Nuestro método - Decadencia, descomposición, productos de la confusión

Artículo publicado en la revista Prometeo, VI Serie, Nº 10. 2004-12-01. Versión original en italiano. Milán. Italia.

Para algunos que insisten en llamarse marxistas, la guerra en Irak, como las otras que se presentan diseminadas en el mundo, encontrarían sus razones en motivos “estratégicos” que guardarían poca o ninguna relación con los intereses económicos que las diversas potencias mantienen en juego en la arena del capitalismo mundial. Es necesario, entonces, aclarar ante todo qué se entiende por “estratégicos”.

Cualquier diccionario dice que estratégico significa “referente a la estrategia”, la cual a su vez, es la “rama del arte militar que trata de la conducción de la guerra” (Zingarelli) o, en sentido figurado, “habilidad para lograr el objetivo deseado en situaciones no fáciles”. De ello se sigue que para los “marxistas” mencionados al comienzo de esta nota la guerra en Irak y otras similares serían momentos de una guerra diferente, más amplia, cuyas causas continúan, sin embargo, ocultas. Los más refinados entre ellos fingen encontrar las causas de estas guerras en el imperialismo, en el conflicto de intereses imperialistas. Se leen frases de este tipo:

Hoy, Alemania percibe la actual aventura americana en Irak como una amenaza real a sus intereses en una zona que ha sido central para sus ambiciones imperialistas desde la Primera Guerra Mundial. Dicho Estado ha lanzado, por tanto, uno de los desafíos más explícitos de cuantos se hayan hecho jamás a los Estados Unidos.

De lo anterior se deduce que, un grado más o un grado menos, los intereses imperialistas actualmente en juego son los mismos de la Primera Guerra Mundial. También en este caso - y con mayor razón - se debería esperar una explicación de cuáles son esos intereses imperialistas que no variaron pese a mediar entre ellos ochenta años de distancia. Pero no es así.

Ha llegado el momento de explicitar a quién y a qué cosa nos referimos. Pues bien, no obstante haber declarado que no estamos interesados en ningún debate/confrontación con la CCI, convendría examinar frases y tesis como las anteriores, pertenecientes a las Resoluciones de su XV Congreso, para demostrar una vez más, si todavía fuese necesario, lo ajenos que son el pensamiento y la perspectiva de tal organización al método y a la doctrina marxistas.

¿Risk o crítica de la economía política?

Las formulaciones que van de la tesis nº 6 a la nº 9 son más parecidas a la descripción de una partida de Risk (1) que a la dinámica realmente seguida por el capitalismo desde los años setenta en adelante, además de incluir perlas de vacuidad como la frase siguiente (de la Tesis no. 8):

El abandono de estas instituciones del ‘derecho internacional’ representa un avance significativo en el desarrollo del caos en las relaciones internacionales.

Hablando en términos más benévolos: muchas de las tesis expresadas se parecen enormemente a los escritos de “geopolítica” publicados en revistas como Limes, con referencias continuas a la legitimidad de las justificaciones de la guerra, al debilitamiento de la autoridad política de los EE.UU., etc. y sin ninguna referencia al contenido real y concreto de los intereses imperialistas. Dichas revistas no dejan, ciertamente, de presentar temas y aspectos interesantes, pero no pretenden utilizar el arma de la crítica que prepara la crítica de las armas.

Tanto la primera como la segunda guerra mundial fueron definidas por los comunistas como imperialistas porque fueron conducidas por frentes contrapuestos impulsados por intereses específicos en rivalidad. Pero de ahí a decir que los intereses eran los mismos es algo muy distinto.

Para todos es claro que si decimos que en un régimen capitalista una revolución industrial - y, por tanto, de los procesos productivos - tiene siempre por efecto el aumento de la productividad del trabajo, decimos una verdad general que nada dice sobre la especificidad de las revoluciones industriales mismas. Sin embargo, tales especificidades cuentan igualmente. Basta considerar la última para entenderlo. Definida por nosotros como ‘revolución del microprocesador’, ésta, a diferencia de las precedentes, no sólo no ha creado nuevos sectores de producción capaces de compensar la pérdida de otros, superados por ella, sino que ha reducido también el costo de las innovaciones, sobre todo el costo del ‘capital constante’, disminuyendo, de rechazo, el aumento de la composición orgánica del capital.

