Nuestro método - Puntualizaciones sobre el concepto de decadencia

El documento que publicamos a continuación es el fruto de un proficuo debate entre todas las organizaciones adherentes al BIPR. Un trabajo común que mide el grado de creciente homogeneidad del BIPR mismo como presupuesto fundamental para el alcance del objetivo que él se propone: la reconstrucción del partido revolucionario a escala internacional.

Historicidad del capitalismo

Todas las formaciones sociales que se han sucedido hasta ahora, llegadas a un cierto grado de su desarrollo, han entrado en una fase de decadencia que, con el correr del tiempo, las caracteriza y define cada vez más, haciendo prevalecer las formas de apropiación parasitaria de la riqueza y el impulso a la barbarie.

Equiparando la decadencia de las formaciones sociales con el proceso de envejecimiento biológico en los organismos vivientes, un numeroso grupo de intérpretes de la evolución de la sociedad estima que el ingreso en la fase de decadencia constituye su estadio último y terminal. Según ellos, la sociedad está destinada a su fin en razón de su propio movimiento natural, automático. En realidad, esto aparece a los ojos de quienes juzgan el pasado a partir de los hechos consumados, de los procesos ya cumplidos y que, precisamente por ello, saben que las cosas no pueden ocurrir de un modo diferente al que efectivamente ocurrieron, en cuanto adoptan la perspectiva del observador que, desde una distancia considerable de los hechos ya sucedidos, contempla tan sólo los resultados y cristalizaciones de los procesos históricos, en un momento en el que son patentes y definitivos los signos de los conflictos y movimientos histórico-sociales que, a partir de las contradicciones insolubles que las distintas sociedades envuelven intrínsecamente, pusieron fin a las viejas formaciones sociales y dieron lugar a otras. La experiencia del pasado confirma, en cambio, sólo el carácter histórico de las formaciones sociales y su transitoriedad, no ciertamente la existencia de un plan de la historia independiente de la voluntad de los hombres y de su acción realizadora, como si ésta poseyera desde el comienzo un fin último al cual ineluctablemente tendiera la humanidad.

El materialismo histórico ha identificado en las contradicciones internas de las relaciones de producción vigentes en cada formación social la causa de su ascenso y decadencia.

En la sociedad capitalista, en particular, la contradicción fundamental es ínsita al proceso mismo de acumulación del capital que, basándose en la explotación de la fuerza de trabajo (FT), genera plusvalor que es incesantemente transformado en nuevo capital; por tanto, al finalizar cada ciclo reproductivo los capitales invertidos resultan normalmente acrecentados (reproducción ampliada). De ello se sigue, por tanto, que, al menos proporcionalmente al acrecentamiento de su magnitud, debe necesariamente crecer continuamente también la masa del plusvalor extraído.

Tal cosa es posible de dos modos: en primer lugar, empleando más FT en proporción al incremento de la magnitud del capital invertido y, en segundo lugar, incrementando la explotación del trabajo mediante la prolongación de la jornada laboral y/o reduciendo, mediante el aumento de la productividad del trabajo mismo (gracias a la introducción de nuevas tecnologías y de nuevos sistemas de organización del trabajo), el tiempo de trabajo necesario. (1)

La ley de la caída de la cuota media de ganancia

El poderoso desarrollo que ha experimentado la técnica aplicada a la producción de mercancías en los últimos dos siglos va adscrito precisamente al hecho de que la reproducción ampliada del capital no puede prescindir del constante incremento de la productividad del trabajo y, por tanto, de la introducción en los ciclos productivos de tecnologías cada vez más sofisticadas determinando su continuo revolucionamiento y que, al mismo tiempo, la reproducción del capital no pueda sobrevenir más que sobre una base ampliada.

De ello deriva, como subrayaba Marx, que:

Junto a la acumulación del capital se desarrolla, por tanto, el modo de producción capitalista y, junto al modo específicamente capitalista, la acumulación del capital. Estos dos factores económicos producen en virtud del impulso que se dan recíprocamente, el cambio de la composición técnica del capital, en virtud del cual la parte (constitutiva) variable deviene cada vez más pequeña en comparación con la parte constante. (2)

En ello reside la contradicción fundamental del sistema. En efecto, si, de un lado, la modificación técnica del capital es, a un tiempo, causa y condición fundamental del crecimiento de la productividad del trabajo y, por lo tanto, de la misma acumulación (reproducción ampliada); del otro, la disminución, si bien relativa, del capital variable (v) - esto es, de la única parte del capital que genera plusvalor - replantea y acentúa la caída tendencial de la tasa media de ganancia.

Como es notorio en el Tercer libro del Capital, Marx describe la ley de la caída tendencial de la tasa media de beneficio “en cuanto tal” y lo que llama “las causas antagonistas”, es decir, el conjunto de respuestas que el sistema activa para contenerla y, en determinadas condiciones, incluso para anularla.

Aquí no nos interesa profundizar en el estudio de esa ley sino solo destacar que periódicamente las causas antagonistas, dado un determinado grado de desarrollo tecnológico y una determinada composición orgánica media del capital existente, resultan insuficientes para contener y/o para anular la caída de la tasa de beneficio. Entonces, el proceso de acumulación se ralentiza y, cuando la sobreacumulación de los capitales alcanza niveles insostenibles, se bloquea, desencadenándose crisis económicas devastadoras que son superadas solo mediante la destrucción de los capitales excedentes tanto por medio del bloqueo o de la fuerte ralentización de la producción, cuanto mediante su destrucción física por medio de la guerra.

