La lección de Argentina

O el Partido Revolucionario y el Socialismo O la Miseria Generalizada y la Guerra

Estremecida por una crisis económica, financiera y política sin precedentes en la segunda post-guerra, la Argentina está hecha pedazos y la gran mayoría de su población se halla sumida en el hambre. Cuando rompen la conspiración del silencio que tácitamente han acordado guardar, los medios de información, pero también las instituciones rectoras de la economía mundial como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, lo hacen para imputar las culpas de este desastre únicamente a la llamada clase política local y a la corrupción que siempre la han embargado. Empero, la verdad es que el caso argentino hunde sus raíces en la crisis más general en que se desenvuelve desde hace tiempo el entero sistema capitalista mundial. La situación argentina es producto de dicha crisis y representa hoy uno de sus momentos decisivos puesto que testimonia que en cada país del mundo puede haber una Argentina a la vuelta de la esquina.

Los Orígenes de la Crisis

Desde el comienzo de los años 70’s, en razón de la maduración de las contradicciones propias del proceso de acumulación del capital, la tasa media de ganancia - proveniente en sentido estricto de las actividades productivas - ha manifestado, sobre todo en los países con mayor grado de industrialización (comenzando por los USA), una constante tendencia a su disminución. Con el objetivo de compensar las magras ganancias, la búsqueda de utilidades extras ha llegado a ser, desde entonces, obsesiva y perseguida por todos los medios.

De modo particular, los USA, gracias a la fortaleza que les proporciona el ostentar el monopolio del principal medio de pago internacional (el dólar), han guiado un proceso de reestructuración de la economía mundial centrado en la desregulación y la liberalización de los sistemas y de los mercados financieros y de valores que ha tenido entre sus consecuencias más destacadas la tan celebrada “globalización” de la economía. Sin embargo, hay un aspecto mucho más importante: al liberalizar los procesos de producción de algunas formas de capital financiero (capital ficticio), en otras épocas fuertemente vinculadas al desarrollo de las actividades productivas, se ha dejado el campo libre a las más inescrupulosas actividades especulativas y a un gigantesco proceso de apropiación parasitaria de plusvalor que, en última instancia, se resuelve, de un lado, en la concentración de la riqueza producida mundialmente en un número cada vez más restricto de manos y, del otro, en el constante empeoramiento de las condiciones de vida del proletariado internacional, en el crecimiento de la miseria y de la marginación económica y social de un porcentaje creciente de la humanidad.

La crisis argentina es el producto del desarrollo de este sistema y de sus contradicciones. Han sido precisamente el FMI y el Banco Mundial, inspirándose en lo que comúnmente la burguesía consideraba como los modelos a los cuales debía ceñirse la gestión económica para asegurar el perfecto funcionamiento del sistema capitalista, los que durante toda la década del 90 han indicado a la Argentina las recetas económicas que habrían debido conducirla fuera de la crisis, elogiándola por haberlas aplicado servilmente.

La dolarización

Tras la elección a la presidencia de la república de Carlos Menem, toda la política económica argentina fue subordinada a las exigencias del capital financiero internacional y vinculada a los procesos de “ajuste estructural” impuestos por el FMI para vencer la inflación y dar estabilidad al sistema. Con este objetivo fue impuesta la llamada dolarización, es decir, la paridad y la convertibilidad del peso con el dólar (currency board), garantizada por la obligación del Banco central argentino de constituir, parejamente a la emisión de pesos, una correspondiente reserva en dólares.

El financiamiento del sistema fue garantizado con el alza de las tasas de interés, con la concesión de préstamos por parte del FMI, con la reducción drástica del gasto público, con la privatización de las mayores empresas y la transferencia de los fondos de pensiones de los trabajadores, hasta entonces administrados por el Estado, a los Fondos de Pensión privados, en su mayoría estadounidenses, ni siquiera a cambio de dólares, sino de títulos de la deuda pública USA y de obligaciones basura denominadas en dólares.

