I

Respecto a este análisis y sus conclusiones vale la pena llamar la atención sobre el contraste metodológico evidenciado en el comentario crítico del GPM. Mientras esta organización circunscribe el análisis de la situación política en la Argentina a la forma externa que reviste el movimiento social y trata de ajustar sus fenómenos y expresiones a un esquema que ha forjado a priori en su mente, nosotros procuramos captar su originalidad, identificando sus fuerzas motrices y sus tendencias para comprender su verdadero origen y naturaleza, así como el sentido de su orientación histórica. Al reducir las crecientes acciones de masas a sus puras formas materiales e ideológicas y examinarlas sólo en su estado positivo, se priva a la realidad de sus contradicciones y sus factores dinamizadores. Es positivismo de la especie más crasa utilizar las estructuras y formas fácticas e ideológicas actuales como prueba y legitimación de la relaciones existentes, pues las mismas no pueden hacer otra cosa que justificarse a sí mismas. Mientras esta postura positivista signe el comportamiento del GPM frente a la realidad fáctica - incluyendo la realidad empírica de clase que tenemos a la vista - no tendrá más remedio que extender el suspecto de “espontaneísmo” y de “voluntarismo” a todos los que piensan que la verdadera cuestión consiste en estructurar las fuerzas negativas que ha aportado el propio desarrollo capitalista en el sentido de una praxis destinada a superar lo establecido. Dicha praxis no se entiende, obviamente, en el contexto de una ley o norma de la naturaleza social que se impondría al proceso histórico, sino como momento de la práctica de una clase social material encausada hacia al objetivo programático del comunismo. El modelo de partido-doctrina o partido-ciencia del GPM genera un tipo de sistema de pensamiento cuyo razonamiento previamente pone entre paréntesis su propia práctica y, replegándose sobre sí mismo, se queda en la contemplación de la doctrina cerrada y de los hechos puros que se abstiene de transformar. En el razonamiento de los revolucionarios, por el contrario, se incluye, además de la determinación precisa de los hechos y fenómenos sociales e ideológicos desde el prisma de la totalidad concreta donde existen y operan - la economía mundial capitalista - la consideración del potencial político de los movimientos de masas y el esfuerzo por imprimirle a su acción y organización la dirección deseable en términos del avance del proyecto a la vez eversivo y constructivo del comunismo. A diferencia de la secta, para la cual el mundo es plano y el raciocinio, fundado en definiciones absolutas, es circular, para el marxismo dialéctico todos los aspectos y fenómenos de la vida social y política están relativizados al proceso histórico. Tal es la razón por la cual no nos hemos limitado a considerar los acontecimientos argentinos desde un punto de vista puramente fáctico, sino que, además y tras efectuar una valoración crítica de sus límites y posibilidades, hemos señalado las condiciones para que el proletariado se haga revolucionario, así como los rasgos esenciales de un comportamiento semejante; tales condiciones están presentes en su interior no fuera, no en la conciencia de un grupo iluminado, sino en el desarrollo consciente de los actores reales, prácticos, de la lucha de clases.

Curiosamente, toda la crítica del GPM descansa en un equívoco: en que hemos olvidado la necesidad del partido previa al desarrollo revolucionario del proletariado, cuando lo que, en realidad, tratamos de hacer, tras comprobar la inexistencia del mismo, es aportar una pedagogía política y de acción que indique a los oponentes reales al orden establecido cómo recabar en el movimiento actual las condiciones para la conformación y actuación de una organización que prepare la batalla futura. Esto no contradice el punto [...] de nuestra Plataforma, sólo es el reconocimiento de las circunstancias concretas en que los revolucionarios argentinos deberán buscar las condiciones para construir el partido. Antes bien, entre las mayores insuficiencias subjetivas y políticas que encontrábamos en la clase trabajadora argentina y las causas de la gran debilidad evidenciada por el movimiento de los piquetes, advertíamos la ausencia de una corriente política que polarizara a la clase alrededor de una estrategia por su propio poder y contribuyera a la aceleración de la toma de conciencia comunista entre los elementos de la clase. A renglón seguido, subrayábamos que el avance del proletariado argentino entrañaba el aporte de las condiciones para la profundización del deslinde de clase, para la acumulación de experiencia combativa, para la selección de dirigentes y el fortalecimiento organizativo, lo cual reclamaba la conformación de una corriente comunista entre el proletariado y añadíamos que este paso era indesligable de la participación coherente de la minoría revolucionaria en la palestra política y el combate a las fuerzas de la conservación y de la reforma del capitalismo; de lo contrario, sería imposible conseguir no sólo la clarificación y los niveles de militancia suficientes para dar paso a la formación del PC, sino el deseado acuerdo que debía producirse en la acción concreta de las masas entre la forma revolucionaria de sus procedimientos y la conciencia de sus objetivos históricos.

Aún advirtiendo los límites que sufren este tipo de movimientos, nuestra línea de conducta consiste en procurar que vayan lo más lejos posible para que la masa se eduque a través de la experiencia adquirida en la confrontación y se fortalezcan los gérmenes de ruptura y oposición necesarios para la formación de un poderoso partido comunista. La cuestión central no es, pues, si la revolución puede triunfar aquí y ahora, sino en preparar, organizar y seleccionar las fuerzas de clase para las futuras batallas. La minoría revolucionaria entiende que la confrontación de hoy no es un acto definitivo y último, sino parte de un recorrido indispensable para provocar la escisión que conduce al desarrollo de la conciencia de clase y dispone el terreno para el avance de la organización revolucionaria del proletariado. En contraste radical con el GPM, no situamos la conciencia de clase en una escala ultramundana inalcanzable para los simples proletarios; para nosotros, la verdadera conciencia de clase sólo puede resultar del esclarecimiento auto-crítico del proletariado a través del desarrollo de su propia praxis, es decir, como crítica revolucionaria radical de todo cuanto ha producido el capitalismo en términos de formas sociales y políticas durante el período de lucha precedente. (7)

Sólo entonces el recorrido histórico realizado hasta hoy por el proletariado puede cobrar plenamente sentido como fase necesaria en la preparación de la clase y su vanguardia para la dictadura del proletariado, para hacer el tránsito hacia formas y contenidos más elevados de lucha que desbrocen el camino para una organización de vida superior de la sociedad. De ahí que uno de los primeros y principales pasos hacia la constitución del movimiento de clase anticapitalista estribe en la recuperación programática y política de la clase; tarea de la cual la destrucción de la influencia ideológica y política de la izquierda reformista es el primer paso. (8)

Recientemente escribíamos, justamente, que:

el nacimiento y desarrollo del partido proletario internacionalista en Argentina está asociado al esfuerzo por derrotar la versión de la política patronal en el seno del movimiento obrero. Mientras no se deslinden claramente las posiciones estratégicas y programáticas proletarias de las posiciones burguesas y pequeño-burguesas en el curso de las luchas sociales que se libran hoy y se librarán en el futuro, no se producirá la agregación de los elementos de vanguardia de la clase.

Esto permite aclarar por qué la emergencia del partido comunista, apenas concebida y deseada por nuestros ínfimos núcleos políticos, cierra y condensa todo un periodo de preparación social y política hacia la revolución, cuyo recorrido, por su propia naturaleza, no tiene lugar fuera, sino en y por el proceso histórico, en y por la praxis revolucionaria.

No se puede reducir el análisis de los movimientos sociales a su forma ideológica porque se hará inalcanzable la comprensión de su génesis y naturaleza socio-histórica. Más allá de la inmediatez cósica en que se circunscribe la mera representación, dicha comprensión tiene su fundamento último en el conocimiento de la totalidad de relaciones de clase que constituyen el capitalismo y de las dinámicas y tendencias que resultan de sus contradicciones. Cuando abordamos el análisis de fenómenos socio-políticos semejantes al que ofrece el movimiento piquetero solemos distinguir entre el contenido social e histórico del movimiento y las formas ideológicas con las que se representa a sí mismo. Por lo regular, estos dos elementos no coinciden e incluso se contradicen. Nuestra tarea aquí rebasa el campo del comentario exterior y del mero “análisis” y se extiende a la esfera del combate por el desarrollo de la conciencia de clase adecuada: no nos limitamos a establecer juicios y exámenes “de hecho”, sino que buscamos la adecuación de la forma y el contenido del movimiento social, haciéndolo consciente de sus verdaderos orígenes y del destino histórico que está llamado a realizar en virtud de los objetivos intereses sociales que representa. Tal cosa exige perspicacia para penetrar en el real significado de lo que subyace a las expectativas y representaciones ideológicas de los movimientos sociales. Al señalar la reafirmación de la tendencia histórica hacia el comunismo del movimiento piquetero, no estamos diciendo que ahora mismo éste y las masas que cobija su radio de acción política puedan establecer la dictadura del proletariado y un nuevo modo de producción, nos limitamos a identificar los gérmenes revolucionarios del movimiento y mostrar los nexos que hacen viable trabajar por su esclarecimiento político comunista: de lo contrario, al cerrarse el presente ciclo de luchas o ser sofocado el movimiento estaremos tan distantes de la construcción de un gran partido comunista como lo estábamos al momento de abrirse. Quizá también a este respecto se percibe una nueva diferencia entre el GPM y nosotros. Contra todas las ideologías positivistas que sólo ven en la realidad inmediata la afirmación de las formas y estructuras burguesas, nosotros expresamos la emergencia de las fuerzas que anuncian el devenir histórico, lo que en el capitalismo y contra él constituye su negación y anuncia el comunismo. Desde nuestra óptica, pese a (o más bien, gracias a) sus innegables peculiaridades históricas, media un enlace íntimo entre la autocrítica del capitalismo - la crisis capitalista - y las actuales acciones proletarias en la Argentina, a las que, a su vez, unimos nuestro esfuerzo por sintetizar la experiencia acumulada del desarrollo de la revolución y la contrarrevolución. Se trata de una componente indispensable de la acción comunista, no solo en la medida en que las fracciones comunistas constituyen parte y expresión orgánica coherente del movimiento de destrucción de la sociedad actual, sino en la medida en que, a través de ellas, el proletariado condensa sus experiencias y las transforma en directivas del accionar futuro; o, mejor dicho, que el comunismo va gestando su dirección histórica.