Además, puesto que la caída tendencial de la tasa media de ganancia impulsa la concentración y centralización de los capitales, los dos movimientos conexos al proceso de acumulación (reproducción sobre una base ampliada (3, de un lado incentiva la constitución de combinaciones productivas cada vez más grandes y, del otro, la libre concurrencia cede su lugar de manera cada vez más clara al oligopolio y/o al monopolio gracias a los cuales es posible alzar el precio de las mercancías por encima de su efectivo valor y realizar, junto al beneficio, cuotas crecientes de ganancias extras.

Primeras formas de parasitismo

De tal modo, en el curso del tiempo se han desarrollado junto a la gran industria, a la producción en vasta escala y a la apropiación directa de plusvalor mediante la explotación de la FT en el ámbito del proceso de producción de mercancías, también formas de apropiación parasitaria por medio de las cuales los capitales más grandes y, en particular, el capital monopolista, se apropian de cuotas de plusvalor extorsionado en otros sectores o ciclos productivos o en áreas diversas de las de origen. He aquí que las formas de apropiación parasitaria de plusvalor, conectándose íntimamente con la producción de mercancías, han asumido una importancia cada vez mayor hasta convertirse, como acaece hoy, en características determinantes del modo de ser del sistema capitalista.

Es decir, se han desarrollado formas de apropiación por las cuales para una parte creciente de capitales el ciclo de reproducción antes que reconocerse en la fórmula general D-M-D’ se reconoce en la de D-D’, que es propia del modo de reproducción del capital financiero no transformado en capital industrial y que produce intereses o cualquier otra forma de renta financiera o bien la apropiación parasitaria de riqueza propia de la fase de decadencia de una formación social.

Llevaba, por tanto, razón Lenin al identificar en el fenómeno de la exportación de los capitales desde sus lugares de origen hacia otros en los cuales existían posibilidades de remuneración más ventajosas y en el desarrollo de las formas del dominio imperialista que derivan de ello, no una política de la burguesía sino el modo de ser, como veremos mejor enseguida, del capitalismo llegado a su más alto grado de desarrollo.

Muchos, sin embargo, entienden la fase de decadencia como aquella fase en la cual no siendo ya posible un ulterior desarrollo de las fuerzas productivas, el capitalismo está mecánicamente destinado a perecer y a dar vida a la sociedad socialista.

En realidad, en el sistema capitalista, el desarrollo de las formas de apropiación parasitaria, acelerando el proceso de reproducción ampliada, dilatan las dimensiones que presentaba en su punto de partida, por lo cual si, de un lado, resultan acelerados los impulsos a la sobre-acumulación, del otro, crece con desmesura la necesidad de intensificar el grado de explotación de la FT y la necesidad de ganancias extras. La introducción de tecnologías cada vez más avanzadas en los procesos productivos y la expansión de la base productiva, por tanto, no cesan; pero cambian radicalmente las consecuencias de su impacto sobre el conjunto de las relaciones sociales existentes.

De otra parte, el ascenso y la decadencia son el producto de la misma realidad contradictoria, por lo cual es absurdo pensar en ellas como dos fases netamente separadas entre sí, de modo que, por ejemplo, la segunda se inicie exactamente cuando cese la primera.

La contradicción entre “el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción vigentes” no se expresa, por tanto, en un límite cuantitativo y/o cualitativo determinable matemáticamente, un más allá del cual se encuentra tout court el fin del sistema. Y si el límite fuese determinable de ese modo, hoy, más que hablar de decadencia, deberíamos tan sólo tomar nota de la indestructibilidad del sistema. Éste, en efecto, posee en sí mismo la aptitud de destruir sistemáticamente, mediante las crisis y las guerras que suelen acompañar a éstas, los capitales en exceso e iniciar nuevos ciclos de acumulación.

Antes bien, precisamente porque el presupuesto del inicio de estos últimos es la destrucción de grandes masas de capitales, en el nuevo ciclo puede ser acogida una composición técnica del capital en la cual su parte constante resulta incrementada todavía más que la parte variable y, por lo tanto, tecnologías más avanzadas pueden ser introducidas en los procesos productivos sin particulares dificultades tanto más porque incrementándose por esto la productividad del trabajo, la caída de la tasa media de beneficio puede, al menos en una primera fase, ser atenuada cuando no del todo anulada.

Crisis económicas y decadencia

Aun suponiendo que las crisis tienen origen en la misma contradicción en que radica la decadencia, son una cosa distinta de esta última y su superación, al igual que el inicio de nuevos ciclos de acumulación, no implica que las manecillas del reloj de la historia retrocedan y el sistema vuelva a sus comienzos.

El nuevo ciclo no vuelve a comenzar desde la máquina de vapor, ni desde la empresa individual operante en el régimen de libre concurrencia. El grado de concentración y centralización del capital, en relación con su nueva composición orgánica media, no disminuye, sino que aumenta a su vez y, consiguientemente, también el control monopolista de los mercados por parte de los capitales más grandes tiende a extenderse ulteriormente. Es decir, el presupuesto fundamental de la apropiación parasitaria de plusvalor no sufre menoscabo. Antes bien, asumiendo dimensiones mayores, debe necesariamente afinar sus formas y extender, como veremos mejor en seguida, sus tentáculos desde las actividades conexas a la producción y la circulación de mercancías en todas las fases del proceso de valorización y circulación del capital.

