La coalición de los Estados Unidos Americanos declara la guerra al mundo

Los devastadores ataques suicidas contra los símbolos claves de la potencia del capitalismo financiero y militar americano han quizá lesionado la autoestima del Estado más poderoso del mundo, pero no constituyen en modo alguno una victoria para la clase obrera explotada. No sólo porque entre las miles de víctimas que han ocasionado se hallan trabajadores y trabajadoras, sino porque tales ataques han sido utilizados para legitimar el incremento de la represión estatal. La “guerra contra el terrorismo” será empleada en los países metropolitanos como un arma contra las oposiciones internas y en particular contra la clase obrera y contra todas las nuevas organizaciones políticas proletarias. En este sentido, el terror organizado del Estado ya había precedido los eventos de septiembre dirigiendo los asaltos de su policía contra los manifestantes anti-globalización en Europa. Sin embargo, los acontecimientos de septiembre han aproximado la perspectiva de una humanidad sumergida en la barbarie.

Los fenómenos que hoy presenciamos no son producto de “tensiones ideológicas” o de misteriosas “fuerzas infernales” que conducen al planeta al Armagedón. Al contrario, reflejan políticas concretas y calculadas enraizadas en la rivalidad de los intereses materiales de las potencias capitalistas que harán del siglo XXI un periodo tanto más peligroso y belicoso que el que acaba de pasar.

La permanencia y exasperación de la pugnacidad imperialista son el resultado de la larga crisis de rentabilidad del capital y del combate despiadado de los USA por mantener el control del petróleo y de las rentas financieras parasitarias que aseguran su posición dominante en el mundo: una posición que, a pesar del derrumbe del bloque ruso y la aparente solidez de la OTAN, no es completamente aceptada por sus rivales imperialistas.

Todo esto se oculta detrás de la mampara de una apresurada resolución del Consejo de Seguridad de la ONU y de la invocación de la cláusula número 5 de la Carta de la OTAN, la cual declara que “un ataque contra uno de sus miembros será considerado como un ataque contra todos”, que los EU usan para forzar la mano de sus rivales que no están todavía listos para una ruptura abierta con la única superpotencia que queda en el mundo. No nos hagamos ninguna ilusión. Detrás de “la batalla de los pueblos amantes de la libertad” de Bush, residen los mismos intereses que han impulsado a los EU en las guerras genocidas no declaradas en Vietnam (con más de dos millones de civiles asesinados por el US Army) y en Camboya, que han concedido a sus aliados israelíes la autorización de masacrar a sangre fría a los pobladores de los campos de refugiados de Sabra y Shatila (1982), que han provocado la invasión de Granada (1983), la invasión de Panamá (198), la agresión sobre Nicaragua en los ochentas, el bombardeo de Trípoli (1986, sirviéndose de las bases en Gran Bretaña) y, hace diez años, el desencadenamiento de la “Tempestad del desierto” contra Saddam Hussein, su aliado por un tiempo, a cuyo régimen habían armado apenas dos años antes y cuya caída en desgracia costó la vida a centenares de miles de irakíes. Por tanto, cuando Bush, Berlusconi, Blair, etc., nos dicen que esta nueva guerra está enderezada “contra aquellos que no tienen ningún respeto por el carácter sagrado de la vida humana”, deberíamos preguntarnos qué cosa quieren decir, dado que se estima que al menos 500.000 niños han muerto a causa del embargo contra Irak y dado que la aviación británica continúa acompañando a la de los EU en los sistemáticos bombardeos sobre Irak.

En el verdadero lenguaje del imperialismo, el “mundo civilizado” se apresta a impartir una lección al mundo no civilizado, cuyo impacto no olvidará en mucho tiempo. La coalición liderada por los EU ha declarado una guerra de duración indefinida contra un enemigo no identificado, sin decir cuándo terminará.

El nacionalismo y la religión no son una solución para la clase obrera. Es superfluo añadir que nos oponemos a cualquier forma de fundamentalismo religioso. La idea de que el Islam pueda representar una “tercera vía” entre capitalismo y comunismo es absurda, porque el Islam no es un diferente modo de producción, sino, antes bien, se adapta perfectamente al capitalismo. La proliferación del terrorismo “islámico” es una manifestación de la desesperación de las clases capitalistas menores en los países más ásperamente oprimidos por el imperialismo.

Pero la respuesta al capitalismo imperialista no es el nacionalismo abrazado por un gran número de personas en los países de la periferia capitalista. El nacionalismo, como ha sido demostrado a lo largo de todas las luchas de liberación nacional, no es en absoluto un amigo de la clase obrera. La burguesía que controla los movimientos nacionalistas (a despecho de sus pretensiones “socialistas”) tanto cuando se convierte en vasalla de uno u otro frente imperialista (no olvidemos que Saddam Hussein y Osama bin Laden fueron sostenidos en tiempos recientes por la CIA yanqui), como cuando toma el poder, oprime y explota a los proletarios de modo análogo al periodo precedente (basta observar el Zimbabwe de Mugabe o a la Sudáfrica gobernada por el CNA).

