Ecuador

Otro capítulo de la comedia en la tragedia

Durante las cuatro últimas semanas del mes de enero el país suramericano del Ecuador se ha visto convulsionado por una gigantesca movilización de las masas indígenas y trabajadoras que, si damos crédito a los datos suministrados por los medios, alcanza los cuatro millones de personas. Una de las consecuencias del amplio movimiento ha sido la destitución del presidente Yamil Mahuad y la realización de unos rápidos y superficiales cambios políticos destinados a restarle vigor a la acción de masas.

El mayor corrosivo de la gobernabilidad de la burguesía ecuatoriana ha sido la recesión y sus estragos, junto con el proceso de dolarización de la economía del país, iniciado recientemente. Con esta medida el gobierno Mahuad perseguía detener la agonía de la moneda nacional que a principios del mes de enero sufrió una devaluación sin precedentes: en efecto, en menos de una semana el dólar pasó de costar 7.000 sucres a valer 25.000. Ya desde la administración del derrocado Abdalá Bucarám, era notorio que la crisis mundial había provocado un derrumbe económico. El año anterior el balance de la cuenta corriente y el déficit fiscal pasaron por su peor momento merced a la caída del precio internacional del petróleo y la crisis brasileña. El país se puso en una situación de incapacidad de pagar su deuda pública externa, cuyo monto ascendió a los U$ 16.000 millones. Las recientes alzas del precio internacional del petróleo, no han tenido aún efecto alguno en la recuperación. Además, hay que contar la completa incapacidad del Estado ecuatoriano para asumir coherentemente algunos de las funciones fundamentales del Estado en una época en que las concentraciones de capital financiero y las transnacionales controlan la economía mundial. Esta condición ha sido puesta de manifiesto por el efecto de la acción especulativa contra la moneda proveniente de los especuladores internacionales y de los propios bancos ecuatorianos. Sin opciones de inversión suficientemente redituable en sectores productivos, el capital está dispuesto a llevar la onda especulativa hasta la propia desaparición de la moneda nacional. Contagiados por ella los grandes capitalistas ecuatorianos han preferido contraer deuda en sucres a tasas de usura para comprar y revender dólares, obteniendo pingües ganancias, pero entrando al mismo tiempo en una dinámica infernal que lleva en sí misma su propio límite. En efecto, esta conducta ha provocado a lo largo del último año olas devaluativas sin precedentes. Las acciones contrarrestantes del Banco Central (venta de reservas) no han detenido la pérdida de divisas ni la erosión de la moneda. Pero el derrumbe de la misma acelera también la inflación y profundiza la recesión. Para defenderse de las continuas y brutales pérdidas de poder adquisitivo, las cadenas de almacenes y el comercio mayorista han comenzado a establecer sus precios en dólares y, frecuentemente, a demandar el pago en esta moneda. Además, dado que una fracción considerable de los bienes destinados al consumo masivo o a servir de insumos de la industria son importados y dado que muchos de los servicios (teléfonos, fax, Internet) dependen de precios internacionales fijados en dólares, la producción y el consumo reciben cada día más razones de desestímulo. Por otra parte, las medidas adoptadas por el gobierno para salvar su sistema financiero, que también está en crisis, como la congelación hasta en un 50% de las cuentas corrientes y de ahorros por el lapso de un año, han sido contraproducentes. Todo esto ha acentuado la recesión, que es la más profunda de los últimos años. La inflación ha alcanzado el 67% el año anterior, el desempleo ascendió al 17% y el PIB cayó el 7,5%. Estos índices obligaron a declarar una moratoria de la deuda externa del país. Al desempleo se suma un creciente índice de pobreza que alcanza al 62,5 por ciento de la población. Algunas medidas deflacionistas del gobierno como la restricción del crédito o fenómenos puramente reactivos como la elevación de las tasas de interés a niveles inmanejables, han contribuido a acentuar el círculo vicioso de la depresión. Bajo estas condiciones y el impacto de las medidas de austeridad que se adoptaron, las cuales trasladaban el costo de la crisis y la recuperación económica a los trabajadores, se desencadenó la revuelta de masas.

