Primero de Mayo de 2022: tres crisis mortales, una causa: ¡destruir el capitalismo!

La guerra en Ucrania, la pandemia de Covid-19, la devastación del medio ambiente y el desastre climático, todas estas cosas son productos del capitalismo. No son 'desastres naturales' sino el resultado de las contradicciones de un desmoronado sistema social (modo de producción) que ha perdido su beneficio para la humanidad hace mucho tiempo. A menos que el capitalismo sea destruido, nos destruirá a todos. Nunca ha sido más urgente la necesidad de ir más allá del capitalismo a un sistema de producción superior.

La guerra de Ucrania

La guerra en Ucrania es el comienzo de una nueva y más peligrosa fase de enfrentamiento imperialista. El campo de batalla se está trasladando a los ricos países capitalistas y Estados Unidos, con su posición de líder imperialista amenazada por el ascenso de China, está utilizando su poderío económico y militar para controlar a sus aliados (la UE) y debilitar el potencial de una alianza entre China y Rusia. Como en todas las guerras de hoy, la clase obrera no tiene nada que ganar en ninguno de los bandos. Oligarcas rusos u oligarcas ucranianos, ¿cuál es la diferencia para aquellos de nosotros cuya vida se ve restringida por la necesidad de trabajar por un salario en una crisis económica mundial? Hablar de “derechos de los pueblos”, “la democracia”, “la lucha contra el nazismo”, es propaganda grotesca para justificar el altísimo costo de la guerra, que repercutirá en los millones de personas que toman parte en ella. El proletariado ucraniano, la población bajo las bombas, son víctimas; también lo son los conscriptos, hijos del proletariado ruso enviados a matar y ser asesinados en nombre de “su” tierra. También en términos económicos estrictos, es siempre la clase obrera la que paga y pagará los costos de la guerra. No solamente en Ucrania, Rusia y Europa, sino también en regiones más amplias del mundo, los trabajadores ya se ven afectados por la especulación con el trigo y el aumento de los precios del pan.

Los problemas imperialistas detrás del conflicto de Ucrania son claros. Al extender la OTAN a las fronteras rusas y buscar integrar a Ucrania y Georgia en la alianza, el imperialismo estadounidense está cercando a Rusia hasta el punto de poder estacionar sus misiles en el peldaño de Rusia. Además, EEUU ha armado a Ucrania y ha entrenado a su ejército hasta el punto en que es capaz de retomar la región separatista de Donbas; una región que cuenta con recursos económicos estratégicos como el hierro, el carbón y la industria. El ejército ucraniano renovado también podría amenazar a Crimea, que contiene la principal base naval de Rusia en el Mar Negro. Ucrania se ha convertido más o menos en un miembro de facto de la OTAN. Biden se jacta de que se suministraron 650 millones de dólares en armas a Ucrania antes de la invasión rusa y ahora se han prometido 1.350 millones de dólares más. Estas amenazas empujaron al imperialismo ruso a atacar antes de que Ucrania se integrara a la OTAN. Como gobernante de una antigua "superpotencia", Putin está obsesionado con hacer que Rusia vuelva a ser grande. Esto, por lo tanto, es más grave que las guerras en el Oriente Medio o la ex-Yugoslavia y tiene el potencial de escalar a un conflicto global en el que, como nos recuerda Putin, se podrían utilizar las armas nucleares.

A más largo plazo, tanto Rusia como China tienen como objetivo asegurar sus propios intereses económicos por derrocar la hegemonía global de EEUU. Basándose en el papel internacional del dólar, EEUU puede imponer sanciones económicas crueles contra ambos países. La demanda de Rusia de que sus exportaciones de gas y petróleo ahora se paguen en rublos y su vínculo del rublo con el oro son un intento de devolver el golpe. Esta es la guerra económica. Por su parte, EEUU está decidido a usar medios militares para defender su hegemonía global, sin importar el costo. Tal choque de intereses conduce inevitablemente a la guerra imperialista.