Pero tratándose de actividades que de cualquier modo absorben plusvalor en medida creciente, debe corresponderles por la fuerza de las cosas un más elevado grado de explotación de la FT. He aquí, por tanto, que a la introducción en los procesos productivos de tecnologías cada vez más avanzadas y a la ampliación de la base productiva en simultaneidad con el avance de sectores limitados de la sociedad e incluso de segmentos restrictos del proletariado, corresponde progresivamente un empeoramiento de las condiciones generales de existencia y de trabajo del proletariado y de los estratos sociales a él asimilables, es decir, de la mayoría de la sociedad misma. Del mismo modo, con la dilatación del monopolio y la relativa atenuación de la concurrencia y de la contienda imperialista entre y dentro de determinadas áreas, no corresponde la atenuación de la conflictualidad imperialista en general, sino su extensión a todas las áreas del planeta y su exasperación.

Algunas pruebas de ello son el empobrecimiento total y creciente de muchos estratos de la población del planeta registrado en el curso del último siglo y las primeras dos guerras mundiales. Y más recientemente la introducción en los procesos productivos de la microelectrónica y de las máquinas de control numérico y la guerra imperialista que hoy no parece tener solución de continuidad.

Es interesante realzar cómo, especularmente a los sostenedores de la imposibilidad del ulterior desarrollo de las fuerzas productivas en la fase de decadencia, muchos economistas burgueses, presas de la convicción igualmente mecanicista acerca del carácter incontenible e ininterrumpido del progreso científico, técnico y social, han saludado la aparición del microprocesador como el instrumento gracias al cual la jornada de trabajo se reduciría en el curso de unos pocos años a no más de dos horas de trabajo, y, finalmente, el hambre, la degradación social y la esclavitud habrían definitivamente dejado libre la escena al bienestar creciente, a la redención social y a la libertad en su acepción más amplia.

Y ha acaecido, en cambio, exactamente lo contrario. No obstante el poderoso desarrollo de la productividad del trabajo y la reducción enorme del tiempo de trabajo necesario, la jornada de trabajo, que venía disminuyendo a lo largo de casi todo el siglo XX, ha vuelto a prolongarse e incluso en la avanzada Alemania es ahora muy superior a las 40 horas semanales. Es decir, se ha verificado tanto el incremento del plusvalor relativo como el del plusvalor absoluto con una mengua del valor de la FT sin precedentes, tanto, que también en las metrópolis del capital se difunde cada vez más la figura del trabajador pobre. Así, pues, en completa contradicción con las esperanzas de los voceros intelectuales de la burguesía y, sobre todo, gracias a la extensión y al afinamiento de las formas de apropiación de plusvalor basadas en la dilatación de la renta financiera por medio de la producción de capital ficticio (4) (capital financiero producido a partir de otro capital financiero), en los últimos veinte años el abismo entre una minoría cada vez más rica y restricta y una mayoría cada vez más grande y más pobre de la sociedad se ha dilatado como nunca antes en la historia del capitalismo moderno.

Otro tanto acontece con la guerra. Derrumbado el muro de Berlín, los historiadores, los economistas y, en general, todo el mundo burgués, consideraba clausurada para siempre la época de las guerras y pronosticaba un futuro de paz como jamás se había dado. Desde entonces, en cambio, la guerra imperialista se ha vuelto “permanente” y tanto más necesaria y funcional a la supervivencia del sistema.

Echaban la cuenta sin el huésped”, es decir, sin el hecho de que el capitalismo, siendo un producto histórico a la par que las formaciones sociales precedentes, no puede superar sus contradicciones; antes bien, al desarrollarse, las exaspera a tal grado que no puede escapar a la siguiente paradoja: a un mayor desarrollo tecnológico corresponde una mayor explotación y a una mayor capacidad de producir cuanto es necesario para satisfacer las necesidades de los hombres, la generalización del hambre y de la miseria.

Pero también “echarían las cuentas sin el huésped” los comunistas que se sentaran a la orilla del río a esperar el cadáver del capitalismo.

Como hemos visto, su decadencia no significa, en efecto, una declinación más o menos lenta hasta su extinción, sino la ulterior exasperación de todas sus contradicciones: el empleo de la máquina que podría liberar al hombre de la fatiga del trabajo y a la actividad humana de su asociación con la explotación cada vez más intensa y feroz del trabajo mismo. El capitalismo es el sistema responsable de que el proceso de perfeccionamiento tecnocientífico - gracias al cual la máquina llega a imitar y reproducir muchas funciones propias del hombre - haga que el hombre mismo, su creador, se convierta cada vez más en una criatura débil subordinada a la máquina. La razón de ello es la misma por la cual el sistema tiene capacidad de engendrar al mismo tiempo riqueza que aumenta y miseria que se generaliza. Mientras encierra todas las fuerzas y elementos que hacen posible la superación definitiva de los conflictos, es también el responsable de su macabra permanencia.

En todo esto reside la decadencia del sistema, lo que ahora hace evidente su anti-historicidad, y no en su imaginario límite cuantitativo. Y precisamente porque no existe un límite mecánicamente predeterminado ni predeterminable es evidente que sin ruptura revolucionaria, sin la intervención consciente del proletariado, el proceso de decadencia está destinado a generar cada vez más barbarie, no socialismo. Podría incluso detenerse sin una revolución social, pero en este caso se daría la destrucción de la sociedad entera, “la ruina común de las clases en lucha”, de acuerdo con las palabras escritas por Marx y Engels en El Manifiesto del Partido Comunista.

Decadencia e imperialismo

Los primeros fenómenos de la decadencia capitalista cobran relieve desde el fin del siglo XIX. En dicho período el capitalismo genera las primeras formas de su propia decadencia, sobre las cuales Lenin concentra su atención en el libro “El imperialismo fase superior del capitalismo”.

