Introducción

Por lo que toca a vuestro comentario crítico a nuestro análisis de la crisis argentina, no os ocultamos que nos ha sorprendido notablemente el hecho de que de una frase habéis extrapolado posiciones que no sólo no han sido jamás las nuestras, sino que siempre hemos criticado. En particular, nos atribuís la idea de que la crisis argentina tiene un origen exclusivamente financiero sólo porque sostenemos que en el derrumbe de este país ha jugado un rol determinante la actividad especulativa dirigida a la apropiación parasitaria de plusvalor. De esta premisa errada extraéis luego una serie de conclusiones del todo arbitrarias, gracias a cuales, sin embargo, se hace transparente una visión absolutamente escolástica de la crítica marxista de la economía política.Por lo que toca a vuestro comentario crítico a nuestro análisis de la crisis argentina, no os ocultamos que nos ha sorprendido notablemente el hecho de que de una frase habéis extrapolado posiciones que no sólo no han sido jamás las nuestras, sino que siempre hemos criticado. En particular, nos atribuís la idea de que la crisis argentina tiene un origen exclusivamente financiero sólo porque sostenemos que en el derrumbe de este país ha jugado un rol determinante la actividad especulativa dirigida a la apropiación parasitaria de plusvalor. De esta premisa errada extraéis luego una serie de conclusiones del todo arbitrarias, gracias a cuales, sin embargo, se hace transparente una visión absolutamente escolástica de la crítica marxista de la economía política. Nos parece entender de cuanto escribís que, a vuestro juicio, todo el capital financiero se transforma, en última instancia, en capital industrial y que las actividades especulativas encaminadas a la apropiación parasitaria de plusvalor, siendo actividades de suma cero respecto de la producción del plusvalor mismo, no tienen de hecho ninguna influencia sobre el modo de ser del moderno capitalismo y, todavía más, que estas actividades no pueden tener impronta alguna en el proceso vital de este sistema. Si es este vuestro punto de vista, la vuestra, más que una descripción atendible del moderno sistema capitalista, es un encartujamiento en una visión decimonónica, y en muchos aspectos escolástica, que no permite asir los procesos reales de la economía capitalista y las profundas mutaciones que se han producido en su interior en el curso del tiempo. El hecho de que Marx, sobre todo en el primer libro de El Capital, para demostrar que el plusvalor sea hijo únicamente de la explotación de la fuerza de trabajo, haya debido hacer abstracción de los procesos de distribución del mismo plusvalor - y de sus variantes metamorfoseadas: ganancia, interés y renta - no significa que estos procesos no tengan su importancia o sean irrelevantes para el funcionamiento del sistema. La abstracción, que en el caso de Marx es abstracción determinada, sirve para comprender las leyes fundamentales que regulan el movimiento del capital, pero si nosotros la asumiéramos como la descripción del movimiento real incurriríamos en el mismo error de aquél que pretendiese ver una piedra y una pluma dejados caer desde lo alto de una torre alcanzar simultáneamente el suelo aún en presencia del aire. En verdad, Marx no comete este error, visto que dedica casi enteramente el tercer libro del Capital a la descripción del movimiento real del capital.

Ahora bien, si es indiscutible que el plusvalor se genera sólo mediante la producción de mercancías y el origen de las crisis es indagado en las contradicciones estructurales de la economía capitalista, esto no contradice en manera alguna el hecho de que en la fase de su transformación en D’, puedan verificarse transferencias de plusvalor entre capitales e incluso que los capitales más grandes y más fuertes puedan apropiarse de cuotas de plusvalor en cuya producción no han contribuido en absoluto o sólo marginalmente y/o indirectamente. No es ignorándolo, en suma, que se puede negar el hecho de que, en un cierto estadio del desarrollo capitalista, una cuota creciente de capitales se nutre sobre todo de la Renta Financiera.