Precursores de la Guerra Global

Por un lado, la presión de la guerra ha obligado a la UE a ponerse detrás de EEUU y aceptar el rearme. Por otro lado, la invasión y las sanciones económicas impuestas han arrojado a Rusia a los brazos de China. Al mismo tiempo, el sufrimiento de los civiles, los millones de refugiados desesperados y las atrocidades rusas se reclaman como fruto de la dictadura. Mientras tanto, las atrocidades cometidas por el neonazi Batallón Azov en el Donbás son silenciosamente ignoradas de la misma manera que los crímenes de guerra estadounidenses en Irak y en otros lugares no se mencionan. El mensaje de que vale la pena defender la supuesta democracia occidental contra las dictaduras de Rusia y China, y de que vale la pena morir por ella, está siendo pregonado alto y claro. Lo que estamos viendo es ambos los comienzos de las alineaciones de estados en bloques para una guerra global futura y también la proyección de la ideología por la movilización de los trabajadores como carne de cañón en tal guerra.

Sin embargo, la causa fundamental de este impulso hacia la guerra es la prolongada crisis económica del capitalismo y la continua incapacidad de la clase capitalista a resolverla. A la fecha, el sistema no se ha recuperado de la implosión del sistema financiero de 2008. Esta crisis fue, a su vez, el resultado de una crisis más prolongada y profunda provocada por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia lo que alimentó la especulación financiera. Esto infló los valores de las propiedades, los activos financieros y las materias primas, lo que provocó la burbuja que explotó en 2008. A pesar de la década de austeridad que se suponía iba a arreglar las cosas, el sistema estaba al borde de otra crisis cuando llegó la pandemia de Covid-19. Una vez más, la respuesta de la clase capitalista fue usar los bancos centrales para desatar una avalancha de crédito monetario en el sistema financiero. Una vez más, casi nada de esto se ha destinado a las inversiones productivas. A su vez ha sido utilizado otra vez por la especulación, preparando los mismos problemas que condujeron al colapso de 2008. Mientras la pandemia ha empeorado significativamente más la crisis económica, también ha sido utilizado para esconder los problemas subyacentes y persuadir a la clase obrera que se necesitan aún más sacrificios para llevarles a la ‘normalidad’.

A la luz de todo esto, es necesario enfatizar dos cosas en particular. La primera es que la crisis económica ha llegado a un punto en el que nuestros líderes se están quedando sin opciones puramente económicas para mitigar sus efectos. En cambio, están dispuestos a recurrir abiertamente a una gran guerra en el corazón de Europa para defender sus intereses económicos, una guerra preparada además a plena vista sin ningún intento de disfrazarla. La guerra es, pues, el resultado de las contradicciones del capitalismo. Es el hijo legítimo del capitalismo. La segunda es que esta guerra es también una guerra contra la clase obrera. El objetivo a corto plazo es lograr que aceptemos más sacrificios. Si se pueden justificar los recortes salariales como sacrificios necesarios para la guerra, entonces se puede aumentar la rentabilidad. El objetivo a largo plazo es prepararnos para una guerra mundial, la solución definitiva al problema de rentabilidad del capitalismo, y para movilizarnos como carne de cañón. Nunca desde la Segunda Guerra Mundial ha sido más vital nuestra respuesta a los planes de guerra del capitalismo, “No a la guerra, sino a la guerra de clases”. La lucha es clase contra clase. No debemos dar nuestro apoyo a ninguno de los bandos en esta guerra. ¡Ni Rusia ni la OTAN!

