Un programa burgués etiquetado como "socialismo"

Por su significación objetiva y a despecho de sus veleidades "marxistas" y "comunistas", el socialismo de la "izquierda" latinoamericana responde, en realidad, a una orientación democrático-burguesa. Ella ha sido desde el comienzo la cabeza ideológica de un simple movimiento nacionalista/reformista burgués adornado con una fraseología socialista. A despecho de los incautos que han terminado seducidos por su radicalismo verbal, los actuales gobiernos de izquierda en el mundo están aplicando lo que hasta el momento la derecha se había limitado a soñar. Hoy ha quedado claro que el único punto en que difieren la izquierda y la derecha reside en el ritual político y la retórica que emplean para manipular a las masas. Mientras para poner fin al devastador capitalismo mundial se requiere de la organización de la lucha de clases a escala internacional bajo la idea reguladora del programa comunista - a fin de dar paso a un sistema donde exclusivamente el proletariado detente las riendas del poder y sea entonces posible acometer la supresión del modo de producción y de distribución de bienes fundado en la explotación y la ganancia, sentando las bases para que la producción y la distribución se efectúen con arreglo a las necesidades de la sociedad y se consiga la creciente expansión de su riqueza material y cultural con formas sociales y tecnológicas que no pongan en jaque los equilibrios biológicos de la supervivencia - la actual izquierda no sólo se ha mostrado incapaz de cumplir esta gigantesca tarea histórica, sino que cada vez se declara más abiertamente hostil a ella. Para superar los límites de la oposición y del movimiento obrero actuales y sus imposiciones, la clase obrera debe remontarse sobre el horizonte capitalista y adoptar la perspectiva comunista que somete todas las cuestiones de la sociedad al punto de vista del proletariado, presentando una alternativa revolucionaria a la sociedad capitalista en un orden de producción libre de las leyes del mercado y de la ganancia. Esto no se consigue, como veremos, con el programa de la insurgencia nacionalista y burguesa, sino con el programa del proletariado.

Juzgamos extraño que nadie se pregunte a qué aspira el actual movimiento popular - y decimos "popular" por no encontrar otra palabra para designar su heterogénea composición social. Muy seguramente cada uno de sus disformes elementos ofrecerá una respuesta diversa: los campesinos dirán a la tierra; los tenderos, los cooperativistas, los industriales pequeños y medios dirán a la libertad de industria y de comercio frente al poder del monopolio y de la oligarquía financiera; los profesionales a la protección estatal de sus derechos gremiales, etc. Todos apuntan a alcanzar la libertad y la justicia desde la óptica estrecha del pequeño burgués: libertad y justicia significan para ellos protección del Estado, aranceles, leyes antimonopolio, impuesto progresivo y leyes suntuarias para los ricos, bajas tasas de interés, incentivos o desgravamientos fiscales para los débiles, sistema de cooperativas asistidas por el Estado, nacionalización de los principales recursos naturales, confiscación de la tierra y entrega a los campesinos, exenciones, liquidación de los vestigios del patriarcalismo y de la servidumbre, así como del abuso de los funcionarios en la administración del Estado. (1)

Vale decir, significan otras tantas restricciones, límites e injusticias para sus oponentes burgueses: los "libres" e "iguales" ciudadanos de la gran industria, la alta finanza, la propiedad territorial y el comercio en gran escala.

Es claro que ni aún en la hipótesis de que fuera posible la adopción radical de las medidas de reforma social por un gobierno de izquierda, se terminaría con la economía mercantil; por el contrario, gracias al surgimiento de nuevas unidades económicas y a la simplificación de la base de clase de la sociedad, se daría libre curso a un desarrollo capitalista más crudo e intenso, cuyo resultado final sería una mayor polarización de clase de la masa rural y urbana. La creencia en el avance indispensable de la libertad y la igualdad en medio de la economía mercantil y monetaria es un sueño pueril. Ningún gobierno, por poderoso que sea, está en capacidad de revertir las dinámicas y tendencias de esta sociedad; sólo la revolución social del proletariado - en cuanto lleva en germen un nuevo modo de producción, de distribución y de relaciones sociales - puede hacerlo.