En las intenciones del ministro Cavallo, quien ha sido el arquitecto de este sistema - además de enriquecerse personalmente junto a Menem y toda su banda - la dolarización debía alimentar un constante flujo de capitales del exterior con los cuales financiar la reestructuración del aparato productivo para hacerlo más competitivo en los mercados internacionales e incrementar, así, las exportaciones y el flujo de ingreso de capitales en dólares, necesarios para sostener la emisión de pesos a la paridad prefijada.

En el corto plazo se tuvo la impresión de que el sistema funcionaba y, en efecto, la inflación se había contraído drásticamente. No obstante haber acompañado estas medidas con un feroz bloqueo de los salarios y estipendios, con una fuerte reducción de los puestos de trabajo y el desmantelamiento de toda forma de asistencia social, a la larga las contradicciones donde reside el origen de la crisis no sólo no fueron superadas, sino que se intensificaron hasta explotar.

La gallina que no pone huevos de oro en New York, tampoco puede hacerlo, en efecto, en Buenos Aires. Los capitales, cuyo arribo desde el exterior había sido copioso, antes que encaminarse a la reestructuración del aparato productivo, optaron, como era lógico que acaeciese, por la inversión de tipo financiero y especulativo, comparativamente más redituable.

Para sostener la paridad peso/dólar, dada la fuerte revaluación experimentada entre tanto por este último, fue necesario acelerar ulteriormente las privatizaciones y, así, por un puñado de dólares han sido vendidas la compañía aérea de bandera argentina, las empresas de teléfonos, de correos, de petróleos, los ferrocarriles... Además, fueron desmantelados por completo los sistemas sanitario, pensional y escolar. No obstante, en lugar de aumentar, la competitividad del sistema fue menguando progresivamente, las exportaciones se derrumbaron y el flujo de capitales en dólares languideció.

Cuando quedó claro que la bancarrota era inevitable, los grandes inversionistas financieros retiraron sus capitales. Se formó, por tanto, una mezcla explosiva que condujo primero a la parálisis y luego al derrumbe.

Una vez cumplida la expoliación, fue decretado el bloqueo de los depósitos y de las cuentas corrientes bancarias - medida que ha golpeado sobre todo a los pequeños ahorradores - ; del mismo modo, se restringió el pago de estipendios, pensiones y salarios.

En el báratro en que ha sido defenestrada la inmensa mayoría de la clase obrera, se ha precipitado también un segmento considerable de la pequeña y media burguesía. Y ahora, mientras las grandes empresas financieras, los grandes grupos industriales, las grandes transnacionales, gran parte de los ministros y de la “clase” política e incluso la mafia internacional, gozan sus enormes utilidades, un pueblo entero es reducido a la miseria y a la desesperación.

La Argentina no es la excepción

Con antelación al colapso argentino, un mecanismo similar había llevado a la debacle, en 1994, a México; en 1997, a los denominados Tigres Asiáticos y, después, a Rusia y Brasil... Hoy, si bien de modo menos espectacular, además de la Argentina, están al borde de la bancarrota el Ecuador, el mismo Brasil, Bolivia, Colombia, prácticamente la entera América Latina. Y las cosas no van mejor más acá del Atlántico, donde Turquía está pendiendo de un hilo e incluso economías de países ricos en petróleo como Arabia Saudita discurren en medio de tasas de desocupación de dos dígitos y una deuda externa en constante crecimiento, tanto que en algunos casos el entero PIB es absorbido por el pago de sus intereses. Por otro lado, también en los USA se están sintiendo los efectos de la crisis y Europa no navega en aguas mejores, para no hablar, finalmente, del Japón. Y pensar que tan sólo hace un año los economistas burgueses escribían libros para demostrar que el capitalismo, con la llamada New Economy y la “globalización”, había conjurado definitivamente el movimiento cíclico de la economía y pronosticaban la emergencia a corto plazo de un mundo en el cual el bienestar y la libertad los habrían conseguido los patrones.

