconscientes; no tienen lugar más que dentro de las experiencias y el espectro de relaciones psicosensoriales que median entre el individuo y el ambiente donde se desenvuelve. Así, pues, están desprovistas de fijeza y exigen, en menor o mayor grado, la participación de la consciencia. Su surgimiento coincide con una asociación armoniosa de fases alternas de excitación e inhibición destinadas a elaborar respuestas a los estímulos más complejos. Esta alternación es controlada y comprende un período de entrenamiento relativamente largo.

En las sociedades organizadas mediante la intervención de las múltiples y poderosas fuerzas del capital monopolista, tanto los simples individuos como los grandes grupos sociales son sometidos a este procedimiento cuando las organizaciones que controlan el trabajo o administran la actividad social persiguen un mayor equilibrio o eficiencia funcional en su interacción con el exterior. Cuando nos referimos a "reflejos condicionados" hablamos, por tanto, de factores o expresiones conductuales aprendidos, no obstante el hecho de que, una vez desarrollados, prescinden de la mediación del raciocinio. Presentándose como movimientos o segregaciones reflejas a estímulos, sólo afloran, sin embargo, tras un previo adiestramiento del individuo o del grupo. Sin el estímulo y sin las disposiciones reflexivas creadas mediante la asociación controlada, sencillamente desaparecerían. Unido a las demandas de las organizaciones regimentadoras, el condicionamiento del reflejo es parte de la adaptación del sujeto a las necesidades de la organización donde debe funcionar; el aprendizaje de las reacciones que debe manifestar hace patente hasta qué punto sufre la cosificación de la relación capitalista de producción.

El dispositivo de control-manipulación y su relación con los mecanismos de frustración y emocionalización

No es difícil entender en qué grado tan alto una emoción reprimida e inculta o un deseo que no encuentra un objeto satisfactorio, en tanto que se pueden contener pero no suprimir, permaneciendo latentes con carácter acumulativo, hacen del individuo fácil presa de las seducciones comerciales que lo asedian. Sus susceptibilidades tienen como foco, en efecto, aquella región que la psicología moderna revela como la sede de los instintos elementales más poderosos y profundos, sobre la que, en vista de la represión que pesa sobre la emoción y la necesidad humana, es menos factible que el sujeto obtenga un control racional. El desquiciamiento del psiquismo humano trae consigo una explosión emocional cuyo radio de acción cobija toda la experiencia y subjetiviza las percepciones del sujeto; es tanto una expresión de la degradación cultural y psicológica asociada a una estructura social y productiva uniformemente regimentada, cuyas instituciones, funciones y jerarquías aparecen pre-ordenadas y superimpuestas a los individuos, como la mayor fuerza que milita, en el plano de la psique individual, contra una representación racional de la realidad.

Privados de la realización de sus necesidades y deseos más elementales, los individuos en la sociedad de masas son extremadamente propensos a plegarse a cualquier oferta que sepa vincular hábilmente sus emociones y sentimientos, largo tiempo contenidos, con objetos y cosas que encierran la promesa de una satisfacción fácil e inmediata. La efectividad de la publicidad y de la propaganda es tanto más grande cuanto mayor es la urgencia de las necesidades y deseos de las personas; en ellas, ciertamente, los factores emocionales inconscientes han desbordado los marcos racionales del comportamiento. Si se trata de sentimientos y emociones que, por algunas de las causas ya indicadas, no pueden ser abiertamente manifestados a través de los canales de la vida consciente y, por consiguiente, no caen en el dominio de la autocomprensión racional del sujeto, su susceptibilidad crece, el riesgo de quedar en manos de sus emociones es mayor, y son también mayores las probabilidades de éxito que se le pueden augurar a las tácticas de control psíquico, dada la mayor extensión del ámbito de acción con que cuentan. En efecto, en este caso, las fuerzas básicas, que están ahora sobreexcitadas y altamente tensas, pueden ser usadas como inductoras de conductas o vehículo inconsciente de manipulación ideológica; en la medida que se hacen practicables enormes troneras en las fortificaciones defensivas de la consciencia, la penetración y asalto del inconsciente abre, por su parte, la posibilidad de predisponer las conductas, opiniones y actitudes del sujeto. La necesidad interna, la numerosa legión de emociones que se agolpan en su alma, le tienden un lazo tanto más difícil de romper cuanto más tumultuosa e intensamente es espoleada por sus impulsos.

La posibilidad de explotar la emoción con propósitos de adhesión inconsciente al orden establecido, deriva, por tanto, en medida considerable, de las situaciones de frustración tan extendidas. El tratamiento de estas frustraciones comprende un estudio de los factores que determinan los gustos del público. En su manual de "Introducción al Periodismo", citado en la obra colectiva "Las Noticias y la Información", el señor Fraser Bond, en los años sesenta y setenta - a la sazón profesor de la Universidad de New York - dedica un capítulo a la comprensión del gusto público que revela en sumo grado la conexión entre las frustraciones elementales de los hombres en la sociedad de masas y sus preferencias "culturales", mostrando cómo sus inclinaciones y deseos derivan de un estado permanente de frustración.

