Sobre l’articulo “Verso la nuova Internazionale”

Sobre un articulo de Prometeo 1-2000

L’artículo resume nuestro escepticismo ante las conversiones ideológicas y políticas que acompañaron los meses siguientes al triunfo de la revolución rusa. Para nosotros, en efecto, los sectores que se sumaron a la III Int. seguían siendo íntimamente socialdemócratas o, en el mejor de los casos, sólo tenían una idea vaga de la revolución y del método revolucionario. Cierto, siempre existe la posibilidad de que tenga lugar una mutación sustancial en un gran movimiento histórico. Pero un cambio real y profundo no se puede dar de manera brusca y repentina, es decir, sin las condiciones que tu has señalado en tu artículo: sin una revolución a la vista y sin una confrontación prolongada con las tradiciones e inercias del M.O. Sostenemos que la conducta y la apreciación estratégica en el seno del ala izquierda del gran movimiento social y político socialdemocrático y anarco-sindicalista no varió en términos esenciales con las adhesión de algunas de sus organizaciones a la III Internacional consecutivamente a la victoria de la revolución rusa. Aunque no cabe duda de que todos aquellos que por años se habían sentido prisioneros del acartonamiento producido por la famosa "táctica probada" de los socialdemócratas, recibieron como un bálsamo el aire fresco la revolución soviética de Octubre de 1917 y se entusiasmaron con sus proezas, pocos trataron de razonar y aprender de ella y de su método con vistas a resolver los problemas prácticos planteados por sus respectivos movimientos revolucionarios. Obviamente esto no quiere decir que siguiesen como autómatas las consignas de los líderes bolcheviques, pero en la medida que este viraje no aparecía como una consecuencia del proceso de asimilación crítica del pasado ni estaba acompañado de un replanteamiento de los problemas de la organización de clase y la acción de masas, debemos considerarlo como artificial y epidérmico. Hasta aquel entonces lo mejor del sector mayoritario de esa "ala izquierda" era tan sólo pacifista y filantrópico, pero no revolucionario. Todos sus adeptos eran, para efectos prácticos, tan creyentes en el Estado, en la democracia y en los eternos principios de la libertad y la justicia, como los socialdemócratas de derecha o eran simplemente ilusos proudhonianos que veían en los soviets una realización de sus proyectos (como es el caso de muchos delegados de la CNT-FAI española que adhirieron sin "vacilar" a la convocatoria de la III Int.). Aunque ya en la década del 90 del siglo XIX se había hecho la denuncia del revisionismo y, con ocasión de las estremecedoras huelgas de masas de 1905-06 en Rusia, se había reactivado la crítica radical de lo existente conjuntamente con el planteamiento de la continuidad de la revolución en el terreno de los hechos cotidianos, los hábitos y la mentalidad conservadores de la socialdemocracia habían imbuido lo más profundo de la psicología y la conducta del movimiento obrero de masas y de sus "vanguardias" políticas y gremiales. En vez de entrenar a las masas en la gimnasia revolucionaria, en la huelga, en la acción directa, en el desarrollo de la capacidad auto-organizativa y de potenciar las facultades eversivas de los trabajadores, los elementos virtualmente revolucionarios habían convivido en una extraña armonía con esta herencia y no eran ajenos a sus influencias. Como tu lo has mostrado en el artículo, la revolución rusa y el inicial éxito político de los revolucionarios bolcheviques constituyó el punto de partida para la ruptura con ese movimiento y llevar a cabo, hasta sus últimas consecuencias, el tránsito desde las prácticas y las concepciones socialdemocráticas - inmersas en el parlamentarismo, el sindicalismo y las diferentes modalidades de adaptación al capitalismo - hacia las concepciones comunistas y revolucionarias del poder proletario, asociadas originalmente al marxismo clásico.

