Situación política en México - Debate con los compañeros de la Ficci - 2a parte

México, D.F. septiembre, 2003

Apreciados compañeros de la FICCI:

Respecto a las críticas y cuestionamientos que he dirigido a la FICCI en relación a los antecedentes de la crisis de la CCI así como a las diferencias en el tratamiento de las movilizaciones en Francia de 1995 y 2003, pero más propiamente respecto al problema de la intervención en las luchas obreras, me interesa plantear la discusión en un terreno con otro nivel de complejidad: el caso de la periferia capitalista, en particular, el problema de la privatización del sector energético mexicano. Anteriormente había solicitado algún pronunciamiento por parte de la FICCI respecto al volante que ha hecho circular la CCI. No obstante que tengo en consideración la saturación de trabajo que los abruma, mantengo la impresión de que la FICCI sigue comulgando con los términos en los que se ha manifestado la CCI. Por mi parte, mantengo mis objeciones, aunque ciertamente aun no he logrado redondear una postura clara la respecto. Solicito en ese sentido su intervención, así como la he solicitado al BIPR.

Algunas cuestiones que a continuación planteo pueden parecer muy pragmáticas (o “empiristas”) excesivamente detallistas o elementales como para un debate en el plano teórico. Sin embargo, como trato de demostrar, la intervención de la CCI -léase de los representantes de la Izquierda Comunista en México- ha llegado a un grado tal de desfiguración que en estos momentos resultar difícil saber que está “bien” y que está “mal”, que es una intervención propiamente comunista y cual no. Algunas preguntas que formulo podrán parecer ingenuas pero considero que alguien debe retomar las preguntas “infantiles” sin temor a exhibirse como novato.

Respecto a la discusión que he sostenido con el BIPR reproduzco a continuación algunos pasajes con objeto de destacar y delimitar los consensos que existen acerca de la concepción de la intervención política de la Izquierda Comunista, según la CCI y el BIPR, así como las diferencias con objeto de profundizar en el problema.

En primer lugar, el BIPR advierte, como lo ha hecho la CCI, la tensión que existe entre la necesidad de intervenir, el sentido de esa intervención y la necesidad de no malgastar fuerzas. No obstante, el BIPR refrenda la necesidad de trascender el “idealismo” o “purismo” de las organizaciones como el GPM o CCI, haciéndolo a partir de las condiciones, los recursos y la correlación de fuerzas reales, así sea por el mero hecho de abrir la posibilidad de que las posiciones comunistas sean escuchadas:

Permíteme, empero, subrayar categóricamente lo siguiente: si, bajo cualquier pretexto doctrinal, nos abstuviésemos de participar en las acciones de las masas no conseguiríamos ninguna legitimidad frente a aquella gente que, si bien está sumamente engañada por quienes la guían, reaccionan contra el estado de cosas presente. Si no participamos no podremos ni siquiera difundir materialmente nuestras ideas, visto que no estaremos en las calles sino en nuestros puestos de trabajo... Muchos militantes pueden sentirse irritados por perder dinero en el curso de estas luchas que saben muy bien qué cosa hay detrás de ciertas movilizaciones, pero no tienen otra elección y deben concurrir también ellos: como casi siempre acaece, el terreno en el cual obramos no lo elegimos nosotros, sino que lo imponen las circunstancias.

En esa misma línea, el BIPR hace referencia no sólo de la necesidad de un punto de partida real de la intervención política, sino la necesidad del proceso, lo cual se contrapone efectivamente con la idea, teóricamente rechazada por la CCI pero manifiesta en su comportamiento real, de acuerdo con la cual el vector de la actividad espontánea e inmediata de las masas se encontraría en un punto futuro con el vector de la organización que ha sabido resguardar celosamente la verdadera conciencia comunista, en un momento en el que el movimiento obrero habrá alcanzado, no sé sabe cómo, la madurez suficiente para absorber el legado revolucionario. [ ]

El partido comunista no se puede marginar de las luchas sociales so pretexto de la impronta reformista. Sólo quienes piensan que el partido no se forja en la lucha política contra las líneas de la clase adversa, sino que se encuentra ya totalmente definido en sí mismo, como depositario de la conciencia comunista, y al cual delegan en la fase revolucionaria las competencias políticas, reservándose para sí mismas la rabia económica, pueden reducir su enfoque de la construcción del partido a la labor doctrinal. No es suficiente disponer se un programa científicamente fundamentado para garantizar la hegemonía del proletariado sobre el movimiento de oposición al capitalismo si la conducta del núcleo de vanguardia consiste en encerrarse en sí mismo e ignorar cosas tan elementales como la necesaria conexión entre su desarrollo y la participación creciente en las luchas de masas.

