Redefiniendo el concepto de decadencia

El documento que sigue es el resultado de un largo debate entre todas las organizaciones que forman parte del Buró Internacional (hoy en día la Tendencia Comunista Internacionalista). Este trabajo colectivo es prueba del nivel creciente de homogeneidad del Buró mismo, el cual es una premisa fundamental para alcanzar el objetivo que nos hemos dado - la reconstrucción del partido revolucionario a escala internacional.

Introducción

El capitalismo en su contexto histórico

Toda sociedad anterior ha alcanzado, en un determinado momento de su desarrollo, un periodo de decadencia que, con el paso del tiempo, la caracteriza cada vez más, conduciendo al predominio de una apropiación parasitaria de la riqueza y a un impulso hacia la barbarie.

De esto muchos sacan la idea de que toda formación social en decadencia pasa por un proceso de envejecimiento biológico como el de los organismos vivos que, en última instancia, está destinado a un final inevitable por sus propias contradicciones internas. O eso les parece a quienes sólo miran al pasado en función de alguna idea preconcebida de cómo acabará el conflicto social en una sociedad determinada. En cambio, la experiencia pasada sólo confirma que toda sociedad tiene un carácter histórico y es transitoria por naturaleza. No existe un plan maestro para la historia independiente de la voluntad de los seres humanos y de sus acciones. No existe una meta final a la que la humanidad vaya a parar inevitablemente. El materialismo histórico identifica las causas del ascenso y la decadencia de cada sociedad en las contradicciones particulares de las relaciones de producción existentes.

En la sociedad capitalista en particular, la contradicción fundamental es el resultado del propio proceso de acumulación del capital, que, basándose en la explotación de la fuerza de trabajo, genera plusvalía que se transforma incesantemente en nuevo capital, por lo que, al final de cualquier ciclo reproductivo, el capital invertido normalmente ha aumentado (reproducción ampliada). De ello se deduce que la masa de plusvalía extorsionada debe necesariamente crecer constantemente, al menos en proporción al aumento del tamaño del capital. Esto es posible ya sea empleando más fuerza de trabajo en proporción al aumento del tamaño del capital invertido, ya sea aumentando la explotación del trabajo mediante el aumento de la jornada laboral, y/o reduciendo el tiempo de trabajo necesario, mediante el aumento de la productividad del propio trabajo por medio de nuevas tecnologías y nuevos métodos de organización del trabajo.

La tendencia decreciente de la tasa de ganancia promedio

El poderoso desarrollo de nuevas técnicas en la producción de mercancías en los dos últimos siglos es el resultado del hecho de que la reproducción ampliada del capital no puede evitar el aumento constante de la productividad del trabajo. Por tanto, no puede evitar revolucionar constantemente el ciclo de producción mediante la introducción de tecnologías cada vez más sofisticadas. Al mismo tiempo, la reproducción del capital sólo puede tener lugar sobre una base ampliada.

De ello se deduce, como subrayó Marx, que:

Con la acumulación de capital se desarrolla, pues, el modo de producción específicamente capitalista y, con el modo de producción capitalista, la acumulación de capital. Estos dos factores económicos provocan, en la relación compuesta de los impulsos que se dan mutuamente, ese cambio en la composición técnica del capital por el cual el componente variable se hace cada vez más pequeño en comparación con el componente constante.

Marx Capital Vol. 1 capítulo 25 - Penguin Classics edition p.776

La contradicción fundamental del sistema está contenida en esto. En efecto, si por un lado la modificación técnica del capital es al mismo tiempo la causa y la condición fundamental del crecimiento de la productividad del trabajo y, por tanto, de la acumulación sobre una base ampliada, por otro, la disminución, aunque sea relativa, del capital variable (fuerza de trabajo), es decir, de la única parte del capital que crea plusvalía, plantea de nuevo y acentúa la caída tendencial de la tasa media de ganancia.

Como es sabido, Marx describió la ley de la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia en el Tercer Tomo de El Capital en términos de "la ley como tal" y lo que él llama "las contratendencias": es decir, todas las respuestas en conjunto que el sistema pone en vigor para contenerla, e incluso, bajo ciertas condiciones, para anularla. No nos interesa aquí profundizar en el estudio de la ley, sino sólo destacar el hecho de que periódicamente las contratendencias, dado un cierto grado de desarrollo tecnológico y una cierta composición orgánica media del capital existente, resultan insuficientes para contener o impedir la caída de la tasa media de ganancia. El proceso de acumulación se ralentiza entonces y, cuando la sobreacumulación de capital alcanza niveles insostenibles, se detiene y se desencadena una crisis económica devastadora que sólo se supera mediante la destrucción del capital excedente, ya sea mediante la paralización, o una marcada ralentización, de la producción, ya sea mediante su destrucción física por medio de la guerra.