El tránsito de una economía de libre cambio, en la cual los sujetos económicos individuales sufren el mecanismo de la concurrencia, a un capitalismo dominado por los grandes grupos monopolistas es la primera y fundamental señal de la decadencia del modo de producción capitalista. Con la afirmación del monopolio se modifican radicalmente los mecanismos de la acumulación del capital. Mientras en un sistema dominado por la libre concurrencia todo capitalista individual puede esperar de su propia inversión la obtención de un beneficio igual al medio presente en el mercado, con la afirmación de las concentraciones económicas, los beneficios realizados por los grandes capitalistas monopolistas pueden ser más altos que la tasa media. Tal diferencia es definida por Marx como superbeneficio (o ganancia extra) derivado de la renta monopolista. El hecho de asumir una posición dominante en el mercado confiere al capitalista monopolista la ventaja de vender sus propias mercancías a un precio más alto que el que hubiese podido conseguir de haberse encontrado en una posición económica igual a la de los demás oferentes de esa mercancía.

El monopolio es un producto económico-social que tiene su génesis en la libre concurrencia. A diferencia de cuanto sostienen los economistas burgueses, el monopolio no es el fruto de una herencia de la vieja economía feudal, sino el punto de llegada de las contradicciones en que se desenvuelve el capitalismo en su fase librecambista. La crisis económica, determinada por la caída de la tasa media de ganancia, acentúa los rasgos y fuerzas impulsores del monopolio y de las formas parasitarias de apropiación de plusvalor típicas de una sociedad que ha entrado ya en su fase de decadencia. Es precisamente en este particular momento histórico, en el que la sociedad burguesa, a fin de sostener el proceso de acumulación, hace sistémicos los mecanismos de apropiación parasitaria (como el de la renta financiera), que se puede afirmar que dicha formación social ha ingresado en su fase de decadencia.

Capital financiero y parasitismo

De manera simultánea a la formación de las grandes concentraciones monopolistas, los bancos asumen un rol económico cada vez más importante. De simples instituciones recolectoras de ahorros, los bancos asumen una función completamente distinta de la que tenían en el pasado, interviniendo directamente en la producción de mercancías. Son los grandes grupos bancarios los que detentan las riendas de comando, decidiendo a quién y bajo qué condiciones prestar dinero. Los fenómenos de concentración y centralización del capital han encontrado en las instituciones bancarias su terreno ideal. Basta detentar una cuota igual a un cuarto de las acciones de un banco para determinar las elecciones no sólo de aquel banco particular sino también las de todas las entidades subordinadas. En este contexto asume una relevancia extraordinaria la función del capital financiero, o sea la asumida por aquel capital bancario que bajo la forma de dinero es invertido en el mundo de la producción. Bancos y monopolios industriales representan entidades separadas y distintas entre sí, pero mantienen estrechísimas relaciones, tanto que a la cabeza de los bancos se pueden encontrar importantes grupos industriales, mientras estos últimos pueden ser la expresión directa de alguna institución bancaria. El capital financiero en exceso, incluso cuando es definitivamente invertido en la producción, representa un celaje importante para comprender cómo el capitalismo estuvo desarrollando con desmesura actividades parasitarias desde el comienzo del siglo pasado. El capital financiero obtiene su remuneración como cualquier otro capital, pero directamente no produce un solo átomo de plusvalor. El parasitismo del capital financiero es uno de los fenómenos más significativos de la decadencia capitalista.

La exportación de capitales

Con la consolidación de los grandes grupos monopolistas y la formación de ingentes masas de capital financiero en exceso, se amplía desmedidamente el fenómeno de la exportación de capitales. Las concentraciones monopolistas económico-financieras de las potencias imperialistas invierten sus capitales en países atrasados para realizar un beneficio más elevado que el que realizarían invirtiendo en el país de origen. Sobre todo a partir del comienzo del siglo XX se abre la posibilidad de invertir en países en los cuales las tasas de beneficio son en promedio más altas que las que son usuales en países como Inglaterra, Francia o Alemania. Este superbeneficio es determinado por la circunstancia de que en los países menos progresivos hay pocos capitales invertidos, de que las materias primas son un mercado bueno y fácil y, principalmente, por el hecho de que el costo de la FT es bajísimo.

La consecuencia de la exportación de capitales es la creación de un único gran mercado mundial en el cual los grandes grupos monopolistas desencadenan una competencia primero económica y luego militar por la repartición del planeta. La posibilidad de recabar beneficios más altos exportando capitales en los países menos progresivos genera una competencia imperialista que desembocará dramáticamente en el primer conflicto mundial. Justamente Lenin ha definido la guerra como una guerra imperialista en cuanto sus causas eran buscadas en las contradicciones del capitalismo y en la espasmódica búsqueda de nuevos mercados para la exportación de capitales por parte de los grandes grupos monopolistas.

Las superganancias derivadas del monopolio y de la exportación de capitales han hecho aumentar enormemente los beneficios de los capitales de los países imperialistas. Una parte de estas superganancias han sido utilizadas por la burguesía con la finalidad de dividir el frente de la clase obrera de los países más avanzados. A través de donaciones, aumentos salariales y bonificaciones, una parte de ella ha sido materialmente separada del proletariado para transformarse en lo que Lenin ha definido como aristocracia obrera. La división en el terreno económico se ha reflejado también en el terreno ideológico, tanto que el reformismo ha podido medrar en el campo abonado de la aristocracia obrera.