Bond, dice la obra citada, se plantea allí cómo satisfacer al 'público intelectual, al público práctico y al grupo de los intelectuales', a partir de considerar:
* grupo intelectual: relativamente pequeño, con tendencia al cinismo;
* grupo práctico: absorto en asuntos mundanos;
* grupos no intelectuales: los más numerosos, leen las revistas vulgares, les gustan las comedias por episodios y les divierten las películas mediocres.
[...]
Ya tipificados todos los públicos, continúa el texto de "Las Noticias y la Información", surge la pregunta ¿qué hay que darles? Las respuestas son contundentes:
* al intelectual, información de un cierto nivel y un tratamiento enigmático de los hechos y de las ficciones para halagar su mecanismo deductivo;
* al práctico, un tipo de información que le ayude a prosperar o que él considere que le ayuda en su promoción social;
* al público mayoritario, hay que darle comunicados que compensen sus fatales frustraciones: condenados a ocupar el furgón de cola de la sociedad y de la historia han de encontrar lecturas que sirvan de desahogo a todas esas frustraciones.
[...]
Luego Fraser Bond da una lista completa de las frustraciones de la “mayoría silenciosa”, que se describen a continuación:
# Frustracion del impulso motor. Se trata de gentes 'mandadas', que viven ancladas en un trabajo, sin capacidad de iniciativa; por consiguiente, hay que darles mucha información deportiva y relatos de acción y de violencia.
# Frustracion del impulso de juego. Individualidades cuya tendencia a la despreocupación y al juego se frustra por las obligaciones derivadas de la cotidianidad; en consecuencia, hay que proporcionarles abundancia de comics, humor, todo lo que ayude a burlarse de lo que constituyen sus inaplazables obsesiones cotidianas.
# Frustracion del impulso de mando. Gentes desilusionadas por no poder ser dueños de nada ni mandar en casi nada; se les ha de suministrar información abundante acerca de los triunfos de los otros, mitificándoles a los triunfadores para que se sientan compensados a través de ellos.
# Frustación del impulso amoroso. La sexualidad frustrada ha de compensarse con la exaltación del ensueño romántico, pero unido a los relatos agresivos para que en la unión violencia-romanticismo salgan los impulsos sexuales reprimidos.

Las Noticias y la Información, págs. 67-68, 70-71

Una de las enseñanzas que imparte el arte sofística de la manipulación psíquica consiste, justamente, en que las acciones dirigidas al público no deben estar presididas tanto por complejas estructuras racionales, como por unos pocos, pero certeros, tópicos psicológicos. Nadie confecciona sus argumentos con base en un sólido armazón de hechos y exhaustivas investigaciones, sino que, por sobre todo, dispone de un plan que tiene como coartada las impresiones ya conocidas del vulgo. Obligados a permanecer casados con las volubles opiniones de éste, su adhesión a una "idea" debe ser una cuestión de números. Entre otras cosas, deben emplear una retórica sistematizada en torno a la certeza de que la novedad y singularidad de formulaciones que difieren de las opiniones corrientes, sencillamente le chocan. Lo que cuenta no es la "verdad" - tal como ésta es definida en el terreno de la epistemología y de las ciencias - sino la creencia. Entienden que deben tratar a la gente tal como es en realidad: no de acuerdo a un sistema de ideas o de valores lógico y coherente, sino con arreglo a sus miedos y prejuicios naturales. No es necesario indagar demasiado para encontrar en este principio la razón de la irresistible victoria obtenida por la estúpida ideología de los medios sobre corrientes bastante consistentes del pensamiento social.

Provista de una estructura psíquica que la hace incapaz de conducirse por sí misma y eliminada de las miras sociales la idea de una creatividad libre, la gran masa del público no quiere verse inmiscuida en puntos de vista o en acciones que envuelvan la penosa exigencia de exponer su conciencia y su sacrosanta tranquilidad a los azares de un conflicto constante con las formas heredadas de la sociedad y de la cultura, conflicto que lleva consigo la tensión creadora cuando es auténtica. Más todavía: en la medida que describe un comportamiento despersonalizado centrado en la mera expectación y recepción dentro de los patrones conductuales del espectador y el consumidor pasivos, el fenómeno sociológico del "publico masivo" moderno es también un subproducto de esa pérdida. Por su mismo carácter inactivo y su postración al influjo de poderes anónimos y superiores, el público no tiene capacidad de recibir y procesar ninguna crítica, sólo espera complacencia y ser objeto de incesantes halagos que le devuelvan la fe en una dignidad e importancia de las que objetivamente carece. El hecho de ser objeto, por ejemplo, de continuas consultas y encuestas para conocer "su" opinión crea en él la sensación de "ser importante"; y esta sensación le sirve de consuelo o le indemniza de su falta de importancia real: le induce a creer que posee mucho más valor del que en realidad tiene en un mundo en el que no cuenta para nada excepto consumir. En otras palabras, se le adula para que deponga toda actitud de resistencia. Constituido por criaturas conformistas, ansiosas de reconocimiento, profundamente débiles e insignificantes y carentes de cualquier brillo, es natural que desee escuchar palabras y mensajes que lo reafirmen en sus creencias y sentimientos ordinarios, antes que verse cuestionado. Nadie ignora su pretensión de que toda exposición, para recibir el calificativo de "sensata" y "verdadera", debe coincidir ritualmente con las nociones comunes. Efectivamente: cualquier discurso extraño a los "sentimientos del público" no existe. Incluso todas aquellas cosas que revisten cierta complejidad o no pueden ser fácilmente conciliadas con los inveterados prejuicios dominantes, son violentamente rechazadas. El público es el amo-esclavo al que los mass media lisonjean.

Como aborrece las dificultades de pensamiento, según lo ha dicho el filósofo existencialista Sartre, prefiere decretar a la ligera que no hay nada que comprender, para eludir de antemano el reproche de no haber comprendido nada.

Así, la célebre pereza mental de las masas sugiere a los modernos sofistas el camino a seguir.