Ciertamente, todavía no nos es dable incidir directamente sobre el curso de los acontecimientos en Argentina, pero no por ello nos sustraemos a nuestra responsabilidad de dar las indicaciones políticas que juzgamos correctas para garantizar el desarrollo revolucionario - difundiéndolas en la medida de nuestra capacidad - y preservar en la lucha actual tanto los intereses generales del proletariado como el futuro del movimiento. Esto hace parte de la actividad política implementada para construir el PC y deslindar campos con las corrientes hostiles al programa y la estrategia revolucionarios. Por lo demás, también nosotros entendemos perfectamente las connotaciones frentepopulistas y democrático-burguesas de la consigna “Gobierno de los trabajadores” y sabemos cuánto dista de la deseada dictadura del proletariado, pero ello no implica negar los factores dinamizadores del antagonismo social en la Argentina ni renunciar a la lucha política por la clarificación de los métodos y las consignas adecuados para realizar la estrategia revolucionaria. El hecho de que el término aludido provenga del trotskysmo - para referirse a una situación de participación de comunistas (trotskyistas) en un gobierno de la izquierda - no despoja al movimiento de los piquetes - el cual recibe innegablemente una significativa impronta trotskysta - de sus elementos antagonistas. Sin aceptar conductas políticamente marginalizantes, denunciamos el fondo reformista de muchas de las posiciones tácticas del trotskysmo, pero no incurrimos en el craso error de reducir el contenido y el potencial del movimiento a las posiciones de las corrientes que lo influyen. Cualquier tentativa de superación crítico-práctica de las distintas formaciones superestructurales burguesas que viven en la mente del proletariado - entre ellas las que influyen a los rebeldes argentinos - entiende la conexión entre las prácticas sociales acometidas por las masas en lucha contra la opresión capitalista y la posibilidad de subvertir las condiciones que determinan el predomino de la falsa consciencia entre las clases subalternas. Nosotros no afincamos la posibilidad del esclarecimiento comunista del proletariado por efecto de la mera iluminación intelectual del PC: sin el desquiciamiento de las estructuras alienantes de la sociedad burguesa por parte de las organizaciones independientes de las masas, no sólo no se dará paso al avance de la conciencia de clase, sino que ni siquiera podrá desarrollarse el partido comunista. Sólo la revuelta práctica contra el orden establecido y el esfuerzo por dotarse de nuevas formas de organización que sirvan de canal expresivo de este contenido, puede desembocar en un momento revelador que dé lugar al esclarecimiento comunista. He aquí, pues, que este último resultará de la interacción entre la auto-actividad espontánea de la clase trabajadora y el esfuerzo por organizar de modo consciente y con arreglo a fines racionales la superación del capitalismo, proveniente del PC.

En el documento “El Movimiento de los Piquetes”, insidiosamente citado por el GPM, hemos advertido claramente el carácter ambiguo de los organismos de masas e indicado cómo en su seno y en su pensamiento se registra una fuerte tensión entre la reforma y la revolución. Sin embargo, ello no entraña negarle virtudes al movimiento como tal en la medida que encierra gérmenes sociales superiores a los límites padecidos por los partidos y organizaciones que intentan dirigirlo; de hecho, la contraposición reforma-revolución que se libra en su seno forma parte de la batalla por la destrucción de la estructura mental cosificada de las masas y el acceso a la conciencia de clase, la cual comienza cuando las masas intentan tomar, a través de nuevas organizaciones amplias, el control sobre su destino social inmediato. A esta situación no se sustrae siquiera aquella parte del proletariado que se autoconsidera más avanzada. Y, en este sentido y con relación a su propia abstinencia política, es claro que el GPM ha perdido de vista el carácter procesual de la conciencia de clase y del desarrollo revolucionario. Precisamente en el actual estado en que se encuentra el desarrollo de la clase, aparecen otros contenidos ante los cuales el comportamiento de la teoría proletaria presenta una estructura análoga a la indicada al comienzo de este análisis: mientras la parte sectaria del movimiento comunista se inclina por soluciones doctrinarias, la parte revolucionaria es proclive a buscar el nexo concreto que une el nivel y las condiciones de la práctica actual de los trabajadores con el objetivo final del movimiento comunista. Esto no significa, en manera alguna, plegarse servilmente a los acontecimientos, sino encontrar en la acción concreta los puntos de inflexión de las praxis reproductoras de las conductas y la ideología burguesas. En última instancia, la cuestión de la intervención política de la vanguardia se resume en el problema de la relación dialéctica entre el objetivo final y el movimiento, vale decir, el problema de la relación entre la teoría y la práctica. Dicha cuestión se reproduce siempre en formas cada vez más desarrolladas - y, por supuesto, con contenidos siempre cambiantes - a cada nivel decisivo del desarrollo revolucionario.

Pues toda tarea se hace siempre visible en su posibilidad abstracta antes que las formas concretas de su realización. Y la verdad o falsedad de los planteamientos no resulta realmente discutible más que cuando se alcanza ese segundo estadio, cuando se hace reconocible la totalidad concreta destinada a ser el mundo circundante de su solución y el camino hacia ella. (9)

Por lo demás, en “La Lección de Argentina” hemos subrayado que lo que se puede ganar ahora es una vanguardia de clase, un grupo radicalizado que se acerca al marxismo y, es de esperar, al Buró, pero eso no se podrá hacer fuera del movimiento, al margen de sus luchas e iniciativas. Si, por el contrario, nos dedicáramos a motejar el movimiento de “pro-golpista”, ignorando su génesis en una reacción elemental a la miseria y la opresión capitalista, desaprovechando la oportunidad de conscientización ofrecida por la rebelión, nos privaríamos de la amplia base que tal movimiento puede aportar al proceso de formación del PC y limitaríamos nuestra acción a promover tan sólo la organización de sectas sin repercusión alguna sobre la vida del proletariado.

El GPM, al atacar tesis que están lejos de nuestro pensamiento, combate, en realidad, contra molinos de viento. Jamás hemos aseverado que los piquetes, sin la dirección revolucionaria del Partido Comunista sean capaces de realizar la dictadura del proletariado. Mientras en los piquetes se siguen espontáneamente las tendencias conflictuales básicas del desarrollo capitalista y la orientación política obedece esencialmente a instintos de rebelión anticapitalistas, la fracción consciente del proletariado debería llevar esta oposición a claridad intelectual, elaborando las formas de respuesta según una reflexión profunda sobre la adecuación de los medios a los fines de una política sistemática de liberación. Nosotros, al igual que todas las corrientes que se reclaman del proletariado y del comunismo, estamos ante un hecho incontrovertible: la puesta en escena de miles o quizá cientos de miles de actores individuales por un movimiento que a lo largo de casi seis años ha venido constituyendo una masa humeante de rabia que arrasa todo símbolo de comercialismo, usura y poder que encuentra a su paso. La cuestión aquí estriba en determinar el significado profundo y el valor político de esta reacción a la marcha devastadora del capitalismo. Además de tener origen en las más elementales condiciones de la evolución capitalista y plantear un desafío político con el que ninguna burguesía ni ninguna autoridad administrativa quiere enfrentarse, el movimiento de las masas argentinas, justamente gracias a sus gérmenes y tendencias comunistas - pero sin ser directamente el comunismo plenamente consciente - representa a una fuerza difícil de manipular como se manipula digamos una asamblea estudiantil o la elección de un cuadro directivo sindical. Desde hace cerca de 5 años, las asociaciones de piqueteros - uno de los organismos de masas más dinámicos y flexibles a este respecto - ha venido realizando en una escala más o menos grande el mismo trabajo de movilización y rebelión. No por casualidad ha sufrido una de las más virulentas represiones. Probablemente cientos de sus líderes han sido detenidos y decenas procesados; la acusación usual que se les ha levantado consiste en “promover la democracia directa”, cuyo ejercicio es tipificado por el código penal argentino como un delito. Aunque este es un salto cualitativo enorme en la lucha del proletariado internacional, debe quedar bien claro que sin partido de clase y una historia de trabajo dentro de la clase la ruptura revolucionaria no es posible. La conclusión del documento “El Movimiento de los Piquetes” es inequívoca a este respecto: estamos observando los límites de un movimiento sin dirección política comunista. La radicalidad que atribuimos a los “piquetes” no deriva, por tanto, de una doctrina que determine para la conciencia espontánea de las masas un nivel trascendente; por el contrario, circunscribimos el desarrollo de esta consciencia a la historia y a los conflictos reales de la sociedad: curiosamente, es el GPM el que le da ese nivel trascendente al condicionarla a la actuación de una especie de partido-providencia que flota por encima de las contradicciones estructurales de la sociedad burguesa y de los movimientos y luchas concretos de la clase. (10)

en el documento sobre los piqueteros atribuyen (los militantes del BIPR) al instinto de clase una trascendencia política que no puede tener. En efecto, según la concepción materialista histórica ratificada por la experiencia del movimiento explotado, el instinto de clase, en si y por sí, no tiende ni puede tender al comunismo. Es de naturaleza económico-social y no política. A lo sumo y excepcionalmente, solo llega a sobrepasar a sus direcciones políticas y sindicales burguesas desde el punto de vista de saber lo que no se quiere dentro de la sociedad burguesa, lo que Mandel llamó “instinto de clase relativamente autónomo”. Pero nada más. El instinto de clase de los asalariados es esencialmente burgués y, como tal, no puede llegar a ser otra cosa. De no ser así, la moderna ciencia social, el partido de clase portador de esa ciencia aplicada a la realidad social capitalista, y la tarea imprescindible de fundir esos conocimiento científicos con el movimiento espontáneo, carecerían de sentido. Para decirlo más claramente, entre instinto y conciencia de clase hay una revolución espiritual, un cambio de sustancia o principio activo de la acción... Pero en "El movimiento de los piquetes", los compañeros del BIRP van más allá, porque llegan a decir que “En el plano político (los piqueteros) proponen la destrucción de todo el andamiaje del sistema político actual y su sustitución por lo que ellos denominan un gobierno de los trabajadores”, y que, “No obstante el carácter todavía tosco y rudo de su conciencia, el movimiento de los piquetes tiende instintivamente hacia el comunismo”.