Respecto a la necesidad de aportar los elementos de diferenciación de la intervención comunista, que hacen que ésta no se reduzca a una participación meramente solidaria o subordinada:

¿Cómo y dónde habría de formarse un partido comunista como referente de la estrategia y de los métodos revolucionarios al margen de las luchas sociales? En suma, desde el momento en que, para nosotros, ha quedado claro que no hay ni habrá movimientos de clase puros, el partido o sus gérmenes políticos deberán estar presentes en todas las luchas motivadas por la reacción de masas al empobrecimiento y a barbarie del capitalismo. Es precisamente en este punto donde adquiere relieve cómo, bajo la excusa de la autonomía y pureza de clase, la CCI y otras corrientes -en especial el bordiguismo- han contribuido a delegar a los partidos burgueses y obrero-burgueses la gestión de las masas sobre las cuestiones políticas fundamentales... sin haber hecho ellas la escuela de la lucha. A tu pregunta respecto a cómo y cuándo debemos intervenir entre las masas movilizadas, incluso a sabiendas de la confusión que suele reinar en ellas, debemos responder: siempre, aunque de modo diferenciado.

Sobre la labor de deslinde se aclara que:

Ahora bien, coincidimos contigo en que participar no significa compartir las ilusiones de las masas y de sus actuales direcciones reformistas y burocráticas, significa luchar por el deslinde político entre la revolución y el reformismo y por la clarificación de las posiciones en el seno de los movimientos de masas; pero tampoco significa que el partido deba consagrarse a la gestión de la defensa económica de las masas... la conciencia tradeunionista en un patrimonio espontáneo de las masas, que o concierne desarrollar propiamente al partido comunista, incluso concediendo que los comunistas deberán estar presentes siempre en las luchas económicas del proletariado. Su papel es otro: preservar en toda lucha presente el futuro del movimiento.

Ahora bien, respecto al problema de la vinculación del movimiento obrero con otros estratos sociales en los países periféricos así como la intervención de los comunistas, hay coincidencia con la caracterización de una mayor explosividad social en la periferia que no va acompañada del alcance objetivo que ésta puede adquirir, habida cuenta de que los sustentos principales del capitalismo residen en los países centrales. No obstante, ello no justifica la carencia de una táctica para la articulación con los sectores no-proletarios dado que las luchas entre los trabajadores del centro y de la periferia pueden retroalimentarse recíprocamente:

Llevas, por tanto, mucha razón cuando reclamas la atención acerca de que la toma de posición en torno a los sucesos argentinos, en cuanto lo sucedido allí remite de inmediato a la función desempeñada por el movimiento de la capas sociales no-proletarias y a su relación con el proletariado de los países subdesarrollados, demanda un cuestionamiento profundo de las tesis de la CCI, las cuales prácticamente constriñen el ejercicio de la política revolucionaria a los países industrialmente avanzados. No discutimos que la decisión de la revolución depende del proletariado de las zonas céntricas, pero sin desarrollar la organización y la conciencia de clase de los proletarios de la periferia -sobre los que el capital mundializado transfiere la crisis del centro y a los que corresponderá, según todos los indicios que tenemos a la mano, el protagonismo en la primera etapa de la mundialización-, el proyecto de reactivar políticamente al proletariado metropolitano va a tropezar con dificultades casi insalvables.
La idea misma de restringir la validez de la política revolucionaria a ciertos países no es compatible con el sostenimiento de una clara línea de clase en el abordaje de las cuestiones de la sociedad y de su transformación, y menos cuando el capital mundializado procura mantener divididos a los proletarios del centro y la periferia en dos secciones en competencia (...) dicha división ha tenido hasta hoy una base objetiva residente en la explotación imperialista y el desarrollo económico desigual del capitalismo, pero a medida que la supervivencia del capital reclama modalidades de actividad económica y social más integradas y estrechamente interdependientes, tiende a allanar, al mismo tiempo, el camino para una mayor coordinación y enlace del frente proletario internacional.
Aunque la definición de la suerte de la revolución en los países atrasados es inseparable del propio movimiento revolucionario en los países centrales, es imperativo comprender su desarrollo desigual. Dada la mayor fragilidad de las formaciones sociales periféricas y el carácter cruento de la dominación burguesa en esas formaciones, las revueltas sociales son más frecuentes, aunque por razones casi obvias para nosotros, sus repercusiones son de menor alcance. La Cci ha tenido un acierto cuando ha denunciado el papel reaccionario de los proyectos políticos de los sectores no proletarios, pero, debido a su marginamiento del plano de la acción real, carece de una visión materialista acerca de la construcción de la dirección política. La consecuencia primera y más patente de ello consiste en la falta de una táctica que le permita articular la revuelta anticapitalista de esos sectores con la política de clase.

Entendiendo que la intervención política se ubica entre dos polos: por una parte, la necesidad de no dilapidar fuerzas en luchas secundarias al mismo tiempo que advirtiendo que la condiciones sobre que habrá que desarrollar esa intervención está determinada por el grado de autodeterminación proletaria, pues de lo contrario no sólo habrá un desgaste de fuerzas sino que las perspectivas del proletariado mismo podrían verse diluidas en la consecución de intereses ajenos a su proyecto revolucionario:

Así, pues, aunque justificamos la significación que le confieres al problema de las relaciones entre el proletariado y otras capas subalternas -dada la mayor complejidad de sus relaciones en los países atrasados, como tu lo adviertes en tu carta de mayo a la CCI-, conviene subrayar que para nosotros el esfuerzo por construir un partido comunista no debe exponerse al agotamiento por concentrarse en luchas secundarias. Conviene también poner las cosas en su justo punto y evitar darle un énfasis excesivo a problemas para los cuales el terreno histórico no está suficientemente preparado. Para nosotros las luchas de los campesinos, de las mujeres y de las etnias oprimidas no tienen una importancia sustantiva, como sí la tiene, en cambio, la lucha obrera (...) la importancia que atribuimos a las luchas de esos sectores subalternos está condicionada a la presencia operante del movimiento de los trabajadores y a la confirmación práctica de la posibilidad de constituir un frente común contra el capital y el Estado (...) la posibilidad de que algunos de los movimientos de los estratos oprimidos (...) pese a estar originalmente ligados a reivindicaciones de carácter pequeñoburgués y reformista, terminen encausándose hacia el frente anti-capitalista no depende de su naturaleza social interna, sino de dos influencias externas: de un lado, del paso a la fase crítica del ciclo de acumulación y, de otro, de la presencia de una fuerza proletaria suficientemente poderosa para imprimirle una definición socialista a la revuelta de los demás sectores sociales.
Respecto al puente político entre proletariado y proletariado agrícola-campesinado pobre: para tender este puente se precisa, sin embargo, como condición previa, de la autodeterminación del proletariado y de la puesta en escena del drama de la lucha de clases. Si el proletariado no adquiere capacidad política propia y se organiza independientemente, con su propio programa y perspectivas, todo trabajo al interior del movimiento no obrero (campesinos, estudiantes, marginados urbanos y subproletarios, etc.), además de ser una dilapidación inútil de la energía de honestos militantes y supeditar la acción de los comunistas a intereses extraños al proletariado y sin perspectiva futura, terminará llevando agua al molino de la reacción (...) Si es correcto decir que ya hoy el organismo político de clase debe instrumentar, sobre todo en los países atrasados con una importante población rural y pequeñoburguesa, una política frente al campesinado y otras capas subalternas -política destinada a aportar a la profundización de su radicalización anticapitalista y a la alianza con el proletariado-, esta política podrá implementarse tácticamente sólo cuando haya emergido una fuerte corriente de clase que polarice el conjunto de las capas subalternas alrededor de las organizaciones y la política proletaria.
Aún entendiendo que en sí misma tales luchas no conducen a transformaciones significativas ni siquiera a favor de los grupos sociales que las adelantan, y, muy a menudo, desembocan en la frustración o el remozamiento del capitalismo, la tarea de los revolucionarios es, dentro de las condiciones señaladas arriba, encadenarlas tácticamente a la lucha obrera, de modo que sirvan de vehículo para unir los movimientos de sectores de las clases subalternas pasibles de un proceso de radicalización -y a los que la vanguardia debe poner en contacto con los temas políticos generales de la clase- con la estrategia revolucionaria. En este sentido, antes que desperdiciar sus escasas energías en choques aleatorios, la tarea central del PC en formación estriba en conquistar la autonomía del proletariado y luego convertirlo en líder de todos los explotados. La razón de la centralidad política de esta tarea estriba, en efecto, en que sólo si el proletariado se ha constituido en una fuerza real y su intervención es decisoria sobre la marcha de los acontecimientos, podrá asumir el papel que tu le adjudicas de atraer las reacciones de rebelión de otras capas y sectores sociales hacia el movimiento anticapitalista. Una vez en condiciones de operar independientemente desde sus propios organismos de poder -y para lograr el objetivo ya señalado-, la táctica del partido revolucionario deberá tejer un frente anticapitalista desde la perspectiva de clase.
La lucha en Argentina enseña que, aun siendo imposible ignorar las reivindicaciones alrededor de las que se movilizan estratos no proletarios de la población, su acción puede converger en un frente de clase anticapitalista si el polo proletario es suficientemente poderoso y si, además, la crisis descarta la posibilidad de salidas basadas en la mediación con el capital monopolista y el Poder. El partido proletario deberá entender que, aunque las reivindicaciones de estas capas tendrán que ser atendidas y satisfechas, al menos parcialmente y de modo temporal, queda abierta la posibilidad de superarlas en el camino de la revolución, al constituirse un contrapoder en cuyas manos las capas subalternas, absortas en la contienda con el enemigo común, entregarán su suerte final.

Ahora bien, partiendo de estos planteamientos, los cuales son un punto de partida en los que hay plena coincidencia, me interesa contrastarlos con casos específicos con objeto de determinar cuáles son sus alcances reales. No ignoro el hecho de que el tratamiento de casos específicos requiere la comprensión del contexto particular y que no es posible formular una receta general aplicable para todos los casos (sobre todo tratándose de casos referidos a la realidad mexicana). Sin embargo, los casos específicos que a continuación expongo resumen la problemática que ha inspirado mis inquietudes y las cuales han sido parte de los motivos más importantes por los que he disentido con la CCI (y sobre los cuales la FICCI no se ha pronunciado suficientemente). Tengo que aclarar que las interrogantes que planteo están más que nada enfocadas al tipo de propaganda e intervención política a través de la prensa comunista, esto es, a la intervención dedicada a la construcción de un referente proletario comunista y no a la intervención directa en luchas sociales cuando aún no se cuenta con una organización en condiciones de plantearse tareas superiores.