El mejoramiento de las condiciones de vida de un sector del proletariado de los países capitalistas avanzados podría parecer prima facie una contradicción respecto al fenómeno que estamos describiendo. Pero la contradicción es sólo aparente. La afirmación de los fenómenos unidos a la decadencia de la sociedad burguesa puede momentáneamente convivir con los mejoramientos de las condiciones de vida de algunos sectores del proletariado. Recaeríamos en una visión idealista de la realidad observada si pensásemos que de la manifestación de un fenómeno descienden mecánicamente las consecuencias. En primer lugar, la aristocracia obrera es definida tal por el hecho de que el proletariado en su conjunto no ha mejorado sus condiciones de vida y de trabajo, ni siquiera en los países metropolitanos. En segundo lugar, las briznas donadas a algunos sectores de la clase obrera han sobrevenido solo gracias a la completa expoliación de continentes enteros. Los fenómenos de la decadencia, en efecto, han producido, de un lado, el nacimiento de la llamada aristocracia obrera y, del otro, han reducido completamente al hambre al proletariado de continentes enteros que, gracias a la internacionalización de los mercados, han pasado a formar parte del mecanismo de producción de plusvalor.

Los fenómenos de la decadencia en la era de la mundialización

Las formas de apropiación parasitaria típicas de una sociedad en decadencia, ya evidentes al comienzo del siglo pasado, han sufrido en los últimos decenios una evolución inimaginable en los tiempos de Lenin. A las formas típicas en las cuales se expresa la decadencia capitalista en sus comienzos se han añadido nuevas formas de apropiación parasitaria de plusvalor. Mientras en los tiempos de Lenin los grandes grupos monopolistas, pese a que ya entonces dominaban el panorama económico internacional, estaban en todo caso circundados por una serie de empresas pequeñas y medias, las cuales jugaban un rol en manera alguna secundario en la composición del producto interno bruto de un país, los niveles de concentración alcanzados por el capital en esta fase no dejan el más mínimo espacio a la presencia de empresas que permanezcan fuera del control o la gestión del monopolio. Las superganancias desprendidas del hecho de que el monopolista puede fijar precios más altos que los que surgen del mercado en libre concurrencia, no son ya un fenómeno aislado y minoritario, sino que ha devenido en regla de funcionamiento de la economía capitalista. De otra parte, la tendencia a reducir el número de empresas presentes en el mercado es dictada también por la necesidad de concentrar los medios de producción a fin de disminuir los costes e incrementar la masa de ganancia.

Expansión de las actividades financieras y especulativas

El capital financiero ha sido definido por Lenin como el capital bancario bajo la forma de dinero invertido en el mundo de la producción. Justamente Lenin subraya como ínsito a la naturaleza del capital financiero el desarrollo de formas parasitarias de apropiación. Ahora, viéndolo mejor, en los primeros años del siglo XX el capital financiero, aún estando ligado al mundo de la producción tan sólo indirectamente (a través de la intermediación de la banca), tenía como objetivo final su inversión en actividades productivas. En este mecanismo, la reproducción ampliada del capital operaba rigurosamente según la fórmula D-M-D’, si bien mediada por la acción de la banca. A lo largo de toda una fase histórica, el capital financiero ha encontrado en definitiva empleo en el mundo de la producción; lo cual verifica que, al lado de las actividades parasitarias, se han desarrollado pari passu las clásicas actividades productivas, las únicas capaces de suministrar savia vital al proceso de acumulación, es decir, plusvalor.

En los últimos tres decenios las actividades financieras han sufrido un crecimiento desmedido, tanto, que el capital financiero, en su espasmódica persecución de la auto-valorización, tiende cada vez más a eludir el mundo de la producción. Masas ingentes de capital financiero, no encontrando una adecuada remuneración en las actividades productivas a causa de la merma de las tasas de ganancias industriales, son invertidas exclusivamente en actividades especulativas y parasitarias, sin interesarse en lo más mínimo por la producción de plusvalor. El viejo sueño del capitalista de no ensuciarse las manos en el mundo de la producción, pero valorizar su propio capital única y exclusivamente a través de especulaciones financieras, se ha materializado en estos últimos decenios gracias a la expansión de las actividades bursátiles y de los mercados internacionales de títulos-valores y monedas. La fórmula D-M-D’ aparece así simplificada bajo la figura de D-D’, saltando completamente la fase de producción de mercancías y, en definitiva, de plusvalor. Capitales que obviamente pretenden ser remunerados aun cuando no hayan contribuido a producir siquiera una gota de plusvalor.

Donde este mecanismo se ha desarrollado más es en EUA. Remitiendo a los lectores a otros materiales del BIPR sobre el problema de la renta financiera, nos limitaremos a subrayar aquí cómo en los últimos decenios los EUA, gracias al rol desempeñado por el dólar en los mercados internacionales, consiguen extraer plusvalor de cada rincón del planeta. Su preeminencia monetaria pone a los EUA en condiciones de parasitar los procesos foráneos de creación de valor simplemente imprimiendo moneda para obtener a cambio de los restantes países mercancías y servicios. De este modo, EUA ha arribado a una situación paradójica: de un lado, se ha convertido en el país más endeudado del mundo y, del otro, en el país que, en términos de poder imperialista, impone al mismo tiempo a los demás el pago de una renta necesaria para sostener su propio proceso de acumulación interna. Si en los tiempos de Lenin el dominio imperialista se expresaba a través de la exportación de capital financiero, gracias al mecanismo de apropiación parasitaria de plusvalor por medio de la producción de capital ficticio, EUA ha llegado a ser al mismo tiempo la mayor potencia imperialista y el país más endeudado del mundo. Si debiésemos situar los análisis hechos por Lenin en la realidad actual deberíamos llegar a la conclusión de que EUA es un país dominado de modo imperialista. Es evidente que la realidad es estudiada en todas sus dinámicas y es tarea de los revolucionarios captar y explicitar las modificaciones que se verifican en las diversas manifestaciones del capitalismo y de sus formas de decadencia. He aquí entonces que Lenin no es objeto de una lectura talmúdica, sino que es igualmente sometido a la crítica del materialismo histórico. La decadencia es un producto histórico que experimenta continuas modificaciones y, por lo tanto, los fenómenos de decadencia se manifiestan de modos diversos en conexión con las modificaciones de las actividades parasitarias.