Asimismo, denominar "socialización" a la nacionalización - vale decir, al paso hacia una extrema monopolización de los medios de producción - ; engañarse a sí mismos y engañar a los trabajadores con la posibilidad del usufructo "igualitario" del suelo o, en general, de los medios de producción, en la economía mercantil, constituye una utopía reaccionaria pequeño burguesa, que, siguiendo a Marx y a Lenin, dejamos a la izquierda latinoamericana y europea. En efecto, bajo el supuesto ya advertido arriba, los poseedores de medios de producción y de cambio en el campo y la ciudad se deslindarían muy rápidamente de los simples vendedores de FT y, en consecuencia, la discordia de clase entre la burguesía y el proletariado se haría más profunda. El hecho de que la clase obrera forme parte de la alianza pluri-clasista enderezada a terminar el régimen político oligárquico y el actual bloque social dominante, no le imprime un sello socialista a la lucha democrática. Independientemente del análisis concreto de su viabilidad o de su carácter demagógico en el contexto de la actual sistema mundial (y de su crisis), la lucha "socialista" de la izquierda y los movimientos sociales controlados por ella se limita a enarbolar las reivindicaciones burguesas que tienen los diferentes grupos de la población: un mayor salario, un Estado benefactor paternalista y libertad de asociación para los obreros, la expropiación de los latifundios, la nacionalización, etc. No hay, por tanto, una lucha socialista contra la burguesía y por el poder obrero, sino, por el contrario, una lucha democrática por reformas y libertades políticas en alianza con una parte de la burguesía, sobre todo, la pequeña burguesía.

La lucha contra los funcionarios y los “terratenientes” se libra junto con todos los campesinos, incluso los ricos y medios. (2)

Dicho de otro modo: en una sociedad en la que el proletariado constituye la mayoría de la población y se ve arrastrado - en razón de los profundos vínculos económicos, sociales y políticos que unen su situación de clase a la estructura mundial del capitalismo y los Estados - a combatir las relaciones de producción capitalistas y las políticas del Estado burgués coherentes con el sistema mundial de negocios, se le demanda renunciar a sus intereses de clase en nombre del sostenimiento de una guerra de Troya reformista, distinta y de naturaleza diferente.

El atraso subsistente en muchas de las regiones de Latinoamérica explica, lógicamente, la gran consistencia que tienen en el continente las posiciones políticas no marxistas de la democracia "socialista" pequeño burguesa. Muchos de estos sectores niegan el carácter capitalista de la formación social latinoamericana; niegan que las contradicciones fundamentales de la sociedad residan en las relaciones de trabajo asalariado y capital y en la concentración-reificación del poder social en el Estado y, por lo tanto, niegan el rol de los trabajadores industriales como vanguardia social de los explotados. (3)

En cambio, tras considerar la actual formación social como un caso peculiar producido por el subdesarrollo y las deformaciones socioeconómicas impuestas por el imperialismo, confieren a la cuestión campesina y nacional un lugar central. En otras palabras, desconocen el dédalo de la economía capitalista, los mecanismos con arreglo a los cuales se integra y funciona la actual totalidad social y atribuyen a la voluntad política de un Estado de "democracia revolucionaria" la facultad de romper las cadenas de la dependencia, sustrayéndose al circuito económico-político tejido por la prolongada evolución histórica capitalista. Pero, para ello, deben derrumbar antes todas las barreras que la realidad impone a esta ilusión pequeño burguesa: el mercado, la concurrencia mundial, el complejo tecno-industrial del capitalismo, el sistema financiero internacional, las constelaciones de Estados, etc. Alucinados con la idea de un sistema cerrado de economía nacional capaz de fijar unilateralmente los parámetros macroeconómicos de la sociedad y de suplir por su cuenta todas las condiciones necesarias para la acumulación de capital, les resulta fácil considerar que los elementos políticos y sociales que acompañan esas realidades en la formación social latinoamericana pueden ser transformados por la revolución democrática en marcha en el continente. Tal revolución es definida por sus tareas políticas - la liquidación de las castas oligárquicas, de las superestructuras políticas que perpetúan su poder y la expulsión del imperialismo para alcanzar la autodeterminación nacional - y sociales, la destrucción de la estructura latifundista de la tenencia de la tierra y el fortalecimiento de la industria nacional frente al capital "extranjero", dando énfasis al papel del Estado en la gestión económica frente al sector privado, pero preservado, al mismo tiempo, las coordenadas estratégicas de la "economía mixta". Al ser proyectada como un proceso nacional y/o regional independiente de las condiciones actuales de la acumulación y la división del trabajo a escala mundial, la primera tarea que le confieren a esta revolución es la conquista de una "democracia avanzada" y de un desarrollo industrial de tipo clásico (europeo) que supere las circunstancias que "deforman" (sic) el desarrollo capitalista.