Los intereses en juego en las guerras del imperialismo cambian también de una a otra.

Para cumplir los objetivos expositivos de este artículo nos permitiremos simplificar la idea anterior en un esquema. A saber: la Primera Guerra Mundial ha tenido como rasgo preponderante el conflicto por los intereses coloniales de las potencias (era, en efecto, una guerra por las materias primas); la Segunda Guerra Mundial ha tenido, en cambio, como elemento esencial el conflicto por los mercados de colocación de las mercancías; la tercera en preparación, en una medida muchísimo mayor, enfatiza en su lugar en la lucha por los mercados financieros y, en última instancia, por la repartición de la renta financiera.

Dos aclaraciones se imponen:

  1. No es una casualidad que utilicemos el término ‘preponderante’, o ‘más importante’: significa que junto al motivo primario opera un conjunto de otros motivos, no excluyentes de aquellos que prevalecieron en las guerras precedentes. De modo que, si en la Segunda Guerra Mundial lo preponderante fue el conflicto por los mercados de colocación de las mercancías, el conflicto gravitó también, aunque de manera subordinada, en torno a las fuentes de materias primas y los mercados financieros. De igual modo, el hecho de que en la Tercera Guerra Mundial en ciernes prevalezca la lucha por los mercados financieros, no excluye que se contienda también por los mercados de salida de las mercancías y, sobre todo, por las fuentes de materias primas; por el contrario, estos dos elementos se entrelazan con los motivos primarios (se piensa inmediatamente en el petróleo).
  2. Cuando algunos, y en particular la CCI, nos acusan de ver todas las guerras recientes en términos exclusivos de petróleo, hacen un poco la figura del estúpido en la historieta del dedo y de la luna.
    El petróleo hace las veces del dedo. El petróleo, lo hemos dicho, redicho y repetido, es importantísimo como fuente energética y materia prima de un colosal aparato industrial (el complejo petroquímico), pero sobre todo opera como un referente material universal que, intercambiado por doquier en dólares, permite a la Reserva Federal imprimir dinero a su placer, más allá de los denominados “fundamentos” económicos de los Estados Unidos como país, y con esto financiar el intimidante déficit de la balanza comercial, y las igualmente intimidantes deudas federales y privadas. He aquí la gigantesca prerrogativa (la “luna”) que los EUA no pueden darse el lujo de perder, y para defenderla es esencial el control del petróleo mundial. Los EUA no pueden consentir que, por ejemplo, el euro empiece a reemplazar al dólar como medio de pago del petróleo: esto abriría una brecha en el frente de defensa de la renta americana que arriesgaría con hacerla desaparecer, llevando a los EUA a una situación de colapso probablemente peor, en valores absolutos, a la que experimentó la URSS justo antes de su caída.

¿Decadencia? ¡Confusión!

Después de no haber dicho nada sobre las específicas causas motrices de la guerra, la CCI pretende proporcionar la clave general de interpretación del complejo cuadro internacional de guerras, fricciones, alianzas fluctuantes, etc. Y he ahí que aparece la dichosa ‘decadencia’:

La precipitación en el militarismo es la expresión por excelencia del impasse en el cual se encuentra el sistema capitalista, su decadencia como modo de producción. Como las dos guerras mundiales y la guerra fría (1949-1989), las guerras del período inaugurado en 1989 son las más flagrantes demostraciones del hecho de que las relaciones de producción capitalistas se han convertido en un obstáculo para el progreso de la Humanidad.

Tesis n. 12

Tal confusión de conceptos (o niveles de abstracción) merecería ser reprobada en una hipotética escuela elemental de marxismo: falta aquí precisamente el denominado instrumental mínimo.

La sociedad - atención con los sujetos - se precipitaba en el militarismo cada vez que se avecinaba una guerra y esto desde los tiempos de las guerras napoleónicas, (¡difícil es encontrar en la historia una época más militarista que aquella!). Es propiamente sobre la base de estas guerras que Karl von Clausewitz escribió su famoso libro Sobre la Guerra que contiene la frase todavía célebre “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. ¿Y es desde entonces que el modo de producción capitalista está en decadencia? Vaya, seamos serios. Tratándose de documentos presentados como resolutivos de congreso se espera algo mejor.

Poner juntas después las dos guerras mundiales, la guerra fría y las guerras sucesivas como demostración de que el capitalismo se ha convertido en un obstáculo para el “progreso de la Humanidad” es una tontería.