Como parte del dispositivo de dominio, la misión de los mass media y de los departamentos de relaciones públicas de las empresas y las instituciones estatales no es la desarrollar la capacidad cultural y crítica de la población - junto con su enorme potencial liberador - sino la de entrenar las mentes a fin de que se hagan dúctiles a los esquemas de amoldamiento social y psicológico. No apuntan a prestar una contribución significativa a formar una conciencia profunda de la época, sino que se encuentran dedicados a preparar las conclusiones de la gente a través de la inducción de la información; ésta se considera como una mercancía: "droga de persuasión", según la exacta denominación de la obra "Las Noticias y la Información".

El objetivo de las oficinas de prensa y de los departamentos de relaciones públicas es ganar la confianza del público para la causa del emisor de información: la entidad pública o privada que ha montado la oficina o el departamento. [...]
Public Relations News dio la definición más completa: “es la función administrativa que evalúa las actitudes públicas, identifica las políticas y los procedimientos de un individuo o de una organización con el interés público y crea un programa de acción para ganarse la comprensión y aceptación públicas”.

Las Noticias y la Información, p. 54

Se trata, pues, de lo que I. Bernays llamó "la ingeniería del consentimiento". Su primer paso, consiste en estudiar el comportamiento del público, el segundo en erigir en verdades y valores universales y necesarios sus apetitos. La intencionalidad persuasora está por encima de todo: los medios y sus distintos aparatos no elevan al público hasta la capacidad de asimilar reflexiva y críticamente los mensajes comunicados, sino que estudian las raíces sociales y psicológicas de su conducta para determinar sus sentimientos y su pensamiento.

Las escuelas norteamericanas aplicadas a la formación de publicistas de este cuño basan sus enseñanzas en tres preceptos generales sintomáticos de la relación básica entre comunicación y persuasión:
# Estudiar, analizar y evaluar la opinión pública.
# Aconsejar al cliente sobre las mejores maneras de aprovechar la corriente de opinión que con certeza existe.
# Desplegar sus aptitudes valiéndose de los medios de comunicación para educar a las personas e influir sobre las que forman el "público" especial que ha estudiado y analizado.

Ibídem, p. 57

También puede leerse en la op. cit.:

Este tipo de información prospera día a día por la eficacia de la inmediatez de la relación entre la entidad, el intermediario-informador y el público receptor. Muchas veces la información lanzada por oficinas de prensa o departamentos de relaciones públicas sustituye la búsqueda noticieril del corresponsal o del simple rastreador de información, con lo que desvirtúa el sentido mismo del libre acceso a la fuente de la noticia. Las oficinas de este tipo se sirven de profesionales obligados a adaptarse a los objetivos de quienes las montan, a la política de las entidades públicas o a los individuos que utilizan comunicados para construir una imagen benévola, persuasora de sí mismos... Del definitivo estudio de Cutlip y Center, “Efective Public Relations”, se extrae un científico código de persuasión, que se expone a continuación:
# Principio de Identificación. La gente no hará caso de una idea, opinión o punto de vista, a menos que vea claramente que afecta sus temores o deseos personales, sus esperanzas o aspiraciones. Su mensaje debe expresarse en términos que interesen a su auditorio.
# Principio de Acción. La gente no acepta ideas separadas de la acción. A menos que se proporcione a la gente un medio de actuar, tenderá a no hacer caso a los llamamientos que reclaman su acción.
# Principio de Familiaridad y Confianza. Todos nosotros aceptamos ideas solamente de aquellos en quienes confiamos. A menos que quien oiga tenga confianza en quien habla, no es fácil que le escuche o le crea.
# Principio de Claridad. Lo que vemos, leemos y escuchamos, lo que suscita nuestras impresiones, ha de ser claro y no estar sujeto a diversas interpretaciones. Para comunicar se han de emplear palabras, símbolos o frases hechas que pueda entender y comprender quien las recibe.

Ibídem, págs. 59-60

El registro de opinión usado para reflejar las pasiones del amplio público, practicado como parte de un ars magna que, con gran sentido de la psicología de masas, combina en dosis adecuadas intimidación, roncería, intereses sórdidos y adulación, ha conducido a la ideología y la "cultura" burguesas a un estado de precoz degeneración y decrepitud ya antes de la Primera Guerra Mundial. Que los procedimientos connaturales a los medios estén metódicamente ordenados a hacer recurso de una combinación claramente fraudulenta, prostituyan las formas del pensamiento y empobrezcan sobremanera sus imágenes y significaciones, llevándolos a la más grotesca trivialización, es algo que hoy en día, pese a todo, resulta indiferente mientras dé muestras de poseer eficacia apologética. Bajo su influencia, nadie osa declararse en favor de algo hasta que, como dice La Bruyere:

ha visto su curso en el mundo y escuchado la opinión de los presuntos competentes; no arriesgan su voto, quieren ser llevados por la multitud.

A propósito, cada uno de ellos parece llevar dentro un metrónomo que le indica los compases y modulaciones de su acción. El título que merecerían los agentes de los mass media es el que Agustín el Africano confería a los viejos maestros de retórica paganos, el de “venditor verborum”, mercaderes de palabras. Estos se conducen como los animales de circo: hacen lo que sea con tal de entretener al público y darle el espectáculo que desea. Al igual que los abogados de la novela "Los Asesinos" de Elia Kazán (el mismo Elia Kazán que traicionó a sus camaradas stalinistas durante la "cacería de brujas" de los años cincuenta en los USA), nunca tratan de ser superiores al público, lo único que hacen es suministrarle una parodia vulgar acerca de la "verdad", la "rectitud moral" o las "buenas costumbres" para que se identifique con lo que secretamente es. No hay duda de que los agentes del mass media parlotean pane lucrando: sus palabras no sólo son falaces, sino que son pronunciadas con el único y exclusivo propósito de agradar al público en aquellos puntos en que se trata de opiniones rígidas y de prejuicios generalmente considerados incuestionables.