Las cosas no eran así y hoy la realidad que todos tienen delante de sus ojos indica claramente que la larga fase de gestión imperialista de la crisis, centrada en la apropiación parasitaria de plusvalor mediante el incremento constante de la renta financiera, está en vías de agotamiento y ante el proletariado se perfilan escenarios más dramáticos y devastadores.

Las perspectivas

Algunos consideran que aún permaneciendo firmes las relaciones de producción capitalistas son todavía posibles políticas económicas alternativas que, limitando la expansión de la renta financiera, pueden reabrir una nueva fase de desarrollo de la economía mundial. Con vistas a ese objetivo, proponen la introducción de un gravamen a las transacciones financieras internacionales (Tobin Tax), el llamado “balance participativo” y otros escamoteos del mismo tipo, tales como la “reconquista” del denominado “Estado social”, simplemente a través de una praxis sindical más radical, es decir, propugnan la restauración de políticas económicas ligadas exclusivamente a la fase expansiva del capital. Dicho de otro modo: estiman que la crisis económica mundial es hija de políticas equivocadas; consideran que existen diversos “capitalismos” y que una de tales variantes es mejor que las otras, pero la realidad misma se encarga de desmentir por sí sola semejantes fantasías.

La preponderancia de la esfera financiera sobre la productiva no ha sido la consecuencia de una elección entre muchos modelos posibles, sino el lógico desenvolvimiento de las contradicciones albergadas por el proceso de acumulación del capital y, en general, por las relaciones capitalistas de producción que han impulsado a una parte considerable de los capitales a buscar su remuneración fuera de la producción de mercancías. Pensar que pueden retornar a las condiciones precedentes por obra y gracia de una reforma cualquiera significa desconocer la naturaleza misma del capitalismo y el hecho de que su finalidad es la ganancia, vale decir, el capital mismo, y no los trabajadores y sus necesidades.

El imperativo de asegurar la integración permanente de las tasas de ganancia industrial con cuotas crecientes de super-ganancias, que por definición son fruto de la apropiación parasitaria de plusvalor, no podrá, por tanto, en ningún caso venirse a menos y las políticas hasta aquí perseguidas no sólo no serán abandonadas, sino que se harán tan feroces como la contienda interimperialista.

El euro, la moneda común de la UE, ha nacido sobretodo para satisfacer esta exigencia; en efecto, uno de los presupuestos para que la apropiación parasitaria de plusvalor tenga éxito consiste en disponer de un referente monetario de dimensiones al menos continentales y que sea aceptado igualmente como medio de pago internacional. Sobre la estela de la UE, algunos países productores de petróleo, entre los cuales se cuentan Arabia Saudita y Kuwait, también han convenido darse una moneda común con el evidente objetivo de obtener las mayores ventajas posibles de la concurrencia de la neonata moneda europea con el dólar.

Por su parte, los Usa han respondido vertiendo sobre el plato de la balanza mundial todo el peso de su superioridad militar. En este contexto, el atentado contra las Twin Towers señala de veras un giro de alcance histórico. Él ha ofrecido, en efecto, el pretexto para dar lugar a una suerte de guerra imperialista preventiva que puede ser desencadenada contra cualquiera y en cualquier momento, según las exigencias económicas, políticas y financieras de la superpotencia estadounidense.

En momentos en que se registra una acentuación de la crisis, la celebrada “lucha contra el terrorismo” le ha reportado a la burguesía internacional la coartada para exacerbar la represión contra el proletariado.