Nos parece oportuno precisar en este punto que, cuando hablamos de crisis, nos referimos a la crisis que se determina cuando en el ámbito de un determinado ciclo de acumulación la caída tendencial de la tasa media de ganancia asume un carácter de actualidad. Precisamos también que con esto no pretendemos sostener en absoluto que en este contexto el crecimiento de las fuerzas productivas se enlentece o detiene, sino que para una cuota creciente de capitales la tasa media de ganancia derivada de la producción de mercancías, según la clásica forma de D-M-D’, resulta cada vez menos remunerativa, por lo cual cuotas crecientes de capital financiero encuentran dificultades para transformarse, en los ciclos sucesivos, en capital industrial y buscan su remuneración de otro modo. Una parte de estos capitales es exportada hacia áreas donde existen condiciones más favorables para la explotación de la FT y/o cualquiera de los otros factores de la producción, pero otra parte, conservando su forma D, se mueve a la búsqueda de plusvalor mediante actividades de naturaleza preponderantemente financiera. De otra parte, la transferencia de plusvalor entre capitales diversos y de diversa composición orgánica es una condición necesaria para el funcionamiento del sistema capitalista, tanto que si no acaeciese éste simplemente no podría existir, visto que no se verificaría la formación de una tasa media de ganancia y asistiríamos al absurdo de que capitales de igual magnitud, pero invertidos en combinaciones productivas con diversa composición orgánica, serían remunerados con tasas de ganancia diferenciadas entre sí. En realidad, sin la transferencia de plusvalor entre los diversos sectores productivos y entre los capitales, de modo que los capitales de igual magnitud puedan aspirar a ser remunerados en igual medida, no habríamos tenido ni la gran industria ni la producción en vasta escala, es decir, no habríamos tenido el capitalismo moderno. Por tanto, contrariamente a cuanto vosotros sostenéis, la transferencia de plusvalor entre capitales no sólo sobreviene normalmente, sino que no contradice en manera alguna las leyes de la acumulación capitalista; antes bien, hace parte integral de ellas. Ni estas leyes son contradichas por el hecho de que, en el ámbito de tales transferencias, una parte del plusvalor extorsionado en la fase productiva se cristalice bajo la forma de renta financiera y se desencadene la lucha entre los capitales por apropiarse de ella, vale decir, que se puedan desarrollar formas de apropiación parasitaria. Por otra parte, es dable decir muchas cosas de este fenómeno excepto que es raro. Que es marginal en la fase ascendente del ciclo de acumulación, es decir, cuando las tasas de ganancia industrial son elevadas, pero que tiende a dilatarse en el caso opuesto. Esto es tanto más cierto cuanto que en la historia del capitalismo se ha hecho necesaria, muchas veces, la intervención del Estado precisamente para contener los procesos de producción de capital ficticio (la forma más común de cristalización de la renta), o sea de aquel capital producido a partir de otro capital financiero, además de aquellas cantidades que podían ser consideradas de modo realista como anticipación de una producción futura de mercancías en función anti-cíclica. Para permanecer en los tiempos modernos, bastará recordar la ley bancaria de 1933, promulgada tras la gran crisis de 1929 por la administración Roosevelt, centrada, justamente, en la contención de la producción de capital ficticio vinculándola a su transformación en capital industrial, según las indicaciones de las teorías keynesianas del desarrollo que tenían como eje, además del financiamiento en déficit del gasto público, sobre todo la estabilización en el tiempo de la tasa de interés por debajo de la tasa media de ganancia industrial. Este modelo macroeconómico, como es sabido, ha sido el que ha inspirado luego la política económica y, en particular, la monetaria, de los Estados de todo el mundo, comprendidos los sedicentemente socialistas, hasta los primeros años de la década del 70. Pero a partir de la primera mitad de los años 70’s del siglo pasado, se han manifestado las primeras señales de que la fase ascendente del ciclo de acumulación iniciado después de la Segunda Guerra Mundial estaba invirtiéndose. Precisamente en los EU, el país más industrializado del mundo, se registró una preocupante caída de las tasas medias de beneficio, de la cual extrajeron fuerza algunos fenómenos que en los años sucesivos han dado lugar a profundas modificaciones del cuadro de la economía mundial y suscitado una serie de gigantescas contradicciones, las cuales contemplamos hoy, entre otras cosas, en la alternación de fases de vertiginoso ascenso de los rendimientos financieros seguidas de otras de derrumbe no menos vertiginoso que transforman un número creciente de economías, principalmente aquellas mayormente dependientes de las monedas fuertes que gobiernan los mercados mundiales, en un cúmulo de escombros. Y entre éstas se cuenta no sólo la Argentina: colgadas en las mismas horcas caudinas, permanecen también las economías de países como México, los famosos tigres asiáticos y otros países. A tal propósito, os comentamos haber encontrado vuestra afirmación de que la crisis que cobija a la Argentina (y, según lo entendemos, también al gran número de países periféricos que han venido cayendo de rodillas) deba considerarse como “una crisis de crecimiento”, muy similar - para decirlo con Lenin - a un nota cómica en medio de un funeral. En efecto, resulta difícil comprender cómo se puede hablar de “crisis de crecimiento” en presencia de una crisis que ha reducido y continua reduciendo un número creciente de países de la periferia capitalista a la miseria total y de la cual, subsistiendo las relaciones de producción burguesas, no podrán salir, de acuerdo a cálculos técnicos, antes de que transcurran al menos otros treinta años en que las masas proletarias - y todos aquellos sectores sociales asimilables a ellas - pondrán más hambre, miseria generalizada y superexplotación al servicio de la recuperación.