Entre una y otra guerra (21 años) se registró una fuerte expansión de los medios productivos y se originaron progresos humanos de cierta relevancia: desde la revolución del transporte individual a la introducción de la cuántica y la relatividad en la ciencia... ¿Qué significa entonces lo del obstáculo al progreso de la Humanidad, manifiesto desde 1914? Cierto, una sociedad liberada de la esclavitud del trabajo asalariado lo habría hecho mejor y de manera diferente: no podemos estar satisfechos con el desarrollo observado en la industria del automóvil ni con el hecho de que la cuántica haya sido dirigida a chocar con la relatividad capitalista bloqueando la investigación científica en los límites de la rentabilidad. ¿Pero de qué progreso humano se puede hablar si después de veintiún años de relativa paz se cayó nuevamente en una carnicería mundial, si en las guerras locales ocurridas en el curso de la guerra fría murieron más civiles que en las dos guerras mundiales, si dos terceras partes de la Humanidad sufren hambre y la situación está empeorando? Nos encaramos, ciertamente, a la barbarización de la formación social, de sus relaciones sociales, políticas y civiles, y directamente - desde los años noventa - al retroceso en la relación entre capital y trabajo (con el retorno a la consecución del plusvalor absoluto, además del relativo, al más puro estilo manchesteriano), pero esta “decadencia” no interesa al modo de producción capitalista; antes bien, su formación social en el presente ciclo de acumulación capitalista atraviesa una crisis desde hace más de 30 años. (2)

Hacer cálculos con peras y zanahorias como si fueran iguales conduce siempre a dislates. Y éstos siempre llevan consigo otros, más... crasos como el relativo a la supuesta “profundización cualitativa de la tendencia del capitalismo a la autodestrucción”, ubicado al final de la misma tesis 12.

De la decadencia a la descomposición

Y arribamos a la famosa descomposición. Ésta, según la tesis no. 13, habría comenzado con la implosión del bloque soviético. Se afirma que:

el hundimiento del bloque estalinista no fue más que el hundimiento de una parte del capitalismo ya globalizado.

Señalamos de inmediato que lo que prima facie puede parecer una aproximación “lexicológica” se revela, tras un juicio más serio, como una aberración conceptual. Hablar, en efecto, de “una parte del capitalismo” en lugar de un frente del imperialismo permite efectuar el pasaje “lógico”: si una parte del ‘todo’ se hunde, el ‘todo’ está en descomposición. Y, de hecho, la tesis 13 prosigue así:

y el período inaugurado por este terremoto no ha representado ningún florecimiento, ningún rejuvenecimiento del capitalismo; al contrario, no puede ser comprendido sino como la fase terminal de la decadencia capitalista, la fase que llamamos de la descomposición, del ‘florecimiento’ de todas las contradicciones acumuladas por un orden social ya senil

El discurso retoma aquí su extrema desenvoltura, el razonamiento y la evocación de los conceptos se aligeran. El período abierto con el colapso de la URSS no ha representado, por lo tanto, el rejuvenecimiento del capitalismo (justísimo), pero entonces - se preguntaría cualquiera - ¿qué cosa ha representado? Nosotros respondemos que ha representado un momento distinto, en el que se vuelven a barajar las cartas y emerge un nuevo periodo caracterizado por la desintegración de los viejos frentes imperialistas y la constitución de nuevos, período que, por otra parte, todavía está en curso. La CCI, en cambio, no responde a la pregunta, pero dice que “no puede ser comprendido sino como...”. He aquí un modo astuto de introducir subrepticiamente aquel concepto descabellado de ‘descomposición’ que ahora caracteriza la... “teoría” de la citada organización.

Y es en la tesis no. 14 donde tenemos ocasión de asistir a la revelación de los contenidos novedosos de esta teoría. Allí, en efecto, leemos:

El retorno de la crisis económica desde fines de los años sesenta había abierto ya un capítulo final en el ciclo clásico del capitalismo (crisis, guerra, reconstrucción, nueva crisis). De ahora en adelante se hizo virtualmente imposible para el capitalismo pasar a la fase de reconstrucción después de una tercera guerra mundial, que habría implicado la aniquilación de la humanidad o, por lo menos, una regresión de proporciones incalculables. La disyuntiva frente a la cual se encuentra hoy la humanidad no es más solamente revolución o guerra, sino revolución o destrucción de la humanidad.