Sin fundamentación en las condiciones estructurales y la praxis de las clases, cualquier teoría sobre el “comunismo” y el acceso a una conciencia superior o científica mediante la crítica de la ideología resulta una entelequia. La mayor parte de las tesis del GPM sobre la relación partido-masas brota de la presunción SD de que el proletariado es el objeto-instrumento de la revolución y no el sujeto-objeto central del proceso revolucionario; pero tampoco tales tesis señalan el antagonismo material dimanante de la posición proletaria en la estructura económico-social capitalista como la propia condición genética de la conciencia revolucionaria. En cambio el GPM, siguiendo al SD E. Mandel, pretende fijar incontrovertiblemente en categorías metafísicas abstracto-formales - es decir, extrañas a la dialéctica de la historia y a la praxis concreta - como las de “instinto de clase” y “conciencia científica de clase” las relaciones partido-masas. De este modo, la conciencia del proletariado es compartimentada en dos departamentos estancos y separados: uno vulgar y escuetamente burgués y otro “científico”, propio del partido. También Lukács, el teórico a que hacemos alusión repetidamente en nuestro trabajo, ha distinguido entre “conciencia de clase psicológica” y “conciencia de clase adjudicable”, pero en él se trata sólo de una distinción formal no del contenido de la conciencia, la cual es, en efecto, ontológicamente referida al ser social del proletariado y al proceso histórico. En Lukács - y, en general, en el marxismo dialéctico - la conciencia se constituye unitariamente en y por el proceso histórico y sus mismos niveles reconocibles son sólo distintos momentos o fases de desarrollo en la aprehensión de ese contenido. En este sentido, cada nivel o estadio de la conciencia aparece como un momento necesario del desarrollo, que es integrado y superado críticamente por la siguiente fase en el curso del propio proceso de rebelión y lucha de los trabajadores y las masas. Del mismo modo que en el universo SD, en las tesis del GPM la conciencia, en la medida que carece de conexión unitaria y orgánica con el ser social, asume una dualidad cartesiana, se escinde en dos planos separados entre los que media sólo el puente de la relación mecánico-instrumental del sujeto-consciencia (el partido) respecto del objeto (la masa del proletariado). He aquí por qué afirmamos que las tesis del GPM constituyen un acercamiento analítico a los problemas de los movimientos sociales y de clase que “determina” la conciencia y la acción de clase en términos intelectuales ajenos a la dinámica del proceso histórico. Tal proceder acarrea el anquilosamiento prejuicioso de las estructuras intelectuales, políticas y organizativas de la clase en un sistema cosificado incapaz de ver nada diferente de las relaciones mecánicas - propias de las divisiones capitalistas y sus determinismos sociales - celebradas entre la “masa” y el “partido”. Mientras nosotros integramos estas categorías en el proceso histórico, el GPM trata los problemas de los niveles de conciencia del proletariado como compartimentos cerrados ubicados fuera de dicho proceso y de sus conflictos dinamizadores. Entre éstos no existen ya relaciones abiertas y dinámicas ni sinergia - dado que ya no son expresión del ser social y su desarrollo - ni se confiere ningún papel eventualmente unificador y determinante a la praxis revolucionaria - en cuanto subvierte y cancela las divisiones y dicotomías sociales e ideológicas burguesas - en la realización de ese proceso. Las consecuencias son inevitables: en primer lugar, la conciencia es divorciada de los procesos padecidos históricamente por la clase; en segundo lugar, roto el ligamen entre la conciencia y la objetiva función de clase en la estructura económico-social, la llamada “conciencia científica”, bajo la forma del partido-ciencia, es superpuesta a una clase de pobres diablos destinada a desempeñar tan sólo un rol instrumental. Entonces, la praxis se sitúa en un plano político cuyo núcleo estructural reposa precisamente en esa división y su reproducción. No importa ya que los fenómenos experimentados por la consciencia reflejen la evolución interna atravesada por la clase ni su grado de madurez y avance para acometer la revolución y ejercer su dictadura en el curso de su movimiento histórico ni que éstos expresen o no su desarrollo como sujeto-objeto del proceso de liberación; lo que cuenta es que obedezcan a un modelo que perpetúa su estado de minoría de edad y su sumisión.

A partir del predominio SD se ha producido la ruptura de la unidad dialéctica en el análisis del proceso histórico revolucionario y particularmente en el abordaje del problema de la constitución del sujeto revolucionario. En la explicación de la formación de la conciencia de clase y la emergencia del sujeto susodicho las posiciones se han dividido en dos corrientes principales: una que denominaremos “objetivista” y otra que llamaremos “voluntarista”, con sus variantes bakuniniana, soreliana y “leninista”. (11)

La primera se resume en la tesis que dice que los procesos económico-objetivos que se dan en la sociedad capitalista, tales como la agudización de la crisis, bastan por sí solos para poner a millones de víctimas en automática sintonía con el estado de la evolución social y sus demandas y, por lo tanto, en condiciones de comprender y asumir una propuesta de lucha anticapitalista. La segunda se resume en la tesis de que la constitución del proletariado es competencia exclusiva de la vanguardia esclarecida.

Nuestra crítica de la primera tesis apunta grosso modo a que no existe independientemente de las masas, de su experiencia combativa y de su consciencia una suerte de mística fuerza objetiva y anónima de la historia que actúe a favor del avance de la consciencia comunista. La noción de que el movimiento del proletariado obedece a los mismos mecanismos de la “mano invisible”, de la que se ha servido A. Smith para explicar alegóricamente el funcionamiento automático del capitalismo, no corresponde a la lógica de la moderna revolución social que apunta, justamente, al dominio consciente y directo del conjunto del proceso social por parte de los individuos libremente asociados. Es arrullarse con quimeras esperar a que, en un determinado punto - al cual presuntamente se arriba con prescindencia de la voluntad de las clases y sus partidos - las contradicciones del capital estallen y rompan las cadenas visibles e invisibles del control social y de la hegemonía ideológica burguesa. Aunque el desarrollo del capitalismo lleva consigo el desarrollo del proletariado, éste no desemboca orgánicamente en la revolución proletaria. La conciencia de clase no se forma y actualiza en paralelismo con la crisis económica, rectilíneamente y del mismo modo en todo el proletariado a la vez, sino que grandes sectores del proletariado se quedan intelectualmente bajo la influencia de la burguesía y ni siquiera la evolución más desastrosa de la crisis los desprende de esa situación, de modo que el comportamiento del proletariado, su reacción a la crisis, queda muy por detrás de ésta en cuanto a violencia e intensidad. Para la concepción “organicista” de la revolución, el partido corresponde, en cambio, a una idea de la situación de la conciencia proletaria de clase según la cual se trata sólo de hacer consciente lo inconsciente y actual lo latente. Nuestra concepción se acoge, en cambio, a la formulación lukacsiana de la cuestión, de acuerdo con la cual el proceso de toma de conciencia significa una “crisis ideológica interna del proletariado” mismo (12), pues el hundimiento objetivo del capitalismo puede ocurrir antes de que se consolide en el proletariado la conciencia de clase revolucionaria.

El viejo tópico leninista de que “no existen situaciones absolutamente sin salida para la sociedad existente” sigue teniendo vigencia. Si el proletariado no supera la mera reacción espontánea al influjo brutal de las leyes económicas ciegas, si no se organiza como clase y pasa a la ofensiva contra el orden establecido inspirado en su propio programa histórico, el capitalismo puede encontrar su solución económica a la crisis, aún al costo de una acentuación de la explotación y la pauperización del proletariado. No hay nada que indique que el capitalismo devendrá materialmente imposible en virtud de sus contradicciones: sin una intervención revolucionaria consciente de las masas, su marcha evolutiva podría desembocar en una reedición de la barbarie como salida a sus tendencias disolutorias. El capitalismo puede hallar una solución a la falta de plusvalía y a la irrupción de movimientos de oposición de clase mediante la implementación de formas de explotación política o la dinámica de la guerra imperialista seguida de la destrucción masiva de las fuerzas productivas y la masacre del potencial sujeto revolucionario. (13)

Aunque se encuentre ligada a las contradicciones burguesas, la conciencia de clase no podrá desarrollarse si al mismo tiempo no se libera de la inercia histórica y si no es acompañada de un esfuerzo del proletariado por comprender intelectualmente la naturaleza de estas contradicciones y por superar prácticamente el orden de cosas anterior. Pero afirmar que la conciencia no se deriva inmediatamente de la lógica autodestructiva del capital, sino que presupone el esfuerzo complementario de la clase por superar subjetiva y prácticamente todo el cúmulo de su experiencia en el terreno del capitalismo - reconfigurando sus sensaciones, percepciones, sentidos y esquemas mentales en el proceso de transformación radical del mundo - no significa negar la concurrencia fundamental de tales contradicciones en su proceso formativo: sin ellas faltaría la condición material para una verdadera y generalizada toma de conciencia de clase.

Para nosotros, no existe ninguna simetría entre la comprensión consciente y el desarrollo objetivo de las cosas en la sociedad. En rigor, la consciencia no es una mera tabula rasa - es decir, mero reflejo - de determinismos económico-objetivos que se movilice paralelamente al movimiento objetivo y actualice automáticamente sus demandas, pero tampoco es una categoría substantiva, sino un momento del proceso histórico unido tanto a la posición de las clases en la estructura material de producción cuanto al enfrentamiento de éstas en vista de sus intereses antagónicos. Tal aseveración descansa en el hecho de que proletariado no es en y por sí mismo una clase predestinada, investida de la misión de abatir a la burguesía y al modo de producción que la sustenta, sino tan sólo una clase potencialmente revolucionaria. Su movimiento y el avance de su consciencia no se hallan teleológicamente destinados al cumplimiento de ciertos fines alcanzables a través del desenvolvimiento natural del capitalismo. O dicho de otro modo: la conciencia comunista se presenta como un momento del proceso histórico mismo, no como el reflejo mental de un movimiento predeterminado a discurrir por ciertos cauces hasta arribar a un destino genéticamente previsto.Antes bien, el desarrollo del movimiento proletario y su victoria requieren de la presencia de todos los factores del proceso histórico: tanto de los factores de su desarrollo objetivo como clase - localizables en los límites de la acumulación capitalista - cuanto de los subjetivos - la consciencia de clase y la cohesión de la voluntad colectiva en la acción - los cuales sólo nacen y maduran en función de la lucha. Este desarrollo tanto objetivo como subjetivo de la clase debe tender, independientemente de la conciencia y las representaciones de los distintos miembros individuales de la clase, al cuestionamiento radical del sistema y a su desbordamiento revolucionario.

Cuando hablamos de conciencia de clase nos referimos, por tanto, a una relación histórica. Es en la historia donde se conforman el ser y la conciencia de las clases. Y si la historia, como dice Korsh, no es, en rigor, un ser sino un suceder en el tiempo unido al continuo acto de creación del hombre por el hombre y a las modificaciones introducidas en las relaciones sociales por la incesante contienda librada por las clases en cada estadio del decurso histórico, no podemos considerar la marcha del proletariado hacia formas de conciencia superiores a las formas burguesas como un recorrido inevitable, sino como un resultado de la misma lucha de clases. En este sentido, la conciencia es una función de la lucha: no está constituida unilateralmente por el presente, sino también por lo que el proletariado ha hecho hasta el día de hoy para comprenderse a sí mismo y para superar prácticamente las condiciones de su opresión. Siempre que hablamos de conciencia de clase nos referimos, por tanto, al contenido concreto, histórico, de la lucha de clases. Dicho contenido es referible, ante todo, a la situación estructural del proletariado en la producción capitalista y a los intereses históricos revolucionarios que derivan de ese estado y, en ese sentido, se remite al desarrollo conseguido por la totalidad social dada. Pero también sufre la impronta de la herencia cultural recibida y de la lucha adelantada por las clases - y sus vanguardias políticas - tanto en el pasado como en el presente.