Pero volvamos a la crisis de los años 70’s porque, a nuestro juicio, es de aquí donde es necesario partir para comprender no sólo la actual crisis de la Argentina y de muchos otros países periféricos, sino la crisis más general que está atravesando el capitalismo a escala mundial y también todos los actuales equilibrios imperialistas y los conflictos militares que se derivan de ellos con sistemática regularidad.

De modo particular es necesario retornar a 1971 cuando la administración de entonces - la de Nixon - denunció los acuerdos de Bretton Woods, dando así oficialmente vida a una nueva fase de la economía mundial. Come sabréis, con los acuerdos de Bretton Woods, suscritos cuando la segunda guerra mundial estaba todavía en curso (1944), entre los países que más tarde constituirían el denominado bloque Occidental, se decidió adoptar un sistema de cambios fijos centrado en el dólar y en su convertibilidad en oro según una paridad prefijada de 35 dólares la onza de oro. Se trataba de una suerte de “gold standard” que antes que utilizar como medio de pago internacional el oro, utilizaba el dólar, cuya producción era vinculada a la constitución, en relaciones predeterminadas, de reservas áureas en la Federal Reserve. El dólar devino así de facto el único medio de pago internacional universalmente aceptado y, así, se pudo inaugurar una etapa de tasas de interés relativamente bajas y constantes en el tiempo, conforme a las teorías de Keynes, quien fue, en representación de Gran Bretaña, uno de los firmantes del acuerdo.

Todo el sistema estaba destinado a favorecer la reconstrucción de los aparatos industriales destruidos por la guerra y, de manera especial, a estimular el crecimiento del aparato productivo y de las exportaciones de la potencia vencedora, los EU. Fue puesto a punto, en suma, un sistema monetario - y, por tanto, financiero - en función de los intereses del predominante aparato industrial de los Usa, país que extraía de las exportaciones de mercancías enormes utilidades y notables cantidades de ganancias extras derivadas del hecho de que en muchos sectores las industrias estadounidenses ocupaban una posición monopolística o semi-monopolística.

Los Usa, en verdad, ya antes de la denuncia de los acuerdos de Bretton Woods, habían desatendido sus obligaciones. En efecto, algunos años antes, al menos hacia el fin de la segunda mitad de los años 60’s, habían empezado a imprimir dólares sin constituir las prescritas reservas en oro, descargando así una buena parte de sus gastos militares - y otros - sobre sus partners constreñidos a regular su intercambio en dólares.