Además, dado que la caída tendencial de la tasa media de ganancia acelera el proceso de concentración y centralización del capital vinculado al proceso de acumulación ampliada (véase el capítulo 15 del tercer volumen de El Capital de Marx), fomenta la formación de combinaciones productivas cada vez mayores, por un lado, y, por otro, la libre competencia da paso al oligopolio y/o monopolio, mediante los cuales es posible elevar el precio de las mercancías por encima de su valor real y, de este modo, obtener, junto con la ganancia, una cantidad cada vez mayor de beneficios adicionales.

Las primeras formas de parasitismo

De este modo, con el tiempo, se desarrollaron las grandes industrias y la producción en masa. Y junto a la apropiación directa de la plusvalía a través de la explotación de la fuerza de trabajo, los mayores capitales, en particular el capital monopolista, desarrollaron también formas de apropiación parasitaria que les permitieron apropiarse de cantidades de plusvalía arrancadas a otros sectores o ciclos productivos, o a ámbitos distintos de aquellos en los que se originaba la plusvalía. Es así como las formas de apropiación parasitaria de la plusvalía, íntimamente ligadas a la producción de mercancías, han ido asumiendo, poco a poco, una importancia cada vez mayor hasta convertirse, como ocurre hoy, en el rasgo distintivo del modo de vida del sistema capitalista.

Se están desarrollando formas de apropiación en las que en una parte creciente del capital el ciclo de reproducción, en lugar de estar representado por la fórmula general D-M-D’, lo está por la de D-D’. Este es el modo de reproducción del capital financiero que produce intereses o cualquier otra forma de renta financiera sin transformarse en capital industrial. En otras palabras, se trata de la apropiación parasitaria de la riqueza correspondiente a la fase decadente de una formación social.

Así, Lenin tenía razón al identificar la exportación del capital desde su lugar de origen hacia aquellos lugares en los que era posible obtener un rendimiento ventajoso y en el desarrollo de las formas de dominación imperialista que se derivan de ella, no como una simple política de la burguesía, sino como el modo de vida -como veremos más adelante- de un capitalismo que ha alcanzado el grado más alto de su desarrollo.

Muchos, sin embargo, ven el período de decadencia como una fase en la que ya no hay posibilidad de desarrollo de las fuerzas productivas. Para ellos, el capitalismo está inevitablemente destinado a morir y a dar nacimiento a la sociedad socialista.

En realidad, bajo el sistema capitalista, el desarrollo de formas de apropiación parasitaria, al acelerar el proceso de acumulación sobre una base ampliada ensancha la base de su punto de partida. De ahí que, si por un lado conduce al impulso acelerado hacia la sobreacumulación, por otro lleva al crecimiento desmesurado de la necesidad de intensificar la explotación del proletariado y la necesidad de ganancias extraordinarias. Por esta razón, la introducción de tecnología cada vez más avanzada en la producción y la ampliación de la base productiva no cesan nunca, pero alteran radicalmente las consecuencias de su impacto en el conjunto de las relaciones sociales.

Por otra parte, el ascenso y la decadencia son producto de las mismas contradicciones, de modo que es absurdo pensar que son dos fases netamente separadas y que el segundo período comienza sólo cuando el primero ha terminado.

La contradicción entre "el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales existentes" no se expresa por tanto en ningún límite cuantitativo y/o cualitativo matemáticamente determinado, un ápice por debajo del cual signifique el fin del sistema de una vez por todas. Y si pudiéramos fijar así los límites, hoy en lugar de hablar de la decadencia del sistema sólo estaríamos hablando de la indestructibilidad del sistema. Este, en sí mismo tiene la posibilidad de destruir sistemáticamente, a través de crisis y guerras, lo que siempre las acompaña, el exceso de capital para abrir nuevos ciclos de acumulación. Así, la condición previa para la apertura de estos nuevos ciclos es la destrucción de enormes masas de capital. En el nuevo ciclo se puede ensamblar una composición técnica del capital en la que el elemento constante acabe más hinchado en relación al capital variable. Una tecnología más avanzada puede ser introducida en el proceso productivo aumentando la productividad del trabajo sin mucha dificultad, tanto que la caída de la tasa de ganancia puede, al menos en la primera fase, ser detenida, cuando no ha sido completamente detenida.

Crisis económicas y decadencia

Aunque el origen de las crisis puede remontarse a las mismas contradicciones que los orígenes de la decadencia, son distintas de ella. La superación de las crisis, al igual que la apertura de nuevos ciclos de acumulación, no se retrotrae a la historia ni al sistema en sus orígenes.

Es decir, el nuevo ciclo no vuelve a partir de la máquina de vapor, ni de la empresa individual trabajando en régimen de libre competencia. El grado de concentración, en relación a su nueva composición orgánica media, no disminuye sino que aumenta a su vez, y más tarde incluso el control monopolístico de los mercados por parte de los mayores capitales tiende a extenderlo aún más. Esta es nada menos que la condición fundamental para la apropiación parasitaria de la plusvalía. Tomando así mayores dimensiones, debe necesariamente agudizar sus formas y extender sus tentáculos de actividad, como veremos más adelante, sobre la producción y circulación de mercancías en todas las fases de la valorización y circulación del capital.