En pocas palabras, estamos asistiendo a lo que ha sido siempre el ineluctable desenlace de todas las crisis del ciclo de acumulación capitalista. De un lado, a la transformación de la concurrencia económico-financiera en confrontación militar generalizada y, del otro, a la tentativa de sofocamiento de cualquier oposición de clase a fin de facilitar la subyugación económica, política e ideológica del proletariado y de los estratos sociales más débiles por la lógica del beneficio, con su ulterior empobrecimiento y sacrificio en la guerra. Es inútil ilusionarse: en el actual estadio de la crisis, el capitalismo, aparte de la generalización de la miseria y de la guerra, no tiene nada que ofrecer. Sólo el proletariado puede detener esta trágica evolución. Desmintiendo clamorosamente tanto a los ideólogos como a las presuntas teorías que - tras haber sobrestimado de modo idealista las modalidades espontáneas de rebelión - lo daban por desaparecido de la escena histórica, sustituyéndolo por los fantásticos “nuevos sujetos sociales”, el proletariado argentino está demostrando que eso es posible.

Durante un largo periodo, éste ha descendido espontáneamente a las plazas, arrastrando consigo a los jóvenes, a los estudiantes y a consistentes estratos de la pequeña burguesía proletarizada y como él depauperados. Conjuntamente, todos han dirigido su rabia contra los santuarios del capitalismo: los bancos, las entidades comerciales, pero sobretodo contra los supermercados y los negocios en general, los cuales han sido asaltados como los hornos de pan de medieval memoria. Pese a que el gobierno, en su esperanza de intimidar a los rebeldes, no ha encontrado nada mejor que desencadenar una salvaje represión con muertos y miles de heridos, la revuelta no ha cesado; por el contrario, se ha extendido a todo el país y ha ido asumiendo características cada vez más clasistas. Incluso ha sido asaltada la sede del Gobierno, monumento símbolo de la explotación y de la rapiña financiera.

O el Partido Revolucionario y el Socialismo...

Sin embargo, con el paso del tiempo está emergiendo con una claridad cada vez mayor que todo esto no basta y no bastan ni siquiera los comités de lucha y de coordinación de la protesta nacidos espontáneamente en el seno de las luchas mismas, en particular los comités de los Piqueteros y las Comisiones internas.

Por más que se caracterice en el terreno de clase, un movimiento, en efecto, está destinado a la derrota si no es capaz de satisfacer dos condiciones fundamentales.

En primer lugar, debe proponerse el desarrollo de la consciencia del antagonismo de clase y el reconocimiento de la función conservadora de los sindicatos y de las fuerzas políticas de izquierda, para plantear, finalmente, la exigencia de la superación violenta del orden económico y político capitalista.

La segunda condición está representada por la presencia operante, bien enraizada al interior de las masas proletarias, del partido revolucionario, el único capacitado para transformar la rabia, la decisión de lucha, la espontaneidad de la rebelión, en una revolución social. Un partido que:

  • que haya efectuado un adecuado balance histórico, sobre todo con el estalinismo - que ha permitido presentar como socialista una realidad de capitalismo de Estado - y también con aquellas corrientes de oposición a él que se han fundado en nuevas formas de idealismo disfrazado (bordiguismo) o han permanecido de cualquier modo enredadas en los escombros de la Revolución de Octubre (trotskysmo);
  • que tenga claros los términos de la estrategia y del programa revolucionarios, lo cual supone identificar el enemigo de clase y sus sostenes de izquierda a fin de allanar políticamente el camino a la insurrección;
  • que tenga claros los términos del nuevo poder proletario y del programa económico que debe expresar;
  • en fin, un partido que exprese la dimensión internacional de una lucha que, de permanecer confinada al marco de una sola experiencia nacional, terminará por correr inevitablemente a la derrota.

En Argentina la devastación de la crisis económica ha puesto en movimiento un proletariado fuerte y determinado en el terreno de la lucha y de la auto-organización, con capacidad de manifestar el sentido de la ruptura de clase y de la identificación de su enemigo político. No se expresa, en cambio, la segunda de las condiciones, la relativa a la presencia de un partido revolucionario, por el simple motivo de que la vanguardia de la revolución no se inventa de un día para otro, ni es el fruto de los advenimientos contingentes.