El caso de la privatización del sector energético mexicano (PEMEX y CFE): la CCI ya planteó su posición en un volante que anexé en una de mis cartas (y anexo también en la presente). La FICCI no se ha pronunciado al respecto. Prácticamente, se puede resumir la posición como un deslinde justificado en el rechazo al nacionalismo burgués. Como efectivamente ha ocurrido, la defensa de un sector estratégico de la economía nacional se ha convertido en una de las consignas del partidos de centro-izquierda, el cardenista PRD, así como de un sector importante del PRI. No se diga de la dirigencia del sindicato de electricistas, uno de los más poderosos del país. La defensa de la industria nacional representa una defensa de la burguesía nacional. No hay diferencia entre burgueses extranjeros y burgueses nacionales. El proyecto nacional, si es que existe esa posibilidad, es un proyecto igualmente burgués que se sostiene sobre la base de la explotación y extracción del plusvalor generado por los proletarios.

Esto coincide con los puntos 9 y 10 de las “Tesis sobre la Táctica Comunista en los Países de la Periferia Capitalista” del BIPR:

9. La táctica del proletariado en la fase imperialista excluye, por tanto, del modo más absoluto, cualquier alianza, incluso transitoria, con cualquier fracción de la burguesía, no reconociendo a ninguna de ellas el carácter “progresista” o “antiimperialista” que en otras ocasiones ha sido aceptado para justificar tácticas de frente único.
10. Las fuerzas comunistas internacionalistas consideran como adversario inmediato a todas aquellas fuerzas burguesas y pequeñoburguesas que, en nombre del progresismo, del desarrollo económico o político democrático, predican y buscan practicar la alianza de clases entre el proletariado y la burguesía, la consiguiente paz social y el aplazamiento de la lucha de clase proletaria... Rechazan, por consiguiente, cualquier forma de alianza o frente unido, incluso temporal, tendiente a alcanzar presuntas fases intermedias entre la actual situación de dominio capitalista y la dictadura del proletariado.

Esto es, en la etapa imperialista no es objetivamente posible la existencia de burguesías nacionales progresistas, por tanto no es conducente llamar al proletariado a “ponerse al lado de otras clases y otros programas para la realización de fases económicas o la construcción de estructuras sociales y estatales intermedias entre las actuales formaciones burguesas y la futura dictadura del proletariado, como instrumento operativo y condición imprescindible de la construcción del socialismo”. Queda en claro, pues que la labor de los comunistas es:

Frente a los residuales movimientos propiamente nacionalistas, los comunistas distinguen la expresión nacionalista desde sus profundos orígenes, aún identificables en el estado de profunda opresión y miseria que la ocupación o la directa dominación extranjera genera en las masas. Sobre la base de está distinción, denuncian el carácter burgués del nacionalismo, su impotencia para resolver la situación de miseria y de superexplotación de las masas indígenas proletarias y desheredadas... El trabajo de agitación, propaganda y lucha política alrededor de estos problemas conducirá a acentuar los caracteres de clase del movimiento de lucha y, por consiguiente, su unidad de fondo con las luchas proletarias en los países opresores.

No obstante, tengo las siguientes interrogantes: ¿Cómo intervenir en una lucha proletaria cuando objetiva e inevitablemente esta involucrada la cuestión nacional? En un país subdesarrollado como México la privatización es prácticamente igual a extranjerización. Coincido con el rechazo internacionalista del nacionalismo por su carácter burgués y, en segundo lugar, por su inviabilidad objetiva e histórica. Entiendo también el carácter burgués de la defensa de las industrias nacionales: ésta se inscribe en el reclamo, cuando lo hay, de la burguesía nacional -representada por el Estado- de preservar la tajada de plusvalor que posee, esto es, una pugna intercapitalista por la distribución del plusvalor:

La burguesía “nacional” de cada país periférico es nacional sólo por el padrón de sus miembros y por el particular tipo de instituciones opresivas de las cuales se dota contra “su” sección nacional del proletariado. Pero la burguesía de los países periféricos hace parte, como elemento constitutivo, de la clase burguesa internacional, dominante en el conjunto del sistema de explotación, porque está en posesión de los medios de producción a escala internacional. Como tal, cada sección nacional, de la burguesía participa en la distribución del plusvalor internacionalmente usurpado al proletariado, con iguales responsabilidades e iguales destinos históricos, más allá de las proporciones cuantitativas.
Está burguesía nacional está tan interesada en la salida del subdesarrollo y del dominio del imperialismo, como lo puede estar la burguesía norteamericana. Sus contrastes (que, sin duda, existen) con las burguesías de las áreas centrales, por ejemplo, la americana, son de carácter totalmente burgués, en el sentido de que atañen a las cuotas y a los términos en los cuales participa en la repartición internacional de las ganancias y de las utilidades extras. El disenso entre la burguesía de un país periférico y la burguesía metropolitana incumbe a las condiciones en las cuales las dos participan en al apropiación del plusvalor y en los eventuales tributos que una debe pagar a la otra por sentarse en el banco de distribución del botín. Los contrasten y eventuales conflictos que surjan aquí no atañen y no atañerán jamás a la sustancia de las relaciones de explotación entre trabajo y capital, que, antes bien, defienden conjuntamente contra el peligro representado por el proletariado.