Decadencia y lucha de clases

Mientras la decadencia del capital surge de las mismas leyes inmanentes de la reproducción del capital, las formas que reviste la decadencia son dictadas también por otros factores. Entre éstos - y no en último lugar - está el equilibrio de fuerzas entre las clases contrapuestas (burguesía y proletariado). Después de una primera fase en la cual el capitalismo extorsionaba más plusvalor a través de la prolongación de la jornada de trabajo, esta última fue reduciéndose hasta alcanzar, cuando menos en las naciones punteras del capitalismo, las famosas 8 horas al día. El capitalismo, como respuesta a la combatividad de la clase obrera, ha sido obligado a reducir las jornadas de trabajo. De esta suerte, ha desarrollado la tendencia al incremento de la extorsión de aquella parte de plusvalor que Marx definía como “relativo”, la tendencia a aumentar la plusvalía no prolongando la jornada laboral sino acortando el tiempo de trabajo necesario para reproducir el valor de la FT, o, para ser más claros, los salarios recibidos por los trabajadores. Incrementando el plusvalor relativo, los capitalistas aumentan también su masa de ganancia, pero al mismo tiempo, históricamente, el proletariado obtiene un aumento del tiempo libre y, por consiguiente, mejora sus condiciones de vida.

Hasta el comienzo del siglo XX, según lo explicamos arriba, el capitalismo ha entrado en su fase de “decadencia y parasitismo” (Lenin) o, dicho de otro modo, en su fase imperialista. El precio pagado por el proletariado ha sido el de ser masacrado en la guerra global librada por los Estados capitalistas con vistas al control monopolista del planeta. Discutiremos las razones económicas de la guerra en otros trabajos, por ahora tan sólo destacaremos que una de las consecuencias del imperialismo (de la guerra imperialista del siglo XX) fue la tentativa de los Estados capitalistas metropolitanos de aumentar la cohesión social introduciendo el Welfarestate. Al comienzo se aplicó esta política más bien con desgano y de manera parcial, pero hacia el final de la II Guerra Mundial todas las naciones capitalistas principales habían construido un Welfarestate que, pese a ser presentado como una conquista del proletariado, en realidad era pagado precisamente por el proletariado. El arribo del Welfarestate significó, además, que las ventajas desprendidas de los más altos salarios, antes concedidos solo a los sectores más cualificados del proletariado - y que habían sugerido a Lenin la noción de "aristocracia obrera" - fueran ahora extendidas al proletariado de la totalidad de la zona céntrica del capitalismo, tanto, que la expresión “aristocracia obrera” quedó privada de su valor analítico.

Pero el Welfarestate estaba también condicionado. Mientras el ciclo de acumulación post-bélica estuvo en su fase ascendente (el denominado boom económico), los capitalistas se mostraron dispuestos a tolerar el estado social. Tenían pocas alternativas dado que la desvalorización del capital y la escasez de FT causada por la segunda guerra mundial los obligaban a aceptar el rol del Estado en la redistribución del plusvalor para mantener la paz social entre las clases. De todos modos, una vez clausurada la fase ascendente del tercer ciclo de acumulación capitalista (evento marcado por la devaluación del dólar USA), la crisis económica obligó a la burguesía a atacar de manera generalizada los estándares de vida de la clase obrera. La crisis en realidad proporcionó a los capitalistas un arma para derrotar a la clase obrera, dado que la oferta de FT era ahora abundante a causa de la creciente desocupación. (5)

Después de derrotar las grandes luchas de los años 1970’s y 1980’s, los capitalistas retomaron la iniciativa social. Debido a que el uso de las nuevas tecnologías no reportó índices de rendimiento laboral suficientes para recuperar las tasas de ganancia, volvieron a conferirle gran importancia a la extorsión de plusvalor absoluto mediante los recortes a los salarios reales y jornadas laborales más largas.

Más allá de este retorno histórico a una jornada de trabajo más larga, está la tendencia del capital a aumentar sus ganancias incluso extorsionando más plusvalor absoluto. De una parte, podemos observar un extraordinario acrecentamiento de la productividad del trabajo a través del mejoramiento continuo del aparato productivo, mejoramiento que potencialmente podría conducir a la reducción del tiempo de trabajo para los trabajadores, pero, de otra parte, la necesidad de sostener el débil proceso de acumulación espolea al capital a prolongar la jornada laboral. Tal prolongación es, empero, sólo uno de los tantos signos de la declinación de los estándares de vida de la clase obrera en todo el mundo. El capitalismo en sus fases de crisis debe necesariamente abaratar el costo de la FT. En el curso de los últimos decenios, el proletariado ha sufrido un violento ataque a sus niveles salariales. La merma de los salarios ha avanzado lo suficiente como para abarcar enteramente a la clase obrera internacional; la posibilidad de trasladar la producción a cualquier lugar del mundo, donde los niveles salariales son muy bajos, ha permitido al capital activar un mecanismo de menoscabo de la FT cuyas consecuencias están frente a los ojos de todos.

