Para una definición del concepto de decadencia

El término decadencia, inherente a la forma de las relaciones de producción y a la sociedad burguesa de referencia, se presenta con aspectos de valor pero también de ambigüedad. La ambigüedad reside en el hecho de que la idea de decadencia, o bien de declive progresivo de la forma productiva capitalista, procedente de una suerte de proceso ineluctable de autodestrucción cuyas causas son atribuibles al aspecto esencial de su misma existencia, es comparable con el declive autodestructivo hasta el aniquilamiento de la materia en el impacto con la antimateria en una suerte de trayecto obligado donde la dos fuerzas, contradictorias entre sí, van progresivamente acercándose hasta producir la destrucción recíproca. El enfoque atómico corre parejo con el teleológico, ya que con este planteamiento la desaparición y la destrucción de la forma económica capitalista sería un evento históricamente dado, económicamente ineluctable y socialmente predeterminado. Lo que, además de ser un enfoque infantilmente idealista, termina por tener repercusiones negativas sobre el terreno político, generando la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo es suficiente sentarse sobre la orilla del río, o a lo mucho crear en la situación de crisis, y sólo en éstas, los instrumentos subjetivos de la lucha de clases como último empujón de un proceso de cualquier forma irreversible.

Nada más falso, el aspecto contradictorio de la forma productiva capitalista, las crisis económicas que se derivan, la repetición del proceso de acumulación que es momentáneamente interrumpido por la crisis pero de las cuales recibe nueva savia mediante la destrucción de capitales y medios de producción excedentes, no conducen automáticamente a su destrucción. O interviene el factor subjetivo que tiene en la lucha de clases su punto de apoyo material e histórico y en las crisis la premisa económicamente determinante, o el sistema económico se reproduce replanteando en niveles más altos todas las contradicciones, sin por esto crear las condiciones de su propia autodestrucción. No es válida la teoría evolucionista según la cual el capitalismo es históricamente caracterizado por una fase progresiva y por una decadente si no se da una explicación económicamente coherente. Para este fin no es de ningún modo suficiente referirse al hecho de que en la fase de decadencia las crisis económicas y las guerras, así como los ataques al mundo de la fuerza de trabajo, se presentan con un ritmo constante y devastador. También en la fase progresiva, si con este término se entiende aquel período histórico en el cual la forma productiva capitalista ha superado progresivamente todas las formas de organización económica precedentes creando las condiciones de un enorme desarrollo de las fuerzas productivas, las crisis y las guerras se presentaron puntualmente, así como se manifestaron los factores de ataque a las condiciones de la fuerza de trabajo. Un ejemplo explícito fueron las guerras entre las grandes potencias coloniales entre finales del s. XVII y durante todo el s. XVIII hasta el estallido de la primera guerra mundial. El ejemplo podría continuar con el listado de los ataques sociales, muy frecuentemente también militares, contra a las revueltas e insurrecciones de clases que se manifestaron en el mismo período. Es más, según este planteamiento ¿Cuándo se habría pasado de la fase progresiva a la decadente? ¿A finales del s. XVIII? ¿Después de la primera guerra mundial? ¿Después de la segunda? Como si el problema fuese solamente una cuestión de ubicación cronológica de la cúspide sin examinar los factores que han producido el fenómeno de la decadencia misma, a menos que no se confundan los efectos con las causas.

No es válido apelar a Marx cuando se asume la definición de capitalismo como forma económica transitoria a la par de todas las otras formas que le han precedido. Es verdad que el capitalismo no difiere desde este punto de vista con los otros sistemas económicos que históricamente se han manifestado, pero también es cierto que es necesario aclarar los contornos y caracterizar las causas, de lo contrario se continúa permaneciendo en el ámbito de definiciones ideológicas, válidas para todos los tiempos, sin un contenido concreto de análisis.

Del mismo tenor es el apoyar esta tesis en otra fase de Marx según la cual, en determinado punto del desarrollo capitalista las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones de producción, provocando así el proceso de decadencia. Aparte del hecho de que dicha expresión concierne al fenómeno de la crisis en general y a la ruptura de la relación entre la estructura económica y la superestructura ideológica que pueden producir episodios de clase en sentido revolucionario y no a la cuestión en objeto, sigue siendo necesario entrar en la cuestión de caracterizar las causas de este pasaje. Marx se limitó a dar del capitalismo una definición de progresismo sólo en la fase histórica en la cual eliminó el mundo económico feudal proponiéndose como un poderoso medio de desarrollo de las fuerzas productivas inhibidas por la forma económica precedente, pero no se avanzará nunca en la definición de decadencia si no se puntualiza en la famosa introducción a la Contribución a la crítica de la economía política el hecho de que “Una formación social no perece hasta que se han desarrollado todas las fuerzas productivas a las que puede dar curso”. En tal caso, la investigación se efectúa en el sentido de verificar si el capitalismo ha agotado el impulso al desarrollo de las fuerzas productivas y si es así, cuando, en qué medida y sobre todo porque. En otros términos, parafrasear a Marx, recitar que el capitalismo ha vivido una fase progresiva y hoy está en decadencia, que es una forma económica transitoria como todas las que le han precedido, y que entra en la fase de decadencia cuando no está más en condiciones de desarrollar las fuerzas productivas materiales que entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, no es de ningún modo suficiente ni desde un punto de vista analítico ni político.