Por desgracia, a medida que la imagen se constituía en un factor fundamental para la promoción de los intereses económicos y políticos encarnados por las diversas figuras en la vida social, aún por encima del contenido real y esencial que éstas representan, esta actitud se ha extendido más allá del ámbito del mass media y ha llegado a cobijar prácticamente a todas las personas que se desenvuelven en el mundo de la política, de la ciencia, del arte y de la economía. La razón de ello es que en un mundo dominado por los medios la imagen constituye el principal vehículo para vender o promocionar algo; así, en virtud de las comercialización, nadie puede ser auténtico y debe convertirse en un impenitente adulador; está obligado a serlo en la misma medida que su suerte se halla sujeta, en un grado considerable, a la aceptación o rechazo de la imagen que intenta proyectar entre el público. Tal imagen versa mucho más en la satisfacción de las ideas preconcebidas del público que acerca de lo que realmente representa quien la irradia. A juzgar por la dependencia de los hombres con respecto al mercado, donde la demanda juega un papel tan notable y la masa impone los productos de consumo, no resulta en manera alguna sorprendente que los procedimientos del comercio hayan subyugado de modo tan completo al pensamiento. Al agenciar una imagen falseada de personalidad, se aceptan simultáneamente los valores espurios de un público sumergido en la banalidad.

Ninguna de las condiciones de la sociedad actual exige a la gran masa elevarse hasta un control racional y directo sobre su vida - por el contrario, lo excluyen en interés de las élites dirigentes - ni suministra a todos individuos los medios para un desarrollo completo y libre de su personalidad. Por el contrario, todo cuanto constituye la atmósfera que rodea a los individuos los alienta a prosternarse y envilecerse. La consecuencia de la subordinación del pensamiento a los prototipos culturales aceptables para el público o hechos a su nivel, es, pues, la degradación y prostitución del espíritu. El daño irreparable que esta situación ha infligido a la formación de una consciencia social crítica y reflexiva - sostén y fuente fundamental del progreso de la cultura - es tan evidente que no necesita ser argumentado.

Ya no se trata, como observa Marx, de si tal o cual teorema es o no verdadero, sino de si resulta beneficioso o perjudicial, cómodo o molesto, de si infringe o no las ordenanzas de la policía.

En apariencia la opinión pública no está sujeta a los medios: en vez de hacer la ley para el público, los medios la recibirían de él. Y en cuanto a la influencia de estos últimos, todo su efecto consistiría en arreglarse a sus inclinaciones y tendencias. Sin embargo, la verdad es que la opinión pública está constituida por las disposiciones psicológicas y los estados de ánimo de partículas privadas atomizadas. Tales disposiciones y estados reflejan la extrema indefensión y la condición esencialmente impotente en que ha sido sumido el mayor número de los individuos por el sistema imperante, ponen de manifiesto la orfandad cultural del hombre en la era burguesa y su ominosa sujeción a fuerzas suprapersonales e inconscientes. A causa del extrañamiento fetichista de las estructuras que regulan la vida social dentro de las relaciones sociales alienadas del capitalismo, la cultura, vale decir, la capacidad humana para ordenar y arreglar el mundo de acuerdo a la medida del hombre en la búsqueda de su máxima afirmación y desarrollo, tiene un carácter apenas superficial en la era moderna. Nada nos lo recuerda mejor que el poder alcanzado por los mass media, por las "oficinas de prensa" y los dispositivos de "relaciones públicas" de las empresas y entidades privadas y estatales. Gracias a su influencia ubicua, nadie parece ya ver ni pensar por sí mismo. Las circunstancias del mundo actual nos revelan, en cambio, los mecanismos por medio de los cuales los aparatos ideológicos de la burguesía monopolista controla con mayor efectividad las opiniones y percepciones de la masa de la población en las sociedades capitalistas. Detrás del poder aparentemente apabullante de las masas, ese gigante acéfalo del mundo moderno, no hay nada; sin autoconsciencia de la historia, sin voluntad ni organización autónomas que les permitan elaborar su propia cosmovisión y obrar por sí mismas, no quedan sino los hilos y nervios del perfecto y poderoso mecanismo que las controla.

Las susceptibilidades de padecer manipulación son tan visibles en el hombre moderno, que nadie puede ignorarlas; no obstante, en un grado u otro, ninguno escapa a ellas. Completamente absortas en la producción y en el ámbito lucrativo de los negocios, al tiempo que han sido coercitivamente civilizadas por el sistema capitalista, las clases sociales del mundo moderno no han recibido profundamente el influjo de la cultura producida durante siglos (la cultura es, en efecto, un producto esencialmente ligado a las sociedades precapitalistas donde la elaboración espiritual y la sujeción a valores intrínsecos era todavía posible); así, pues, el "hombre" de la era burguesa está tan vacío y tan a merced de sus instintos y de los sentimientos más vulgares que prácticamente no puede ofrecer una resistencia seria a los manipuladores. Carece de las fuerzas y de los materiales para construir su identidad, su autoestima y su autoconsciencia. Su debilidad más patente radica precisamente en la posibilidad de desviar sus emociones e inclinaciones íntimas hacia objetos que no propenden por su enaltecimiento y que desempeñan solamente una función compensatoria.

Al ser manifiestamente un producto para la masa, el sucedáneo compensatorio, como le llamamos, no puede cubrir todas las miserias del sujeto ni acallar todas sus dudas acerca de la naturaleza de sus frustraciones, incurre obviamente en descuidos, y trae consigo una nueva represión al imponerse la necesidad de tornar al sujeto a la realidad y señalarle determinísticamente el molde en que debe encajar. Meros elementos supletorios de las verdaderas realizaciones que reclama su genuino desarrollo, conducen inevitablemente a un desengaño y, más tarde, a la desolación; el sujeto sigue aquí el mismo camino que el drogadicto:

el de una consolación temporal que inevitablemente pagará con una insatisfacción última.