Sin embargo, el asunto de privatización ya sea como traspaso de la propiedad estatal a capitales privados nacionales o como extranjerización se plantea a los trabajadores como recorte de puestos de trabajo y reducción de salarios. La diferencia entre la privatización como traspaso a capitales nacionales (lo cual también es relativo porque es difícil encontrar un capital exclusivamente nacional) y la privatización como extranjerización, que es lo más común, se presenta además como una subordinación de los intereses nacionales y de la burguesía nacional al capital extranjero que coarta la capacidad de desarrollo nacional y, en esa medida, afecta también a los trabajadores. La pérdida de una fuente de ganancias tan pródiga como lo son los energéticos, se presenta como una enajenación suicida de la propia burguesía respecto de sus propios activos más valiosos, esto es, como una actitud irracional desde el punto de vista capitalista que afectará su propio proceso de acumulación nacional lo que, a su vez, le sustraerá tajadas cuantitativas de plusvalor que no se invierten en el país sino que son repatriadas a la metrópoli. Sucede entonces que el obrero debe hacer entender al capitalista como debe comportarse en tanto que capitalista para que, en tanto capitalista, ofrezca mejores condiciones nacionales y capitalistas de explotación. Pero como el capitalista periférico no asume, en realidad, un comportamiento “irracional” sino uno completamente racional desde la perspectiva enriquecerse en lo individual y en el corto plazo, importándole un comino el desarrollo nacional burgués de su país, la cuestión de los intereses generales de la burguesía en su conjunto debe recaer en un Estado que asuma el interés nacional, replicando con ello la actitud de los Estados metropolitanos para hacer valer políticas que favorecen al conjunto de sus capitales individuales, si bien no a todos y en ocasiones contrariando algunos de ellos. Así, en los países periféricos el Estado enfrenta la tarea de defender las condiciones de acumulación de una burguesía débil en relación a la burguesía metropolitana, y debe preservar sectores o capacidades que le permitan dotar a sus burguesías o a sí mismo alguna capacidad de competir, de acumular riqueza para acumularla en un sentido productivo (o dilapidarla). Para el proletariado la capacidad de desarrollo nacional, esto es, la capacidad de contar con una burguesía que pelee lo suyo, se presenta como la posibilidad de contar con mejores condiciones de subsistencia (más empleo, mejores salarios). Este es el sustento de la ideología keynesiano-nacionalista, centroizquierda, pequeñoburguesa y reformista que lleva a la unidad nacional, a la alianza con los sectores de la burguesía “nacionalista”, con el Estado y con los sindicatos. Considero que no resulta fácil evidenciar las falsedad de esta ideología ya que tiene algunos elementos reales, por lo que los comunistas tenemos que esforzarnos más por desmistificarla y no conformarnos con denunciar el carácter capitalista y explotador de la propiedad estatal. Los reformistas pueden presumir, por ejemplo, que es posible contar con un Carlos Slim (el empresario más rico de México y América Latina, heredero de la turbia privatización de TELMEX durante el gobierno de Salinas de Gortari y socio del empresario más rico del mundo, Bill Gates) para apoyar el proyecto neokeynesiano del perredista y expriísta jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador. ¿Acaso no coinciden los llamados de Slim a combatir la “nacionalfobia” de la burguesía mexicana con el objetivo de la plataforma perredista de apuntalamiento del mercado interno y mayor inversión pública en infraestructura? ¿Acaso no se complementa esto con la capacidad de contar con un Estado rector que cuente con recursos propios -como PEMEX- y que no los remate a los capitales extranjeros? ¿Acaso no abre esto perspectivas de mayores niveles de empleo, o al menos, la conservación de los más posibles en una situación de recesión internacional?

Los comunistas sabemos que está posibilidad es irreal: no hay sector de la burguesía, mucho menos las subdesarrolladas, que pueda salvarse de la sobreproducción mundial, no importa los nichos productivos que logre preservar. No obstante se plantean dos grandes dificultades:

  1. No deja de ser cierto que la privatización, ya sea como extranjerización o no, se presenta para el proletariado periférico como afectación de sus intereses inmediatos (en términos de empleo y salarios).
  2. Que la pérdida de activos de la burguesía coarta las posibilidades de desarrollo nacional, o bien, de defensa nacional ante los estragos de la crisis mundial y la rapiña de los capitales extranjeros. Está cuestión tiene un sustento real: por ejemplo, la preservación de sectores estratégicos permite subsidiar a las industrias locales, o el seguir apropiándose de tajadas de plusvalor que se derraman localmente, favorecen el mercado interno y así generan empleos, por ejemplo. El que este planteamiento tenga poco que hacer frente a la realidad de la sobreproducción mundial no le quita atractivo como argumento para la izquierda burguesa-nacionalista que hace llamados para la defensa del patrimonio nacional, lo que además resulta avalado por la amenaza del desempleo para un sector del proletariado que se ha conformado como una “aristocracia obrera” al interior del propio país subdesarrollado y que se ve inclinado a la banderas nacionalista de la mafia sindicalista así como los liderazgos de la centroizquierda (PRD y sectores del PRI).