Pero siendo ésta una actividad que exige cantidades crecientes de plusvalía, significa necesariamente un mayor grado de explotación de la fuerza de trabajo. Es aquí donde la introducción de una tecnología cada vez más avanzada en la producción y la ampliación simultánea de la base productiva en beneficio de sectores limitados de la sociedad, incluso de algunos segmentos del proletariado, se corresponde con un empeoramiento general de las condiciones de vida y de trabajo del proletariado y de capas sociales similares, es decir, de la mayoría de la sociedad. Del mismo modo, la extensión del monopolio y la limitación relativa de la competencia y del conflicto imperialista entre determinadas zonas y dentro de ellas no significa el fin de la rivalidad imperialista en general, sino su extensión a todas las zonas del planeta, así como su intensificación.

Prueba de ello es el empobrecimiento creciente y total de tantas zonas del planeta durante el siglo pasado y en las dos primeras guerras mundiales. Y más recientemente la introducción de la microelectrónica y la automatización en el proceso productivo y el conflicto imperialista que no cesa ni tiene solución.

Es interesante observar cómo muchos economistas burgueses, como imagen especular de los partidarios de la imposibilidad de cualquier desarrollo ulterior de las fuerzas productivas bajo la decadencia, son igualmente mecanicistas en su convicción del avance imparable del progreso científico, técnico y social bajo el capitalismo. Han saludado la aparición del microprocesador como el instrumento que pensaban que reduciría la jornada laboral (en pocos años a dos horas diarias) y que, en última instancia, aboliría el hambre, la degradación social y la esclavitud, dejando un escenario de creciente bienestar, realización social y libertad, en su sentido más pleno.

En cambio, ha ocurrido exactamente lo contrario. A pesar del poderoso desarrollo de la productividad del trabajo, que ha reducido enormemente el tiempo de trabajo necesario, la duración de la jornada laboral, que durante casi todo el siglo XX fue disminuyendo, ha empezado a alargarse, y en la Alemania muy avanzada supera ya ampliamente las 40 horas semanales. Lo que ha aumentado es el crecimiento de la plusvalía relativa, o de la plusvalía absoluta con una devaluación sin precedentes del valor de la fuerza de trabajo. Por el contrario, gracias a la extensión y agudización de las formas de apropiación de la plusvalía basadas en la ampliación de los rendimientos financieros mediante la producción de capital ficticio (capital financiero producido con otro capital financiero) en los últimos veinte años, el abismo entre una minoría cada vez más estrecha de ricos y una mayoría cada vez mayor de los más pobres de nuestra sociedad se ha ensanchado como nunca antes en la historia del capitalismo moderno.

Lo mismo ocurre con la guerra. Con la caída del Muro de Berlín, historiadores, economistas y todo el mundo burgués en general sostenían que la época de las guerras había terminado y auguraban un futuro pacífico como nunca antes habíamos visto. En cambio, la guerra imperialista se ha hecho "permanente" y tan necesaria y funcional como siempre para la supervivencia del sistema.

Esto se debe a que no tuvieron en cuenta el hecho de que el capitalismo, al igual que otras formaciones sociales que lo precedieron, es un producto histórico. No tiene forma de superar sus contradicciones. Así, a medida que se desarrolla las agrava, de modo que ahora más desarrollo tecnológico significa más explotación, y una mayor capacidad de producir lo necesario para satisfacer las necesidades de la humanidad sólo significa la generalización del hambre y la pobreza.

Pero lo mismo puede decirse de los comunistas que no tienen en cuenta la naturaleza real del capitalismo y se sientan a la orilla del río a esperar que su cadáver pase flotando. Como hemos visto, la decadencia del capitalismo no significa, de hecho, un declive más o menos lento hacia la extinción, sino la exacerbación de todas sus contradicciones: el empleo de máquinas que podrían liberar a la humanidad de pesados trabajos junto a la explotación cada vez más intensa y feroz de la fuerza de trabajo; las máquinas reproducen muchas de las funciones de los seres humanos, pero es la humanidad la que está cada vez más subordinada a la máquina; la capacidad de producir riqueza aumenta a medida que la pobreza se generaliza; la posibilidad de que los conflictos sean finalmente superados a medida que se hacen, de forma macabra, más permanentes.

La decadencia del sistema reside en estos factores y no en una idea claramente antihistórica de algún límite cuantitativo imaginario. Tal límite mecánicamente predeterminado o predeterminable no existe, de modo que sin una ruptura revolucionaria, sin la intervención consciente del proletariado, el proceso de decadencia sólo está destinado a generar más y más barbarie. También podría llegar a detenerse sin una revolución social, pero en este caso se debería a la destrucción de toda la sociedad, "la ruina común de las clases contendientes" (Marx – Engels, El Manifiesto Comunista).