Cuando el embrollo fue manifiesto y muchos detentores de dólares amenazaban con demandar su conversión en oro, EU, antes que reconstituir las reservas áureas, procedió a la denuncia de los acuerdos, con la consiguiente declaración de inconvertibilidad del dólar. Desde entonces todo ha cambiado. La avalancha de dólares producida en exceso alimentó un proceso inflacionario devastador para muchos países, pero sirvió a los EU para descargar su crisis sobre los países partners y sobre la entera economía mundial. Pero con ello desencadenaron simultáneamente profundos remesones tanto en el campo industrial como en el sistema financiero internacional.

En un primer momento tanto los EU como los demás países industrializados, especialmente los de Europa, iniciaron un profundo proceso de reestructuración de sus aparatos productivos encaminado a incrementar la productividad del trabajo en el intento de compensar por esta vía las decrecientes tasas de ganancias. Al mismo tiempo, en los EU se dio paso a una sustancial reestructuración del sistema financiero, cuyo momento culminante ha sido la abolición de la vieja ley bancaria y la liberalización de los mercados financieros tanto accionarios como monetarios, dando vida a un sistema de pagos internacionales fundado en una suerte de curso forzoso del dólar y en un mercado de capitales a tasas fuertemente variables. Por último, gracias a la introducción de la microelectrónica en los procesos productivos y al conjunto de cambios registrados en los procesos económicos, financieros y técnicos tanto la división internacional del trabajo (con el traslado de muchas actividades industriales a países con un costo del trabajo muy bajo), el sistema de las telecomunicaciones - que, entre otras cosas, ha hecho posible la unificación internacional de los mercados monetarios y accionarios - cuanto el mercado de la FT han sido completamente modificados, dando impulso a aquel fenómeno que la burguesía llama impropiamente “globalización” y que, en cambio, preferimos llamar con Marx “mundialización”.

Por razones de síntesis, concluimos aquí nuestro recuento histórico, que gustosamente habríamos dejado a un lado, pero visto que en vuestro análisis no hacéis ninguna referencia a eventos que han asumido un alcance histórico-mundial, hemos juzgado necesario hacerlo sólo con el objetivo de clarificar nuestro punto de vista alrededor de las crisis actuales y de la que envuelve a la Argentina.

No se pueden entender, en efecto, estas crisis si no se comprende qué cosa significa realmente el pasaje de un sistema de cambios internacionales basado en un régimen de cambios fijos a uno basado en cambios flexibles y de un sistema financiero regulado a uno desregulado, sobre todo cuando la desregulación guarda relación con el sistema financiero de la mayor potencia imperialista del mundo detentora de la moneda utilizada como medio de pago internacional.

El tránsito a un sistema de pagos internacionales basado en un dólar inconvertible, ha significado la admisión por parte de los Usa de que la época de realización de abundantes ganancias y super ganancias apoyándose en la mayor fuerza de su aparato industrial había terminado, mientras gracias al nuevo contexto que se había determinado era ahora más eficaz y conveniente apoyarse en la fuerza de su sistema financiero y, en particular - gracias también a su gran potencia militar - en el hecho de que el dólar, si bien ya no fuese convertible y sus emisiones no estuviesen garantizadas por la constitución obligatoria de reserve áureas, continuaba siendo utilizado como medio de pago internacional.