La Sociedad de Consumo, págs. 133-134

Después del éxtasis artificiosamente alcanzado, viene la depresión. En lugar de ayudar a convertir las pulsiones y energías básicas en fuerzas creativas y afirmadoras, los sucedáneos compensatorios sólo las desvían hacia actividades u objetos sustitutivos, desplazando por poco tiempo a un segundo plano la frustración básica de los individuos. Muy pronto, sin embargo, se transforman en un flujo de sentimientos de insatisfacción ya que imponen no una solución, sino una salida efímera y ficticia de la frustración. El mecanismo de la manipulación mediante sustitutivos comprende perfectamente su origen en la explotación del conflicto entre la condición objetiva del sujeto en la sociedad y sus instintos, inclinaciones y deseos. Procura dar una "salida" a la frustración o compensar los sentimientos de inferioridad a través de una "solución" psicológica, inevitablemente falsa y fallida dado que no saca al individuo de la situación relacional o de la realidad estructural en la que se origina ese conflicto. Esto le da un carácter fatal y rigurosamente evasivo y escapista a la compensación, lo cual explica por qué suele venir seguida, expresa o subliminalmente, de un llamado a la resignación.

No obstante el carácter efímero de sus sucedáneos, la sociedad, de un extremo a otro, nos ofrece muestras elocuentes de la eficacia de su papel compensatorio cuando las actividades e ideales subrogados que momentáneamente los representan son continuamente reemplazados por otras alternativas. La incesante modificación de "ideales", slogans, estilos, modelos de vida, ídolos, mitos, marcas, imágenes y rótulos forma parte del proceso de proporcionar las sustituciones requeridas en cada momento ante el rápido desgaste de las anteriores y la inevitable reaparición de la sensación de frustración: la sustitución es tan veloz como el paso del deslumbramiento al desengaño y de éste a la desilusión. Sin embargo, gracias a ellas (a las sustituciones incesantemente realizadas a lo largo de un extenso periplo), durante la mayor parte de nuestra vida permanecemos inmersos en la ilusión y el ensueño de una vida fácil, cómoda, indolora, desprovista de la perturbadora presencia de la fealdad y la miseria. Nuestra inclinación egotista a una vida hedonista, ignorante de todo lo que no sea nuestro exclusivo placer y satisfacción, se ve así servida. Nos lleva, sin darnos cuenta, a encerrarnos más y más en nosotros mismos y a permanecer indiferentes a nuestros semejantes; a no ocuparnos más que de nuestros intereses particulares, hundiéndonos en el ensueño de una vida cómoda y placentera sin importar el proceso destructivo que tiene lugar a nuestro alrededor.

El procedimiento publicitario implica cierto número de mecanismos complejos. Trata de condicionar nuestras reacciones psicofísicas y representaciones mentales reuniendo impresiones o unidades de información mediante procesos asociados, como dicen los psicólogos conductistas. De este modo, modera deseos vinculando los objetos de consumo mitificados a determinados estados, recuerdos, momentos o sensaciones agradables para el sujeto o confiriéndole a éste características antropomorfas, sin importar cuán alejados estén de la finalidad del producto o que no tengan la menor relación con él:

trata solamente de asociarlo a situaciones determinadas de la vida, de modo que cuando alguien se encuentre en tal situación sienta el reflejo condicionado de consumir [el] producto, o de relacionarlo con determinados estados de felicidad: la infancia, la madre, el primer beso, un aroma, un triunfo...

Ibid. p. 49

También asocia fetichísticamente a la mercancía determinados símbolos compensatorios, para atraer sobre ella deseos y necesidades psicológicos frustradas. Por ejemplo, adelanta la campaña de promoción de un producto exaltando los poderes y cualidades que su consumo traería a personas débiles o "feas", anulando sus flaquezas e inferioridades o el efecto repulsivo de su fealdad. Pero también se usan los símbolos del prestigio y el narcisismo de masas para controlar los caprichos del consumidor: la adquisición de los bienes que otorgan prestigio, no sólo implica enormes gastos, evidentemente beneficiosos para la industria, sino el acceso a un status social que permite vencer los sentimientos de inferioridad y confiere respetabilidad en una sociedad que confunde el ser con el tener. Así, alcanza su propósito de transformar las mercancías en objetos de sustitución: cambia algo que debía ser real por algo que no es más que un sucedáneo.

He aquí donde reside el nexo entre el mercado y la psicoanálisis: el objeto comercial, informativo, "cultural", propagandístico o publicitario idealizado aparece como un "realizador de deseos", sustituye las frustraciones de la vida y ofrece una especie de consolación y resignación por aquello que no se puede alcanzar ni vivir a plenitud; valiéndose de una suerte de recursos de prestidigitación, los medios tratan de darle a los individuos unas sustituciones que puedan compensarles, o en las que crean que pueden encontrar esa compensación. Tendente a establecer un vínculo entre la psique profunda y el mercado a través de la sugestión subrepticia o la exaltación de caracteres ajenos al objeto (pero vecinos a nuestro mundo emocional), la publicidad y los medios confieren a toda esta miríada de objetos un poder tan grande sobre el sujeto como las frustraciones y deseos íntimos a los que se liga.