Resulta irónico observar que, a despecho de las ilusiones sociales que la inspiran, la principal consecuencia práctica de la victoria completa de los movimientos pequeño burgueses en el mundo - definidos como tales por su base social tanto agraria (campesinos pobres, medios y ricos) cuanto urbana (medianos y pequeños industriales que trabajan para el mercado interno, algunas categorías profesionales, artesanos, tenderos, funcionarios estatales de rango medio y alto, etc.) - no eliminará el capitalismo ni la subyugación imperialista, sino que, a la inversa, creará una base más amplia para su desenvolvimiento, acelerará y agudizará el desarrollo puramente capitalista, depurando la formación social de los elementos alógenos heredados de modos de producción precedentes. No es posible sustraerse a esta estructura - a su lógica bipolar y a su dinámica contradictoria - como consecuencia de un movimiento de la voluntad. En Colombia, por ejemplo, el impacto más inmediato de la "revolución democrática" en curso no es el mejoramiento del nivel de vida ni el potenciamiento de la fuerza política de los oprimidos, sino la acentuación de los procesos típicos del capitalismo:

  1. el despoblamiento del campo, con la consiguiente exacerbación de la pobreza y la tensión social en las grandes urbes debido al vertiginoso crecimiento de los llamados "cinturones de miseria", siempre bien proveídos por el éxodo de la población que huye de la guerra;
  2. el debilitamiento - y, de hecho, la reducción al marasmo - de la resistencia a la ofensiva patronal por parte de los obreros, cuyas acciones, además de sufrir el tratamiento militar del Estado, tienen como perspectiva inmediata y de largo alcance la defensa a ultranza de la llamada "industria nacional" y del rol económico del Estado; y
  3. el incremento de la dependencia y del sometimiento de las dos fuerzas burguesas en contienda respecto de la pugna de las potencias capitalistas por el control de los mercados locales de bienes e inversiones redituables y el usufructo de la renta financiera a través de los mecanismos de la deuda, la explotación petrolífera, el tráfico de drogas y el lavado de dólares.

En suma:

[su] victoria, según lo preveía Lenin a comienzos del siglo XX, sólo puede crear un baluarte de la república democrática burguesa... (4)

Tras la rica experiencia histórica atesorada en los últimos cincuenta años, la certeza que nos cabe a este respecto es aún mayor.

La impresión amenazadora dejada por estos movimientos entre las oligarquías del Tercer Mundo no ha podido ser borrada del todo por el fin del Imperio Ruso y la reforma de Teng-Tsiao Ping en China. (5)

En su caso, el alineamiento con Rusia no obedecía solamente a su función en el movimiento obrero, sino a la relación de los sectores burgueses locales, expresados en su política, con el imperialismo. En esencia, deben esta imagen a su opción estratégica Estado-capitalista y sus aspiraciones de potencia nacional, las cuales la fuerzan a persistir en su táctica de alianza pluriclasista con las facciones burguesas cuya posición en el mercado está sujeta a la asistencia del Estado. No es inútil reiterar que la posibilidad de un tránsito semejante es inadmisible para los pequeños y débiles Estados de la periferia; sólo para los gigantescos Estados históricos o los residuos de los grandes imperios que aún permanecen políticamente unidos y ya poseen en su interior una esfera de explotación colonial propia (la India, China, Rusia, Brasil) esta opción puede resultar viable. Para algunos de estos grandes Estados con economías y sociedades relativamente atrasadas ha sido posible, como lo demuestran de forma clara las revoluciones Rusa y China, alcanzar un acelerado, aunque moderado, desarrollo capitalista dentro del actual milieu imperialista. El recorrido realizado por estos países parece seguir cauces "anormales" sólo en virtud de la preponderancia de un enfoque etnográfico y etnocentrista que ha tomado el curso evolutivo del capitalismo europeo como el modelo per se del desarrollo capitalista. Pero la realidad burguesa es histórica y se resiste a ser reducida a momentos específicos de su desarrollo, por importantes que éstos sean para la evolución ulterior. Si incluimos la historia veremos que el desarrollo del capitalismo tardío ocurre en un contexto en el que el capital ha llegado ya a su fase imperialista; en un contexto en el que todo - política, economía, sociedad - está determinado por el circuito económico configurado por el capitalismo imperialista. En los citados países (y sólo en ellos) un florecimiento capitalista nacional, más o menos independiente del capital imperial-monopolista internacional, ha sido viable gracias a la máxima concentración y centralización de todos los instrumentos del poder económico y político. En el análisis de esta excepcional fenomenología Paul Mattick ha observado correctamente:

lo que para un desarrollo capitalista 'normal' aparece como resultado es aquí presupuesto indispensable. Si la máxima concentración de capital y la unificación del empuje imperialista constituyen una exigencia cotidiana para todos los países capitalistas dentro del sistema de competencia internacional, ello es hoy mucho más vital para los países atrasados que luchan duramente por sobrevivir. Si Rusia, por ejemplo, no quería acabar como los países semi-coloniales y quería convertirse en una potencia mundial contando sólo con sus propias fuerzas o simplemente asegurarse la independencia, debía por necesidad evitar el curso normal del desarrollo capitalista. En caso contrario, el capitalismo ruso no habría podido llegar a la concentración por medio de la competencia, como hicieron el capitalismo inglés, alemán o americano, que tuvieron la holgura de desarrollarse a lo largo de siglos y a través de generaciones enteras. La Unión Soviética debía, por tanto, saltarse el período de laissez-faire, recurriendo a medios políticos, y era capaz de hacerlo porque podía dar curso a aquellos métodos de producción que constituían la meta del desarrollo capitalista en los países tecnológicamente más avanzados. (6)

La repetición de un proceso análogo en otros países, como el mismo Mattick lo subraya, supondría situaciones similares, que, sin embargo, no se verifican en absoluto en los demás países de la periferia, salvo en los casos arriba citados.

El verdadero problema a que se enfrenta la teoría social crítica no reside, por tanto, en discernir cuándo y dónde puede tener lugar el proceso de acumulación de capital en los países atrasados, sino en develar la mistificación ideológica que presenta como "socialista" una variedad de desarrollo "político" del capitalismo, en la que la acumulación originaria de capital es guiada por el Estado. La situación histórica tan peculiar atravesada por la Rusia soviética en su primera fase es una de causas de la solidez que por tantos años tuvo esta ficción ideológica. Si en un primer momento la constitución de los órganos de la administración y el poder directo de los trabajadores hizo pensar en la inauguración, por parte del proletariado ruso y del partido Bolchevique, de una nueva era social, el devenir ha desmentido muy pronto estas esperanzas. Las razones de la degeneración de la revolución proletaria en capitalismo de Estado encuentran su mejor explicación - ¡y no por casualidad! - en una de las principales tesis de su máximo exponente, Lenin: el aislamiento y el atraso de Rusia hacen imposible el socialismo dentro de la estructura del capitalismo mundial y sólo una situación revolucionaria a nivel mundial permitirá pasar directamente de condiciones semifeudales al socialismo. No obstante, Lenin y, con él, el grueso de la vanguardia revolucionaria, contemplaron la posibilidad de una evolución futura al socialismo manteniendo y auspiciando el capitalismo a través del Estado, a condición, naturalmente, de que sobreviviera el poder proletario y el partido sostuviera su papel de representante del programa comunista. Como se sabe, ninguna de estas expectativas se cumplió: ya para 1925-26 no existía ni poder proletario ni partido comunista; el Partido mismo se había burocratizado, convirtiéndose en el único capitalista. No obstante la magnitud y significación de este proceso histórico y la denuncia política efectuada tempranamente por la Izquierda Comunista, cuyas líneas de desarrollo y características desbordan el marco de este análisis, la necesaria clarificación proletaria en torno a la cuestión del capitalismo de Estado ruso, condición indispensable para un avance verdadero del movimiento revolucionario en el mundo, aún no se ha dado. La dictadura del proletariado y la edificación socialista y comunista, siguen siendo referidas al modelo proporcionado por la Unión Soviética. Para el proletariado de la periferia, la monstruosidad de la doctrina estatalista ha adquirido ya plena y tangible evidencia precisamente en los movimientos de liberación nacional, en el hecho de que, históricamente, sus argumentos se han adjetivado en la estrategia imperialista articulada por el bloque ruso durante la "guerra fría" y hallaban su razón de ser en la posibilidad que se abría a los nuevos Estados surgidos con la "descolonización" de la segunda posguerra de integrarse al polo anti-americano liderado por Moscú. En las pequeñas naciones que se debatían contra la hegemonía Occidental se alentaba, en efecto, la ficción ideológica de una marcha igual a la emprendida por Rusia y China, presentándose los logros económicos, técnicos y políticos exhibidos por estas dos potencias como metas alcanzables por todos los "pueblos y países oprimidos".