Ante esto, ¿Cuál debe ser la posición de los comunistas? Entiendo que aclarando las cosas, lo cual exige un esfuerzo mayor que el desplegado por la CCI hasta este momento, ya que se tiene que desarticular a la ideología burguesa desde sus contradicciones internas, evidenciando su falsedad e imposibilidad, y no solamente tildándola de “ideología burguesa”. Esto es así porque el proletariado se ve tentado a seguir la ideología burguesa, aún consciente de que es burguesa, porque considera que eso es más viable para seguir teniendo un empleo que ilusionarse con una quimérica revolución comunista. Creo que aún no hemos logrado convencer cómo la ideología burguesa es más quimérica que el comunismo.

Y, ¿Cómo debemos intervenir los comunistas? Partiendo del hecho de que no sólo basta “explicar” para que el comunismo sea entendido, sino que es necesario ser parte integrante de las luchas reales para abrir la posibilidad de que las posiciones comunistas sean aprehendidas no como un doctrina omnisapiente alejada de los fenómenos reales, sino tan terrenal y práctica como lo son las necesidades inmediatas pero, al mismo tiempo, sin dejarse absorber en una dinámica que no conduce hacia objetivos comunistas. La posición de la CCI es clara: el deslinde programático y la no-intervención. Mientras que el deslinde programático es esencial (aunque no ha sido suficiente a mi modo de ver), la no-intervención es justificada dando prioridad al primer punto, en tanto que se considera, según lo interpreto, que los obreros deben aclararse primero para poder estar en condiciones de efectuar luchas realmente congruentes con sus intereses y con los del comunismo. No se sabe cómo es que se elevarán a ese punto si por lo pronto sólo les preocupa resolver su necesidad inmediata y, en ese sentido, los reformistas ofrecen soluciones que parecen viables: huelgas económicas y votar por el partido nacionalista). Por este camino los obreros nunca se aclararán nada en un sentido comunista.

Visto esto, considero que se debe opta por participar en las movilizaciones obreras con objeto de que esa intervención sea el vehículo para inyectar el programa comunista, así sea que para ello haya que tolerar que sean las ideas nacionalistas en el seno de la clase obrera las que inspiran las luchas, acompañando a la clase en el proceso de su propia maduración, lo cual sólo se alcanza con la decepción del ideario reformista, criticando sus ilusiones pero al mismo tiempo compartiendo y tolerando incluso que las movilizaciones hayan sido organizadas por una dirigencia sindical que simplemente busca acrecentar su presión para negociar desde una posición de mayor fuerza con la burguesía -así sea incluso para permitir la extranjerización contra la que supuestamente se oponen. [ ]

Sin embargo ¿Deben los comunistas participar activamente en las movilizaciones de los electricistas no obstante que estén embebidas de nacionalismo y que, de hecho, no se puede desvincular el problema de la propiedad estatal-nacional ya que la defensa de sus condiciones de vida está en juego con la privatización = extranjerización? ¿Cómo pueden los comunistas participar en las movilizaciones de los electricistas de manera diferenciada, manifestando su rechazo al nacionalismo al tiempo que defienden las condiciones de vida de los electricistas? ¿No es acaso una contradicción que la CCI y la FICCI no pongan peros a la lucha de los trabajadores del sector público en los países desarrollados, puesto que ahí no se presenta el dilema de la extranjerización de la propiedad estatal, pero en el caso de los países periféricos no asuman una táctica diferente debido a que en estos países inevitablemente el problema se presenta en esta forma? ¿Cómo debe expresarse la prensa comunista: debe buscar el deslinde programático, pero al mismo tiempo pronunciarse a favor o en contra de los dilemas que enfrenta la clase obrera frente a una realidad dada? esto es ¿Debe pronunciarse la prensa comunista a favor de las movilizaciones que se llevan a cabo, de aceptar o no determinadas negociaciones por una cuestión táctica, o es mejor deslindarse complemente?

No creo ser ingenuo ya que considero que las movilizaciones de los electricistas están condenadas al fracaso: serán manipuladas por los partidos de la izquierda burguesa y el sindicato, habrá negociaciones secretas de alto nivel, como ya las hay, conforme a las cuales se está licitando -privatizando-extranjerizando- la industria eléctrica al capital privado-extranjero por la vía de los hechos bajo esquemas de trabajo “flexibles”. Además, la amenaza del desempleo desarma el ánimo de lucha, y el individualismo, el sentimiento de impotencia y la ausencia de orientación político-ideológica tienen maniatado al proletariado... entonces ¿qué hacer? ¿Acaso no tendría sentido una intervención comunista diferenciada que sirviera tácticamente, esto es, como medio para darse a conocer, aún a sabiendas que los objetivos explícitos de las movilizaciones están condenados al fracaso y no corresponden al objetivo comunista y a pesar de que llevar una convivencia forzada con las consignas nacionalistas y sindicales? Para ser aún más precisos, ¿Deben o no los comunistas participar en esas marchas y defender la causa de los electricistas en la prensa revolucionaria, con los deslindes requeridos para el caso, con objeto únicamente de permitir que se transmita la propaganda comunista en base a una presencia física y programática? ¿Se arruinaría la causa comunista por introducirse en el lodo en lugar de mantenerse fuera de él, para que así nos pudieran ver los que están en el lodo como no enlodarse? ¿Tendrán algún interés en voltear a ver nuestras ropas limpias los que están enfangados en el lodo? ¿Deben o no pronunciarse los comunistas sobre decisiones coyunturales que enfrentan movimientos controlados por sindicatos, irse o no a la huelga, sostenerla o levantarla, denunciar la represión, contribuir en la difusión de los movimientos en la prensa, etc.? ¿o deben mantenerse al margen con el pretexto de que la lucha esta viciada desde el inicio? ¿Acaso no es un motivo lo suficiente valioso pronunciarse sobre aspectos inmediatos de las movilizaciones, a pesar de que éstas ocurren sobre un terreno que no aceptamos, con el único objeto de estar en mejor posición de difundir el comunismo en las filas del proletariado? ¿Es esto demagogia, “entrismo” y “centrismo”? ¿Acaso hay mejor manera de que los obreros presten oídos a los comunistas que cuando éstos participan en las luchas obreras, así sea a regañadientes y con divergencias claras? ¿Cómo aborda el problema la FICCI?