Pagamos el precio

La clase trabajadora ha estado en retirada durante décadas y, en consecuencia, ha estado pagando los costos de la crisis al reducir sus niveles de vida mientras aumentan las tasas de productividad (aunque aún no lo suficiente para compensar las decrecientes tasas de ganancia debido a la creciente composición orgánica del capital). Esta ha sido la estrategia de “nuestros” gobernantes a nivel mundial. Desde la primera fase de la crisis, que comenzó a principios de la década de 1970 con la desvinculación del dólar frente al oro, nuestra proporción del valor que produce nuestro trabajo se ha reducido drásticamente. En los países del G20, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), esta proporción disminuyó de alrededor del 65% al 55%, una disminución del 15%. En EEUU, por ejemplo, el poder adquisitivo de los salarios se ha mantenido estático desde principios de la década de 1970, mientras que la productividad laboral se ha multiplicado casi por tres. Es una historia semejante en otros países. El Banco Asiático de Desarrollo calcula que para 115 países, en el período comprendido entre mediados de la década de 1970 hasta la actualidad, la proporción de los trabajadores en el valor que producen ha caído del 55% al ​​45%. La OIT también informa que 266 millones de trabajadores en todo el mundo reciben salarios inferiores al salario mínimo en sus países. Esto representa el 15% de todo el trabajo a nivel mundial. Hay, por supuesto, millones de trabajadores que sufren condiciones aún peores pero que no aparecen en estas cifras porque son ignorados por las estadísticas nacionales. El trabajo precario, los contratos de cero horas, "despedir y volver a contratar", una inflación significativa que supera los aumentos salariales y el desempleo constituyen un ataque feroz contra nuestros niveles de vida. Los efectos de la guerra de Ucrania empeorarán todo esto. La inflación, causada por el aumento masivo de los costos de la energía y los alimentos, se disparará, y esto será significativamente peor para los países de ingresos bajos.

De la resistencia a la revolución

Colectivamente, la clase trabajadora tiene el poder potencial para acabar con el sistema capitalista mismo antes de que destruya gran parte de la vida en la tierra. Cualquier contraataque efectivo debe comenzar desde el lugar de trabajo. A pesar de que el capitalismo se ha reestructurado a través de la globalización y la explotación de mano de obra más barata dondequiera que pueda encontrarla en el mundo, hay señales de que la pasividad de la clase trabajadora puede estar llegando a su fin. Hemos visto huelgas en las industrias de servicios en países capitalistas centrales, huelgas y protestas masivas en América del Sur y el sur de Asia y huelgas que se orientan hacia una dirección comunista en Irán. También ha habido informes de trabajadores en varios países que se niegan a manejar materiales de guerra destinados a la guerra en Ucrania. Sin embargo, estas luchas han permanecido aisladas y generalmente controladas por los sindicatos que tienen un interés creado en mantener el sistema de salarios. Para ser eficaz, una lucha debe generalizarse y ser controlada por los propios trabajadores a través de comités de huelga y asambleas de masas. Sobre todo, lo que es realmente necesario es que la clase obrera en general asuma su propia causa política y vincule las luchas contra los efectos económicos del sistema al sistema del capitalismo mismo y por lo tanto a la necesidad de derrocarlo. Como dijo Marx,

La revolución en general —el derrocamiento del poder dominante existente y la disolución de las relaciones sociales existentes— es un acto político. Sin revolución, el socialismo no puede desarrollarse.

1844

Un mundo comunista

Lo que debemos crear es una forma superior de producción destinada a satisfacer las necesidades humanas, no las ganancias. Los medios de producción deben convertirse en propiedad común, la producción debe ser organizada colectivamente por los consejos obreros. Esto permitirá abolir las clases y hacer innecesarios los estados y el dinero. La consigna de dicho sistema será:

de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad.

Para lograr esto necesitamos construir una organización política internacional que luche por esto y tenga un programa para lograrlo. Tal organización servirá como guía y señalará una dirección de marcha para las luchas futuras. Permanecemos en la tradición de la Izquierda Comunista, que desde el principio luchó contra el nacionalismo y el imperialismo defendiendo el marxismo revolucionario contra el capitalismo en cualquiera de sus formas, incluso si se presenta bajo la apariencia de "socialismo". A mediados de la Segunda Guerra Mundial, nuestros compañeros del PCInt (Partido Comunista Internacionalista) llamaron a los trabajadores, de ambos bandos, a “desertar de la guerra”, y luchar por sus propios fines. Nuestro objetivo hoy es contribuir a una nueva Internacional, anclada en la clase obrera de hoy, preparándose para las luchas por venir. Llamamos a todos que puedan identificarse con esta perspectiva a contactarnos y entrar en comunicación con nosotros.

Tendencia Comunista Internacionalista
Primero de Mayo 2022
Friday, May 13, 2022