La perversión de los "reflejos condicionados" y de la psicoanálisis, documentada a lo largo de estas páginas, guarda estrecha conexión con la coacción de vender, o mejor, de ampliar la esfera de bienes del mercado con proyección a una venta masiva. Los medios que proporcionan estas técnicas permiten un alto grado de instrumentación del sujeto y, normalmente, son usadas por la publicidad para combatir y, si es posible, contrarrestar las resistencias (temores, críticas, gustos, rechazos, etc.) de los potenciales consumidores o usuarios a la adquisición de un producto; ella debe:

movilizar la necesidad de comprar al tiempo que ensalza la calidad del objeto, dándole unas derivaciones impensadas. [...]
El mecanismo de la publicidad consistirá en proporcionar al consumidor las imágenes o las palabras precisas para evocar en él, sin proponérselo directamente, la sensación de tranquilidad, de confianza que requiere.

La Sociedad de Consumo, p.48-49

Esto exige, como lo sugiere la obra citada, que el objeto de consumo sea revestido de unas características que rebasan sus propias cualidades, su propia realidad:

debe ser mitificado, convertido en ídolo

op.cit. 48

Para conseguir una venta masiva:

se ha llegado [pues] a la sublimación de los objetos de consumo hasta convertirlos en objetos de sustitución de otras necesidades u otros impulsos

Ibid.

Libertad de mercado y manipulación

Pero la lucha por status social y el "efecto demostración", configurado en el creciente gasto por adquirir los símbolos del prestigio unidos al status, son convenientes para el sistema no sólo en el sentido de que aportan diferentes tipos de actividades subrogadas de la llamada "realización personal", en las que los individuos, según sus particulares inclinaciones, pueden encontrar satisfacción, sino también porque pueden provocar que sectores cada vez más grandes de la fuerza de trabajo actual estén dispuestos a intercambiar un exceso de trabajo por una ilusión de consumo. Tanto la sociedad capitalista como el individuo que se desenvuelve en medio de ella necesitan de la libertad del mercado: la primera para ver triunfar sus principios constitutivos y reproducirse en todas las cristalizaciones y objetos de la actividad humana, el segundo para "elegir" y llevar a cabo sus continuas sustituciones. Tal "libertad" está profundamente ligada a su condición en la sociedad actual. Ante la imposibilidad de encontrar en su propia vida y en sus relaciones las condiciones para alcanzar una afirmación y un despliegue real de su personalidad, tiene necesidad de procurarse toda suerte de actividades subrogadas u otro tipo de compensaciones que le hagan soportable su sinsentido esencial. En efecto, todos quieren comprar el estilo de vida que les vende el establecimiento, no importa a qué precio. Este "estilo de vida" es el éxito; es, además, sinónimo de “autorealización personal” y rodea al individuo que lo ostenta de una aureola de superioridad que nadie en la sociedad burguesa discute. Si es inútil intentar llenar de sentido una vida vacía en sí misma, las cosas externas a las que la sociedad adjudica valor por encima, a costa y por fuera del hombre, bastan para hacer creer en una plenitud comprada que la miseria y el estado general de necesidad confirman. En una época en que los individuos son estimados y clasificados de acuerdo a su posición social y su solvencia económica, esas cosas banales tales como los trapos, la casa, las mujeres de exhibición, el coche, los objetos de consumo, dan la medida de su calidad social.

El individuo tiene que poner muy altas sus ambiciones, pues vivimos en una sociedad en la que se exige el “ascenso” como una obligación moral (por lo demás, esto ocurre también en las sociedades socialistas (¡sic!), en las cuales la concurrencia en la productividad es aún más despiadada). Sin embargo, la peculiaridad del trabajo necesario para fundamentar el status contribuye poco a la maduración de la persona; aliena al individuo de sí mismo, como lo ha hecho desde siempre el trabajo asalariado.

Alexander y Margarete Mitscherlich, citados en "La Sociedad de Consumo", págs. 127-128

Ya sabemos cuál es el fundamento y el corolario final de la famosa libertad de elección de las personas en que dice descansar el mercado. Como hemos visto arriba, presupuestas las condiciones sociales para la alienación y el esclavizamiento del hombre, tampoco puede existir una libertad de elección en el plano de las opciones e inclinaciones psicológicas; es, pues, justamente esta facultad lo que le falta al hombre de la sociedad burguesa. La "libertad de elegir" es hoy, en vista de la subordinación de los individuos a las materializaciones de su propia actividad social y a las poderosas maquinarias que se han dispuesto para manipularlos, una ficción, si es que alguna vez existió. Además de la expropiación de los productores y su reificación dentro del régimen de la libre compra-venta de la mercancía fuerza de trabajo; además de los monopolios económicos, tecnológicos, informativos y políticos que reinan en nuestros días e imponen formas homogéneas de vida y de pensamiento a la sociedad; además de la división social del trabajo y de la jerarquización que, en todos los planos de la vida social, interfieren la libertad y la voluntad de las personas; además de la codificación y la reglamentación tecnocrática que anulan la capacidad social y cultural de los individuos; además de la "revolución tecno-científica" que, en virtud de las relaciones de producción capitalistas, hace obsolescentes y prescindibles a los hombres frente a la eficiencia y capacidad de las máquinas; además de la masificación y la uniformización de las inhumanas sociedades puramente urbanas; debemos contar, por si fuera poco, con el ataque brutal al inconsciente efectuado por el dispositivo de manipulación del sistema y con el control y diseño de la conducta por medio de la ingeniería social. Por otra parte, están sus aliados técnicos: las múltiples formas de la "persuasión clandestina". Sus resultados son psicológica y culturalmente desastrosos en la medida que profundizan la alienación del sujeto a los niveles abisales del subconsciente y del inconsciente; por ellas, el "hombre" de la sociedad de masas se ve forzado a perseguir objetivos que no son los suyos en la creencia de que sí lo son.