Ante todo notamos y subrayamos que la razón a la que la CCI imputaba el no desencadenamiento de la tercera guerra mundial (al menos hasta ahora) ha cambiado. Sus portavoces han polemizado por años con nosotros diciendo que la guerra no estalló porque el proletariado mundial lo impidió, puesto que no ha sido derrotado y sigue atento y vigilante gracias al desarrollo de su conciencia. Nosotros decíamos - y persistimos en ello - que la guerra no estalló porque el frente imperialista occidental estaba aún en capacidad de administrar su crisis, mientras que el bloque oriental se hallaba tan débil militarmente que era incapaz de salir de la suya atacando y golpeando al adversario. Numerosos son los estudios que hemos realizado acerca de la administración occidental de la crisis, tanto por lo que toca a sus aspectos financieros, cuanto por lo que concierne a la reestructuración implementada a partir de la revolución del microprocesador. Es innecesario decir que el período nuclear fungió como uno de los factores de enfriamiento de las tensiones. La existencia de copiosos arsenales atómicos sirvió de estímulo para que los centros de comando del imperialismo buscaran soluciones alternativas. Ahora, de improviso, la CCI nos informa que la única razón de la ausencia de guerra fue y es, sustancialmente, el hecho de que una guerra nuclear habría aniquilado a la humanidad. ¡Tal es el poder de la... descomposición!

Por el momento, mientras sigue avanzando la prohibición de las armas nucleares, se van reconfigurando lentamente los frentes imperialistas. Algunas fisuras están ya bien delineadas, si bien las relaciones de fuerza son todavía enormemente ventajosas para los EUA y el proceso de rearme de los adversarios es lento.

La agresividad creciente de los EUA, inducida por su dramática situación económica (el continuo debilitamiento del dólar empeora las cosas y sus perspectivas), no hará más que acelerar los fenómenos de reestructuración y consolidación de las alianzas y, en última instancia, de los frentes para la guerra. Todo esto es índice de que está ocurriendo algo muy distinto de una descomposición del capitalismo.

¿Será la guerra el motor de una regresión de proporciones enormes? Ciertamente no podemos excluirlo, pero los autores de la guerra no son los capitales, tampoco lo son las relaciones capitalistas de producción. Decirlo parece una banalidad, pero es necesario. Los autores y actores de las guerras son los hombres, en la formación social dada, que ahora es burguesa, impulsada por los intereses capitalistas.

Los hombres (la burguesía) deciden hacer la guerra no para “destruir medios y fuerzas productivas, con el objeto de abrir un nuevo ciclo de acumulación”, aunque objetivamente sea esto lo que ocurra y constituya el alimento del ciclo infernal crisis-guerra-reconstrucción-crisis-guerra-reconstrucción... Pero ocurre sin que la burguesía misma sea consciente de ello. Una burguesía hace la guerra a otra porque espera salir de la crisis sobre los restos de la otra, y esto siempre es así, cualesquiera que sea la materia específica de la disputa (ver arriba). Actualmente, los instrumentos de guerra son de potencia inmensamente superior a los anteriores, y es indiscutible que las armas atómicas amenazan la supervivencia de la humanidad misma. Pero es este hecho el que ha vuelto más destructiva la guerra, no la fase histórica en que se encuentra el capital (en sí misma). Confundir esta cuestión es confundir la estructura y la superestructura y, en buena medida, es prueba de la inadecuación analítica de la teoría CCI.

Por otra parte, tampoco la CCI puede tirar por la ventana todo su pasado reciente. Justo en el momento en que eso parecía suceder hace su ingreso “salvador” la tesis 15. Ésta vuelve a poner en juego a la clase obrera y su capacidad para impedir la guerra por el sólo hecho de no estar directamente derrotada. Con esta perla:

... Sin embargo, la clase obrera, cuyas luchas en el período que se extiende de 1968 a 1989 habían impedido a la burguesía imponer su ‘solución’ a la crisis económica, se encontraba ahora cara a cara con su propia incapacidad de elevar sus luchas a un nivel político más alto y de ofrecer una alternativa a la humanidad. El período de descomposición resultante de este ‘impasse’ entre las dos clases, no aporta nada de positivo para la clase explotada.