Decadencia e imperialismo

Monopolio y beneficio extraordinario

Las primeras formas de decadencia capitalista surgieron a finales del siglo XIX. En este período el capitalismo generó las primeras formas reales de decadencia, en las que Lenin se concentró en El imperialismo, la fase superior del capitalismo.

El paso de una economía de libre cambio en la que cada unidad económica estaba sometida a la competencia a un capitalismo dominado por enormes grupos monopolistas es el primer y más fundamental signo de la decadencia del modo de producción capitalista. Con la llegada del monopolio se modificaron los mecanismos de acumulación del capital. Mientras que en un sistema dominado por la libre competencia cualquier capitalista puede esperar obtener de sus propias inversiones un beneficio igual a la media disponible en el mercado. Haciendo valer el peso de las entidades económicas concentradas los beneficios realizados por los grandes monopolios capitalistas pueden ser superiores a la tasa media. Esta diferencia es definida por Marx como extra-ganancia, derivada de los ingresos del monopolio. Su posición dominante en el mercado confiere al monopolio capitalista la ventaja de poder vender sus propias mercancías a un precio más elevado que el que habría podido obtener de no encontrarse en tal posición económica dominante.

El monopolio es un producto socioeconómico que tiene su origen en la libre competencia. Contrariamente a lo que sostienen los economistas burgueses, el monopolio no es el resultado de un retroceso a la antigua economía feudal, sino el resultado lógico de las contradicciones con las que lucha el sistema capitalista en su periodo de libre cambio. La crisis económica provocada por la caída de la tasa media de beneficio acelera el avance hacia el dominio del monopolio y de las formas de apropiación parasitaria de la plusvalía típicas de una sociedad que ha entrado en un periodo de decadencia. Es en este particular momento histórico en el que la sociedad burguesa, para sostener el proceso de acumulación, adopta sistemáticamente un mecanismo de apropiación parasitaria como el rentismo, cuando podemos afirmar que tal formación social ha entrado en su fase de decadencia.

Capital financiero y parasitismo

Al mismo tiempo que se forman enormes concentraciones monopolísticas, los bancos asumen un papel económico cada vez más importante. De simples instituciones para guardar ahorros los bancos cumplen una función totalmente distinta a la del pasado, interviniendo directamente en la producción de mercancías. Estos grandes grupos bancarios llevan las riendas del poder, decidiendo a quién y en qué condiciones prestar dinero. Los fenómenos de concentración y centralización del capital han encontrado su terreno ideal en las instituciones bancarias. Basta con poseer una cuarta parte de las acciones de un banco para determinar las decisiones no sólo de ese banco en particular, sino de todos sus subordinados. La función del capital financiero, o más bien del capital bancario, que bajo la forma de dinero se invierte en el mundo de la producción, adquiere en este contexto una importancia extraordinaria. Los bancos y los monopolios industriales representan entidades muy distintas y separadas, pero entre ellas existen relaciones muy estrechas. Los grupos industriales pueden encontrarse a la cabeza de los bancos mientras que, por otra parte, ellos mismos pueden ser la expresión directa de alguna institución bancaria. El exceso de capital financiero, aunque invertido en gran medida en la producción, representa una medida importante para comprender cómo el capitalismo de principios del siglo pasado obtenía rendimientos como cualquier otro capital, pero sin producir directamente ni un átomo de plusvalía. El parasitismo del capital financiero es uno de los fenómenos más significativos de la decadencia capitalista.

La exportación de capitales

Con el establecimiento de grandes monopolios capitalistas y la formación de enormes masas de capital financiero excedentario, el fenómeno de la exportación de capital crece desmesuradamente. Las concentraciones monopolistas económico-financieras de las potencias imperialistas invierten sus capitales en países periféricos para realizar un beneficio mayor que el que habrían obtenido en el país de origen. Sobre todo a principios del siglo XX se abrió la posibilidad de invertir en países donde la tasa media de ganancia era superior a la que se podía obtener en Francia, Gran Bretaña o Alemania. Este superbeneficio se obtenía porque en estos países menos avanzados había poco capital invertido, los productos primarios eran baratos y, sobre todo, el coste de la fuerza de trabajo era muy bajo. La consecuencia de la exportación de capitales fue la creación de un mercado mundial único en el que varios grandes grupos monopolísticos lucharon por repartirse el planeta, primero en el terreno económico y luego en el militar. La posibilidad de obtener mayores beneficios exportando capital a países menos desarrollados creó la competencia imperialista que condujo a la Primera Guerra Mundial. Lenin definió correctamente la Primera Guerra Mundial como imperialista en la medida en que sus causas podían encontrarse en las contradicciones del capitalismo y en la búsqueda intensificada por parte de los grandes grupos monopolistas de nuevos mercados a los que exportar capital.