La consciencia es histórica en el sentido de que recoge y sintetiza la experiencia anterior y es, por lo tanto, fruto de una continuidad; sin embargo, no repite dicha experiencia en el mismo sentido del pasado, sino que surge a tenor del momento histórico que vive la clase. El tiempo en el que se desarrolla la conciencia no es lineal ni cíclico, sino un presente tejido de pasado, con posibilidad de estancamiento o de retroceso, en el que la fluida realidad social se encuentra siempre en tránsito de coagularse o disolverse en función del perenne conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, concretando situaciones siempre únicas e irrepetibles. (14)

Hay que excluir, por tanto, la existencia de una presunta relación mecánica o de determinación unilateral entre la denominada infraestructura determinante y la superestructura determinada, entre la condición estructural y la consciencia social, admitiendo, en cambio, la operancia de un nexo dialéctico en el que cada momento del todo reacciona sobre el otro, sin que medie necesariamente correspondencia entre ambos, situación de la que no puede ser exceptuado ni siquiera el llamado partido-ciencia del proletariado, el cual se halla de igual modo históricamente condicionado. De un lado, la “estructura” y la “conciencia” están indisolublemente subsumidas en el proceso histórico y, del otro, su interacción constituye este proceso; la praxis opera aquí como un momento unificador en un sentido diacrónico que despoja a cada uno de estos dos elementos de cualquier quididad sustantiva o meramente derivada: la conciencia es activa y pasiva al mismo tiempo y, como momento subjetivo de la praxis humana, es libre, pero de un modo históricamente condicionado. (15)

Pero este carácter no rectilíneo del desarrollo de la conciencia de clase se explica también por la disposición estructural típica de las clases sociales en el capitalismo. Pese a que la posición objetiva ocupada por los diferentes grupos de la sociedad es determinada por la división fundamental de trabajo y capital, la disposición estratificada de las clases tiende a encerrar a cada grupo dentro de experiencias y praxis limitadas que impiden una evolución uniforme y continua de la conciencia. Al contrario, esta circunstancia favorece o estimula desarrollos particulares de la conciencia separados de su común denominador de clase. Tales sesgos especiales encuentran su razón explicativa en las características de las praxis respectivas a cada estrato (posición, hábitos sociales, actividad, comportamientos corporativos, grado de poder, etc.). Por la misma causa, estos grupos se representan sus intereses sociales en términos corporativos, gremiales, profesionales, jerárquicos, etc. Conviene observar que mientras los nexos internos que median entre esas capas y la subsistente infraestructura (16) tienden a permanecer ocultos a su mirada a consecuencia de la mistificación fetichista operada por las relaciones sociales comercializadas en el capitalismo, las condiciones sociales más inmediatas tienen mayor efecto sobre su conducta. Cuando nos fijamos tan sólo en sus diferencias cualitativas y esenciales, determinadas por su relación con los medios productivos, resulta fácil discernir el carácter de un estrato social y nos parece posible entonces prever con gran exactitud su conducta histórica, pero cuando nos detenemos sobre los factores que codeterminan su rol específico en el proceso de reproducción capitalista surgen diferencias - que aunque cuantitativas y meramente externas, de grado - ejercen una influencia más directa e inmediata sobre su comportamiento y su manera de representarse sus roles sociales. Aparentemente, el punto de partida de cualquier investigación seria de los problemas de la conciencia y de la conducta de cada estrato debería consistir en identificar el lugar que le corresponde en el cuerpo total del sistema de producción-reproducción del capitalismo, pero es justo aquí donde brotan innumerables y a veces invencibles dificultades para alcanzar una completa dilucidación, pues los roles y funciones especiales, en cuanto dominan todo el horizonte de las exigencias y problemas en que se halla inmersa la perspectiva presente de cada estrato del proletariado, tienen un mayor efecto sobre la consciencia. Aunque en periodos no críticos la definición de sus actitudes y comportamientos sociales y políticos corresponde en mayor medida a las praxis económicas y sociales específicas asignadas por la totalidad social a cada categoría y estrato - es, efectivamente, a través de esta reclusión de la conciencia en un universo compartimentado y su consiguiente sometimiento al poder abrumador del mercado que la ideología burguesa consigue adueñarse de la vida mental de los explotados - en los periodos críticos su conducta es orientada por el impacto de la crisis misma sobre las distintas interrelaciones que determinan su situación en la sociedad y por la aptitud de los estratos más progresivos del proletariado para asumir de manera autónoma la dirección del naciente conflicto político de clase. O dicho de otro modo: en condiciones de crisis la representación de tales intereses se liga a la polarización de clase de todas las relaciones conflictivas de la sociedad. La estrecha interconexión del mecanismo social aporta entonces la base objetiva y da pábulo a respuestas y acciones masivas sobre un terreno común de clase que compromete el conjunto de las capas subalternas y también a elementos no directamente proletarios, pero igualmente conmovidos por la crisis capitalista.

La anterior posición tiene origen en la visión marxiana de la conexión entre consciencia y proceso histórico objetivo. El movimiento del proletariado no podrá elevarse al rango de una nueva totalidad histórica capaz de abatir y superar el capitalismo si antes no consigue unir al conjunto de condiciones materiales de la sociedad que configuran la tendencia (17) hacia el comunismo la consciencia de clase revolucionaria. Dada la ausencia de un desarrollo paralelo de la consciencia de clase - y, por lo tanto, también de la voluntad y de la organización revolucionarias - respecto del progreso de las fuerzas productivas, el proceso histórico no desembocará por sí solo, bajo el puro auspicio del avance económico ciego, en una nueva Era histórica. Por sí mismo el progreso de las fuerzas productivas y de la socialización objetiva del capitalismo - en cuanto están ligados a la lógica de la acumulación y de la perpetuación de la división social del trabajo - sólo conducirá a una mayor explotación, control y dominio del hombre sobre el hombre. En la medida que se dispone de las condiciones técnicas productivas materiales y sociales para dar paso a un modo de producción capaz de resolver las contradicciones más lacerantes y detener la marcha capitalista a la destrucción, a medida que el mismo modo de producción existente se convulsiona a causa del choque de sus propios elementos constitutivos, a medida que el desajuste entre las fuerzas productivas adquiridas y las relaciones de producción capitalistas conduce a grados más elevados de conflicto y de barbarie, la posibilidad de alcanzar una sociedad libre y racionalmente regulada por los mismos trabajadores depende de la toma de consciencia comunista por parte de las fuerzas sociales que objetivamente necesitan una transformación semejante: sólo si estas fuerzas actualizan subjetivamente esta necesidad y obran por sí mismas, conscientemente, el tránsito a una sociedad directamente administrada por los hombres libremente asociados será posible.

Sin embargo, a este respecto la convicción de que un futuro movimiento dirigido por el partido comunista hará de catalizador de la conciencia de clase se revela como una esperanza quimérica. Dicha posibilidad está excluida por el mismo carácter inconsciente y ciego de los mecanismos económico-sociales elementales responsables de desencadenar los movimientos de masas. No cabe duda de que sin la comprensión de las conexiones sociales es impensable pasar a la destrucción del sistema capitalista; pero la falta misma de esta comprensión a amplia escala es señal de que la actividad de lucha del proletariado no ha alcanzado aún el nivel de la ruptura con las estructuras cosificadas de los equilibrios capitalistas - en cuyo orden se desenvuelven el sindicalismo y los partidos reformistas - operando las transformaciones subjetivas y políticas necesarias para acceder ampliamente a la consciencia comunista. Por la misma razón, el aporte de las condiciones para esta superación será hecho por movimientos originaria y básicamente espontáneos. Cualquier tentativa de una “preparación organizativa” de sus acciones previa a su ruptura con el status-quo burgués, previa a su lucha contra las formas y relaciones actuales de organización y de poder que reproducen la subordinación mecánica de las masas al partido - reimponiendo la vieja dicotomía entre las así llamadas “organizaciones económicas” y “organizaciones políticas” - no sólo las pondría en retraso respecto de las acciones reales de las masas, sino que las inhibiría y obstaculizaría en vez de promoverlas: el fundamento para acometer la superación organizada y consciente de ese status-quo descansa en la verificación de estas rupturas.

En circunstancias de choque directo y amplio con el poder, son rebasadas no sólo las formas de mediación burguesas, sino todas las divisiones en que descansa el viejo movimiento obrero: la impotencia e inadecuación de cualquier forma-partido o forma-sindical y para-sindical - en cuanto ha sido estructuralmente pergeñadas para prever y controlar los movimientos sociales - queda evidenciada por la irrupción de potentes acciones de masas, para las que la distinción entre las llamadas “reivindicaciones políticas” y “económicas” no tiene ningún sentido. Dichas acciones desbordan el concepto formal y aparatista de una organización diseñada para moldear los impulsos de las masas y sus movimientos según ciertos fines endilgados por la dirección de la organización. Por desgracia en el GPM subsiste aún esta representación, la cual conlleva inevitablemente la sobreestimación de las formas partido-máquina u organización-aparato destinados a domar el movimiento social. Rosa Luxemburg ha visto claramente en “Huelga de Masas, Partido y Sindicatos” la limitación de la idea organizativa que sobreestima y concede un falso valor a la función de la organización en la lucha de clase del proletariado. En efecto, la determinación de la función del partido no debe consistir en la preparación y la dirección técnicas de la acción de masas, sino, ante todo, en la dirección política de todo el movimiento.

La actitud del GPM ante los piquetes argentinos es un conspicuo síntoma de la incomprensión de este crucial problema y, por eso, ha sido ciego al primer signo del rebasamiento, dentro de la clase y sus acciones, de la vieja y reaccionaria estructura de partidos y sindicatos por parte de los emergentes organismos soviéticos. Y aún encontrándose cara a cara con las condiciones atrás señaladas, el avance del movimiento de clase no estaría garantizado, pues la cuestión de la organización revolucionaria, por mucho tiempo, sólo ha sido un tema abstracto, pero en modo alguno un problema que determinara directamente todas las acciones de la vida cotidiana. (18)

Aunque es cierto que el problema de la organización de un partido revolucionario no puede desarrollarse orgánicamente sino a partir de una teoría de la revolución misma - y, exactamente, a esta cuestión es a lo que apunta la tesis de Lenin acerca de la primacía de la teoría - sólo cuando la revolución se ha convertido en un problema del día aparece en la conciencia de las masas y de sus portavoces teóricos con imperiosa necesidad la cuestión de la organización revolucionaria. Poco cuenta el hecho de que estimemos resuelto este problema en tal o cual teórico o en tal o cual practicante de las revoluciones pasadas, la cuestión se va a presentar siempre como nueva ante quienes intenten resolverla de modo concreto en el terreno conformado por los elementos que la historia ha elaborado hasta el día de hoy. Incluso la llegada al nivel de la confrontación directa de clase, no será suficiente para dilucidar este problema. Ya que la conciencia de la clase es a fin de cuentas siempre sólo la de la práctica existente, la convergencia entre la clase y su programa histórico en la organización revolucionaria consciente está lejos de reducirse a una labor de ilustración; por el contrario, requiere de la dislocación de los poderes e influencias burgueses y reformistas que circunscriben el horizonte del proletariado en la economía y la política del capitalismo. El rol mediador entre esta situación ideológica y política de ruptura de los movimientos de masas y el acceso a nuevas formas de consciencia y de orientación revolucionaria prefiguradoras del objetivo final, incumbe plenamente al partido comunista, pero los elementos de esta toma de conciencia deben estar ya presentes en la situación objetiva. (19)