Al contrario, el valor del término decadencia reside en identificar aquellos factores que, en el proceso de acumulación de capital, en la determinación de las crisis cíclicas, como toda otra forma de expresión de las contradicciones económicas y sociales de la sociedad capitalista, haciendo todos estos fenómenos más agudos, menos administrables, colocando siempre en mayores dificultades los mecanismos mismos que presiden al proceso de valorización y de acumulación del capital. Que el capitalismo sea una forma económica contradictoria y que esto se manifieste a través de ciclos de acumulación, crisis, nueva acumulación es un hecho que se deduce de la materialidad de los acontecimientos. A su vez, las crisis económicas arrastran consigo una serie de consecuencias devastadoras que van de la creciente pobreza de muchos a la concentración de la riqueza en las manos de pocos. Las crisis producen guerras que se presentan puntualmente como momento de rapiña sobre los diversos mercados internacionales, sean estos comerciales, financieros o de las materias primas, pero también como momento de destrucción de capitales y de medios de producción en tanto condiciones para un nuevo proceso de acumulación.

No es absolutamente posible caracterizar al presunto proceso de decadencia al interior de estas categorías económico sociales, y tanto menos atribuirle un curso obligado que conduzca a la autodestrucción del sistema. Se indaga sobre la decadencia o caracterización de aquellos mecanismos que presiden la desaceleración del proceso de valorización del capital, con todas las consecuencias que esto conlleva, o se permanece dentro de una perspectiva falsa, vanamente profética o, peor todavía, teleológica, carente de cualquier comprobación objetiva.

En términos simples, el concepto de decadencia concierne solamente a la progresiva dificultad que encuentra el proceso de valorización del capital partiendo de las contradicciones principales que se manifiestan en la relación entre el capital y la fuerza de trabajo, entre el capital muerto y el capital vivo, o en última instancia, entre capital constante y capital variable. Las siempre crecientes dificultades del proceso de valorización del capital tienen como presupuesto la caída tendencial de la tasa media de ganancia. El fenómeno de la caída de la tasa media de ganancia es una suerte de cáncer económico cuyas metástasis se difunden en todos los sectores de la forma productiva, haciendo cada vez más difícil el proceso de acumulación que está a la base de la vida y de las manifestaciones del capitalismo.

Es evidente que la caída de la tasa media de ganancia, naciendo de las modificaciones de la relación entre capital y fuerza de trabajo, en otras palabras, del hecho de que las siempre mayores inversiones en capital constante respecto de aquellas en capital variable, reducen la base de la explotación de la fuerza de trabajo aunque intensificándola, es una expresión constante de las relaciones capitalistas y que ha operado en progresión temporal desde que éstas nacieron.

De frente a las inversiones siempre más consistentes, aún en presencia de masas de ganancia crecientes, la tasa media de ganancia disminuye en razón de la modificación de la relación orgánica del capital, y mientras más avanza el proceso de acumulación, más la ley de la caída encuentra ámbitos para manifestarse. Se ha evidenciado además que, operando como siempre, sólo por pocos decenios las crisis de las ganancias se han hecho sentir fuertemente desatando un círculo infernal de los cuales el capitalismo mundial muestra no poder salir. Ya a partir de finales de los años sesenta, según estadísticas emitidas por los organismos económicos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el mismo MIT (Massachussets Institute of Technology) y de las investigaciones de economistas del área marxista como Ochoa y Moseley, las tasas de ganancia en los EE.UU. eran inferiores en 35% respecto a las de los años cincuenta, el mismo fenómeno, aunque con diferente velocidad e intensidad, ha involucrado a todos los países del área capitalista desarrollada.

Tomar con consideración la caída tendencial de la tasa media de ganancia en el momento en que se extienden y profundizan sus consecuencias sobre todos los factores que regulan los mecanismos normales de acumulación del capital, y estimar cuando las políticas contra dicha tendencia se tornan menos eficaces, significa evidenciar cuanto más difícil resulta el proceso de valorización del capital que es el punto de partida y de llegada del capitalismo, de su existencia como forma productiva, de su existencia aún progresista o decadente. Esto no significa que el capitalismo, apenas ha entrado es esta fase, no logra mantenerse todavía como fuerza productiva creciente, significa solamente que los ritmos de expansión económica son fuertemente disminuidos, las crisis económicas se vuelven más frecuentes y profundas, las guerras asumen características permanentes en la regulación de las relaciones entre las secciones del capital internacional, y el conflicto sin cuartel en todos los mercados vitales para la sobrevivencia de las relaciones de producción. Se intensifican los ataques contra las condiciones sociales y económicas de la fuerza de trabajo, se asiste a la contradicción completamente capitalista de que frente a la mayor posibilidad de crear riqueza social, la sociedad burguesa crea más pobreza.