Sin embargo, para que la sociedad burguesa funcione el individuo debe actuar como un sujeto de cambio equivalente a todos los otros y sometido exclusivamente a su libre arbitrio. Su dinero, su voluntad y su derecho como cambista privado deben valer tanto como los de cualquier otro miembro de la sociedad: son la competencia y el poder adquisitivo de los individuos y no sus cualidades personales intrínsecas o la intervención de privilegios jurídicos o políticos especiales, los que deben decidir cuál es su suerte. Así, la libertad y la tolerancia están asociadas a la conversión de todas las cosas en mercancía; todo lo que caiga en la esfera de la acción o del deseo humano debe poderse vender y comprar irrestrictamente. Nada que rinda utilidad debe ser restringido. He aquí por qué a medida que se desarrolla el modo de producción capitalista, las sociedades moralmente intolerantes, restrictivas o puritanas, tienden a desaparecer. Van en contra de los principios del mercado, limitan el ámbito lucrativo de los negocios.

Por eso, en los últimos años se ha producido una revolución en las costumbres, sobre todo en lo referente a sexualidad... Ciertas sociedades que aparecen como muy tolerantes en materia de costumbres - sexualidad, juego, drogas - lo son por razones económicas. En el consumismo, la tolerancia parece necesaria a nivel psicológico, puesto que esas sociedades se basan en la suposición que se hace el ciudadano consumidor de conservar libre su capacidad optativa en todos los terrenos, y los estímulos aparecen con muy diversas formas... Numerosos países han levantado las prohibiciones que durante siglos formaban parte de su esencia...

Ibid. Págs. 91-92

Sin embargo, en la medida que la libertad de las personas se reduce a adquirir y sustituir, su frustración es inevitable al hacerse evidente que su capacidad de consumo depende del lugar y la jerarquía que ocupan en el sistema de producción: sus relaciones sociales efectivas transparentan el hecho de que el grado de libertad de los unos depende del grado sometimiento de los otros. Al dominio y explotación de la FT y de la energía humana, se añade la manipulación psíquica que aquí se debate.

Mediante medios de presión visibles e invisibles se impulsa a las personas a actuar de una manera determinada, de suerte que sólo puedan jugar un papel negativo en el curso de sus vidas. Los administradores de la conducta les conceden, sin duda, un rol constructivo y "participativo": el de participar en la construcción de la cárcel en la que serán encerrados. Los materiales de esta construcción los aportan la miseria y la castración cultural, el descontrol psíquico y los comportamientos irracionales del individuo creados por el mismo capitalismo. Y aunque los hombres reconozcan y vean los medios de presión, no pueden controlarlos ni sustraerse a su influjo. No olvidemos que el sustrato material de esta subordinación moral reside en el hecho de que, para sobrevivir en la sociedad capitalista, el individuo adopta, finalmente, un modo de vida por encima y, no pocas veces, en contra de su voluntad. El hombre de la época burguesa no tiene control sobre su propia vida; está a merced de fuerzas ciegas tanto por lo que toca a su vida social como por lo que incumbe a su vida psíquica. Esto tiene plena confirmación en el hecho de que la fisonomía de los mercados actuales, en cuyo ámbito supuestamente tendría que realizarse su libertad, está signada por la absoluta servidumbre de los compradores a los productores y por el creciente control tanto de las necesidades materiales, como del pensamiento y los sentimientos de la gente por las corporaciones.

La publicidad ejemplifica a uno de los más eficaces medios para lograrlo. Su significación guarda relación con el control de la demanda por el aparato de producción y con la continua creación de consumidores para sus mercancías; tiene menos relación con la perversa voluntad de poder de los jefes corporativos que con la exigencia cada vez más acuciante de nuevas fuentes redituables de inversión para el capital que neutralicen la caída de la tasa de ganancia en las industrias sobredimensionadas y los mercados ya saturados. Tal cosa plantea al sistema económico el problema de revolucionar en permanencia a la producción y de crear, concomitantemente, nuevas necesidades. Sus armas son muy conocidas: la continua sustitución y transformación de los objetos de consumo, el incremento de la productividad del trabajo, posibles gracias a la multiplicación de los productos por la industria y a la denominada "revolución tecno-científica". Sin embargo, no se trata solamente de despertar apetitos e incitar al consumo para conseguir esa sustitución permanente; esto toca cuestiones mucho más de fondo, como las de diseñar el consentimiento y crear identidades con los valores e ideales de sustitución ofrecidos por el sistema, con los que éste trata de disolver el movimiento antitético del capitalismo: el progreso de la consciencia de clase y del proceso de auto-organización del proletariado. ¿Cómo se logra esto? Una de las respuestas más descollantes a este respecto la ha dado la publicidad.

En el mundo postizo de la publicidad el enlace entre clientes y mercancías se produce en el punto en que las imágenes y slogans simbolizan los apetitos más recónditos, pero también más expresados. Parece contradictorio, pero es así: la vida inconsciente - lo más recóndito - es, precisamente, - y gracias sobre todo a la represión del trabajo y a la frustración cultural de la gran masa de los hombres - lo más expuesto. El lado obscuro del deseo, de la ansiedad e insatisfacción de los individuos, es, pues, el punto vulnerable que suelen escoger las técnicas de control psicológico para irrumpir en el mecanismo interno de la conducta, tarea tanto más fácil de culminar con éxito cuanto que es llevada a cabo entre seres que en su mayoría no conocen más que los placeres y necesidades elementales de la vida, cuya experiencia cotidiana se limita a las paredes de la fábrica o de la empresa y que no conocen del mundo más que las modalidades más brutales de la zoológica lucha por la supervivencia. Son pocas, en verdad, las barreras que pueden alzarse aquí contra ese cometido.