En este sentido, el planteamiento del GPM en torno a la cuestión de la organización y su relación con la praxis - y de modo particularmente evidente alrededor de la función del partido (al que se atribuye un papel directivo frente a unas masas que siempre son colocadas en el estado de rebaño) - destruye flagrantemente la dialéctica del proceso histórico. La idea de un Partido providencial que, situado fuera del movimiento de la sociedad y fijado en la mente de un grupo iluminado, lo sabe y lo envuelve todo, encarnando una especie de jurisprudencia suprahistórica sobre la revolución, es una representación mítica de la división del trabajo en el seno del movimiento anti-burgués que idealiza las estructuras cosificadas y cosificadoras ya fijadas por la asimilación consuetudinaria de la organización en el sistema de dominio contra el que sedicentemente se postula. Lo único nuevo y característico sería aquí la forma sectaria de la reproducción de esta escisión, sin que, empero, la situación de falsificación ideológica y de subordinación mecánica que el capitalismo impone a las masas se modifique en modo alguno por este hecho. (20)

En efecto, a diferencia de la praxis de las clases y estamentos revolucionarios de otras fases de la historia social, la praxis proletaria no se dirige a alterar parcialmente la estructura social ni a una nueva distribución de los papeles de los detentores del poder, tampoco conserva las formas de organización e intercambio social que garantizan un funcionamiento ciego y automático de la totalidad social y perpetúan la división social del trabajo - inherentes al capitalismo - sino que busca, desde sus mismos inicios, la completa superación de las relaciones de clase y de poder y el control consciente de todas las actividades de producción e intercambio (material y espiritual) de la sociedad hasta lograr un dominio racional del proceso conjunto de formación de los hombres, dejando atrás las viejas divisiones y dicotomías del capitalismo. El problema de la organización comunista encuentra su sentido y razón de ser precisamente en esta relación dialéctica, en la función mediadora que atañe a la organización en el proceso revolucionario destinado a liquidar esas divisiones. Sólo una organización que nunca pierde de vista el nexo entre el movimiento real y el objetivo final, que entiende el tránsito del reino capitalista de la necesidad al reino comunista de la libertad como un proceso inseparable de los actos y experiencias transformadoras del proletariado, puede llevar la praxis proletaria a una plena conciencia de sí misma. La revolución es el proceso que debe conducir a este salto histórico y el movimiento del proletariado es el sujeto llamado a operar esta transición. En este sentido, es decir, en el sentido de la unidad entre los medios y los fines del partido revolucionario del proletariado, es lícito definir el partido como la prefiguración de la sociedad comunista por la que combate y a la que da una forma concreta en las luchas presente de la clase.

Resulta claro que es imposible identificar las modalidades y formas que reviste el paso a la organización y a la praxis revolucionarias sin un previo esclarecimiento teórico acerca de las condiciones de desarrollo de las formaciones sociales en cuestión y de sus precisos puntos de desintegración. En este sentido, muy pocos comprenden la indestructible unidad dialéctica de la cuestión de la concepción del carácter de la revolución y de las consiguientes tareas (coalición nacional anti-imperialista o frente único de todos los explotados contra el capital, canalización proletaria de la rebelión de la pequeñaburguesía arruinada o supeditación del movimiento de clase a la democracia radical pequeñoburguesa) y la cuestión de la organización. Ahora bien, ya que la organización es la forma de mediación entre la teoría y la práctica, ya que la teoría y la acción revolucionarias no pueden cobrar concreción y realidad sino por mediación de la organización, “toda tendencia ‘teorética’, toda divergencia de opiniones tiene que mutar de un momento a otro en discrepancia organizativa...”. (21)

Para no quedar en mera teoría, en opinión abstracta, una concepción de la revolución tiene que mostrar el camino de su realización. (22)

Hasta aquí nadie en sus cabales discutiría al GPM la razón que le asiste en su crítica del espontaneísmo en materia de organización. Sin embargo, el GPM se equivoca cuando incurre en la generalización de las relaciones vanguardia-masas impuestas por el retroceso político e intelectual del movimiento de clase, fenómeno que estimamos asociado, de modo notable, a la profundidad de la contrarrevolución estalinista y al consuetudinario predominio de las prácticas SD’s y sindicalistas. Aunque las actuales circunstancias de aislamiento de las tentativas de construcción política comunista parezcan justificar una sobreestimación del rol de la organización, no podemos soslayar el mecanismo real que origina tal estado de cosas: la momentánea desmovilización de la clase a nivel internacional y la hegemonía absoluta de la ideología burguesa y las estructuras-superestructuras capitalistas sobre las expresiones organizadas de los trabajadores. Hoy, justamente, la evolución argentina nos da una señal de alerta sobre las inevitables desviaciones que lleva consigo el hacer hincapié en el rol de la organización partidista más allá de la cuestión de la dirección política. Una acentuación semejante corrobora inequívocamente el reinado de los muertos sobre el cerebro de los vivos. Llamamos a reflexionar sobre el enorme retroceso que comportaría imponerle de nuevo a las masas en estado de orfandad política la dictadura burocrática del partido-providencia. Muchos grupos y grupúsculos “partidistas” - cuyas tendencias comunes consisten en enfatizar cada vez más la importancia del aparato partidario - sólo comprenden dificultosamente y examinan con desconfianza los gérmenes revolucionarios de origen obrero. Ellos conciben al movimiento de los trabajadores exclusivamente en función de la propia actividad y exigencias del pequeño círculo partidario. Consideran que su función estriba en conducirlo y gobernarlo desde las alturas celestes de su ciencia. Pretenden subordinarlo a su propia acción y fines, imponerle desde arriba sus consignas y mantenerlo de ese modo bajo su tutela para utilidad propia. La consecuencia de ello es la insensibilidad frente a las nociones formuladas por las masas obreras que reaccionan directa y personalmente contra la explotación capitalista. Nuevamente el prisma de la praxis proyecta luz y hace comprensible la génesis de esta conducta: los “partidólatras” creen solamente en las ideas que ellos mismos elaboraron a partir de las necesidades de su práctica cotidiana y del medio donde ellos evolucionan. Por actuar cada vez más sobre el terreno de organismos cerrados soseídos en sus propios problemas, son incapaces de transportar a él concepciones creadas por el mundo de las clases subalternas para su propio uso.

Surge claramente de ello la profundidad de las divergencias en el movimiento marxista revolucionario. Por un lado, están las agrupaciones políticas para las cuales las masas trabajadoras sólo aparecen como el objeto de la concepción organizativa y ya no como el sujeto de la lucha de clases; por otro lado, están las corrientes que comprenden que las fuerzas obreras sólo pueden acceder a través de la lucha a una conciencia más o menos nítida de su rol revolucionario y a una precisión suficiente de los motivos y los fines que las animan. Las opiniones y juicios emitidos por el GPM en sus trabajos acerca de la situación en la Argentina permiten captar en todo su alcance cuán ajena es su concepción organizativa del desarrollo del movimiento de clase real. Entendámonos bien. No cuestionamos la independencia político-organizativa de las agrupaciones comunistas - ligada a la preservación irrenunciable del programa comunista en el contexto de general hostilidad creado por decenios de contrarrevolución y, por lo tanto, necesaria - nos referimos a la extrapolación de ese estado y su elevación a principio estratégico. Los grupos marxistas que rechazan los movimientos espontáneos de los trabajadores en la Argentina, le oponen a su acción una concepción de la revolución social realizada desde arriba, mediante la conquista del poder central. A su vez, colocan el centro de gravedad de la lucha comunista, no en la conquista de la dirección política de las masas obreras auto-organizadas, sino en la concentración del poder en manos del partido. Cuando pretenden asignar a los movimientos de masas la parte que según ellos les corresponde, la subordinan todavía a la actividad del partido político. De este modo, generalizan en el plano político-estratégico las formas organizativas e ideológicas unidas la situación de desventaja histórica impuesta al movimiento proletario por el triunfo de la contrarrevolución. El encartujamiento de la práctica política ha obstruido la visión de muchos revolucionarios, quienes reducen toda la política del proletariado al mantenimiento de una plataforma principista sin conexión con el movimiento real.

En todos los casos prima la idea de un partido-máquina que ordena el caos de la espontaneidad de masas y vigila su acción: la revolución queda reducida a un problema de ingeniería política. Aunque se admita la significación del movimiento espontáneo - sobre todo, como síntoma - la misión que se le traza al partido es siempre la de hacerse obedecer por las masas. Se hace caso omiso del hecho de que la rebelión obrera y de masas tiene origen en los mecanismos económico-sociales elementales del capitalismo y representa la acción espontánea y personal del proletariado sublevado. Valdría la pena, por tanto, volver sobre el concepto de comunismo. Para nosotros el comunismo es el movimiento real del proletariado y no un cuerpo de ideas y planes sociales separados, que existan fuera del movimiento de los trabajadores y de la conciencia adquirida en la lucha contra el orden establecido. La suerte final del comunismo se liga, por tanto, al desarrollo de la capacidad social y política del proletariado, capacidad, a su vez, enlazada a su grado de participación personal en la administración y control del proceso social revolucionario. ¿Qué debe entenderse por capacidad? Se trata de una cuestión de fuerza social tangible y de comprensión efectiva de los procesos que tienen lugar en la sociedad y de sus mecanismos; se trata de alcanzar la solidaridad, la unión, la homogeneidad y la responsabilidad que hagan apto al proletariado para destruir el conjunto de las instituciones y de las ideas tradicionales del capitalismo y de sustituirlas por las instituciones y las ideas comunistas, con los nuevos tipos de vida social que éstas implican. Para acceder a tal grado de fuerza y de comprensión, el proletariado debe adquirir cada vez mayor conciencia de la potencia de que puede disponer si sabe organizarse, del lugar que ocupa dentro del conjunto de la producción moderna y de la discontinuidad que media entre el mundo antiguo que él combate y el mundo nuevo que elabora. El comunismo sólo habrá de triunfar en la medida en que el proletariado, que es su depositario histórico, sea capaz de realizarlo. En el crecimiento de la capacidad obrera estriba, por tanto, el problema esencial del comunismo. Confiar solamente en su energía, subordinar el éxito al desarrollo de la solidaridad y de la unidad obreras, significa reconocer que la clase productora sólo podrá destruir el mundo de explotación capitalista cuando encuentre en sí misma la valentía y el poder necesario, la indispensable cohesión. Decir que el desarrollo de la capacidad del proletariado es una utopía, ¿no equivale a decir que el comunismo es irrealizable? Porque significa desesperar de ver por fin a la clase obrera lo suficientemente unida, solidaria y organizada como para erigirse como un solo hombre y derrocar el orden burgués que soporta. Las objeciones dirigidas contra la capacidad del proletariado, de ser fundadas, valdrían también irrefutablemente contra el comunismo.

