Platino y plomo asesinan a los mineros sudafricanos

La burguesía sudafricana tiene desde hace mucho tiempo una perspectiva larga e inteligente del futuro. Con el fin de garantizar el desarrollo económico de uno de los países mineros más ricos del mundo, la segregación racial y las tensiones que se generaron fueron consideradas inadecuadas para el propósito. Era mejor cambiar todo: la Constitución, el viejo Presidente de la República (y sustituirlo por el icono de Nelson Mandela), para que todo siguiera igual, sobre todo la relación entre el trabajo asalariado y el capital.

El premio que guardaban estaba representado en gran parte por las minas de minerales preciosos como diamantes, pero, sobre todo, platino y paladio. El pequeño sacrificio de la participación de la CNA en la administración del poder político con el fin de garantizar un mejor control de la economía y el mundo del trabajo valió la pena.

Y así fue hasta que interfirió la crisis internacional. Sudáfrica es el principal productor mundial de platino y paladio, dos metales preciosos que, además de ser, como el oro, posiblemente aun más, los productos básicos en los que los especuladores internacionales buscan refugio, porque se utilizan mucho en los componentes y en los convertidores catalíticos para automóviles. La crisis ha acabado con muchos de estos usos comerciales. Los países industrializados importan menos porque producen menos, se están reduciendo las reservas y piden menos productos primarios. Esto está ocurriendo en casi todos los sectores industriales del mundo capitalista, en particular el sector del automóvil, que ha sido el más afectado de esta crisis.

Para la industria sudafricana todo esto ha significado menos ganancias, para los especuladores se trata de una caída preocupante en la demanda para futuros relacionados con la extracción y el comercio de metales preciosos. Entre las empresas afectadas ha estado Lonmin que produce el 12% del platino del país, y se ha enfrentado a una serie de huelgas que comenzaron el 10 de agosto. En esa fecha, diez muertes fueron confirmadas ya (entre ellos dos policías muertos por golpes de machete), el 15 de agosto fue seguido por 36 trabajadores asesinados por disparos de fusil de la policía.

Todo esto se debe a una demanda salarial que busca triplicar el salario mensual equivalente a 400 euros, que es bastante pequeño en relación a la naturaleza del trabajo y al aumento parasítico de la productividad. Pero la huelga, más que una demanda salarial, plantea la cuestión del delicado mecanismo de la rentabilidad económica. Cinco días de huelga han costado Lonmin 15.000 oz de platino y ya han reducido el precio de sus acciones por 6,33%, pero más allá de esto representaba un ejemplo que debía ser detenida inmediatamente antes de que se pudiera extenderse a otras empresas mineras. Esto era un riesgo que el gobierno de Pretoria no estaba dispuesto a tomar. Era mejor un masacre de docenas de trabajadores que ver el país enfrentar una ola de huelgas y protestas, mejor tener una “lección” preventiva, que la pesadilla de un renacimiento de la lucha de clases. Y quizás incluso esta estrategia no tenga éxito.

Los sindicatos también han desempeñado su papel. Mientras que el AMCU (Asociación de Trabajadores Mineros y Sindicato de la Construcción) ha estado de acuerdo con las demandas de los trabajadores, considerándolas aceptables porque son justas y compatibles con el sistema, o más bien mínimas y no perjudiciales para las ganancias de la empresa, el NUM (Sindicato Nacional de Mineros) atado de manos y pies a la ANC (es decir, el Gobierno) se distinguió por comportarse como un bombero antes de la huelga y como esquirol durante la misma. Incluso en el hemisferio sur las leyes de lucro y las contorsiones de los sindicatos son idénticas. Esto se aplica para los que, obviamente, apoyan los intereses capitalistas y a los que mantienen una falsa oposición por montar el tigre de las demandas salariales, pero sólo aquéllas que se encuentran dentro de la compatibilidad general económica de la sociedad capitalista.

La tragedia es que la violencia asesina de capital no tiene fronteras. Las mismas cosas están sucediendo en China, Brasil y muchos otros países de la llamada periferia del capitalismo, mientras que en el Oeste “democrático”, nada así se lleva a cabo por la sencilla razón de que no hay reactivación visible de la clase. Sin embargo, a la primera señal importante de una respuesta de la clase obrera, incluso en nuestras latitudes políticas, el hacha de la represión no tardará mucho tiempo en caer. En Italia, por ejemplo, las armas jurídicas ya están en marcha y los experimentos exhaustivos ya se han llevado a cabo (Génova en 2001), aunque no se dio cuenta en ese momento.

No es la hora de solamente denunciar este escándalo, de llorar por los muertos de la clase obrera internacional, también es el momento de hacer un esfuerzo real y organizar un partido de clase, un programa revolucionario, para que el renacimiento futuro de la lucha de clases no tenga como objetivo sólo la represión de la clase capitalista internacional, sino también el objetivo político de derrocar a esta sociedad dividida en clases, de romper la relación injusta entre trabajo y capital y de destruir el mecanismo de la productividad capitalista. El episodio trágico de Lonmin y los 36 trabajadores sacrificados no es la historia local de un acontecimiento brutal en la lejana Sudáfrica, pero es un acto de una tragedia que está destinado a ser jugado dondequiera que la clase obrera intente levantar la cabeza.

Friday, August 24, 2012