En el curso de la administración Mahuad la burguesía ecuatoriana se ha dividido. Los esfuerzos de este gobierno por negociar un nuevo "ajuste económico" con el FMI destinado a 'recuperar la confianza de los mercados internacionales' no sólo ha implicado la continuación de la brutal ofensiva contra los asalariados, sino prácticamente el tutelaje de los negocios de sectores importantes de la burguesía local por los acreedores externos y un conjunto de imposiciones insoportables. Las tentativas de aumentar en un 50% el impuesto al valor agregado (IVA), la triplicación del precio del combustible durante el año anterior, que gravan el consumo o suben los costos de operación del capital, han suscitado un movimiento burgués de oposición a las consecuencias recesivas de estas medidas. Estos sectores se han puesto la camisa del nacionalismo y se expresan tanto en el mundo de las instituciones (particularmente en el parlamento en el cual han bloqueado muchas de las iniciativas del ejecutivo) como en el de la calle. Su exigencia central es imponer una moratoria de la deuda externa y mantener la soberanía frente al FMI, ante el temor de que su intervención sea tan catastrófica como la que ha tenido lugar en el sudeste asiático.

En el transcurso de la penúltima semana de enero, han concurrido millones de personas a las acciones de protesta contra las medidas del gobierno. El movimiento de la calle es dirigido por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), por los burgueses "nacionalistas" y por el Movimiento Nacional Democrático Popular, una organización política de masas con connotaciones parlamentaristas dirigida por el PC (M-l), antigua formación hoxhista.

"Quiero decir que el pueblo ecuatoriano ha triunfado. Nosotros vamos a trabajar por el pueblo y a luchar contra la corrupción. Ese es el objetivo." (Antonio Vargas jefe de la CONAIE, segundo miembro del triunvirato, declaraciones en la tarde del viernes 21 de enero (periódico mexicano La Jornada/ 22/1/2000

Durante los días que van del 18 al 21 de enero la situación se movió de manera vertiginosa. Las calles y los cuarteles estaban en ebullición. En la tarde del viernes 21, se produjo simultáneamente una sublevación popular callejera y una sublevación militar que ya durante las horas finales del mismo día confluyeron finalmente en una operación de derrocamiento del presidente Yamil Mahuad. Bajo la consigna de "aplastar el gobierno de los banqueros y de los empresarios", miles de trabajadores acompañados por oficiales y soldados "insurrectos" de las FFAA estatales tomaron por asalto el palacio presidencial y la sede del parlamento. Un número de personas que en un primer momento los medios de prensa estimaron en cien mil y luego redujeron a diez mil, rodearon el parlamento y el Palacio Presidencial, penetrando luego en ellos sin encontrar resistencia. Una vez tuvieron éxito en su acción, declararon la destitución de Mahuad e instauraron un triunvirato conformado por un representante de la CONAIE, un ex-presidente de la Corte Suprema y un coronel de las FA que rápidamente fue sustituido por el ministro de defensa en funciones. Acto seguido, el nuevo organismo al que dieron el nombre de "Junta Popular" se confió a sí mismo la tarea de organizar un nuevo gobierno de "salvación nacional". De inmediato, la Organización de Estados Americanos (OEA) y los jefes de gobierno de los países suramericanos asociado en el grupo de Río han celebrado una reunión de emergencia llamando a respaldar a Mahuad y a las "instituciones legítimamente constituídas" contra lo que han calificado tanto de "gobierno de facto de la turba, como golpe de estado populista". Pocas horas después, a las 3 de la mañana del 22 de enero, tras una reunión celebrada en el recinto de la Embajada USA, se anuncia un nuevo acuerdo político entre los militares y los representantes del "viejo" gobierno, el cual envuelve la disolución del triunvirato "popular" y al ascenso a la presidencia del vice-presidente Gustavo Noboa. El régimen ha superado el impase con una salida constitucional que en un parlamento unicameral de 90 miembros ha contado con un respaldo unánime (87 votos a favor contra 3 en contra en la votación de confirmación del cargo presidencial).