Lo que el capitalismo decadente concedía cuando era atacado por el proletariado insurgente y cuando las abundantes superganancias lo consentían, debe ser retomado para asegurar su supervivencia. O, dicho de otro modo: bajo el impacto de la crisis, esta última solo es posible desmantelando el Welfarestate. Todos los recursos deben ser dirigidos al proceso de acumulación; de esta suerte, el estado social, si bien fue esencial al capital para restablecer la paz social después de las guerras imperialistas, debe ser desmantelado, dado que el capital no puede garantizarlo. Tal cosa conduce, por tanto, a cortes en los ámbitos de la sanidad, la educación, las pensiones, las ferrovías y los transportes públicos, en pocas palabras, al fin del estado social. No debemos olvidar que el estado social no es un aporte gratuito (una dádiva) de la burguesía, puesto que los trabajadores deben renunciar a una parte del salario para obtener los servicios prestados por la seguridad social y acceder al régimen de pensiones, sino que éstos no son ya suministrados y entonces tiene lugar un verdadero saqueo de la clase obrera. Y esto está sucediendo en la totalidad del centro capitalista, donde en el pasado existía el Welfarestate.

Decadencia y guerra permanente

Más que cualquier otro fenómeno lo que caracteriza la fase de decadencia de la sociedad burguesa es su íntima necesidad de recurrir a la guerra para salir de sus propias crisis económicas. Independientemente de la variedad de justificaciones ideológicas de las guerras libradas en los últimos cien años, todas tienen su origen en las contradicciones del modo de producción capitalista. Toda guerra es una guerra imperialista del capital y, en cuanto tal, siempre es librada contra el proletariado.

En la fase imperialista los primeros dos ciclos de acumulación de capital se han cerrado dramáticamente con otros tantos conflictos mundiales, demostrando que el capitalismo en su fase decadente puede funcionar solo si está en situación de destruir los capitales y las fuerzas productivas que le resultan excesivas y masacrando millones de proletarios en el frente. El capitalismo ha encontrado en el perverso mecanismo destructivo de la guerra una singular respuesta a su propia crisis. Consiguientemente, las dos guerras imperialistas han signado el punto de clausura y de inicio de los ciclos de acumulación; en el modus operandi del capitalismo decadente las guerras han sido un paréntesis dramático para superar las crisis y relanzar el ciclo de acumulación.

El avance de la decadencia del capitalismo ha determinado que las guerras sean no sólo un paréntesis en la vida del capital, sino que hayan devenido en un modo permanente de vida de la sociedad burguesa. En los últimos decenios la guerra imperialista ha sido una constante en la realidad del capital. El avance de la decadencia ha determinado, por tanto, que las guerras se conviertan en el modo de ser del capitalismo. Para continuar reproduciéndose en este contexto, la sociedad capitalista está forzada a destruir cotidianamente medios materiales y hombres. Una guerra permanente que es funcional a los intereses de las grandes oligarquías económicas y financieras en el poder y que impone a la totalidad del proletariado internacional un precio altísimo tanto en términos de vidas humanas cuanto un verdadero salto atrás en las propias condiciones de vida. La guerra imperialista permanente de los últimos decenios presenta algunas diferencias respecto de las libradas en el pasado, diferencias no en su contenido de clase, sino en su significación testimonial del agravamiento de la decadencia de la sociedad capitalista. Mientras los dos conflictos imperialistas precedentes han consentido al capitalismo dar vida a un nuevo ciclo de acumulación, determinando una fase de crecimiento de la entera economía mundial, las guerras libradas en los últimos decenios han tenido como única consecuencia el enriquecimiento exclusivo de algunas franjas de la burguesía mundial y la destrucción de países enteros. Estamos asistiendo a guerras permanentes que, a diferencia de las del pasado, no crean las premisas de una nueva fase de desarrollo de la economía, a través de la reconstrucción de los sistemas productivos destruidos, sino que tienen como único efecto la muerte de millones de proletarios y la devastación generalizada. Las guerras olvidadas del continente africano, los conflictos en la ex-Yugoslavia y las recientes guerras en Afganistán e Irak, son los signos más evidentes de lo que puede producir una sociedad en su fase de decadencia si la onda revolucionaria del proletariado no está en situación de barrerla.

Decadencia, lucha de clases y revolución

La confrontación de clase entre la burguesía y el proletariado no es una característica exclusiva de la fase de decadencia de la sociedad capitalista. La realización del socialismo por parte del proletariado es una potencialidad válida para todo el arco histórico del modo de producción capitalista, no sólo para esta última fase de decadencia. La lucha de clase es determinada por la permanente contradicción entre capital y trabajo. Los ataques llevados adelante por el proletariado en el curso del siglo XIX no han sido veleidosos actos voluntaristas de algunos sectores de la clase obrera. La Commune de Paris de 1871, para citar tan solo el caso más emblemático de ataque proletario, ha sido un acto heroico aunque inmaduro del proletariado francés con el cual se ha intentado conquistar el poder y, como se sabe, ha sobrevenido mucho antes de que el capitalismo entrase en su fase de decadencia.

A fin de que el proletariado pueda organizar su propia revolución se requieren dos condiciones fundamentales:

  1. condiciones objetivas de crisis económicas cuya amplitud, profundidad y perduración lo espoleen a movilizarse en el terreno de la confrontación de clase;
  2. la presencia del partido revolucionario que pueda guiar política y organizativamente al proletariado hacia la conquista del poder.