El carácter reaccionario de esta doctrina era también patentizado por el otorgamiento de un supuesto papel "revolucionario" a la denominada burguesía "nacional" que pretendía aliar a todos los elementos de la sociedad en torno a la defensa de los intereses de los débiles estratos sociales y económicos ligados al mercado interno o pertenecientes al sector estatal de la economía de invernadero. En su caso, estas economías - sin sustento e inviables como proyecto independiente - eran nuevamente absorbidas por uno de los bloques imperial-capitalistas. Es, por tanto, claro que toda una clase o una fracción dentro de una clase no puede hacerse revolucionaria sólo gracias a un designio arbitrario. No se puede olvidar que el carácter revolucionario o contrarrevolucionario de una clase se define por su posición en la producción y su relación con las demás clases y el Poder; a partir de ahí puede establecerse la misión que le incumbe en términos de desarrollo de fuerzas y facultades sociales y productivas en la historia universal. Según se ha advertido atrás, no existe en nuestra época una sola sección "nacional" de la burguesía que exista independientemente del circuito mundial de producción-reproducción de capital; las burguesías de los países atrasados son fruto en su mayor parte de la penetración de la forma económica capitalista y del mismo imperialismo moderno en el interior de las naciones. El nexo económico-sociológico entre éstas no es exógeno, sino endógeno: su origen, trayectoria y suerte final están entretejidos.

Los intereses que defiende la izquierda se refieren, por tanto, a los de la burguesía y la pequeña burguesía - ligadas o no directamente al sector estatal - en sus pretensiones de auto-conservación social dentro de los parámetros en que actualmente se lleva a cabo la inserción de las actividades económicas en el concierto internacional (dominado por el fenómeno transnacional del capital monopolista). El nacionalismo pequeño burgués significa concretamente la lucha por una definición de los términos de la internacionalización que no ignore las condiciones generales de su supervivencia social. De ahí que haya elegido como blanco de sus ataques al neo-liberalismo, una ideología que, para efectos prácticos, es la versión cruda de la "globalización" según las multinacionales. Se trata, por tanto, de un lado, de evitar que los intereses de facciones de la burguesía en la economía nacional sean pasados por alto por los movimientos políticos y económicos del capital transnacional y las normativas reguladoras de las conductas oficiales de los Estados emitidas por los organismos multilaterales del imperialismo (FMI, OMC, BM, etc.) y, del otro, de poner en vigencia el complementario principio democrático tanto en la gestión de la república burguesa, cuanto en la legitimación del régimen. Es claro que nada de esto presupone atacar la división social del trabajo, la concentración-centralización de los capitales y la expropiación general de las masas trabajadoras.

Sin embargo, para favorecer estos intereses se requiere llevar hasta el fondo una alteración de los métodos de gestión del capital y del Estado - con sus correlativas transformaciones políticas - y que, mediante el fortalecimiento del sector estatal de la economía mixta, se asegure una distribución del poder y de la renta capaz de provocar un cambio duradero en las relaciones de fuerzas entre las facciones burguesas. A su juicio, esto sólo puede conseguirse asociando las organizaciones de los trabajadores a un frente político con la "burguesía progresista", de modo que se dé paso a un régimen político con una base social - y consensual - más amplia. (7)

Nuevamente, el anacronismo de esta postura es manifiesto dado que la forma de la organización económica y política monopolística del capital ha alcanzado ya un desarrollo irreversible: el universo concurrencial en el que deben sobrevivir las empresas y los Estados corresponde al nivel de las asociaciones planetarias de capital industrial y monetario provistas de superpoder financiero, tecnológico y político-militar. Sus estándares de inversión, rendimiento, productividad, influencia social, coordinación y eficiencia organizativa fijan la escala de la competencia. No cabe, pues, ninguna duda respecto a que, en el mejor de los casos, la única consecuencia de la posición reformista consistirá en remplazar una forma de monopolio por otra. En último análisis, el problema estriba en saber cuál es la forma de monopolio más eficaz para reproducir el capital en condiciones competitivas. Antes de ponerse a barruntar los resultados probables de una eventual alianza social de la burguesía pequeña y media con los trabajadores - relacionadas con las alteraciones en los equilibrios del Poder y la estructura de la propiedad agraria y del suelo urbano, tan anheladas por los marginados del campo y la ciudad que aspiran a las diversas modalidades de la pequeña propiedad susceptibles de incorporarlos a la economía formal - el discurso tendría que detenerse a considerar la repercusión de las circunstancias que enumeraremos a continuación sobre los movimientos de liberación nacional subsistentes en el "tercer mundo":

  1. La desaparición del bloque soviético sobre las posibilidades de victoria de los frentes de liberación nacional que aún se apegan a una línea ortodoxa.
  2. El papel de la socialdemocracia en la promoción de estos frentes en ciertos países del tercer mundo.
  3. La crisis económica mundial.
  4. La actual situación en desarrollo en América Latina.