Sólo un movimiento que coloque los destinos del proletariado entre sus propias manos y que espere la victoria definitiva exclusivamente de su energía de clase, está en situación de crear y desarrollar las ideas revolucionarias. Los “marxistas” que se declaran partidarios de la revolución social, pero encuentran obscura o falsa la idea de la potenciación de la capacidad proletaria mediante la praxis que subvierte el orden social, se olvidan de establecer con precisión su propia concepción. O bien la revolución social es la obra de un partido político que se apodera violentamente del poder - y entonces se trata de una acción no emancipadora porque las masas no son capaces de adueñarse de los instrumentos de trabajo y no destruye los órganos del Estado de clase; o bien la revolución social es la obra de las propias masas proletarias, que acceden a un grado suficiente de organización, de cohesión y de conciencia, y entonces no delegan a partido exterior a ellas mismas y que actúa como intermediario de la gestión de su libertad: la emancipación de los trabajadores es la obra de los trabajadores mismos. La cuestión central que enfrenta la corriente proletaria consciente organizada en partido, no reside, por consiguiente, en edificar un nuevo aparato de funcionarios que extiende sus tentáculos sobre el cuerpo de la clase a través de organizaciones bien afincadas en la institucionalidad burguesa - y que de agente primitivamente revolucionario, termina convirtiéndose en un componente de la máquina encargada de subyugar al proletariado - sino en establecer los mejores medios de educación y los más eficaces excitantes para la organización enderezada a la acción revolucionaria al alcance del proletariado.

El recurso exclusivo a las fuerzas propias de la clase obrera, tanto para la defensa de sus intereses económicos y políticos, cuanto para el derrocamiento del orden burgués y la toma de los medios de producción: he ahí lo que subyace a la noción de comunismo. La acción comunista se caracteriza por expresar el acceso del proletariado a su mayoría de edad histórica: en ella, la clase se niega a esperar su emancipación de un grupo más o menos compacto de políticos profesionales o de las disposiciones más o menos favorables de determinado gobierno. Una clase vacilante al momento de decidir si debe extraer solamente de su propio seno las energías y recursos de su acción e incapaz de afirmar la implacabilidad de la guerra que declara al mundo burgués, es una clase incapaz de emanciparse. Con el mismo procedimiento, la clase obrera destruye las ilusiones que intentan naturalmente alimentar en su espíritu tanto los políticos como los gobernantes. Si organismos como el GPM - y otros afines - están del todo seguros de que el régimen capitalista no habrá de desaparecer sin violencia; si creen en la necesidad de desquiciarlo para arruinarlo definitivamente; si están persuadidos de que las teorías pseudo-socialistas de la colaboración de clases y de la paz democrática y social son nefastas para el movimiento de liberación obrera; si piensan que el triunfo del proletariado está subordinado al desarrollo de su energía creadora y del sentimiento de su responsabilidad y de su fuerza; si quieren mantener intangible la necesidad de la ruptura de todo vínculo entre las clases, del foso infranqueable que las separa, del combate sin tregua que éstas deberán de sostener para arribar a una conciencia clara de sus objetivos históricos; si es así, el papel, la estructura e importancia que actualmente le conceden a las vanguardias partidistas debe ser congruente con los fines. No se puede absolutizar el rol histórico del partido político comunista y su función en la elaboración de las formas racionales y concientes del movimiento de clase sin negar, al mismo tiempo, el desarrollo revolucionario mismo y reafirmar las estructuras y superestructuras burguesas que se dice combatir.

El término “comunismo” se refiere, por tanto, al movimiento de los obreros dentro del capitalismo antes de que llegue a su expresión revolucionaria. El marxismo ha surgido precisamente como la conciencia científica de este movimiento en una fase relativamente elevada de su desarrollo. Su función no es imponerse al movimiento de clase, sino esclarecerlo y darle una visión exacta de sus condiciones materiales y de las consecuencias de la lucha de clases. Una de las primeras enseñanzas del marxismo consiste en que la acción real del movimiento comunista no implica necesariamente que los obreros posean desde el comienzo una perfecta claridad acerca de la salida final de sus luchas. Para el marxismo, en efecto, “al principio no era el verbo, sino la acción”: sin el avance de las luchas de clase, sin la erección del proletariado como fuerza real, no hay siquiera posibilidad de formular e introducir un programa revolucionario que garantice esta toma de consciencia. Tanto en el dominio de la teoría como en el de la práctica, el marxismo sólo aprueba y adopta aquello cuya naturaleza consiste en desarrollar la conciencia que la clase obrera adquiere - a través de la lucha - de la oposición irreductible que la enfrenta con el régimen capitalista. Los acontecimientos argentinos deben ser encarados por quienes se reclaman marxistas desde ese punto de vista, si es que quieren captar en su totalidad el valor revolucionario que ellos entrañan. Que presten atención a ellos, y no tendrán dificultad alguna en poner de relieve todo su alcance revolucionario, para la educación y la organización de las masas obreras. Dado que el conjunto de la situación actual en la Argentina proporciona la evidencia del potencial de clase presente en la lucha, nuestra tesis refleja claramente los gérmenes sociales y las “tendencias” presentes en el movimiento de los piquetes, no su derrotero inexorable. Ello explica nuestra manera de argumentar respecto de la dinámica de los piquetes: nosotros tratamos de hacer consciente al movimiento de los nuevos gérmenes y principios sociales presentes en su seno - y defectuosamente explicitados en su plataforma de reivindicaciones - para permitir su pleno desarrollo y afirmación en la lucha.

Cuando juzga que la aptitud de cada trabajador para intercambiar socialmente no debe obedecer al mercado ni a los ciclos económicos del capital, sino a las necesidades humanas, cuando proclama que el poder político debe ser devuelto a las asambleas obreras, cuando pone por encima de la jerarquía capitalista en la industria los intereses del cuerpo de trabajadores y cuestiona, por tanto, efectivamente la división social del trabajo, cuando se levanta contra la distribución inequitativa del tiempo laboral entre los diferentes individuos en nombre de los derechos de toda la clase trabajadora, cuando dice que la repartición del producto social del trabajo debe responder a las necesidades sociales y no a los criterios de la ganancia burguesa, demuestra su espíritu proletario y comunista. (23)

Sin embargo, desde la óptica dialéctica, resulta improcedente considerar el problema de la construcción del partido al margen del proceso socio-histórico atravesado por la clase; la primera y más nefasta consecuencia de una omisión semejante consiste en incapacitar a los organismos de vanguardia para comprender la dependencia del trabajo constructivo, efectuado inicialmente por grupos reducidos, respecto del conjunto de la praxis social - y, especialmente, de las condiciones que determinan la evolución y formas de la clase en el capitalismo - es decir, la dependencia del trabajo político de gran alcance emprendido por las vanguardias respecto de las mutaciones de la estructura económico-social burguesa (y, con ella, de las clases que la conforman) y, propiamente, de la lucha de clases que se desenvuelve en correlación con las primeras. De este modo, la falta de un claro reconocimiento del problema de la organización tiene que ver tanto con el contexto político-ideológico actual - donde prima la adversidad - y las insuficiencias dialécticas de las jóvenes agrupaciones políticas que pretenden inscribirse en la tarea de refundar el movimiento comunista. Gracias al ensimismamiento de las vanguardias, enlazado con la atmósfera hostil ya indicada, el problema de la organización se mantiene en un abstracto aislamiento - expresándose en la sobreestimación de la organización - y el camino político por el que se podría conseguir su adecuada función en el proceso revolucionario ha quedado transitoriamente cerrado.

(7) No basta que la crisis del capitalismo haga imposible las formas bajo las que el reformismo practicado por la socialdemocracia y el estalinismo ha contenido por décadas el acceso colectivo a la consciencia comunista, mientras los elementos más avanzados y organizados del proletariado, en cuanto pretenden fungir como factores nucleadores del partido de clase, no estén en situación de operar concretamente como un centro de análisis, de crítica, de indicaciones comprensibles y cumplidas para enfrentar y derrotar políticamente el oportunismo. Hablamos de organismos de vanguardia justamente en el momento en que tales elementos pueden convertirse en un operante polo de agregación contra los factores, manifiestamente opuestos, de fragmentación, aislamiento y dispersión de los organismos y las praxis obreras. En este sentido, a la crisis histórica y económica de las estructuras y superestructuras del capitalismo de Estado estalinista y del capitalismo liberal hoy dominante, debe seguir, necesariamente, la crítica teórica y revolucionaria de las ideologías y las praxis políticas que les son tributarias. Cuán importante es disponer hoy de una profunda síntesis del movimiento obrero y comunista mundial, es evidenciado por los desafíos planteados por una fase de la historia en que las condiciones que hicieron posible al viejo movimiento obrero (el capitalismo de Estado, el keynesianismo, la etapa de animación del capital) han desaparecido y en la que, por tanto, la superación de las viejas - pero todavía vitales - influencias tradeunionistas y estalinistas, pertenecientes al período de adaptación del movimiento obrero al capitalismo, se presenta como la primera exigencia para el progreso de la consciencia del proletariado hacia su programa histórico. El partido se crea en el proceso de confrontación con las realidades que han puesto en acto las dinámicas del capital, en el intento de revertir el influjo de la degeneración político-ideológica ligada al stalinismo y sus apéndices históricas (especialmente el trotskysmo), por echar raíces dentro de la clase en la línea de la promoción de las formas políticas de la dictadura del proletariado y la transformación comunista de la sociedad. La totalidad del raciocinio político que guía hoy y guiará ulteriormente al movimiento obrero y comunista depende de que el giro del proletariado hacia un comportamiento de crítica práctica al capitalismo asimile dicha síntesis en el sentido de la determinación de las características de la estrategia y la táctica revolucionaria y acabe, a la sazón, marchando fuera de los cauces reformistas. La importancia que reviste este momento crítico en el proceso de elaboración de las líneas de organización y de acción fundadas en la neta separación de la concepción y la práctica proletarias respecto del pensamiento y de la praxis burguesa, es crucial.

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Tales causas deben buscarse todavía en el rol desempeñado por el stalinismo y por los partidos nacional-comunistas modelados a su imagen y semejanza. Las vicisitudes históricas ligadas a esta trágica experiencia - con todos sus giros, desde el fracaso del "socialismo real" al transformismo democraticista de la izquierda burguesa - han tenido consecuencias nefastas sobre la clase obrera, obstaculizando la agregación de los elementos de vanguardia alrededor del programa de emancipación del proletariado. Y no obstante el derrumbe del stalinismo, que ha dominado por más de medio siglo las consciencias obreras, estamos todavía lejos del conocimiento de un primer balance crítico de cuanto ha acaecido en la ex-URSS. La perduración de este equívoco, bien alimentado por el poder burgués y sus sostenedores, ha generado confusiones y frustraciones, reforzando el dominio ideológico y político del capitalismo sobre el proletariado. Poco han podido hacer las débiles fuerzas revolucionarias en un contexto tan difícil. El ataque burgués y las derrotas sufridas, el estancamiento de la lucha de clases, no han permitido a la casi totalidad de los trabajadores siquiera el saber de la existencia de una 'Izquierda Comunista' con sólidas tradiciones proletarias.

En torno al Tardo-Bordiguismo, D., Editorial Prometeo, Milán

(9) Historia y Conciencia de Clase, Georg Lukács.