Por primera vez en la historia de la economía moderna, el oro, que directa o indirectamente, había sido hasta entonces el único verdadero medio de pago internacional, ha sido suplantado por papel moneda y sus títulos representativos. Ahora, el simple hecho de que una moneda circule más allá de los confines del país que la emite, sin que él tenga la obligación de constituir reservas de algún tipo, constituye para este país un privilegio tanto más grande cuanto mayor es la masa monetaria que circula en el exterior. El país emisor de este particular tipo de moneda se viene, en efecto, a encontrar en la misma posición de aquél que emite un cheque, por ejemplo para la adquisición de un vestido, y su cheque jamás es presentado al encaje en la ventanilla del banco donde mantiene sus depósitos. Para el país emisor de un medio de pago internacional, por otra parte, no existe siquiera la necesidad de constituir tal depósito, visto que una parte de aquella moneda continuará dando la vuelta al mundo sin retornar nunca a su patria. Pensad en los miles de millones de dólares que son detentados en todo el mundo como moneda de reserva; pensad en los otros tantos miles de millones de dólares que sirven para la compra-venta del petróleo y otras cosas y os encontraréis frente a una masa enorme de dólares que los EU han emitido y continúan emitiendo cotidianamente, pero recibiendo a cambio mercancías concretas producidas en todos los lugares del mundo sin que ello nunca implique, en contrapartida, su transformarán en otras mercancías producidas en los EU. ¡He aquí una forma de apropiación parasitaria de plusvalor!

Según algunos economistas americanos, la renta financiera que deriva a los EU por este “servicio” a la economía mundial superaba ya hace algunos años los 500 mil millones de dólares anuales, una suma que prácticamente cubría casi todo su gasto militar.

Pero el asunto no termina aquí. El dólar es también por esta misma razón la moneda con la cual son reguladas las transacciones del petróleo o bien de aquella mercancía/materia prima de la cual no se puede prescindir siquiera para la producción de la más insignificante de las mercancías y los EU, de hecho, controlan económica, política y militarmente sea los lugares de mayor producción del petróleo, sea las vías mediante las cuales él arriba a los lugares de mayor consumo. Vale decir, ellos están en posición de controlar, dentro de una cierta medida, también su precio, pero puesto que, como decíamos, es expresado en dólares, dada la dimensión del mercado petrolífero, a cada variación del precio del petróleo corresponde en alguna medida una variación del valor de la masa monetaria en dólares respecto a todas las otras monedas y esto sucede, de modo amplio, independientemente de la marcha de la producción real de mercancías que tiene lugar en los EU.

Compañeros, visto que mostráis tanta pasión por números y estadísticas, os aconsejamos tomar papel y lápiz y calcular todas las posibles variaciones de valor que puede asumir la masa monetaria en dólares con las solas variaciones del precio del petróleo que se pueden determinar atacando, vr. gr., a Irak o a Afganistán y veréis avalanchas de plusvalor trasladarse de todas las partes del mundo hacia los EU sin que un solo dólar haya, directa o indirectamente, contribuido a su producción. Y aún aquí no terminan las cosas. Las burguesías de los países productores disponen normalmente de grandes cantidades de dólares que, dado el atraso histórico de los aparatos productivos nacionales, en gran parte invierten en el exterior y, de modo especial, en los EU. Una parte de estos dólares se transforma en propiedades inmobiliarias, una parte, acaso, también en fábricas; pero otra parte se transforma en títulos de la deuda pública estadounidense y otra todavía termina en Wall Street, es decir, convertida en capital ficticio. Wall Street, en efecto, no es solo el Mercado bursátil que pretendéis describir en el apéndice. Cuando menos desde la primera mitad de los 80’s, el mercado bursátil es algo más que un mero mercado de acciones y de obligaciones; incluso estas últimas han cambiado, a su vez, profundamente. En las nuevas bolsas se contratan también los llamados “productos derivados”, es decir, títulos representativos de acciones, obligaciones o de la deuda pública, etc. que pueden ser emitidos por cualquier broker (agente de bolsa) o institución financiera, además de las empresas y del Estado que emiten tales acciones, obligaciones o bonos del tesoro, con la consecuencia, sin embargo, de que las variaciones de sus cotizaciones determinen también variaciones de los cursos de las acciones y obligaciones de las cuales “derivan”. Puesto que la producción de estos “títulos” no está sujeta a las circunstancias ordinarias de las demás mercancías, en el sentido de que a ella no corresponde una real transformación de capital financiero en capital industrial, la misma se presenta como pura producción de capital ficticio mediante la cual una parte de la masa monetaria circulante en dólares en el mercado mundial es reabsorbida sin una correspondiente producción de mercancías y/o de servicios. En los años anteriores un río de petrodólares se ha transformado en estos títulos. Y cuando luego la bolsa estadounidense ha colapsado, de aquellos títulos en dólares no ha quedado más que un puñado de papel. Arabia Saudita, por ejemplo, no obstante contar con una burguesía que figura entre las mayores detentoras de títulos de la deuda pública estadounidense, se encara hoy al desafío de una crisis de deuda sin precedentes en su historia precisamente por esta razón. También el Japón, cuya burguesía ha suscrito en el pasado títulos de la deuda EU con los dólares provenientes de las exportaciones hacia aquel país - tanto como para ostentar todavía hoy la categoría de mayor poseedor de títulos del tesoro estadounidense - navega por regiones semejantes, en aguas poco tranquilas. ¿Todo esto es irrelevante? ¿La apropiación parasitaria de plusvalor está privada de consecuencias?