Los beneficios extraordinarios resultantes del monopolio y de la exportación de capitales condujeron a un enorme aumento de los beneficios de los países imperialistas. Una parte de estos beneficios extraordinarios fue utilizada por la burguesía con el objetivo de dividir a la clase obrera de los países avanzados. Mediante el aumento de los salarios, una parte de la clase se desprendió materialmente del proletariado para transformarla en lo que Lenin llamó "la aristocracia obrera". Esta escisión en el plano económico se reflejó en divisiones ideológicas que permitieron que el reformismo arraigara entre la aristocracia obrera.

La mejora de las condiciones de vida de una parte de la clase obrera de los países capitalistas avanzados parece a primera vista una contradicción con el fenómeno que venimos describiendo. Pero la contradicción es sólo aparente. La afirmación del fenómeno de la decadencia de la sociedad burguesa puede coexistir momentáneamente con la mejora de las condiciones de vida de algunos sectores del proletariado. Caeríamos en una visión idealista de la realidad si pensáramos que la manifestación exterior de un fenómeno representa mecánicamente sus consecuencias. En primer lugar la aristocracia obrera se define como tal por el hecho de que el proletariado en su conjunto no ha mejorado su nivel de vida, ni siquiera en los países más avanzados. En segundo lugar, el ofrecimiento de unas migajas a algunos sectores de la clase obrera sólo ha sido posible mediante el saqueo de continentes enteros. La decadencia ha producido, por un lado, la llamada aristocracia del trabajo y, por otro, ha reducido completamente al hambre continentes enteros que, gracias a la internacionalización del mercado, forman parte del mecanismo de producción de plusvalía.

El fenómeno de la decadencia en la era de la globalización

Las formas de apropiación parasitaria típicas de una sociedad en decadencia, ya evidentes en el siglo pasado, han evolucionado en las últimas décadas de forma inimaginable en tiempos de Lenin. Nuevas formas parasitarias de apropiación de la plusvalía se han añadido ahora a las que el capitalismo decadente mostraba al inicio de su aparición. Mientras que en la época de Lenin los grandes grupos monopolistas, aunque dominaban la escena económica internacional estaban, en todos los casos, rodeados de una serie de pequeñas y medianas empresas que desempeñaban un papel completamente secundario en la formación del producto interior bruto de cualquier país. El nivel de concentración del capital en este período no dejaba ni siquiera un mínimo espacio para las empresas que estaban fuera del control y la gestión de los monopolios. El beneficio extra que el monopolista puede obtener cobrando un precio más alto que en un mercado de libre competencia ha dejado de ser un fenómeno aislado o minoritario para convertirse en la función reguladora de la economía capitalista. Por otra parte, la tendencia a la reducción del número de empresas que operan en el mercado viene dictada por la necesidad de concentrar los medios de producción para abaratar costes y aumentar la masa de beneficios.

Expansión de la actividad financiera y especulativa

El capital financiero fue definido por Lenin como capital bancario en forma de dinero invertido en el mundo de la producción. Lenin subrayó acertadamente cómo el desarrollo de formas parasitarias de apropiación era inherente a la naturaleza del capital financiero. En este mecanismo la reproducción ampliada del capital estaba garantizada por el funcionamiento de la fórmula D-M-D’, aunque mediada por la acción de los bancos. En resumen, durante toda una época histórica, el capital financiero se empleó en el mundo de la producción. Junto a esa actividad parasitaria, paso a paso con ella, se desarrolló también la actividad productiva clásica, la única capaz de suministrar la savia vital del proceso de acumulación, es decir, la creación de plusvalía.

En las tres últimas décadas la actividad financiera experimentó un crecimiento obsceno, hasta el punto de que el capital financiero, en su dolorosa búsqueda de autovalorización, tiende siempre a evitar el mundo de la producción. Enormes masas de capital financiero, incapaces de encontrar recompensa adecuada en la actividad productiva debido a la cada vez menor tasa de ganancia industrial, se invierten en actividades especulativas y parasitarias, sin interesarse mínimamente por la producción de plusvalía. El viejo sueño de los capitalistas de no ensuciarse las manos en el mundo de la producción, sino de valorizar su propio capital única y exclusivamente a través de la especulación financiera, se ha hecho realidad en las últimas décadas gracias a la expansión de las actividades bursátiles y de los mercados internacionales de capitales. La fórmula D-M-D’ aparece simplificada como D-D’, saltando por completo la fase de producción de mercancías y, en definitiva, de plusvalía. El capital reclama ahora su recompensa sin haber contribuido a la producción de una sola gota de plusvalía.