Pero la lista de estos fenómenos económicos y sociales, una vez descritos y caracterizados, no puede ser considerada por sí sola como demostración de la fase de decadencia del capitalismo, sino que son solamente los efectos mientras que la causa primera que los ocasiona se encuentra en la ley de la crisis de las ganancias. En este sentido y con esta perspectiva se deben leer los factores que hacen al capitalismo decadente, no porque no produzca más, sino porque está obligado a disminuir los ritmos de crecimiento, no porque continúe con la guerra, sino porque las guerras se han convertido en un modo permanente de su existencia, no porque produce crisis, sino porque el desequilibrio económico se ha convertido en una constante, una suerte de crisis permanente y, finalmente, no porque explota más o menos intensamente a la clase trabajadora, sino porque el asalto sin precedentes al salario indirecto y el directo, la labor constante de desmantelamiento progresivo del estado social, el uso de la fuerza de trabajo en términos de flexibilidad, esto es, de un uso temporal coherente únicamente con la necesidad del momento productivo de la empresa y no más, se han convertido en la prioridad a la cual el capitalismo no puede renunciar, sin correr el riesgo del colapso.

Las bajas tasas de ganancia han favorecido y acelerado, entre los años sesenta y ochenta, la intervención del Estado en la economía. El objetivo era sostener a los sectores productivos nacionales que soportaron en mayor medida los efectos, el medio para lograrlo fue la deuda pública, esto es, la emisión de títulos del gobierno a renta fija, hasta la inviabilidad de esta maniobra. Los créditos concedidos a bajas tasas, la gestión de quiebra por parte del mismo Estado de sectores enteros de la economía han tenido como resultado la enorme expansión de la deuda pública hasta el riesgo de desastre de las finanzas estatales. A finales de los años ochenta no había país industrializado, de los EE.UU. a los mayores países europeos hasta el Japón, que no tuviese un déficit financiero inferior al 60% del PIB hasta alcanzar en algunos casos el 110-120% del PIB.

Sólo en este punto, el capital internacional ha considerado necesario entrar en el camino del neoliberalismo, en la falsa hipótesis de que el Estado es la causa de las crisis económicas y que el retorno al libre mercado es la receta justa para recuperar las ganancias perdidas, y para reanimar el proceso de valorización y de acumulación. Quince años de neoliberalismo y de globalización de la economía, han replanteado por enésima vez las crisis y evidenciado todos los problemas que se intentaba resolver abandonando un Estado que no estaba más en condiciones de desarrollar completamente su política de salvación de las relaciones capitalistas porque estaba al borde de la bancarrota. Esto significa dos cosas: la primera es que el capitalismo no puede superar sus propias contradicciones cambiando las formas de gestión y de propiedad de los medios de producción, la segunda demuestra que la caída tendencial de la tasa media de ganancia continúa operando en lo relativo a las modificaciones inevitables entre el capital constante y el variable, y que las operaciones de contrarrestantes encuentran siempre mayores dificultades para ser efectivas.

No obstante esto, el Estado sigue siendo invocando en los momentos de particular intensidad de las recesiones, subsidia los sectores de más baja tasa de ganancia como la agricultura, sostiene y protege al mercado interno del acecho de la competencia internacional burlando las leyes del libre mercado a las cuales se adhiere y a las cuales hace referencia.

Con un trayecto paralelo pero con aceleración doble, el Estado ha iniciado el desmantelamiento de la asistencia social, la seguridad social y la salud, así como la educación y la investigación. La conjunción de endeudamiento y bajas ganancias, por tanto menores impuestos que provienen de los sectores productivos y menores posibilidades de autofinanciamiento, ha vuelto insoportable el peso del welfare que ha debido reducirse progresivamente, proceso del que se advierten las graves consecuencias pero no su fin hasta el momento. La paradoja que vive la actual sociedad capitalista, desconocida en las décadas precedentes es que, de frente a una potencialidad tecnológica que no tiene comparación en la historia de la humanidad, produce siempre más pero a menores tasas de crecimiento, y una parte cada vez más exigua de esta riqueza está destinada al estado social.