Ésta última comprende, a saber: la incesante proletarización sufrida por las capas medias y pequeño burguesas en las tres décadas anteriores, concomitante con la profundización de la concentración y centralización del capital (cuyas fusiones y alianzas verticales han acentuado el carácter oligopolístico del capital) y un empobrecimiento proporcional del proletariado. (8)

(1) En Latinoamérica y, especialmente, en Sudamérica, no pervive propiamente el régimen feudal ni siquiera condiciones semifeudales. Hace ya casi un siglo, los sectores terratenientes clásicos, con su paulatina transmutación en empresarios privados independientes que consumen fuerza de trabajo libre, completaron el proceso de descomposición social de las clases rurales incoado en la fase final de la colonia. Ya en el período colonial, los terratenientes, a través del sistema de las mitas y las encomiendas incorporadas al mercado mundial y la economía monetaria, constituyeron la estructura primaria del capitalismo encubierta por la forma todavía feudal e incluso esclavista de las relaciones personales entre las clases en las haciendas y plantaciones. En nuestros días, estos grupos se han convertido en propietarios y explotadores capitalistas a pleno título. Aunque en algunos casos siguen ostentando el papel de perceptores pasivos de la renta del suelo, su actual función económica es preponderantemente capitalista y, en general, está sometida al mercado. En el consumo de trabajo en el campo predomina de modo abrumador la contratación de FT libre asalariada y, sólo de manera subsidiaria o aleatoriamente, la reproducción de la FT humana y el dominio de clase se realiza en una esfera no capitalista.

(2) Véase V. I. Lenin "Socialismo pequeño burgués y socialismo proletario".

(3) El denominador de clase del proletariado es, naturalmente, mucho más amplio; recoge, en general, a todos los elementos sociales que se distinguen por la venta de su FT (con abstracción de su empleo por el capital en labores productivas o improductivas desde el punto de vista de la plusvalía) y mantienen una posición subordinada en el proceso laboral.

(4)

Para el marxista, el movimiento campesino es precisamente un movimiento no socialista, sino democrático. Es... un acompañante indispensable de la revolución democrática, burguesa por su contenido económico-social. Ese movimiento no se orienta lo más mínimo contra las bases del régimen burgués, contra la economía mercantil, contra el capital. Por el contrario, se orienta contra las viejas relaciones de servidumbre, precapitalistas, en el campo y contra la gran propiedad agraria como principal punto de apoyo de todas las supervivencias del régimen de servidumbre.

Lenin, op. cit.

(5) O Deng Ziao Bing, según el SEFCH Aludimos aquí la célebre estrategia de las "cuatro grandes transformaciones", emprendidas desde 1978 bajo la regencia de Hua Kua-Feng.

(6) Paul Mattick, "Rebeldes y Renegados", antología de ensayos y artículos a cargo de Claudio Pozzoli. Editorial Icaria, Barcelona, 1978.

(7) Justamente, esta ha sido la línea de acción que ha seguido el llamado "chavismo" en Venezuela. La factibilidad transitoria de esta política en ese país obedece inequívocamente al gran caudal y significación estratégica de su renta petrolífera nacionalizada en el hemisferio occidental.

(8) Las cifras suministradas por las entidades de investigación estadística indican inequívocamente estos procesos. En Latinoamérica, Colombia es el país que se lleva la palma en desigualdad y pauperismo. Veamos sucintamente los siguientes datos: el desempleo golpea al 22% de la población, el 50% de la misma realiza actividades informales (es decir, está subempleada), sólo el 28% del total de la población económicamente activa goza de cobertura de seguridad social y casi el 80% de la fuerza laboral tiene un ingreso inferior al salario mínimo fijado por el gobierno. En este mismo país, el empleo industrial descendió en los últimos dos años en un 25%. El 1% de la población posee el 48% de la tierra fértil, 4 monopolios controlan las comunicaciones (radio, tv, prensa, telefonía, etc.), 5 bancos manejan el 95% de los activos bancarios, 25 grupos tienen en sus manos el 82% de la industria. Por otra parte, 9 millones de personas están en la indigencia y 26 millones han sido declaradas en la franja de la "miseria absoluta".