Debemos subrayar que nosotros impugnamos no sólo el objetivo final del terrorismo. Nuestro meta de destruir el mundo escandalosamente putrefacto del capitalismo actual no puede ser alcanzada a través de actos de terrorismo individual. El terrorismo pretende sustituir la acción de una clase entera por la idea elitista de que un puñado de individuos puede cambiar la sociedad con un acto aislado. Se trata de un absurdo extremadamente nocivo. El capitalismo y la explotación, la pobreza, la miseria y la guerra que derivan de él, podrán ser abatidos sólo cuando una parte considerable de la clase obrera y del proletariado esté lista para luchar por el socialismo. Únicamente por medio de su resistencia colectiva, la clase trabajadora del mundo, luchando contra los ataques del capitalismo, desarrollará los medios prácticos y organizativos para realizar no la falsa democracia de Bush, Blair, etc., sino la democracia obrera de los consejos obreros. Tales órganos de democracia de masas de los explotados organizarán y generalizarán la defensa de la clase obrera contra la violencia burguesa, lo cual conducirá a la caída del viejo orden y a la reorganización de la producción para la satisfacción directa de las necesidades humanas. El partido de los Comunistas Internacionalistas asumirá aquí un rol vital para ayudar a la clase a comprender y conseguir este supremo objetivo.

El socialismo no será conquistado sin una respuesta violenta de los detentores de la propiedad de los medios de producción y de cambio (que, como ha sido demostrado por la historia, adoptarán todas las medidas necesarias para conservar su poder), pero la clase obrera resistirá dicha violencia en cuanto clase, no con actos individuales. Las nuevas víctimas inocentes del terror estadounidense en Asia y otros lugares serán el pretexto para ataques terroristas suplementarios provenientes del Medio Oriente y el círculo vicioso persistirá. Durante este periodo, las “democracias” reforzarán su control sobre la clase obrera de las metrópolis. Ya hoy algunos verdaderos revolucionarios de la clase obrera que condenan el terrorismo han sido arrestados para “ser interrogados” en la tentativa de sofocar su oposición. Y si bien es evidente que los gángsteres como Putin en Rusia y Sharon en Israel utilizarán los ataques contra los EU para cubrir sus propios crímenes en Chechenia y en Palestina, serán lanzadas sutiles campañas para limitar los derechos políticos y la oposición en Occidente. Otras brutalidades están preparándose.

El hoy jefe supremo de la OTAN en Europa, Wesley Clark, ha declarado que sólo la “fuerza decisiva” puede resolver el problema del terrorismo (sin decir una sola palabra acerca de las causas del terrorismo). En breve, el crecimiento de la barbarie es todo lo que el mundo imperialista puede ofrecer.

La decadencia de la “civilización capitalista” ha sido ya evidenciada durante la mayor parte del siglo XX. Los horrores indecibles de la primera y la segunda guerra mundiales, la brutalidad organizada de los campos de concentración y de exterminio, las sangrientas guerras regionales conducidas con la más refinada tecnología a expensas del proletariado más empobrecido, la reducción a cenizas de la ciudad de Dresden por la aviación anglo-americana ad portas la rendición germana, el bombardeo intensivo de Camboya y, naturalmente, el uso de la bomba atómica, hacen todos parte de la historia de la barbarie imperialista antes de los recientes hechos abominables. Es una ingenua ilusión creer que semejante sistema puede aportar al mundo paz y prosperidad.

Sólo la clase obrera internacional, una vez haya tomado conciencia de sus propios intereses, estará en situación de cambiar el mundo. Nosotros no tenemos interés alguno en sostener a ningún alineamiento imperialista en esta “nueva guerra” - si dejamos vía libre a la clase dominante, el único rol que nos asignará la historia será el de víctimas y el de carne de cañón. Todas las fracciones de la burguesía, tanto las guiadas por los EU, como aquellas de los movimientos de liberación nacional o islámicas, son igualmente enemigas de la clase obrera.

Solamente paralizando estas fuerzas y triunfando políticamente sobre todas las falsificadoras ideologías de la clase dominante, estaremos en situación de crear un mundo sin guerra, sin explotación y sin terror.

¡No hay lugar para una “tercera vía”: Socialismo o Barbarie!
¡Abajo el imperialismo! ¡Abajo el terrorismo! ¡Abajo el nacionalismo!
¡Por la lucha de la clase obrera contra todas las guerras imperialistas!

BIPR - Septiembre del 2001