Según R. Luxemburg, en su discurso de fundación del KPD, con la revolución rusa y el repunte del movimiento de los consejos en Alemania y Europa central la exigencia de "poner la praxis al nivel del Manifiesto Comunista" había llegado a ser el centro de gravedad de la acción del partido revolucionario. No obstante, no son posibles los actos de fe y las conversiones repentinas y extraordinarias; sólo el avance victorioso de los soviets en Rusia y la transformación del movimiento obrero y de masas en Occidente por una profunda experiencia revolucionaria podía aportar la condición para este salto cualitativo. Las violentas escaramuzas y las huelgas generales e incluso las tentativas de instauración del poder de los consejos obreros en Hungría, Alemania e Italia, no eran suficientes para hacer esta experiencia, mucho menos si se piensa que la doctrina y los métodos de los partidos socialistas y obreros era en el mejor de los casos maximalista y no revolucionaria. Se precisaba de un partido que no se limitara a hablar del gran momento de la revolución social y política, sino de un organizador colectivo que cohesionara la acción y la voluntad del movimiento de clase en torno al programa comunista: según Lenin, en efecto, "las revoluciones no se hacen, se organizan". Pero, además, el partido que no hace su formación ideológica y política en el curso de una violenta experiencia revolucionaria que lo subvierte todo, puede llegar a lo sumo a una adhesión puramente intelectual y/o emocional con el movimiento revolucionario, pero nunca llegará a sentir, a pensar y obrar como tal: el problema de una organización estratégica disciplinada y coherente que representara el programa por el comunismo en el combate diario de la clase y fuera capaz de dotar a su movimiento de un plan global de batalla por la dictadura del proletariado, así como de los instrumentos adecuados a este fin, no estaba en las miras inmediatas de la acciones y compromisos políticos del grueso del socialismo y el "marxismo" occidental. Naturalmente, no se trata aquí de exaltar idealísticamente el partido como un "alma revolucionaria" por contraposición al "alma reformista". Los procesos histórico-sociales efectivos y las opciones y discriminaciones estratégicas y tácticas que se adoptan en su curso son las que finalmente deciden acerca del carácter revolucionario o no de una organización. Si, en efecto, es cierto que "sin teoría revolucionaria (vale decir, sin el partido en cuanto consciencia científica colectiva organizada del movimiento histórico de la clase) no hay movimiento revolucionario posible", también lo es - y no en menor medida - el que el partido no encierra en sí mismo ni determina el desarrollo histórico, es tanto una parte inseparable cuanto una expresión de un gran movimiento al que aporta una consciencia clara de su carácter, una explicación precisa de su naturaleza y de su resultado final. No hay, por tanto, una vindicación idealista del partido político providencia porque el "leninismo" como método implica al mismo tiempo darle la vuelta a una proposición a la que suele atribuírsele un valor unidireccional.

Como es sabido, con el correr del tiempo, las cosas en Europa marcharon en una dirección opuesta a la que había hecho esperar la victoria proletaria en Rusia y se invirtió la tendencia revolucionaria, lo cual llevó a algunos de los aficionados occidentales de la revolución - ya que no eran, en realidad, revolucionarios, o sea, no pertenecían al tipo de militantes que a través del sistemático uso del juicio crítico objetivo de las circunstancias y condiciones reales buscaran en todos los lugares y circunstancias las fuerzas del cambio a fin de crear los puntos de apoyo de la acción revolucionaria - a la desilusión y a otros, es decir, aquellos que vieron la ocasión de hacerse a una posición superior gracias a los movimientos sociales que dirigían, a alentar expectativas oportunistas. Los acontecimientos en Rusia y la suerte ulterior de la III Internacional, acabaron por "darles" la razón a unos y a otros, haciendo perder momentáneamente la posibilidad de construir la visión estratégica del movimiento de clase, entregada por la revolución rusa y el pensamiento de Lenin y dando estímulo a las fatídicas ambiciones estatalistas de los PC que terminaron abriéndole el camino al nazifascismo. La explicación que ha ofrecido nuestra corriente acerca del fracaso de la revolución - es decir, aquella que dice que éste ha sido causado tanto por el hecho de que fue una heredera del atraso milenario del país, como porque no fue asistida por una revolución triunfante en los países de mayor desarrollo industrial - deja también evidenciadas las ventajas del razonamiento dialéctico que al tiempo que señala el fiat creativo de la subjetividad política encarnada en la vanguardia bolchevique muestra su sometimiento "en última instancia" a las condiciones y fuerzas del proceso histórico, más allá de las cuales nada puede hacer. El movimiento de transformación de las conductas y de la subjetividad política destinado a dirigir el torrente de masas, se detuvo muy pronto y la misma autoridad y prestigio obtenidos por la Revolución de Octubre sobre la consciencia de los protagonistas de las luchas sociales en aquella época se convirtió en un poderoso factor contrarevolucionario. Por otra parte, en el mismo bolchevismo también residían trazas de los atavismos socialdemócratas que, al afirmarse las fuerzas de la reacción interna y externa (las cuales siempre tuvieron representantes concretos en la sociedad, el partido y el Estado), reemergieron con una fuerza inversamente proporcional al desarrollo adquirido hasta entonces por la corriente revolucionaria. La incapacidad, posteriormente evidenciada, de los partidos de la III Int. para reaccionar ante el curso involutivo tomado por Rusia bajo la dictadura stalinista lo confirma plenamente. Cuando todo el mundo se sumaba a los "hechos consumados" y, con el típico "realismo" de los oportunistas, se reconciliaba con el nuevo orden creado por Stalin y los nuevos "hombres del aparato" que habían sustituido a la ya masacrada "vieja guardia bolchevique", sólo aquellos militantes que habían formulado y proyectado en sus respectivas circunstancias "nacionales" una política de clase en la lucha contra todas las formas del orden burgués y contra la tradición socialdemócrata, en un combate abierto por la dictadura del proletariado, estaban en posición de tomar de la revolución rusa y de Lenin todo cuanto verdaderamente contribuía a enriquecer el patrimonio de la revolución y a clarificar la acción futura contra el capitalismo.