Saludos y un abrazo fraterno.

T.

Sobre la privatización de la industria eléctrica

La defensa de la empresa estatal es la defensa del capitalismo

Volante repartido por la CCI a propósito de las movilizaciones de los trabajadores electricistas

El anuncio del gobierno federal sobre la incorporación de inversión privada en la industria eléctrica, ha marcado el inicio de la preparación de una gigantesca trampa del Estado, con la que pretende atrapar a los trabajadores de la región, al inyectarles un sentimiento nacionalista y de identificación con los intereses de la burguesía, pero a la vez, reforzar la hipócrita careta de aparente combatividad de sindicatos, agrupaciones y partidos de izquierda adheridos a la estructura del capital, que se aprestan a desviar el descontento existente entre la clase trabajadora, encaminándola hacia la defensa de la empresa y la economía nacional.

La nacionalización de la industria eléctrica, y su control por parte del Estado, se presenta por historiadores oficiales e izquierdistas como un acto “progresista”, que expresa los “ideales de la revolución mexicana”, o como pomposamente el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) lo llama “el último acto nacionalista de nuestra historia” (Discurso ante el Senado, 21-08-02) convocando por ello a su defensa. Este argumento repetido con diferentes matices en los últimos tiempos, ya se venía usando con anterioridad. A fines de la década de los 50 del pasado siglo, los estalinistas del Partido “Comunista” Mexicano (PCM) y del Popular (PP), lo mismo que “priístas nacionalistas” organizados por el ex presidente Cárdenas, pugnaban por la “nacionalización de la industria eléctrica”, pregonando que con ello se abría la posibilidad de encontrar un proyecto “alternativo para el desarrollo”, en tanto permitiría un mejor uso de las potencialidades productivas de la nación, pero además, aseguraban, traería un mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores. Más adelante, esa misma idea, el que fuera presidente de México, Adolfo López Mateos, la conectará con la dinámica de posguerra, marcada por la industrialización sustentada en la expansión del crédito, y declarará la “nacionalización de la industria eléctrica” y junto a ello el acondicionamiento jurídico del artículo 27 de la constitución.

Desde entonces el SME una y otra vez viene alabando el patriotismo de López Mateos y definiendo a la propiedad estatal como un gran “logro de la nación” y de la clase trabajadora... estos viejos mitos, la clase dominante los recicla de tiempo en tiempo para lanzar campañas mistificadoras con las que asegura el desvío y control del descontento obrero. Es la misma tónica que se ha usado en otros momentos, alegando una defensa del petróleo, o de alguna otra empresa estatal, en tanto hay un empeño de la burguesía en hacer creer a los trabajadores que comparten los mismos intereses, y que estos coinciden en el “bienestar nacional”. No cabe duda que estas campañas no podrían llevarse a cabo sin la actuación activa del sindicato y la izquierda del capital... es por eso que la clase trabajadora debe reconocer que éstos no sin sino instrumentos de la burguesía para sabotear la combatividad y extender la confusión. Así encontramos que lo mismo el SME declara que “... la Patria no se vende y la Constitución no tiene precio” (Desplegado del 5-02-02), que Rosario Robles (PRD), en un acto de pretendida radicalidad, asegura que: “somos los mexicanos los verdaderos dueños de la electricidad, de nuestro petróleo...” (4-09-02).

De frente a los aturdidores cantos demagógicos y los ríos de tinta usada para “justificar” su campaña patriotera, es obligación de los comunistas señalar que ninguna nacionalización o estatización de empresa o industria ha sido alimentada o conducida para aliviar las penurias de los asalariados, y por el contrario, son mecanismos de apuntalamiento del sistema de explotación, en tanto mantiene las relaciones de producción intactas, modificando tan sólo el carácter jurídico de la propiedad, pero su naturaleza queda intocada, es decir, su esencia capitalista perdura, en tanto se continúa la apropiación de la plusvalía por parte de la burguesía, que ahora esconde su personalidad en el Estado.