(10) A propósito del supuesto contrasentido que estaría implícito en nuestra expresión de “instinto revolucionario” sólo podemos decir que llamamos “instinto revolucionario” a todo impulso, comportamiento o “noción” no plenamente reconocidos o comprendidos en los que van implícitas actitudes o posturas prácticas que, al profundizar el foso que separa a la burguesía del proletariado y afirmar los valores de la lucha solidaria contra la sociedad, tienen un efecto objetivamente subversor del orden establecido o anuncian los rasgos y conductas del nuevo mundo que pugna por nacer. A todas las posturas o nociones relativas a la conducta o a la acción de clase con efecto de ruptura y contraposición con las formas sociales e ideológicas burguesas, pero no suficientemente elaboradas en términos de la conciencia y de la organización de clase, les damos el nombre genérico de “instinto revolucionario” o “instinto de clase”. En general, nos referimos aquí a factores de la conducta y la acción de clase no debidamente clarificados y racionalizados. Sólo para quienes la revolución es, desde un comienzo, sólo un fenómeno calculado y planeado de modo claro en la conciencia, puede aparecer como un contrasentido el concepto de “instinto revolucionario”. Para nosotros, en cambio, la actividad revolucionaria es un proceso que compromete todo el ser, toda la personalidad del proletariado y de los militantes revolucionarios tanto en el orden consciente como inconsciente y pone en juego o comporta niveles instintivos, emocionales al lado de las más altas y complejas formas de planificación y racionalización teorética.

(11) El “leninismo” entre comillas que aquí discutimos corresponde, ciertamente, a la imagen que ha forjado de él lo que hemos denominado la “talmúdica leninista”, tanto en su versión estaliniana como trotskysta. Consabido es que el Lenin de los estalinistas, de los trotskystas y de tantos otros no ha muerto: es más, su impronta es aún dominante. Aunque los hombres contemporáneos viven bajo la impresión de residir a una distancia sideral de su más reciente ayer, su cerebro sigue siendo oprimido por el pasado. La pérdida de la noción y del mismo sentido de la historia, debida a la espectacularización del mundo moderno, es, en gran parte, la circunstancia responsable de la reiteración y persistencia de la proyección deforme del pasado por nuestra conciencia. En lo que concierne a nosotros, el pensamiento de Lenin - vale decir, la expresión teórica y política de la necesidad de una vanguardia organizada que luche por la unificación de la clase alrededor de su programa histórico - está y estará vigente mientras no se supere prácticamente el retraso subjetivo del proletariado. Por tanto, el “leninismo” que exponemos a crítica representa la variante talmúdica del providencialismo y del voluntarismo, impugnada por nosotros por ser la versión adaptada y ajustada al horizonte político burocrático-dictatorial del estalinismo, de sus competidores trotskystas e incluso de los bordiguistas... Quizá el hecho de efectuar su ejercicio intelectual dentro de los cánones de un rígido formalismo teórico, induce involuntariamente al GPM, a través de decenas de páginas en las que tiene lugar una incesante referencia y re-examen de la doctrina recibida, a ejercer una especie de burocracia del espíritu, como forma supletoria de una probable vocación a una burocracia de hecho.

(12) A esta cuestión ya nos hemos referido antes. Ver también al respecto, G. Lukács, Historia y Conciencia de Clase, cap. “observaciones de método sobre las cuestiones de organización”.

(13)

Junto a la crisis capitalista están, en efecto, la revolución y la guerra imperialista. La disyuntiva "comunismo o barbarie", planteada por Rosa Luxemburg a comienzos de siglo, vuelve a estar al orden del día. En efecto, el hecho de que la crisis de valorización del capital haya llegado a ser crónica, trae consigo la intensificación del carácter represivo-destructivo de las fuerzas productivas y de los medios técnicos empleados por el capitalismo. Recordemos que de las dificultades de la acumulación, dadas por esa insuficiente valorización, deriva necesariamente la tentativa del capital de ampliar la base de extorsión de plusvalía en que reposa el sistema de manera continua e ininterrumpida. Dado que la capacidad de los capitales nacionales para aportar esta base se encuentra limitada por la elevación excesiva de la composición orgánica del capital en las metrópolis, el capital es forzado a expandirse a escala mundial. En ello reside el origen del imperialismo y la guerra.
Los factores que impulsan la expansión del capital no son, sin embargo, físicos, sino económicos... residentes en la imposibilidad de producir, sobre un nivel dado del capital total, un monto de plusvalía suficiente para financiar la acumulación subsiguiente. El capital intenta, pues, ampliar, por cualquier medio a su alcance, la masa de trabajo excedente que subviene a las necesidades de valorización del capital social en funciones. La acumulación de capital (reproducción ampliada), en la medida que se desarrolla gracias a la creciente concentración y centralización de la economía que absorbe la plusvalía disponible, ha entrado en una fase de crisis mucho antes de que el capital alcanzara en términos físicos una presencia superabundante en todas partes, es más, ha entrado en crisis en una situación en la cual el mundo se halla evidentemente subcapitalizado. Cuando hablamos de "sobreproducción del capital" nos referimos, por tanto, a un nivel de capital a valorizar que deviene excesivo en comparación con la masa de plusvalía susceptible de ser extraída de la población que sirve de base a la producción capitalista. Como se sabe, la tensión por vencer este límite implica tanto la exportación de capitales hacia aquellos lugares donde la composición orgánica es menor y, por lo tanto, la inversión en capital constante y fuerza de trabajo permite obtener una tasa de ganancia superior a la de las metrópolis, como también el desarrollo de formas parasitarias del capital-dinero y, con una urgencia extrema, la necesidad de garantizar un aprovisionamiento seguro y un consumo barato de las materias primas y fuentes de energía masivamente solicitadas por la producción industrial y el funcionamiento del gigantesco aparato mecanizado de las sociedades modernas.
Si convenís con esto, también entenderéis por qué cada grupo capitalista (y, por lo tanto, imperialista) necesita de esferas de influencia, zonas de interés, etc. que entran en sus respectivos campos geo-estratégicos. Pero puesto que, tarde o temprano, como subrayó Luxemburg, se va a dar una situación en la que todas las colonias y esferas de interés serán propiedad de ciertos grupos imperial-capitalistas, el estallido de una batalla vital entre estos grupos es inevitable: la guerra mundial. En este sentido, los Estados y aparatos creados para la guerra, aunque aparentan obedecer a otra lógica u otros motivos, son, en efecto, funcionales a los dilemas de la reproducción capitalista, y por ello responden, ante todo, al imperativo de fondo de la valorización, desarrollando la lucha comercial y financiera de los capitales por otros medios. Tal cosa explica por qué la economía industrial-civil se ha transmutado rápidamente en el curso del siglo XX (y así será mientras perdure el capitalismo) en economía militar. La causa final de la guerra se halla, pues, en el hecho de que todo grupo imperialista-capitalista quiere evitar la crisis definitiva descargándola en otro lado, pues para la acumulación capitalista en su conjunto no hay una plusvalía suficientemente grande. La lucha por ampliar los mercados, por nuevas esferas redituables de inversión, por obtener áreas o sectores de aplicación del capital que garanticen ganancias extras, el intercambio desigual en el comercio exterior, el parasitismo económico del gran capital financiero, la explotación de los países atrasados, etc. forman parte de las salidas provisionales a la crisis, obran como contratendencias de la misma. Al final, sin embargo, tales medidas, unidas al esfuerzo por detener la caída de la tasa de ganancia e incrementar la explotación del proletariado - la cual, a su vez, encuentra su tope en el mínimum histórico para la reproducción de la FT - se tornan ineficaces: los equilibrios que mantienen las relaciones entre las potencias y las compañías se rompen al hacerse demasiado estrechas las fronteras económicas en un mundo ya repartido y explotado al límite. La suma de conflictos que lleva consigo el capitalismo - el dominio de clase, la rivalidad interburguesa, la hegemonía de unas naciones sobre otras, las luchas "nacionales" e internacionales intercapitalistas, etc. - se agudizan y entrelazan a niveles extremos, se mezclan entre sí para formar una situación explosiva. Puesto que, como ya lo había advertido Rosa Luxemburg, "la guerra mundial no puede ser sino una tentativa para evitar la crisis final y puesto también que no resuelve la crisis en sí misma, sino que siembra los gérmenes para nuevas guerras mundiales", la guerra y el empeño metódico en la sujeción-explotación-destrucción del hombre y de la naturaleza aportarían la única "solución" a los problemas de supervivencia de este sistema económico-social.
Sin embargo, frente al hundimiento de la humanidad en la barbarie - recrudecimiento de la explotación y la miseria, embrutecimiento generalizado, degradación progresiva del ambiente, emergencia de formas extremas de dominio del hombre sobre el hombre, etc. - se yergue la alternativa comunista del proletariado. Pero esta alternativa no surge mecánicamente de la situación objetivamente dada por la crisis capitalista, sino que requiere del desarrollo histórico de una subjetividad de clase capaz de constituirse en partido político frente al capital. Solamente la intervención revolucionaria consciente del proletariado puede transformar la crisis en marcha del capitalismo en su crisis final. Esto exige la creación de un arma necesaria para la lucha del proletariado contra el capitalismo mundial: la formación de un partido de clase opuesto a todos los Estados nacionales existentes y a la burguesía mundial. El desarrollo mundial del capitalismo imperialista, la imposibilidad de que las burguesías nacionales existan sin el imperialismo (recordemos, a propósito, el rol jugado por el capital financiero), hacen que las tareas del proletariado frente a su propia misión no le permitan, por una parte, alinearse con los movimientos nacionales de liberación (los cuales - y esta observación tiene gran pertinencia en las actuales circunstancias argentina y Latinoamérica - en razón de la estructura de la sociedad actual, no son formas autónomas del sistema capitalista-imperialista, sino expresión de las confrontaciones que ocurren en su interior) ni tampoco ser cumplidas por ninguna burocracia ni por los aparatos reformistas y stalinistas que hoy dominan al movimiento obrero.

Respuesta a Luis Bilbao y a la Revista “Crítica de Nuestro Tiempo”, 1999

(14) Debemos observar en este punto que, pese a su general equivocación y al carácter extravagante de la teoría del mito, la exégesis soreliana del marxismo es cuando menos en este aspecto correcta.

(15) Pese a ser objeto de exégesis deterministas, el materialismo histórico no se ha inclinado jamás por la preponderancia mecánica y directa de la infraestructura sobre la superestructura. El marxismo no es reduccionista: la superioridad de la economía sobre otros momentos de la realidad, no es en su doctrina una elección metodológica, sino la revelación de la característica específica de una sociedad y de una época determinadas (el capitalismo), atributo no extensible a la praxis revolucionaria del proletariado en marcha hacia el comunismo. Aunque remitió la esfera de la consciencia fundamentalmente a la estructura económica de la sociedad, definiéndola como una síntesis de las relaciones sociales históricas, Marx extendió su concepto a la praxis revolucionaria que eleva la conciencia por encima de los condicionamientos y determinismos ambientales, confiriéndole un fiat creador histórico original:

La doctrina materialista que hace de los hombres un producto de las circunstancias y de la educación, que, por tanto, cambian con el variar de las circunstancias y de la educación, olvida que las circunstancias son transformadas precisamente por los hombres y que el mismo educador debe ser educado.