En verdad, nuestro tiempo se caracteriza justamente por la lucha por la distribución de la renta en todas sus formas, sin que a esto corresponda igualmente una detención del crecimiento general de las fuerzas productivas. Y la razón está en el hecho de que los capitales más grandes y con una composición orgánica en la cual el capital constante prevalece sobre el variable en medida gigantesca no encuentran en la sola producción de mercancías una fuente de plusvalor que los remunere adecuadamente.

Ahora, volviendo a la crisis argentina, mientras llamáis nuestra atención acerca de que la naturaleza de las inversiones provenientes del exterior han sido en gran parte inversiones directas (IDE), infiriendo esto del hecho de que gran parte de tales capitales han sido empleados para la adquisición de títulos accionarios de sociedades argentinas (cosa que de por sí no demuestra en modo alguno que estas inversiones se hayan transformado después en cuotas suplementarias de capital industrial, es decir, que hayan dado lugar a una ampliación de la base productiva), no hacéis ninguna mención al mecanismo de la dolarización del peso, vale decir, a la decisión de fijar la paridad entre las monedas argentina y estadounidense. Como sabréis, tal decisión, fuertemente recomendada por el FMI, imponía a la Argentina depositar en su propia banca central un dólar por cada peso emitido. Es increíble que ante vuestros ojos pasen inadvertidas algunas consecuencias de esta decisión. Por ejemplo, que se os escape el hecho de que anclando el peso en el dólar, toda la política monetaria argentina haya sido de facto transferida a la Federal Reserve y que, por tanto, la economía argentina ha debido someterse a todas las decisiones en materia de política monetaria (tasas de interés y cantidades de la masa monetaria en circulación) adoptadas por los EU en función de los procesos de maximización de la renta financiera en relación con el decurso de su ciclo económico. Preferimos pensar que la vuestra ha sido una desatención, porque si de veras pensáis que la política monetaria de la mayor potencia imperialista mundial, en un sistema económico abierto como el actual, sea inocua respecto del movimiento de la llamada “economía real” mundial estaríais de veras fuera de la realidad. La CEE, precisamente para reducir las consecuencias de la política monetaria estadounidense sobre su propia economía se ha dado una moneda única (euro), incluso antes de haber realizado su efectiva unidad política. De esta manera, es decir, desvinculando al menos los intercambios internos de la dependencia del dólar, ha limitado el alcance de su dictadura. Es más: si se observan con ojo atento las intervenciones militares EU cuando menos a partir de la guerra contra la ex-Yugoslavia hasta la librada contra Afganistán, se destaca fácilmente que ellos tenían todos un objetivo común, o sea, impedir que naciesen enlaces (vías petrolíferas) entre algunas áreas productoras y el gran mercado europeo alternativos a aquellos bajo el directo control de los mismos EU por el fundado temor de que, partiendo de estas nuevas vías del petróleo, pudiese emerger, en un futuro no muy lejano, un mercado del petróleo en euros alternativo al realizado en dólares con el riesgo de asistir a una fuerte contracción de su renta petrolífera y financiera.