Las grandes revoluciones y transformaciones en la sociedad y el pensamiento casi siempre son iniciadas y guiadas por minorías activas y conscientes que saben comprender y asir bien pronto las tendencias del movimiento. Sin embargo, la supervivencia política de la corriente comunista revolucionaria en los años de la contrarrevolución triunfante fue seguramente una de las más difíciles que haya atravesado minoría alguna en la historia de los movimientos revolucionarios modernos: añadía a las dificultades normales de toda nueva corriente política el hecho de estar bajo un estado de ostracismo cada vez mayor en medio de una guerra imperialista que terminó propinándole el tiro de gracia a las esperanzas proletarias y coronando la victoria de la contrarrevolución.

Respecto a los problemas de organización de hoy debemos decir:

  1. Pese a que la asistencia política y la cooperación del BIPR es fundamental para inspirar y ampliar perspectivas, cada sección nacional deberá arreglárselas por sí sola para nacer y saber encontrar en el ambiente que le es propio los medios para desarrollarse y crecer. No obstante, el avance de cada una no depende sólo de las posibilidades abiertas por las circunstancias particulares de su "escenario político y de clase", sino también de la repercusión internacional de las posiciones del buró - así como, naturalmente, de su propio fortalecimiento numérico, organizativo y político.
  2. Estamos de acuerdo con la tesis de adecuar el funcionamiento del actual Buró con aquello que representa su móvil esencial: la construcción del Partido Internacional del Proletariado. La tesis formulada en tu artículo que dice: "lo que sería válido para la Internacional del futuro tiene que serlo a fortiori para nosotros", debe asumirse desde ya tanto bajo el punto de vista teórico, como bajo el de sus consecuencias de orden organizativo y práctico. Las llamadas veleidades "nacionales" de los grupos, las pretensiones de formar un equipo de dirección ligado a intereses y horizontes puramente nacionales, deben irse suprimiendo gradualmente, hasta llegar a una verdadera organización y coordinación internacionales del Partido.
  3. Todo lo que has dicho en el artículo en torno a la función de los bolcheviques y de su estratega - Lenin - en la conformación de la Tercera Internacional es aplicable también a la relación que mantiene el actual partido italiano - que, más allá de sus límites actuales, recoge y representa una larga y coherente elaboración crítica del pasado y ofrece la óptica metódica de la acción futura - con las demás organizaciones y micro-organizaciones participantes del Buró. Lo único que esperamos es que no surja en el partido un nuevo Lenin, es decir, un individuo que concentra en su persona los roles de motor intelectual que piensa por todos y es el único capaz de anticiparse a los acontecimientos. Hay que profundizar y acelerar hasta donde sea posible el proceso de asimilación y potenciación teórico-política iniciada por cada grupo a fin de adecuar lo máximo posible el partido real que surja del proceso de inserción en las luchas a la idea que tenemos del partido que necesitamos construir. Esperamos que el pensamiento desiderativo no nos juegue una mala pasada, pero solamente si estructuramos un partido apto para pensar y obrar colectivamente, promoviendo la formación de un número suficiente de buenos cuadros, nos será posible conseguir, en términos de organización colectiva, la difícil unión entre el profundo pensamiento estratégico y la habilidad de dirigir eficazmente los movimientos tácticos. Si el movimiento de clase carece de la aptitud para llegar a su mayoría de edad, es muy probable que reaparezca "Lenin" y, tras la sucesiva e inevitable desaparición de su personalidad histórica, le quede de nuevo como herencia a la masa del movimiento un vacío de facultades de auto-dirección. Pero, no obstante los peligros que entraña semejante límite, tampoco debemos temerle a esta opción: el movimiento histórico tendrá que hacer su obra creadora incluso a pesar de nosotros.
Círculo