Estas dos imprescindibles condiciones se podían verificar también en la fase ascendente del modo de producción capitalista. Tan cierto es esto que, antes de su fase de decadencia, el capitalismo ha padecido crisis económicas violentísimas que han provocado la amplia reacción del proletariado y consecutivamente han dado lugar a significativos episodios de la lucha de clases, pero que en ausencia de una eficaz guía política han sido reabsorbidos en el ámbito de la conservación burguesa. En términos potenciales el proletariado podía organizar la revolución sin esperar que el capitalismo recorriese el trayecto histórico que lo ha conducido hacia su decadencia. La revolución no ha triunfado no porque no estuviesen presentes las condiciones objetivas para realizarla, sino porque el proletariado no ha sabido organizar y expresar un partido político propio capaz de guiarlo hasta la conquista del poder. Este, sin embargo, es un problema que incumbe no sólo al pasado, sino que es dramáticamente actual.

Crisis económica y decadencia están ligadas dialécticamente entre sí, pero expresan dos diferentes realidades temporales del modo en que se manifiesta la evolución del capitalismo. La crisis económica se verifica cuando los mecanismos de la acumulación se traban y se presencian entonces todos los fenómenos típicos unidos a ella (derrumbe de la producción, desocupación masiva, recortes a los salarios, etc.). Tales crisis pueden considerarse como una de las constantes periódicas del capitalismo incluso antes de que éste iniciase su fase de decadencia. Las crisis económicas caracterizan, por tanto, toda la experiencia histórica del capitalismo. La decadencia del sistema capitalista presupone obviamente las crisis económicas, pero se manifiesta unida a todos los fenómenos que hemos procurado identificar en el curso del presente trabajo (parasitismo, búsqueda afanosa de ganancias extras, retorno a formas de explotación salvaje de la FT, guerras, etc.). El capitalismo ha sufrido crisis incluso antes de entrar en su fase decadente, pero al mismo tiempo ha vivido periodos de desarrollo económico también en el transcurso de esta fase.

El éxito o el fracaso de un asalto revolucionario de la clase trabajadora dependen de que se hagan presentes o no de manera simultánea los dos factores ya mencionados. Tales factores no dependen en modo alguno de la fase histórica en la cual se encuentra el capitalismo. Del mismo modo que la decadencia no debe ser confundida con las crisis económicas, puede decirse también que la fase de decadencia del capitalismo no facilita en absoluto la reconstrucción del partido de clase. Por desgracia, debemos verificar que históricamente el proletariado ha conseguido expresarse mejor como subjetividad política sobre todo al comienzo del siglo XX, cuando los fenómenos de la decadencia empezaban a manifestarse de manera cumplida. En cambio, en los últimos decenios, en los que la decadencia es un fenómeno extremadamente patente, el proletariado - influido también, sin duda, por las nefastas consecuencias del estalinismo - no consigue dar su propia respuesta de clase a los problemas planteados por el capitalismo.

Una sociedad decadente es capaz de continuar su propia existencia por un periodo asaz prolongado que no puede ser determinado a priori. Ya en el pasado el mundo romano en su fase de decadencia ha prolongado su lenta agonía por casi medio milenio. Solo con la mirada retrospectiva del historiador podemos afirmar que la vieja sociedad esclavista romana ha concluido su propia parábola gracias a la ola de invasiones bárbaras. Sin embargo, el mismo patrón de análisis no puede ser utilizado para hacer proyecciones temporales acerca de la actual decadencia burguesa. Hoy, estamos viviendo dramáticamente la decadencia del capital: podemos identificar los diversos fenómenos que la expresan, pero no podemos obviamente prever cuándo esta fase histórica concluirá. En ausencia de la alternativa proletaria, el capitalismo podría proseguir su loca carrera todavía por siglos. De la decadencia de la sociedad capitalista no desciende mecánicamente el socialismo. Es metodológicamente equivocado prever el fin natural del capitalismo y la afirmación del socialismo en ausencia de un ataque revolucionario del proletariado. El socialismo no es la conclusión natural de la decadencia capitalista, sino el fruto de la victoriosa lucha de clase del proletariado guiado por su partido internacional e internacionalista.

(1) Por ‘tiempo de trabajo necesario’ se entiende, en lenguaje marxista, el lapso que tarda el trabajador en reproducir el valor de su fuerza de trabajo, esto equivale a una porción precisa de la jornada de trabajo. La otra parte es el denominado ‘trabajo suplementario’ o trabajo excedente, base objetiva o corporeización del plusvalor. Ndt.

(2) K. Marx El Capitale, libro primero, capítulo 23°. Einaudi editore. 1970.

(3) Ver, Marx. El Capital. libro tercero. Capítulo 15°.

(4) El ‘capital ficticio’ es el que no se basa en una producción real y sólo aparece con la esperanza de participar de la apropiación de una valorización futura. El movimiento de este capital (cotizaciones de títulos valores, de acciones, monedas, etc., normalmente asociado a la relación de oferta y demanda de estos papeles y a los flujos y reflujos de capital-dinero en la bolsa) goza de una independencia relativa respecto al movimiento de la producción real de valor, pero en última instancia es determinado por él. Ntd.

(5) Puede hablarse aquí esencialmente de una combinación de ‘pluspoblación relativa’ (FT hecha superflua por el progreso técnico representado por la introducción de la microelectrónica, la informática y la robótica), delocalización industrial y movimientos migratorios desde el sur (África, Asia y América Latina) a los centros metropolitanos (EUA, UE). Ndt.