Una vez que tiene en sus manos los medios científicos y técnicos para intervenir sobre el inconsciente, el dispositivo de manipulación se consagra sistemáticamente a fomentar las debilidades de la gente a través de la denominada "cultura de masas" hasta vencer por completo toda resistencia racional. La publicidad hace la leva de sus prosélitos auspiciando todo lo que conduce a la postración del hombre, todo cuanto nos hace débiles y dependientes frente al poder exterior y nos pone a merced de las fuerzas latentes que habitan en nuestro inconsciente para permitir que otros consigan ejercitar el control de nuestras reacciones y representaciones por medio de la manipulación de la carga energética que llevan consigo los estímulos internos de nuestra propia mente. El otro campo donde actúa el dominio es el de nuestras necesidades elementales. En suma, lentamente, los medios van enervando la mente, sacando toda nuestra profunda miseria y estimulando las perversiones unidas a nuestra viciada formación - ya de suyo abundantes en una sociedad en putrefacción - dando alimento a nuestros prejuicios, al narcisismo, a nuestras peores inclinaciones. Por eso, los individuos y grupos deben dar una larga e inclaudicable lucha para evitar transfigurarse en los despreciables gusanos en que quiere convertirlos el aparato de dominación ideológico del Sistema.

Gracias a la ciencia y a la tecnología de que dispone hoy en día el dispositivo de dominio, el "alma" de las masas es literalmente encerrada en una caja de cristal. Y no se le ocultan a nadie las dos ventajas cruciales que esta situación le reporta al Poder: de un lado, la gran masa está prisionera, del otro, puede ser observada y manipulada sin restricciones ni impedimentos de ningún tipo. Se tiene la prerrogativa de estimular y excitar todos los impulsos susceptibles de prestar una contribución involuntaria, y sin que el individuo lo sepa, a desarrollar la propensión a dejarse arrastrar por las sensaciones y emociones del momento. La tentación y la seducción son el anzuelo que nos echa la publicidad para pescar en nuestra voluptuosidad y concupiscencia. Se sondean las profundidades del alma para reconocer los instintos, las pasiones y fuerzas latentes, para aprender el mecanismo biológico básico al que obedece nuestra conducta y establecer por qué medios es posible hacernos descender desde la libertad de la razón y la consciencia hasta las miserias y sujeciones de nuestros impulsos primarios. Vemos nuestros sentidos bombardeados por los diferentes medios de información y las distintas tendencias; para mantenernos embromados en sus sofismas, tratan continuamente de excitar, de azuzar, de violentar a la opinión; acuden a lo insólito, lo escandaloso, lo espectacular e inquietante que ocurre a nuestro alrededor para mantenernos pendientes, en vilo y hacernos tragar sin chistar toda su basura. Esta es la función del mass media mundial y la cumple valiéndose de toneladas de datos, noticias, símbolos y mensajes cotidianos que inundan el espacio donde recogemos toda nuestra información. En pocas palabras: la materia sobre la cual labora el dispositivo de control es la sustancia misma de la que está hecha la mente humana. Nada escapa a esta inquisición exhaustiva del inconsciente que nos contempla desde la perspectiva de una auténtica ciencia del dominio destinada al control e instrumentación del hombre. En este campo, la publicidad funge como una poderosa arma emocional, cuyo papel es revolver las pasiones de la gente para controlarla.

Las victorias de este dispositivo nos permiten advertir la gruesa y pesada cadena que atestigua la esclavitud psicológica y la ignominiosa miseria del hombre en la sociedad burguesa. La formación masiva de una intersubjetividad alienada - el público - obediente a los poderes anónimos e impersonales de los monopolios capitalistas y del mercado, condenada perpetuamente a la pasividad y el marasmo, nos enseña las debilidades sobre las que los manipuladores erigen su imperio. La más conspicua consiste en la incapacidad para asimilar con actitud crítica e independencia de criterio el lenguaje de la manipulación. En la mayoría de los casos en que este criterio podría ejercitarse con éxito bastaría aclarar, en efecto, hacia qué emoción se dirigen la publicidad o la propaganda y, a renglón seguido, verificar qué reacción intentan provocar, a fin de disolver el efecto seductor de la imagen o del símbolo para someterlo a la autonomía de nuestro espíritu. Si, a primera vista, esto parece tan sencillo, ¿por qué el hombre moderno no ha podido lograrlo?

Definitivamente el simple sentido común y la lógica no tienen nada que ver con esto; todo depende de otras causas. Las principales se las imputamos a los desequilibrios psíquicos alentados por el presente tipo de sociedad. Rousseau fue el primero en entender que toda la estructura sobre la que reposa la vida moderna conspira contra el equilibrio mental, contra la cordura, contra la autenticidad y "naturalidad" del sujeto, destruyendo la unidad de la consciencia (la autoconsciencia) y la percepción objetiva de la realidad, pero también el ingenio y la capacidad creativa dado que le sustrae su condición fundamental: la libertad del individuo de tener una identidad propia que le permita autodeterminarse y distinguirse del simple medio a fin de luchar contra las formas establecidas y buscar un nuevo órgano de expresión. La actual civilización le impone, en cambio, ser parte indistinta del medio, disolverse en él, hasta quedar convertido en nada. La investigación realizada en el último siglo confirma perfectamente este diagnóstico: desdoblamiento esquizoide de la personalidad en medio de los ambientes jerarquizados que demandan, sobre todo, gestos de sumisión e inhibición y de las relaciones sociales comercializadas que transforman a los individuos y su "personalidad" en vehículos de las mercancías, escisión entre el mundo subjetivo del individuo y su entorno social y natural objetivo completamente extrañizado por el capital, atomización de la experiencia y disociación del conocimiento y de la fuerza social productiva respecto de las necesidades y exigencias de desarrollo de los individuos.