En el proceso real de la historia y de la sociedad, donde se forman y desenvuelven inseparablemente los individuos y los sistemas sociales y se transforma continuamente la naturaleza (tanto aquélla que constituye al hombre mismo al comienzo de los tiempos como la que conforma el universo circundante, al tiempo que es creada, en virtud del intercambio y de la actividad humana, una nueva naturaleza social), el sujeto y el objeto, el hombre y el medio, aparecen efectivamente integrados en un todo concreto en incesante desarrollo, donde cada momento simultáneamente condiciona y reacciona sobre el otro. A la luz de las célebres “Tesis Sobre Feuerbach” resulta claro que para Marx la transformación de las condiciones objetivas exteriores constituye, al mismo tiempo, una transformación interior en el orden del ser y de la conciencia social. El ligamen concreto entre conciencia y condiciones materiales pertenece a la praxis. Sin una clase que en razón de su condición material en la sociedad se oponga al orden establecido y sin praxis que transforme las relaciones materiales “externas”, es imposible el tránsito a la conciencia revolucionaria. La acción innovadora y subversiva que la humanidad despliega en cualquier campo, no se dirige solamente a la exterioridad objetiva, sino también, y aún más, a la interioridad subjetiva del ser humano social: praxis que subvierte o renueva el ambiente en cuanto al mismo tiempo se renueva o se subvierte a sí misma. Sólo transformándose también a sí misma la humanidad llega realmente a transformar las condiciones de su vivir; sin el íntimo cambio de la conciencia y de la orientación espiritual no se produce ningún verdadero y sustancial cambio de la vida y de la sociedad humana. Pero, ¿cuáles son las premisas y las formas generales que reviste la conquista de una nueva actividad y de una nueva consciencia por parte de la humanidad? Incluso esta pregunta tan compleja halla respuesta en el riguroso inmanentismo historicista de Marx:

Una sociedad - escribió - no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda encerrar, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir.

Pero Marx no sólo advierte que en la praxis socio-histórica se desvela el carácter artificioso y puramente formal de los elementos mutuamente excluyentes de la antítesis metafísica, sino que denuncia la separación entre el espíritu y la materia o, de manera más precisa, de la estructura y la superestructura, como un hecho histórico que hunde sus raíces en la alienación del trabajo. La antinomia metafísica que divorcia el "espíritu" y la "materia" - dando lugar a abstracciones extremas como el "idealismo", el "materialismo" y el dualismo filosóficos - tiene, por tanto, una solución histórica. El activismo eversivo de los hombres en la praxis revolucionaria desempeña el papel de reunificar los dos términos abstractamente contrapuestos por la sociedades de clases y las formaciones sociales reificadoras en una nueva y superior síntesis histórica: la praxis revolucionaria pone de presente la naturaleza histórica de la contradicción de estos dos aspectos e indica las mediaciones por las cuales se determinan y condicionan uno a otro. En un proceso histórico vivo, estos dos momentos asumen alternativamente papeles principales y secundarios de acuerdo con las situaciones concretas y siempre fluidas que se registran en su desenvolvimiento. Así, pues, sólo el pensamiento abstracto, sin vida, puede contraponerlos y realzar unilateralmente momentos específicos de la realidad a expensas del todo. En la realidad concreta, que es sinónimo de vida y movimiento, se confunden en uno, no pueden existir más que en recíproca dependencia. Marx no incurrió, por tanto, en una interpretación determinista y mecanicista que redujera directamente los fenómenos ideológicos y superestructurales a la base económica, como insistente e insidiosamente se lo han imputado sus detractores; por el contrario, le confirió una autonomía relativa a la superestructura, consistente, en esencia, en el reconocimiento de su capacidad de reaccionar u obrar activamente sobre el proceso histórico; de otra manera sería inexplicable el que haya conferido a la actividad humana consciente la tarea de subvertirse y transformarse a sí misma.

Marx mismo ha sido objeto de distintas interpretaciones que lo adscriben unas veces a una problemática de matriz voluntarista y otras a una variante del viejo materialismo mecanicista. Es cierto que Marx ha dicho que en la historia sólo se revela la obra del hombre, sirviéndose de todo el largo y penoso recorrido de la historia universal para testimoniar que son, precisamente, "los hombres mismos - y nadie más - los auténticos autores de su vida social"; pero ha subrayado, al mismo tiempo, desde el comienzo que en este movimiento creativo los hombres no proceden de modo arbitrario, sino con arreglo a condiciones precisas que han heredado de las generaciones anteriores. El trabajo de la ciencia consiste precisamente en dilucidar las relaciones reales que median entre la consciencia de los hombres (así como las diversas formas de la superestructura) y sus condiciones materiales de existencia, explicando, desde allí, los fenómenos de la conducta y la historia. Naturalmente, estas condiciones no son elegidas al azar; el proceso histórico las engendra y, en cierto modo, las impone a cada generación como premisas de su acción. Para Karl, en efecto, la conciencia es libre y activa, pero goza de una “libertad condicionada”. Si bien ella puede asumir un papel catalítico o inhibidor en el curso de un proceso dado, no contiene su desarrollo ni puede tampoco impedirlo finalmente.

(16) Vale decir, el lugar que les corresponde en el sistema de relaciones de producción y, en último término, su posición de clase.

(17) Entendida como posibilidad objetiva de un nuevo modo de producción y de emergencia de un sujeto objeto revolucionario capaz de conquistarlo.

(18)

Pero tampoco en ese momento ocurre de una vez, sino sólo paulatinamente. Pues ni siquiera el hecho de la revolución, ni siquiera la necesidad de tomar posición ante él como problema del día, según ocurrió en el momento de la primera revolución rusa y después de ella, pudo entonces imponer una comprensión adecuada. En parte, sin duda, porque el oportunismo ha arraigado ya tan profundamente en los partidos proletarios que imposibilita un adecuado conocimiento teórico de la revolución. Pero incluso en los casos en que no se dio ese motivo, en los casos en que se dispuso de un conocimiento claro de las fuerzas motoras de la revolución, éste no pudo desarrollarse hasta constituirse en teoría de la organización revolucionaria. Como obstáculo en el camino hacia una claridad de principio puede en parte contarse el carácter inconsciente, teóricamente sin elaborar, meramente ‘natural’ de las organizaciones existentes. Pues la revolución rusa ha revelado con toda claridad las limitaciones de las formas de organización europeo-occidentales...

Lukács, Hist. y Con. De Clase

(19)

El primer paso que debe darse para hacer visible y consciente la fuerza de los elementos de clase y darle organicidad - subrayábamos en nuestra respuesta a L. Bilbao - estriba en establecer los puntos de referencia y de orientación política de las masas como expresión nítida del programa por el comunismo. La pregunta central es, en consecuencia: ¿sobre qué bases se delimita la frontera entre "nosotros" y el "enemigo"? No basta declarar el objetivo hacia el que se apunta - "la abolición del capitalismo" - sino elucidar en términos programáticos, organizativos y de acción qué significa esa fórmula. Cada corriente "marxista" tiene o bien una respuesta distinta a esta cuestión crucial o, aún coincidiendo en la definición, difiere en lo que respecta a la estrategia para alcanzarla. La pregunta no se puede, pues, responder sin antes haber fijado las directrices estratégicas de la acción de la clase. Tal cosa nos conduce de nuevo al centro de la discusión comunista actual: la exigencia imperativa de determinar las causas de la dispersión de las fuerzas proletarias y las principales dificultades para conquistar la organización política de clase, es decir, lo que un camarada ha llamado claramente "las causas que han obstaculizado la continuación del programa del comunismo al interior de la clase obrera y, por tanto, la ruptura con el dominio absoluto del Capital". En este sentido, nuestro mensaje no está destinado a los iniciados en una obscura doctrina que posee las claves para descifrar un lenguaje críptico: nos dirigimos a todo el proletariado porque no nos consideramos una secta iluminada y providente que pretenda encerrar en sí la suerte futura del proletariado y de la sociedad; vemos a todo proletario como un virtual militante revolucionario y como parte del sujeto colectivo capaz de acceder, gracias a una acción que continuamente subvierte los mecanismos y dispositivos del poder burgués, a los niveles más altos de la conciencia revolucionaria.

(20) En nuestros días esto significa restablecer el nexo necesario entre el programa comunista y el movimiento de clase espontáneo. Dicha tarea no puede siquiera plantearse al margen del combate a las diferentes variantes de la degeneración burguesa del movimiento obrero que han ostentado sin disputa un lugar política e ideológicamente hegemónico en el curso del siglo XX. No obstante, para proseguir victoriosamente la lucha contra toda la herencia anterior stalinista y socialdemócrata, el movimiento internacionalista debe entender que ésta no puede adelantarse solamente como una contienda teórica circunscrita en la alta "esfera del espíritu", sino como una lucha política en la clase y en medio de sus problemas cotidianos. Ya no se trata, en efecto, de refutar una concepción en el plano puramente teórico, exhibiendo sus contradicciones internas y sus aporías, ni de oponer a la visión dominante otros enfoques interpretativos, sino de destruir a los enemigos reales del proletariado - y simultáneamente conseguir su unificación revolucionaria - descubriendo las mediaciones sociales y políticas que unen la teoría revolucionaria con la acción proletaria y permiten su concreción organizativa.

(21) G. Lukács, Historia y Conciencia de Clase.

(22)

Sería, sin embargo, también erróneo creer que la mera acción, el mero actuar sea capaz de arrojar un criterio real y seguro para estimar la corrección de las concepciones en pugna, o ni siquiera para estimar su compatibilidad o incompatibilidad. Toda acción es, en sí y por sí misma, una madeja de actos singulares de hombres individuales y de grupos concretos, y puede entenderse con la misma falsedad como acontecimiento “necesario”, totalmente motivado por causas histórico-sociales, y como consecuencia de “errores” o decisiones “acertadas” de individuos. Aquella confusa madeja no cobra sentido y realidad más que cuando se la capta en su totalidad histórica, en su función en el proceso histórico, en su oficio mediador entre el pasado y el futuro. Más un planteamiento que conciba el conocimiento de una acción como conocimiento de las lecciones que la acción imparte sobre el futuro, como respuesta a la cuestión “¿qué hacer?”, es ya un planteamiento organizativo del problema. Ese planteamiento intenta descubrir en la consideración de la situación, en la preparación y la dirección de la acción, los momentos que han llevado necesariamente de la teoría a una acción lo más adecuada a ella. Busca, pues, las determinaciones esenciales que vinculan la teoría con la práctica.

Lukács, Historia y Conciencia de Clase

(23) A diferencia del GPM, nosotros no reducimos el fenómeno al “dato fáctico” ni al mero “hecho” sino que lo enfocamos como elemento de un proceso con todos sus nexos y ramificaciones dialécticos. Uno de los más crasos errores a que induce su método se ejemplariza en frases como la siguiente:

Y el caso es que, esto que Mandel llamó "instinto de clase relativamente autónomo", en los acontecimientos de la Argentina de hoy día, no aparece por ningún lado, porque la clase obrera, como tal, no está protagonizando el proceso.