El país que más ha desarrollado este mecanismo de apropiación parasitaria es Estados Unidos. Para verlo nos remitimos a nuestros trabajos anteriores sobre la renta financiera. Aquí queremos destacar cómo Estados Unidos en las últimas décadas, gracias al importante papel del dólar en los mercados internacionales, ha conseguido extorsionar plusvalía de todos los rincones del planeta. Este mecanismo le permite estar en la posición parasitaria de simplemente imprimir dinero obtenido a cambio de los bienes y servicios del resto del mundo. De este modo, se ha convertido en el país más endeudado del planeta pero, al mismo tiempo, el que impone imperialistamente a los demás países la necesidad de entregar ingresos para sostener el proceso de acumulación estadounidense. Si en la época de Lenin la dominación imperialista se expresaba a través de la exportación de capital financiero, gracias al mecanismo de la apropiación parasitaria de la plusvalía a través de la producción de capital ficticio EEUU es, en su época, la mayor potencia imperialista y el país más endeudado del mundo. Si tuviéramos que llevar el análisis de Lenin a la realidad actual deberíamos concluir que EEUU es un país dominado “imperialistamente”. Está claro que esta realidad debe ser estudiada en toda su dinámica y es tarea de los revolucionarios captar los cambios en la forma en que aparece el capitalismo y sus formas decadentes.

Lenin no debe ser leído aquí como una escritura, sino según los principios del materialismo histórico. La decadencia es un producto histórico que pasa por cambios continuos, por lo que los fenómenos asociados con la decadencia se revelan de diferentes maneras en relación con los cambios en las actividades parasitarias.

Decadencia y lucha de clases

Aunque la decadencia del capital surge de las propias leyes inmanentes de la reproducción del capital, las formas que adopta la decadencia también vienen dictadas por otros factores. Uno de los más importantes es el equilibrio de fuerzas entre las clases enfrentadas de la burguesía y el proletariado. Tras una primera fase en la que el capitalismo extrajo más plusvalía alargando la jornada laboral, ésta se fue reduciendo hasta alcanzar, al menos en los principales países capitalistas, la famosa jornada de 8 horas. El capitalismo, como respuesta también al aumento de la combatividad de la clase obrera, se vio obligado a reducir la jornada laboral. Desarrolló así la tendencia a aumentar la extorsión de plusvalía mediante el aumento de la productividad del trabajo. Ha permitido la extorsión de esa parte de la plusvalía que Marx llamaba "relativa" no alargando la jornada laboral, sino acortando el tiempo de trabajo necesario para producir el valor de la fuerza de trabajo, o mejor dicho, los salarios percibidos por los trabajadores. Al aumentar la plusvalía relativa los capitalistas aumentan su masa de ganancia pero al mismo tiempo el proletariado consigue históricamente un aumento de su tiempo libre y mejora así sus condiciones de vida.

A principios del siglo XX, como ya hemos explicado, el capitalismo había entrado en su periodo de "decadencia y parasitismo" (Lenin) o, en pocas palabras, en su fase imperialista. El precio para el proletariado fue ser masacrado en guerras globales mientras los estados capitalistas luchaban por el control monopólico del planeta. La función económica de la guerra la trataremos en la siguiente sección, pero una de las consecuencias de la guerra imperialista en el siglo XX fue que el estado capitalista en los estados capitalistas avanzados intentó aumentar la solidaridad social introduciendo el estado del bienestar. Al principio esto se hizo a regañadientes y de forma parcial, pero al final de la Segunda Guerra Mundial todas las naciones capitalistas líderes habían establecido un Estado del bienestar que se presentaba como una victoria para el proletariado, aunque en realidad lo pagaran ellos. La llegada del Estado del bienestar también significó que los sobornos en forma de salarios más altos al sector cualificado de la clase obrera que habían permitido a Lenin verlos como una aristocracia del trabajo eran ahora eran universales para el proletariado de los principales centros del capitalismo, de modo que el término "aristocracia del trabajo" deja de tener el mismo propósito analítico.

Pero el Estado del bienestar también estaba condicionado. Mientras el periodo de acumulación de la posguerra estuviera en su ciclo ascendente, el llamado boom, los capitalistas estaban dispuestos a tolerar el Estado del bienestar. No tenían otra opción, ya que la devaluación del capital y la escasez de mano de obra provocada por la Segunda Guerra Mundial les obligaba a aceptar el papel del Estado en la redistribución de la plusvalía para mantener la paz social entre las clases. Sin embargo, una vez que el periodo de expansión del tercer ciclo de acumulación capitalista llegó a su fin (señalado por la devaluación del dólar estadounidense), la crisis económica obligó a la burguesía de todo el mundo a atacar los niveles de vida de la clase trabajadora. En realidad, la crisis proporcionó a los capitalistas un arma para derrotar a la clase obrera, ya que la mano de obra era ahora prescindible, por lo que el desempleo aumentó. La balanza de poder volvió a inclinarse hacia la clase capitalista. Una vez perdidas las grandes luchas de los años setenta y ochenta, los capitalistas pudieron volver a extorsionar más plusvalía absoluta mediante recortes salariales reales y jornadas laborales más largas.