Otra consecuencia de las bajas tasas de ganancia es la de contribuir a la disminución de la producción de la riqueza bajo la forma de mercancías y servicios. El PIB en los países de alta industrialización que en los años inmediatamente posteriores al fin del segundo conflicto mundial se expresó en un promedio de alrededor de 5-7%, se colocó en alrededor de 3-4% en los años setenta y ochenta, para después retroceder al 2.5% en la última década. El sistema está todavía en condiciones de producir riqueza pero lo hace con mayor lentitud y dificultad. Las inversiones productivas crecen menos que las ganancias especulativas, las instalaciones producen en promedio solamente al 75-80% de su potencial, mientras los capitales destinados a la investigación son porcentualmente decrecientes. Las razones residen siempre en la disminuida rentabilidad del sistema capitalista que, no obstante el aumento de la productividad, empuja a los capitales a optar preferiblemente por el camino de la inversión especulativa a expensas de la inversión productiva, orillándolos al espasmódico impulso por la ganancia fácil más en el corto plazo que en el largo.

En un estadio determinado de desarrollo de la relación entre capital constante y capital variable se crea una relativa ausencia de capitales que influye negativamente sobre el proceso de acumulación. Mientras crece la cantidad mínima necesaria de capitales que están a la base de las inversiones para las fases de la reproducción ampliada, disminuye la tasa de ganancia y se crean las condiciones de una disminución del incremento de las masas de ganancias, exponiendo cada vez más el mundo de la producción al crédito y, por tanto, el endeudamiento. Esto impone al sistema la competencia por controlar los mercados financieros, la innovación de los instrumentos bursátiles hechos para reclutar ahorros y los capitales especulativos, a la creación de formas más sofisticadas de concentración de capitales dedicadas a cubrir la necesidad de las inversiones. El parasitismo, las repetidas burbujas bursátiles, las crisis financieras consecuentes, el endeudamiento de las empresas, son los efectos más evidentes.

Análoga es la paradoja sobre el ataque al salario directo y a las condiciones de vida del proletariado. Mientras más aumenta la productividad de las instalaciones, más abate la tecnología los tiempos y costos de producción, más se crea desocupación, precariedad y pobreza en el mundo del trabajo. El descenso de la tasa de ganancias que la introducción de la tecnología impone, salvo breves momentos de recuperación en el proceso de valorización del capital, determinó la necesidad de incidir mayormente sobre la contención de los salarios como principal rubro comprimible de los costos de producción. Mientras aumenta la riqueza social, aunque vez menos y con mayor dificultad, disminuye la tasa de ganancia y el capital es obligado a atacar la relación con el mundo del trabajo, aumentando la explotación, haciéndolo temporalmente idóneo a las necesidades productivas en el momento en los que éstas se expresan y nada más. Toda la gama de los nuevos contratos a término: por llamada, interinos, de usar y tirar para emplear una terminología que de la idea completa, y el intento de contraer los salarios a los límites más bajos posibles, son operativamente los instrumentos que el capital está usando para contrarrestar una situación de dificultades en la valorización sin precedentes.

La agresión al salario directo, precedida por la progresiva erosión del salario indirecto, que ocurre en períodos cortos, con aceleración nunca vista anteriormente y que se está efectuando en todos los países capitalistamente avanzados, con recuperaciones temporales breves si no es que brevísimas, no puede ser imputada a una presunta imprevista ferocidad del capital internacional, sino a un factor objetivo que ha impuesto y uniformado una misma necesidad de comportamiento económico.

Las guerras localizadas y devastadoras así como las crisis económicas que las generan, se han convertido en un estado permanente del capitalismo. Las bajas tasas de ganancia han creado una situación de crisis permanente en la cual la distinción entre recesión y recuperación económica es efímera y breve, y donde la solución bélica parece ser el medio más importante para resolver los problemas de valorización del capital.

El uso de la violencia, preventiva o no, la agresión sistemática sobre todos los mercados de interés estratégico, el empleo de la fuerza como modelo institucional en la expresión de la competencia internacional entre los distintos segmentos del imperialismo, se han convertido en expresión normal de las relaciones de producción capitalistas y de las estructuras de poder. En sólo doce años, de la desaparición del imperialismo soviético hasta hoy, se han contado cinco guerras entre la Europa balcánica y el Medio-Extremo Oriente sin solución de continuidad. Los mismos analistas burgueses que habían teorizado que, después del derrumbe de la URSS, se habían abierto para la humanidad escenarios de paz y de prosperidad económica, no se han percatado de su propia incapacidad de análisis y de la caída tendencial de la tasa media de ganancia. Han presentado la victoria sobre la Unión Soviética como el fracaso del comunismo, sin imaginar que se trató del fracaso de un capitalismo del todo particular, y no se han aproximado ni siquiera a la idea de que los problemas del capitalismo occidental han sobrevivido, agigantados, exasperados por las más grandes e incontrolables contradicciones.

Fabio Damen