Ciertamente, la situación no ha llegado todavía a su desenlace. El último episodio está todavía por escribirse y parece encausarse por la misma línea de la comedia en la tragedia que ya denunciáramos en nuestro artículo anterior sobre Chávez. La dirección del movimiento indígena se encuentra en un evidente desfase histórico respecto de la base social de las etnias que lo conforman. Mientras la capa dirigente está conformada por artesanos, tenderos, comerciantes y pequeños propietarios rurales y urbanos, que aspiran mantener eternamente estable la economía de intercambio privado dentro de la pequeña comunidad urbana y rural de propietarios en menor escala, la masa del movimiento ha ingresado ya en el esquema de reproducción capitalista, formando parte del ejército de fuerza de trabajo asalariada que sirve en la industria de la construcción privada y de infraestructura, en la industria pesquera o aporta los jornaleros en las plantaciones y a los trabajadores a sueldo en los sectores de servicios y pequeños talleres automotrices. Desviadas por el nacionalismo indígena unido a los militares populistas, a los sindicatos y a los stalinistas ecuatorianos, las masas - cuyos verdaderos móviles de acción son la condición de clase en la sociedad y no la cualidad étnica - han empezado ya, efectivamente, a ser desmovilizadas. La inepcia de los dirigentes indígenas es hiperbólica. En vez de batir el hierro cuando la situación parecía llegar a su punto de fusión, han renunciado al enorme despliegue de fuerzas que vimos en las últimas semanas a cambio de la promesa del nuevo gobierno de dar más atención a los indígenas, sugiriendo que Noboa tiene no sólo la intención, sino la capacidad de echar atrás la dolarización y de combatir el alto grado de miseria que reina en ese sector de la población, que agrupa al menos al 42 por ciento de los 12,4 millones de ecuatorianos. Pero ha sido precisamente Noboa el primero en desmentirlos al reafirmar su compromiso de continuar el proceso iniciado el 9 de enero de este año por Mahuad.

No obstante, hay algo que ha quedado claro: a pesar de todo su aparente marasmo, las masas ecuatorianas no están muertas y hoy están viviendo la experiencia inolvidable de su inmenso poder. Hay que considerar que un significativo porcentaje de las mismas (probablemente la aplastante mayoría) pertenece directamente a la clase obrera y al subproletariado. Son, en efecto, estos dos grupos, a los que se han asociado artesanos y tenderos, los que han salido a la calle y pugnado con el Estado y las fuerzas del orden. Tras más de dos años de continua agitación es también probable que hayan aprendido una lección decisiva susceptible de ser aprovechada en las próximas jornadas: su fuerza es enorme, pero sin un programa revolucionario que haga comprensibles las líneas de desarrollo del capital y señale las tareas a realizar y los enemigos a abatir, sin la constitución de sus propios órganos independientes de poder - los consejos de trabajadores - no pueden garantizar la defensa de sus intereses, tarea que en nuestros días se halla indisolublemente unida a su ofensiva de clase. Hoy ya no hay diferencia alguna entre la lucha inmediata por la defensa de la vida de los trabajadores y el comunismo. Ningún nuevo Estado nacional ni ningún sector nacionalista o "revolucionario" de la burguesía pueden salvar a los trabajadores y proletarios ecuatorianos y latinoamericanos de las ondas de choque de la especulación internacional ni de los requerimientos de las potencias financieras del mundo porque ninguno de ellos puede asegurar una gestión eficiente y diestra de las grandes variables macro-económicas y, en particular, de la masa monetaria. La defensa de los trabajadores tiene hoy como condición la organización internacional del proletariado contra los monopolios transnacionales y las potencias financieras dentro de una ofensiva social en cada país contra los banqueros, los Estados y las burguesías nacionales que les sirven de apéndices. Con una dirección revolucionaria de clase y sus propias instancias de poder, no sólo ninguna fuerza militar hubiese podido resistir el movimiento de las masas ecuatorianas, sino que jamás habría tenido lugar la maniobra con que ingenuamente fueron burladas al final.