Ahora, volviendo de nuevo a la Argentina, es verdad que la paridad peso/dólar ha favorecido inicialmente la remisión de la hiperinflación y una fuerte afluencia de capitales provenientes del exterior que han restituido la estabilidad de la economía argentina, pero es también verdad que cuando las cotizaciones del dólar, junto a las tasas de interés estadounidense, han subido, por lo demás en concomitancia con la crisis de los países importadores de las mercancías argentinas, han comenzado los desastres en la Argentina. A fin de procurarse los dólares necesarios para mantener la paridad con el dólar, ella ha debido, a su vez, elevar las tasas de interés, circunstancia que ha hecho aún menos competitivas sus exportaciones.

El aumento de las tasas y la merma de las exportaciones han ocasionado la explosión de la deuda pública que, a su vez, ha hecho crecer la masa monetaria en circulación y, por ende, la necesidad de dólares y el nivel de las tasas de interés. En este punto, como un vampiro, el capital especulativo ha olfateado la posibilidad de un espléndido banquete y se ha lanzado sobre la Argentina succionándole sangre hasta en la médula de los huesos y cuando ha desecado su fuente nutricia se ha retirado. La economía argentina ha sido puesta enteramente de rodillas, sufriendo un violento proceso de desindustrialización. De otra parte, con semejantes rendimientos financieros (¡en Italia los títulos argentinos eran ofrecidos a tasas superiores al 30% anual!) ¿quién está tan loco para arriesgarse invirtiendo en una empresa? Esto es tan cierto que, en un momento determinado, a cambio de nuevos préstamos, ha sido dado en arriendo incluso el servicio anagráfico de las municipalidades y se había pensado ceder a los inversores extranjeros también los monumentos y las calles de las ciudades. Sin embargo, en un cierto punto, el flujo de capitales en dólares proveniente del exterior no ha sido suficiente ni siquiera para la cobertura de la emisión ordinaria de pesos necesarios para afrontar los gastos corrientes como el pago de lo estipendios a los dependientes públicos, y así las provincias han sido constreñidas a emitir subrogados del peso (para los cuales no era necesaria la cobertura en dólares). ¡Ya el pasado diciembre se contaban más de doce monedas distintas en circulación en las diversas provincias! ¿No es este el triunfo de la especulación financiera? Quien ha escapado con el botín, ¿no ha realizado acaso apropiación parasitaria de plusvalor? ¿Y qué cosa hay, por tanto, en nuestras afirmaciones sobre el particular que esté en conflicto con el marxismo sino cierta puerilidad dogmática de vuestra parte que os induce a equiparar la abstracción teórica con la realidad hasta el punto de definir un estado de devastación semejante al descrito como una “crisis de crecimiento”?

De otra parte, vosotros mismos, tras el torrente de estadísticas con el cual intentáis demostrar que las inversiones provenientes del exterior han sido inversiones accionarias (¿quién lo ha negado alguna vez?) y, por lo tanto, Inversiones Directas (IDE), admitís “que todo este tinglado se afirmó más en el descenso inducido de los salarios reales y en la desocupación masiva que en el aumento de la productividad aportada por el coeficiente tecnológico de las IDE”. Dicho de otro modo, admitís que allí no se ha verificado un crecimiento real de la base productiva ni de la productividad media del aparato productivo como consecuencia de la introducción en los procesos productivos de tecnologías más avanzadas o bien de un crecimiento de las inversiones industriales en sentido estricto.