O se ha trabajado por largo tiempo en favor de su formación y de su radicación al interior de las masas proletarias, o bien las ondas insurreccionales están destinadas a desaparecer para dejar el lugar a la derrota y al sentido de impotencia.

El imperativo para las magras vanguardias revolucionarias que hoy operan internacionalmente, aunque su actividad se refiera sólo a ámbitos restrictos, es el de crecer, enlazarse, el de acelerar el proceso de clarificación de los acontecimientos en términos de lucha de clase y de perspectivas políticas, incluso si éstas no son inmediatas. La necesidad histórica impone el esfuerzo inmenso de dar vida a formaciones políticas en situación de agrupar a las vanguardias proletarias que se expresan al interior de estos movimientos espontáneos, para que la próxima ruptura, dondequiera que se presente, no discurra sin la estrategia de una alternativa de clase.

...O la miseria generalizada y la guerra

La crisis internacional del capitalismo no puede más que marchar contra el proletariado mundial. Lo hace cotidianamente en todas las latitudes, con la ayuda de las fuerzas de izquierda, con la colaboración de los Sindicatos, con la fuerza política del Estado, pero también con la represión en todas las ocasiones en que se yergue el antagonismo de clase. Los imperialismos más fuertes aplastan a los más débiles, el centro del capitalismo descarga sobre la periferia el peso de sus propias contradicciones, las guerras de rapiña y de monopolización de los mercados (financieros, comerciales y de materias primas), se suceden con los ritmos impuestos por las crecientes dificultades de valorización del capital. El desarraigo y la pauperización de millones y millones de seres humanos, la desocupación, la sub-ocupación, la progresiva aceleración de la precarización del trabajo, son el signo de que el capitalismo moderno, no obstante las enormes potencialidades productivas, no puede más que generar monstruos sociales al interior de los cuales la miseria y la creciente explotación de la mayoría son la condición para la concentración de la riqueza en pocas manos. Las guerras, que parecerían ser el ejercicio armado de la arrogancia del más fuerte sobre el más débil, en realidad se presentan como las únicas posibilidades de supervivencia del capitalismo en crisis. En todos los casos, el proletariado es el que paga las cuentas por todos, en los periodos de paz social y económica, en las crisis locales o internacionales, en las guerras detrás de las respectivas burguesías, independientemente del hecho de que estén en posición de agresión o de defensa, en solitario o al interior de un alineamiento imperialista.

Las guerras del Golfo, Bosnia, Kosovo y Afganistán representan una de las caras de la medalla, el caso argentino la segunda. Guerras, muerte y desesperación social, cubiertas por el velo mentiroso de la ideología burguesa - en versión laica o religiosa - son el carácter distintivo de esta fase de las contradicciones del sistema capitalista, apenas rasguñado, aquí y allá, por exasperadas revueltas. El drama histórico al cual asistimos está representado por la carencia de una respuesta de clase a los feroces ataques del capital contra el proletariado internacional. Del mismo modo que hace necesario al capitalismo el uso de la fuerza para conservar su poder político y para continuar su ciclo económico, la presente fase histórica, impone con mayor razón al proletariado y a las luchas de hoy y de mañana la construcción de su partido.

El momento actual exige el máximo esfuerzo por la creación de la vanguardia política de las futuras luchas proletarias. En Europa al igual que en Argentina, en los Usa al igual que en los países del ex-bloque soviético; dondequiera que hayan explotación y opresión, el grito de combate que los revolucionarios deben lanzar consiste en la construcción del partido internacional del proletariado, única condición para que, a partir de las crisis, madure el proceso revolucionario que conduzca a la erección de una nueva sociedad sin clases, sin explotación, que tenga como objetivo la satisfacción de las necesidades humanas y no su negación en nombre de beneficio.

BIPR, Febrero 2002