El ingreso de las masas como protagonistas de la historia señala casi siempre el inicio de las revoluciones. Sin embargo, mientras esté ausente una corriente marxista revolucionaria radicada en las filas de los trabajadores mostrando los límites de las actuales direcciones y el desastre al que conducen el movimiento, las revoluciones que despuntan hoy acabarán situándose en un plano meramente político, dejando intactas las bases del orden existente. Sólo el partido revolucionario del proletariado puede situar a las fuerzas colectivas de los trabajadores en la línea de acción que afirma radicalmente la voluntad de no ser simplemente objetos, sino sujetos de la historia que aspiran a imprimirle su propia dirección de conformidad a sus intereses. Por tanto, el verdadero problema de hoy no reside en si las masas están dispuestas a movilizarse con audacia y decisión, sino en qué tipo de dirección social y política encabeza su movimiento. Hoy la pequeñaburguesía de artesanos y profesionales, el aparato sindical y los stalinistas desempeñan este papel, lo cual significa que las acciones de masas están condenadas de antemano a la impotencia. En 17 meses de gestión de Mahuad, los indígenas realizaron dos levantamientos y miles marcharon sobre Quito haciendo una convincente demostración de su poderío. En vez de considerar las repercusiones de la crisis mundial sobre su país y tomar la condiciones de la economía capitalista como la raíz de las políticas de su gobierno, el movimiento indígena y "popular" atribuye a una casta de políticos corruptos y a las directrices neoliberales la miseria y el sufrimiento actual. En unos casos reducen el comportamiento de la economía capitalista a las ideologías económicas y políticas y en otros lo convierten en un simple problema contable que se puede resolver asignando la cuenta de los dineros hoy robados por las burocracias gubernamentales a otro titular, el pueblo y la "buena administración". En realidad lo único que puede cambiar las opciones de acción de los grupos dirigentes es la rentabilidad sobre el capital y ésta se halla ligada a la explotación, lo cual exige condiciones de dominio y expoliación más duras sobre los trabajadores. Al pretender revertir la actual evolución social, la izquierda "indigenista" y los sindicatos han olvidado que la explotación es una relación social sujeta al choque constante de los intereses antagónicos de la burguesía y la clase obrera. Sólo si el proletariado rompe y supera esta relación, la sociedad entera podría disponer racionalmente del fruto de su trabajo. La actual dirección del movimiento de masas no ha sacado, pues, ningún provecho de su experiencia anterior. Aun cuando en su primera protesta, en julio de 1999, el movimiento obligó a Mahuad a dar marcha atrás en ciertas medidas económicas neoliberales, no ha aprendido nada del hecho de que en lugar de aliviarse, la situación ha empeorado. Finalmente creyeron que con la salida de Mahuad y la disolución del Congreso y del Poder Judicial, se conquistarían mejores condiciones para las masas. Esta ilusión convirtió a este movimiento en pasto fácil de las maniobras de la burguesía.

Tras los acontecimientos de enero en Ecuador mucha gente se pregunta ¿qué clase de dirigentes son los sindicalistas y los jefes de la CONAI? ¿idiotas o traidores? Sin duda tienen algo de las dos cosas. Para ellos la lucha de los trabajadores no es un movimiento histórico con un programa, sino, simplemente un negocio. Combaten sólo para mantener su posición en la sociedad burguesa y atenuar los efectos de la crisis distribuyendo "democráticamente" sus cargas y protegiendo a los grupos burgueses más débiles, pero no para poner a los trabajadores en el poder ni sacar a las masas de su estado, a las cuales la propagación de las ilusiones sociales pequeñoburguesas de sus dirigentes sólo pueden conducirlas en brazos de la muerte.

Conclusión

La perspectiva es de una continuación y recrudecimiento de las luchas sociales. En efecto, no habrá consenso social y político mientras no se solucione la crisis social. Es manifiesto que los planes imperialistas de crear una economía continental dolarizada tropiezan con la más profunda recesión de los países del área y la más desesperada resistencia de los millones de víctimas del sistema. Hay, pues, un contexto de guerra social y de confrontación que no sólo ofrecerá importantes oportunidades para la construcción del partido, al delimitarse más claramente los campos e intereses en lucha, sino al cual los núcleos políticos proclives al desarrollo del programa comunista contribuirán a profundizar. De no ser así la próxima revuelta desembocará en el mismo punto que la actual, todo permanecerá en orden, los sobrevivientes enterrarán a sus muertos, los trabajadores volverán a sus galeras, los burócratas al latrocinio, la burguesía a sus ganancias, los señores a sus putas y las señoras a sus amantes:

... el país amaneció este lunes como si nada hubiera ocurrido después del golpe que derrocó a Mahuad y la asunción de Noboa, quien continua designando a los miembros de su gabinete, mientras comerciantes y estudiantes retomaban sus actividades, la cotización del dólar permanecía estable y la bolsa operaba normalmente.

La Jornada, 24/1/2000