A este retroceso histórico hacia una jornada laboral más larga se añade la tendencia del capital a aumentar sus beneficios extorsionando también más plusvalía absoluta. Por un lado podemos ver el espantoso crecimiento de la productividad del trabajo provocado por la continua mejora tecnológica del aparato productivo, una mejora que potencialmente podría llevar a la reducción del tiempo de trabajo de los trabajadores. Por otro lado, la necesidad de mantener el débil proceso de acumulación empuja al capital a hacer lo contrario y alargar la jornada laboral. Pero el alargamiento de la jornada laboral es sólo uno de los muchos signos de deterioro del nivel de vida de la clase trabajadora en todo el mundo. El capitalismo en sus periodos de crisis tiene necesariamente que devaluar el coste de la fuerza de trabajo. Como en las últimas décadas, el proletariado ha sufrido un violento ataque a sus niveles salariales. La devaluación de los salarios ha llegado tan lejos que abarca a toda la clase obrera internacional; la posibilidad de trasladar la producción a los rincones más dispares del planeta, donde los niveles salariales son muy bajos, permite al capital desencadenar un mecanismo de devaluación de la fuerza de trabajo cuyas consecuencias puede ver todo el mundo.

Y bajo el impacto de la crisis, lo que el capitalismo decadente concedió cuando se enfrentaba a un proletariado en ascenso, y cuando los abundantes beneficios extraordinarios se lo permitían, ahora puede quitárselo desmantelando el Estado del bienestar. Todos los recursos tienen que dirigirse al proceso de acumulación, por lo que el Estado del bienestar, aunque esencial para el capital a la hora de restablecer la paz social tras las guerras imperialistas mundiales, tiene que ser desmantelado puesto que el capital ya no puede garantizarlo. Esto lleva por tanto a recortes en sanidad, educación, pensiones, ferrocarriles y transportes públicos, en definitiva, en el sector estatal. No hay que olvidar, sin embargo, que el Estado del bienestar no es un regalo de la burguesía, ya que los trabajadores tienen que renunciar a una parte de sus salarios para obtener estos servicios, pero si no lo hacen, se produce un verdadero robo a la clase obrera. Y esto está ocurriendo en todas las zonas avanzadas del capitalismo donde el Estado del bienestar existió en el pasado.

Decadencia y guerra permanente

El fenómeno que, quizás más que ningún otro, caracteriza el período de decadencia de la sociedad burguesa, es la necesidad profundamente arraigada de recurrir a la guerra para salir de la crisis. Aunque las guerras de los últimos cien años han tenido una variedad de justificaciones ideológicas, todas tienen su origen en las contradicciones del modo de producción capitalista. Toda guerra es una guerra imperialista del capital y, como tal, siempre se libra contra el proletariado. En la fase imperialista, los dos primeros ciclos de acumulación terminaron dramáticamente en conflictos mundiales, demostrando que el capitalismo en su fase decadente sólo puede funcionar si es capaz de destruir la cápita o el exceso de fuerzas productivas y masacrar a millones de proletarios en primera línea. En el perverso mecanismo destructivo de la guerra el capitalismo ha encontrado una respuesta única a sus propias crisis. Las dos guerras mundiales han sido, por tanto, los signos tanto del fin de un ciclo de acumulación como del comienzo de otro; en el modus operandi del capitalismo decadente las guerras han sido intervalos dramáticos necesarios para superar la crisis y relanzar el ciclo de acumulación. La marcha hacia adelante de la decadencia capitalista ha hecho que las guerras no sean sólo interludios en la vida del capital, sino que se han convertido en un modo de vida permanente de la sociedad burguesa. Durante las últimas cuatro décadas, la guerra permanente ha sido una realidad constante del capitalismo. El desarrollo de la decadencia ha garantizado así que la guerra se haya convertido en un modo de vida capitalista. Para que una sociedad como el capitalismo pueda seguir reproduciéndose se ve obligada diariamente a destruir mercancías y seres humanos. La guerra permanente, que es funcional a las grandes oligarquías económicas y financieras que detentan el poder, hace que el conjunto del proletariado internacional pague el pato tanto en términos de vidas humanas reales como en la disminución de su nivel de vida. Las guerras imperialistas permanentes de las últimas décadas se diferencian en algunos aspectos de los combates pasados, no en su contenido de clase, sino en la evidencia que dan de la intensificación de la decadencia de la sociedad capitalista.

Mientras que los dos conflictos imperialistas anteriores permitieron al capitalismo abrir un nuevo ciclo de acumulación que condujo a un período de crecimiento de toda la economía mundial, las guerras libradas en las últimas décadas han tenido la consecuencia distintiva de enriquecer sólo a una pequeña parte de la burguesía internacional al tiempo que destruían países enteros. Estamos ante guerras permanentes que, comparadas con las del pasado, no crean las premisas para un nuevo período de desarrollo económico, mediante la reconstrucción de los aparatos productivos destruidos, sino que tienen como único efecto la muerte de millones de proletarios y la destrucción generalizada. Las guerras olvidadas en el continente africano, los conflictos en la ex Yugoslavia y las más recientes guerras en Afganistán e Irak son los signos más evidentes de lo que puede producir una sociedad en su fase decadente, a menos que una oleada revolucionaria proletaria sea capaz de romper sus garras.