El caso del control de la industria eléctrica por parte del Estado, no respondió (ni responde) a una preocupación de mejoramiento de la vida de los trabajadores, sino a una estrategia de la burguesía para reactivar el proceso de acumulación que el capital privado ya no podía llevar a cabo. No obstante, si en el pasado la estatización la consideraron como una medida adecuada, el peso de la crisis capitalista obliga a la burguesía a desempolvar sus viejas estrategias económicas y condenar lo que ayer alabó, sembrando ahora sus esperanzas para paliar la crisis en mecanismos de liberalización de los procesos económicos.

Pero, aunque esta maniobra que se viene impulsando tiene en su centro al SME, que aglutina al conjunto del izquierdismo en el Frente Nacional de Resistencia Contra la Privatización de la Industria Eléctrica (FNRCPIE), responde a una estrategia muy bien vigilada desde tiempo atrás, en la que está presente un cuidadoso reparto de tareas entre las diferentes fuerzas políticas de la burguesía. De manera que si el PRI, en el momento en que cumplía su condición de partido gobernante y representante de la ideología nacionalista “heredada por la revolución” concretaba la venta de petróleos mexicanos o de la industria eléctrica, podía generar un “choque” para el discurso ideológico sobre el que apoya su dominio la burguesía. Queda sin embargo, la desesperada idea de que la privatización de las industrias estatales ayudarán, por lo menos en un momento, a una suavización de la crisis, por ello para cumplir con estas medidas se toma la decisión, por parte de la burguesía, de colocar al PAN en el gobierno y con ello acelerar el proceso privatizador, definiendo así de forma más clara el papel de sus fuerzas políticas. Es evidente que esta tarea tampoco podía ser cumplida por el PRD sin provocar la pérdida de su careta democrática y “defensora de los desheredados” (tan difícilmente construida por el mismo Estado), sin embargo su papel de opositor serio queda bien definido, de forma que ahora se apresura a ocupar su lugar junto al FNRCPIE, para dividir sus tareas de sabotaje, en las que por cierto también dan oportunidad de acción a sectores del PRI que han quedado marginados en el reparto del botín y que encuentran en esto un pretexto para “agitar las aguas”.

Esta preparada campaña de la burguesía busca armar una estructura con la que se envuelva a los trabajadores en una falsa disyuntiva: “o estás por la privatización o contra ella”... y así todo descontento puede ser encuadrado en movilizaciones y reflexiones estériles, en tanto son sometidas a los parámetros marcados por el propio capital, llevando al desgaste y la confusión, encubriéndose que, después de todo, la explotación de los trabajadores se cumple, lo mismo si la empresa pertenece al Estado a un capitalista individual.

Hoy más que nunca, de frente a la trampa montada a través del sindicato y los partidos del capital para atrapar al incipiente coraje obrero, los argumentos defendidos por la Izquierda Comunista muestran su fortaleza, por lo que se requiere que la clase obrera los recupere en su reflexión, y en particular las enseñanzas del “Grupo de Trabajadores Marxistas” (GTM) que en México, a fines de los años treinta, ante la borrachera patriotera por la “nacionalización petrolera”, fuera la única voz que denunciara de forma contundente el carácter capitalista de esta política, mostrando que tras el maquillaje obrerista de Cárdenas no había sino una práctica dirigida a perpetuar el sistema de explotación; en ese sentido ante la convocatoria para defender la empresa pública, con la misma contundencia de ayer, los comunistas hoy reafirmamos que:

... La tarea del proletariado mexicano no es sacrificarse para que la industria petrolera y los ferrocarriles [y hoy, podemos añadir la industria eléctrica] sean lucrativas para los capitalistas... sino conquistarlas, quitarlas a la burguesía por medio de la revolución proletaria...

Comunismo, 1938

Por eso, hoy como ayer la defensa de las industrias estatales no significa sino la defensa del capitalismo.

27 de septiembre de 2002
Revolución Mundial
Sección en México de la Corriente Comunista Internacional
(suplemento a Revolución Mundial no. 70)

(1) Según lo que puede interpretarse de la actitud de los militantes de la CCI, este momento de madurez estaría determinado por la gravedad de la crisis, LA CRISIS que verdaderamente llevaría al proletariado a asumir el comunismo. Mientras tanto, habría expresiones de lucha inmaduras y manipuladas por las burguesías respecto de las cuales es mejor mantenerse al margen para no perderse. Sin descontar la base material del comportamiento político, me parece que peca de economicista la creencia en un comportamiento semejante. En todo caso, es muy probable también que en el momento de LA Gran Crisis, las masas elijan el populismo, el nacionalismo, el fundamentalismo o el fascismo. Esto es, que las masas, dejadas a su suerte, se hayan perdido en el camino que condujo a LA Gran Crisis definitoria.

(2) Esta idea de que el sindicato busca negociar desde una posición de mayor fuerza con la burguesía es negada por la CCI. Desde mi punto de vista ello es prueba de su esquema idealista: la burguesía actúa siempre a tono y sus tentáculos en la clase obrera, los sindicatos, obedecen siempre disciplinadamente al esquema de dominio y conspiración maquiavélica diseñado previamente. No es posible entonces concebir divergencias y conflictos intercapitalistas entre distintos sectores de la burguesía.