También aquí nos parece que habéis interpretado un poco escolásticamente la definición de “inversión directa”, asimilándola automáticamente a una inversión de tipo industrial. Ahora, si es verdad que la adquisición de acciones de una empresa industrial con capitales provenientes del exterior puede correctamente considerarse una inversión directa, no es igualmente verdad que ella corresponda automáticamente a un incremento del capital industrial invertido en el país receptor. En el caso de la Argentina, en efecto, este tipo de inversión se ha traducido casi siempre en un cambio de propiedad de muchas empresas, en su mayoría públicas, que no ha dado lugar a un significativo crecimiento de la base productiva ni a un significativo incremento de la productividad del aparato productivo. Vuestra objeción a nuestra tesis según la cual una gran parte de las inversiones externas han sido de naturaleza especulativa, no es en absoluto desmentida por vuestros cuadros. En verdad, es una objeción no pertinente a la cuestión en discusión, como no es pertinente asimilar nuestra posición a la de los teóricos del “estancamiento permanente”. Como no es tampoco pertinente asimilar esta última a la cuestión del desarrollo desigual del capitalismo a escala internacional que, contrariamente a cuanto vosotros afirmáis, no contradice ni la ley general de la acumulación capitalista ni la observación empírica de estos últimos cincuenta años. No tiene, en cambio, ningún sentido, desde un punto de vista marxista, vuestra definición de la crisis como crisis de crecimiento. No la tiene ni en la forma ni en la sustancia. A menos que se considere el derrumbe general de las actividades productivas como un simple hecho coyuntural o bien que se atribuya la crisis, como hacen los keynesianos, a una insuficiencia de la demanda agregada, la “crisis de crecimiento” es simplemente una contradicción en los términos y, en ciertos aspectos, un puro sin sentido.

De otra parte, toda vuestra crítica nos parece incapaz de asir la sustancia de las cosas y de su movimiento. Incluso cuando afirmáis, como lógica consecuencia de la estrambótica tesis de la “crisis de crecimiento” y de la negación del desarrollo desigual que:

En este sentido, es claro que mientras la gran burguesía niega el capitalismo técnica y organizativamente desde el seno mismo del capital, la pequeña burguesía lo reafirma políticamente impidiendo que aquella negatividad económica y social deje de ser meramente abstracta para devenir realidad concreta, acción revolucionaria efectiva.

... mostráis una cierta confusión en la aplicación de categorías y conceptos distintos entre sí.

A partir de vuestra tesis se puede llegar a la conclusión de que el verdadero enemigo de clase del proletariado no es tanto la burguesía cuanto la pequeña burguesía o que el proletariado debe apoyar, precisamente por ser siempre y de cualquier modo objetivamente revolucionaria, a la burguesía de los países periféricos. En la categoría de clase “objetivamente” revolucionaria sólo cabe, en realidad, el proletariado; y la burguesía, aun cuando sea inducida por las contradicciones del sistema a revolucionar incesantemente las fuerzas productivas, no será jamás una clase revolucionaria. Luego, la pequeñaburguesía es por definición una clase media, es decir una clase privada de una base económica autónoma y, por tanto, destinada a oscilar entre las dos clases fundamentales de la sociedad, alineándose, en su mayor parte y según el decurso del conflicto de clase, ora con la burguesía ora con el proletariado, ora sobre el terreno de la conservación ora sobre el de la revolución.

PS

En consideración al hecho de que no leéis el italiano no hemos incluido en nuestra respuesta las indicaciones específicas de los artículos y de los ensayos que a partir de los años 70’s hemos publicado en torno a la cuestión de la crisis; de cualquier modo, la mayor parte de ellos han salido a la luz en nuestra revista Prometeo (que podéis encontrar en nuestro sitio Internet), mientras para un mejor conocimiento de nuestras posiciones acerca de las cuestiones relativas a los países periféricos os aconsejamos la lectura de nuestras: “Tesis sobre los países periféricos”, de las cuales existe también una versión en español.