La “descomposición” (¿del modo de producción?, ¿de la formación social? ¡Bah!) sería, por tanto, el resultado del equilibrio estable alcanzado entre las clases, proletariado y burguesía. Y, en particular, por responsabilidad de la clase obrera que... se habría revelado incapaz de elevar sus luchas a un nivel político más alto. Hacer aparecer la propia inadecuación de la teoría como una debilidad de la clase es una bribonada de bajo perfil que no vale la pena. Y, de nuevo:

La clase obrera en este período se encara no sólo a sus propias debilidades políticas, sino también al peligro de perder su identidad de clase bajo el peso de un sistema social en plena desintegración.

De nuevo, ninguna palabra sobre la dinámica material de descomposición de la clase en la revolución tecnológica, ninguna palabra sobre los fenómenos de delocalización de la producción y de los traslados masivos de la mano de obra en los países metropolitanos y periféricos. Al contrario, la tesis sucesiva (la nº 16) está dedicada a negar la importancia de... las cosas importantes.

Este peligro no es fundamentalmente el resultado de las reorganizaciones de la producción y de la división del trabajo dictadas por la crisis económica (por ejemplo, la delocalización de las empresas secundarias hacia el sector terciario en la mayoría de los países avanzados, la informatización, etc.)...

Etcétera, exactamente. No es nuestra intención comentar una por una las 30 tesis que conforman la resolución. Sustancialmente, se representa en todas el método (o ausencia de método) que hemos evidenciado hasta aquí. Se repite un poco en todo el texto el “concepto” con base en el cual las campañas ideológicas de la burguesía cuentan más en la pasividad de la clase obrera que las modificaciones objetivas de su misma condición de clase. La capacidad de la burguesía para incidir mediante campañas ideológicas sobre el comportamiento de la clase y su combatividad, corre pareja, en la mentalidad de la CCI, con la capacidad de la burguesía misma, como entidad unitaria en cuerpo y el espíritu, de maniobrar para engañar a la clase obrera y arrastrarla hacia trampas horrendas. Todos hemos tenido modo de verificar en varias ocasiones esta visión, propia de la CCI, de una burguesía conspirativa. Sería útil recordar su conducta durante las grandes huelgas francesas, donde, según la CCI, la burguesía provocó al sindicato para entrampar al proletariado, o las tesis sobre el “parasitismo” que atribuyen a la burguesía tout court la responsabilidad de crear facciones y grupúsculos parasitarios con el propósito de perjudicar a la CCI.

¿Un absurdo? Sí, pero las perlas del absurdo abundan en las tesis que hemos examinado aquí brevemente. Para concluir nos limitaremos a destacar una de esas perlas, precisamente la tesis dedicada al BIPR (la nº 19). Emprendiéndola contra nuestra interpretación del concepto de decadencia, los exégetas de la CCI se agarran de un clavo ardiente para sostener la transformación de la “decadencia” en “descomposición” e inevitablemente acaban sufriendo resbalones mortales. He aquí uno:

Tenemos aquí la tendencia que deriva de la ‘infraestructura capitalista’ cuando ésta no puede crecer en armonía con sus propias leyes.

Precisamos el insignificante detalle de que se trata justamente de la descomposición, que derivaría... insignificante, porque la perla está en el “cuando”. Debe habérsenos escapado a nosotros - y, sin duda, también a Marx - que hubo un período feliz en el cual el capitalismo crecía en armonía con sus propias leyes. Y Marx escribió tres volúmenes de El Capital sin tener en cuenta esto; antes bien, diciendo que el modo de producción capitalista es íntimamente contradictorio y vive una serie de antinomias entre el proletariado y la burguesía, entre el crecimiento tecnológico y la caída de la tasa de ganancia, etc.

Si éstas son - como lo confirma la sanción de su congreso - las bases teórico-políticas de la CCI, deberían estar claras las razones por las cuales hemos decidido no perder más tiempo, papel y tinta discutiendo e incluso polemizando con ésta.

Mauro junior Stefanini

(1) Hemos puesto Risk en lugar de Risiko en la traducción bajo el entendido de que se trata de un juego de mesa inspirado en los enfrentamientos estratégicos entre potencias. NDT.

(2) Ver al respecto “Modos de Producción y Formaciones Sociales” en Prometeo 12 IV Serie (Noviembre 1988). El documento puede buscarse ahora también en el sitio internazionalisti.it .