Decadencia, lucha de clases y revolución

El conflicto de clases entre burgueses y proletarios no es exclusivo del período de decadencia de la sociedad capitalista. La conquista del socialismo por el proletariado depende del nivel de desarrollo y madurez de la clase, no sólo del inicio del período de decadencia del sistema. La lucha de clases está determinada por las contradicciones permanentes entre el capital y el trabajo y las embestidas del proletariado en el siglo XIX no fueron débiles actos voluntaristas por parte de algunos sectores de la clase obrera. La Comuna de París de 1871, por citar el asalto proletario más llamativo, fue un acto heroico, aunque inmaduro, del proletariado francés en el que intentó conquistar el poder. Esto ocurrió un antes de que el capitalismo entrara en su periodo de decadencia. Para que el proletariado pueda hacer su revolución tienen que darse dos condiciones básicas:

  1. la condición objetiva de una crisis económica que impulsa a la clase a movilizarse en su propio terreno.
  2. la presencia de un partido revolucionario que pueda guiar política y organizativamente al proletariado hacia la conquista del poder.

Ambas condiciones esenciales pueden darse en la fase ascendente del modo de producción capitalista, como también es cierto que, en la fase inicial de la decadencia capitalista hubo violentas crisis económicas a las que el proletariado respondió con importantes luchas pero que, en ausencia de una guía política eficaz fueron reabsorbidas en el marco del orden burgués. En términos potenciales, el proletariado puede hacer su revolución sin esperar a que el capitalismo recorra todo el curso histórico hacia la decadencia. El proletariado no ha hecho la revolución no porque no existan las condiciones objetivas para hacerla sino porque no ha sido capaz de expresarse en un partido político capaz de guiarlo a la conquista del poder. Pero esto no es sólo un problema del pasado, sino también una cuestión acuciante para el presente.

Las crisis económicas y la decadencia están vinculadas dialécticamente, pero representan dos realidades concretas del capitalismo actual. La crisis económica aparece cuando se bloquea el mecanismo de acumulación y va acompañada de todos los fenómenos típicos de la crisis (colapso de la producción, desempleo masivo, recortes salariales, etc.). Estas crisis han sido una constante en el capitalismo y existían incluso antes de su periodo decadente. Por tanto, las crisis económicas caracterizan toda la existencia histórica del capitalismo. La decadencia del capitalismo presupone, evidentemente, crisis económicas, pero éstas se expresan en todos los fenómenos que hemos intentado identificar en el presente trabajo (parasitismo, búsqueda de beneficios extraordinarios, retorno de formas salvajes de explotación de la fuerza de trabajo, guerras, etc.). El capitalismo sufrió crisis antes de entrar en su fase decadente, pero también ha experimentado periodos de desarrollo económico bajo la decadencia.

El éxito o el fracaso de un asalto revolucionario de la clase obrera depende de la presencia simultánea de los dos factores antes mencionados. Ninguno de estos factores depende en absoluto del período histórico en el que se encuentra el capitalismo. Así como la decadencia no puede identificarse con las crisis económicas, al mismo tiempo el período de decadencia del capitalismo no facilita la reconstrucción del partido de clase. Por lo tanto, históricamente tenemos que confirmar desgraciadamente el hecho de que el proletariado tuvo más éxito en expresarse como sujeto revolucionario en los primeros años del siglo XX, cuando los fenómenos de decadencia se manifestaron plenamente por primera vez. Mientras que en las últimas décadas en las que la decadencia se ha convertido en un fenómeno tan penetrante, incluso a través de las nefastas consecuencias del estalinismo, el proletariado no ha conseguido dar una respuesta real a los problemas planteados por el capitalismo.

Una sociedad decadente puede seguir existiendo durante mucho tiempo, cuya duración no puede determinarse a priori. En el pasado, el mundo romano, en su periodo de decadencia, prolongó su lenta agonía durante casi medio milenio. Sólo con el beneficio de la retrospectiva del historiador podemos afirmar que el auge y la caída de la antigua sociedad esclavista romana terminaron gracias al asalto de las invasiones bárbaras. No se puede aplicar la misma medida para hacer proyecciones sobre el tiempo que le queda a la sociedad burguesa actual. Vivimos dramáticamente la decadencia del capitalismo, podemos identificar ciertos fenómenos en los que se manifiesta, pero evidentemente no podemos prever cuándo terminará históricamente este periodo. En ausencia de una alternativa el capitalismo podría seguir su curso demencial durante siglos. La decadencia del capitalismo no conduce mecánicamente al socialismo. Es un error metodológico prever el fin natural del capitalismo y la llegada del socialismo sin la acción revolucionaria del proletariado. El socialismo no es el resultado natural de la decadencia capitalista, sino el fruto de la lucha victoriosa del proletariado guiado por su partido internacional e internacionalista.

BIPR
Septiembre 2005
Saturday, December 2, 2023